Una sombra familiar (reseña del poemario “Esqueleto de la sombra”, de Javier Mérida)

En la Revista Trasdemar difundimos la crítica literaria y el diálogo cultural en las islas

El poemario Esqueleto de la sombra, de Javier Mérida (Nectarina Editorial, 2024).

Presentamos en la revista Trasdemar una reseña del poemario de Javier Mérida Esqueleto de la sombra, escrita por Ramiro Rosón, miembro de nuestro comité fundador. Este poemario, recientemente publicado por la editorial canaria Nectarina, se presentó el pasado 13 de octubre de 2024 en La Poeteca de Canarias (La Laguna, Tenerife). Compartimos la reseña en nuestra sección “El invernadero”, dedicada a la literatura contemporánea de las islas.

El poemario que nos ocupa, Esqueleto de la sombra, abre las puertas a la reflexión desde su mismo título. ¿Qué es el esqueleto de la sombra? Podríamos trazar una genealogía cultural de la sombra. Podríamos pensar en el “sheut” de los egipcios, la sombra que se desprendía del cuerpo de los difuntos, según la mitología de esta gran civilización antigua, y que se representa en los papiros del Libro de los muertos; en las sombras del Hades grecorromano, condenadas a una pervivencia espectral en el inframundo; en los fuertes claroscuros de la pintura barroca, plasmados en las obras de maestros como Caravaggio, José de Ribera o Rembrandt; o en la sombra de la psicología de Jung, entendida como una proyección del inconsciente, con sus miedos, anhelos e instintos inmemoriales. Podríamos incluso desplazarnos a Oriente y pensar en los títeres javaneses –siluetas de cuero movidas con varillas de madera que se proyectan sobre un fondo iluminado– o en el ensayo Elogio de la sombra, de Junichiro Tanizaki, según el cual, en la cultura japonesa, el concepto de sombra no posee necesariamente connotaciones negativas y forma parte de la belleza artística. De cualquier forma, el sintagma “Esqueleto de la sombra” nos advierte de que esa sombra, sea lo que sea, dispone de un esqueleto, de una estructura mínima que la define. Pero… ¿cómo es ese esqueleto? El poeta nos lo cuenta a través del libro, entrando en diversos motivos e imágenes que configuran un universo personal de recuerdos, sueños y pensamientos, donde se conjugan los tres registros de la mente humana según Lacan: lo real, lo simbólico y lo imaginario.

Para abrir la obra, el poeta invoca a Heidegger, con su famosa cita “El lenguaje es la casa del ser”. Según Heidegger, el lenguaje constituye un presupuesto indispensable para el concepto de ser y antecede a cualquier investigación científica, dado que las ciencias siempre utilizan algún tipo de lenguaje para sus razonamientos. Por este motivo, según el filósofo alemán, el ser humano habita en la morada del lenguaje y “los pensadores y poetas son guardianes de esa morada”, ya que el uso filosófico y poético del lenguaje, en la historia de la humanidad, precede a su uso científico. Y así, desde la casa lingüística del ser, en una pirueta dialéctica, Mérida salta directamente al ser de su propia casa en el poema “Karma”, describiendo sus estancias como si fueran órganos o regiones de sí mismo. De este modo, el lavabo se convierte en “pequeño quirófano del aspecto” y “verificador del ser”, pues todos los días muchos de nosotros, al levantarnos, observamos la costumbre de mirarnos el rostro en el espejo puesto sobre el lavabo. El dormitorio se convierte en una “colección sorda de ronquidos” y en una “sucesión ininterrumpida de sueños”, presentándose como una versión moderna del “santuario rupestre” donde los humanos prehistóricos se refugiaban por las noches. Pero Mérida también evoca el paso del tiempo y su propia soledad en la historia de su casa: “Mi casa es ahora ese cuarto / que yo soñaba de niño para mí; / pero en lugar del niño / un soltero, / ese ser que juega / con su soledad a las casitas”. Y también señala, con cierta ironía, el estilo de vida un tanto insalubre que la soltería puede propiciar en ciertas ocasiones: “Mi casa se ha convertido en un curioso berenjenal / de aperos para el vicio: / el hábitat de un monje compulsivo, privado: / un ordenador personal de la ausencia”.

Junto a la idea del lenguaje como casa del ser, en Esqueleto de la sombra aparece de forma implícita otro de los pilares del existencialismo de Heidegger: la noción de que el humano constituye “un ser para la muerte” (es decir, la muerte condiciona de forma inexorable el pensamiento y la acción, como horizonte al que se dirige toda existencia humana). De hecho, poemas como “Viejito” constatan que somos criaturas hechas de tiempo, provistas de toda la belleza y la tragedia que esta dimensión temporal implica. Usando una metáfora especialmente feliz, las arrugas se convierten en “surcos / que dejan las caricias / del aire”, mientras que los dientes se caen porque “añoran el sabor del polvo” del que brotaron y al que deberán retornar algún día. Y el poeta concluye que no ha envejecido más en el momento de la escritura, sino que está “más cerca, / peligrosamente, / del confín del tiempo”. Día tras día, el humano se construye desde su resistencia a la muerte, al borrado absoluto de la identidad que acontece con el tiempo: “Somos el contorno / difuso de la huella / resistiéndose / al colmillo lacerante de las olas”. Somos, en definitiva, “esqueleto de una sombra / reseca sobre el tiempo”, antes de convertirnos en nada. Y, sin embargo, la conciencia de esta fugacidad no desespera al poeta, sino que lo empuja hacia un anhelo de unificarse con la realidad externa, hasta el punto de que en algunos textos, como “Pairo”, el autor se desvanece como individuo y se convierte en los fenómenos que lo rodean: “la música solar que irrumpe en la estancia”, un “rumor de sombras”, los “pájaros” o los “niños chapoteando en la piscina blanda de la tarde”. Resulta lógico, entonces, que el poeta concluya lo siguiente: “Así es mi nombre ahora, cuando menos he de saberme aconteciendo”.

Al mismo tiempo, la introspección del poemario favorece que surja la tensión entre la soledad y la compañía, entre la vocación de ermitaño doméstico y el deseo de compartir el tiempo con una persona amada. El poeta se siente seguro en la soledad y encuentra un espacio para conocerse -o desconocerse- a sí mismo. Quