“Entre lo tóxico y lo salvífico, los hombres van y vienen” Entrevista con Javier Vela en torno a su novela “La tierra es para siempre” Por Darío Hernández

Esta entrevista es fruto del “Diálogo con el escritor madrileño Javier Vela en torno a su novela La Tierra es para siempre” mantenido por el hispanista Darío Hernández en el marco de las II Jornadas de Semiótica de la Cultura: Espacios tóxicos. Memoria y conflicto en los polisistemas culturales, organizadas por el Grupo de Investigación en Estudios Semióticos Aplicados de la Universidad de La Laguna (GIESA) y celebradas online los días 10 y 11 de diciembre de 2020.
Portada del libro

Desde la Revista Trasdemar compartimos la entrevista de nuestro colaborador Darío Hernández, profesor de la Universidad de La Laguna, al escritor Javier Vela (Madrid, 1981) autor de la novela “La tierra es para siempre” (Mclein y Parker)

Javier Vela (Madrid, 1981) se dio a conocer en 2003 con la concesión del Premio Adonais. Licenciado en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada por la Universidad Complutense de Madrid, es autor de los libros de poemas Tiempo adentro (Acantilado, 2006), Imaginario (Visor, 2009), por el que recibió el Premio Loewe a la Joven Creación y el Premio de la Crítica de Madrid, Ofelia y otras lunas (Hiperión, 2012), Hotel Origen (Pre-Textos, 2015), Fábula (Fundación Lara, 2017) y Cuando el monarca espera (Fundación Lara, 2021), Premio Iberoamericano de Poesía Hermanos Machado. Suyos son, asimismo, tres volúmenes que exploran y diluyen las fronteras entre distintos géneros: el libro de minificciones Pequeñas sediciones (Menoscuarto, 2017), Libro de las máscaras (Pre-Textos, 2019), conjunto de aforismos y mistificaciones de tradición apócrifa, y Revelaciones de la maestra del arco (Pre-Textos, 2021), a mitad de camino entre la narrativa y el ensayo de ficción. En su faceta como traductor, ha traído a nuestra lengua diversas obras como El viaje de Grecia, de Jean Moréas (Pre-Textos, 2010), o Alfabeto, de Paul Valéry (Pre-Textos, 2018). La Tierra es para siempre (Maclein y Parker, 2019) es su primera novela, donde lo literario y lo ficcional se entremezclan con planteamientos ecológicos y sociales de mucho interés en nuestra época.


D.H.⸻ Una de las cuestiones en las que indagas en tu novela es en las transformaciones de la ética social. Sin duda, algunas de estas transformaciones tienen que ver con el uso actual de las nuevas tecnologías de la información y de las comunicaciones. En este ámbito de la cibercultura y del ciberespacio, no todo son acercamientos, ¿verdad? A veces parece que estamos muy bien telecomunicados pero íntimamente desconectados…

J.V.⸻ Así es. Es efectivamente un sinsentido pulsar la enorme distancia que las grandes corporaciones de base tecnológica fingen reducir a nuestra costa y que, sin embargo, envuelve el núcleo mismo de sus intereses empresariales. La era de las telecomunicaciones promulga todo un programa de innovaciones técnicas para restaurar y fomentar las interacciones sociales que no ha logrado sino acrecentar nuestro individualismo y dilatar aún más nuestra profunda incomprensión hacia el otro y hacia nosotros mismos, fragmentando nuestra identidad y deshaciendo las fronteras entre lo público, lo privado y lo íntimo, algo que debilita nuestra independencia (convirtiéndonos en meros consumidores) y nos hace estar cada vez más expuestos.

D.H.⸻ Ya desde el segundo capítulo de tu novela comenzamos a conocer a Emma, una traductora que sueña con ser escritora, situación de la que se derivan algunas de sus acciones y de sus sentimientos… ¿Algo de ello viviste tú al encarar la elaboración de esta tu primera novela? ¿Sería así Emma, al menos en algunos pasajes, una especie de alter ego?

J.V.⸻ Quizá no en ese plano pero sí en muchos otros. En el fondo, el libro no es más que una elegía por lo que hemos perdido al tiempo que una plegaria por lo que aún conservamos. Su argumento remite a situaciones y acontecimientos que están teniendo lugar justo ahora, ante nuestras propias narices. La contradicción que me acompañaba mientras escribía la novela no era cómo abordar mi doble faceta de escritor y traductor, sino cómo tratar narrativamente un conflicto cívico de carácter global del que yo mismo me siento en parte responsable. (Después de todo, el ambientalismo es solo la punta de lanza de un empeño mucho mayor). Pienso no obstante que nuestros libros no se componen sólo de logros y hallazgos, sino también de fallos e intentos truncados, de desvíos e inhibiciones, y, en cualquier caso, defiendo la ficción imaginativa frente a la literatura testimonial y la autoficción, por lo que no me preocupa en exceso el reflejo más o menos anamórfico que el autor pueda proyectar en la obra. El empeño de ciertos escritores (realistas) por «desaparecer de su escritura», por anular todo rasgo de estilo que denote la subjetividad del autor, me resulta francamente enternecedor. Como si el autor no fuera ya lo más parecido a un fantasma y su estilo la cadena que arrastra, como si todo lenguaje no estuviese ya historizado y aun el estilo más pulcro y desapegado no se enlodara al cabo de unas líneas en el odioso revolcadero del yo…

D.H.⸻ Los pasajes descriptivos de la obra son fabulosos. Me sorprende como lector, además, tu amplio conocimiento de la cultura y de la geografía de Suecia, que es donde se desarrolla principalmente la historia y que funciona aquí como especie de metonimia simbólica del Norte frente al Sur de Europa. ¿Este conocimiento del que hablo es fruto de un proceso de documentación o de alguna experiencia biográfica en el país?

J.V.⸻ Es esencialmente fruto de un proceso inicial de fabulación y especulación que luego, mucho más tarde, vino a reforzarse con datos, estudios monográficos, libros y documentos. La ficción y la objetividad no están en absoluto reñidas, como dejó escrito Sontag en alusión a la obra narrativa de W. G. Sebald. Me gusta emplear el azar y la imaginación como herramientas de prospección social y psicológica. En este caso concreto, venía asistiendo azorado desde algún tiempo atrás al flujo masivo de refugiados que huían de sus lugares de origen a causa de hambrunas, contiendas civiles o conflictos bélicos. Tras la escalada de la guerra de Siria, sin ir más lejos, hubo unos años en que las cifras migratorias se dispararon de forma muy llamativa en Europa. Por esa misma época, aquí, en España, vimos cómo, a raíz de la crisis económica, más de dos millones de personas se sentían obligadas a abandonar sus ciudades para instalarse en Francia, Alemania o los países nórdicos, en los que se encontraban —como inmigrantes al uso— con toda clase de complejidades. Varios amigos y conocidos míos tuvieron que marcharse en pos de una vida más digna o al menos más acorde a sus intereses y motivaciones. De pronto, reparé en las palabras que Luis Martín Santos había dejado escritas en el arranque de Tiempo de silencio, una de mis novelas más queridas: «Pueblo pobre, pueblo pobre. ¿Quién podrá nunca aspirar otra vez al galardón nórdico, a la sonrisa del rey alto, a la dignificación, al buen pasar del sabio que en la península seca espera que fructifiquen los cerebros y los ríos?». Esas palabras, que tan certeramente describían la atmósfera de miseria física y moral de la posguerra española, resultaban por desgracia perfectamente válidas para describir lo que empezó a ocurrir en nuestro país a partir de 2008 como corolario de un capitalismo salvaje cuyos coletazos siguen percibiéndose hoy día. Pensé en qué ocurriría cuando otros factores relacionados con el auge migratorio, como las consecuencias de la deriva ecológica, comenzaran a converger en el tiempo, desplazando a los habitantes de estados insulares y climas tradicionalmente cálidos a zonas más templadas, conforme aquellos iban desertizándose. Fabulé con la posibilidad de que una nueva estirpe de refugiados climáticos comenzase a abandonar su país en una suerte de éxodo de sur a norte que pareciera no tener término. Por desgracia, era un escenario ya reconocido por el derecho internacional, así que no resultaba descabellado. De ahí surgió la novela, que comencé a escribir (más bien a concebir) hacia finales de 2016. Existía además abundante literatura más o menos distópica al respecto, de Ballard a DeLillo, pasando por John Brunner o Doris Lessing, por citar solo algunos de entre mis favoritos, por lo que no tardé en encontrar complicidades y miradas afines. 

D.H.⸻ Uno de los valores más atractivos de esta novela es su carácter yo diría que predictivo. Se publicó antes de la pandemia del coronavirus, en abril de 2019, y, sin embargo, son muchos los pasajes que parecen describir la situación sanitaria actual; como si tu preocupación por la ecología, el cambio climático y la salud pública te hubieran hecho trabajar desde el presagio o el presentimiento de algo como lo que finalmente ha ocurrido…

J.V.⸻ Sí, es curioso. Quién lo iba a decir. Siempre me he sentido atraído por la ficción anticipativa, por la literatura que se proyecta sobre un espacio mediado por los cambios sociales, naturales o tecnológicos, pero la magnitud de esta pandemia ha sobrepasado con mucho los límites de mi imaginación. En ese sentido, estoy de acuerdo con José Luis Pardo cuando dice que la distopía ha sustituido ya a la utopía como género literario «futurista». La tierra es para siempre no es en absoluto una novela, digamos, postapocalíptica, sino una novela sobre el presente. Y más que una novela distópica al uso, se trata ante todo de una novela psicológica e introspectiva, enmarcada, eso sí, en lo que la crítica llama sin mucho esfuerzo «clima ficción» o ficción climática. Sin ir más lejos, el año en que el libro fue publicado, tuvimos en España uno de los inviernos más secos de los que existe constancia. Simultáneamente, vimos ascender a una caterva xenófoba de ultraderecha que ignora a sabiendas los peligros del clima mientras aboga por levantar más fronteras y que gana adeptos día a día sirviéndose de eslóganes fraudulentos. Nos repartimos una Europa en ruinas. De alguna forma y para mucha gente, el cambio climático aún sigue siendo «el elefante en la habitación». Por supuesto, recibí con mucho entusiasmo los reclamos globales del movimiento Fridays For Future encabezados por Greta Thunberg, pero lo cierto es que resultan insuficientes. Según el ND-GAIN, Noruega sigue siendo el país mejor preparado ante el desafío atmosférico, seguido por Finlandia, Suecia y Dinamarca. Debemos, mientras sea posible, seguir aprendiendo de ellos. 

D.H.⸻ Asimismo, con respecto al tratamiento que haces del fenómeno de la migración, me interesa especialmente tu capacidad de entrar en la psicología del emigrante/inmigrante, como haces con Hugo, un niño español obligado a buscar en el Norte, en Suecia, las esperanzas que un Sur ya devastado no le puede dar. ¿Cuál dirías que fue tu fuente de inspiración para abordar este tema? Me refiero no ya al hecho histórico de la migración, sino a la experiencia personal del ser emigrante/inmigrante, que son dos cosas distintas…

J.V.⸻ Bueno, sería absurdo negar que mi estilo y mi visión del mundo (también sobre este tema) siguen siendo deudores de algunos de los autores citados, así como de otros escritores de cabecera: Virginia Woolf, James Joyce, William Faulkner, Nathalie Sarraute, Thomas Wolfe, Claude Simon, Marguerite Duras, Vergílio Ferreira, Juan Rulfo, Stig Dagerman, Italo Calvino, Usula K. Le Guin, Cormac McCarthy, Agota Kristof,  Danilo Kiš, Seamus Deane, Erri de Luca, Antoine Volodine, Patrik Ourednik y un largo etcétera. En la novela, las vidas de los tres personajes principales se desarrollan bajo un aura amenazadora, ante los desarreglos de un entorno cambiante que, por fortuna, no es todavía el nuestro, aunque se le parece demasiado. En este sentido, quise figurarme cómo sería la vida con otros condicionantes: un día en la vida de Emma y Argus, sí, pero también y sobre todo de Hugo, un niño que es de algún modo un símbolo de lo que está por venir, y que sobrevive como un inadaptado al medio en un país más próspero del que proviene pero igualmente abocado al colapso político y económico, y sobre todo al colapso ético y social.

D.H.⸻ Uno de los aspectos estilísticos más llamativos de tu obra es la fórmula que utilizas para ir dando a conocer a sus protagonistas, a través de recurrentes analepsis y de esos espacios íntimos de sus memorias en los que nos dejan entrar a veces, en capítulos breves que se abren como estancias para el receso lírico o contemplativo. ¿Qué relación dirías que conservas como autor con estos personajes (Emma, Argus, Matt, Hugo…)? Pues, desde luego, no parecen haber tenido una construcción meramente intelectual, sino también haber sido conformados literariamente desde la más poética emoción…

J.V.⸻ Muy probablemente, como bien dices, haya en cada uno de ellos determinados rasgos propios que me ayudaron a conformar sus perfiles psicológicos y el mapa emocional que articulaba sus interacciones en el marco de la novela. Me gusta pensar en los «tropismos» resignificados por Sarraute como espacios intermedios o de mediación donde las distintas facetas que forjan la personalidad de un individuo entran en contacto y a veces en fricción o en colisión. Esas vibraciones imperceptibles que suelen tensar las cuerdas de la emocionalidad resultan determinantes a mi entender para conformar el pensamiento profundo de un personaje y para hacer que experimente una evolución provechosa a lo largo de la novela.

D.H.⸻ No es esta, ni de lejos, una novela esperanzadora. Tras su final, pese a la positiva experiencia estética de su lectura, se nos queda una sensación aciaga. De hecho, la cita de Don Delillo con la que cierras el libro dice lo siguiente: «La catástrofe es nuestro cuento para irnos a dormir». Lo cierto, no obstante, es que en la realidad, frente a los espacios tóxicos y catastróficos, hay otros que son de verdad sanos y beneficiosos para el ser. ¿Dónde dirías que se encuentran estos últimos para ti como escritor? ¿Cuáles son esos refugios tuyos personales?

J.V.⸻ Tiendo a pensar que esos espacios salvíficos donde uno puede disfrutar de una experiencia, digamos, naturalizada de la realidad, están generalmente más cerca de lo que se acostumbra a creer. Yo encuentro los míos propios en el ámbito doméstico, en compañía de mi pareja y de los animales y plantas con los que compartimos nuestra vida, y que la hacen sin duda más rica y fecunda, pero supongo que cada cual ha de encontrar ese espacio físico o simbólico en aquellas parcelas de la vida que le propicien consuelo, alegría y sosiego y que conecten más íntimamente con su subjetividad. Siempre me gusta recordar esa fórmula que nos legó Calvino: «Buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacer que dure, y dejarle espacio».


Entrevista también publicada con posterioridad en Quimera. Revista de Literatura, nº 454, octubre de 2021, pp. 4-7.

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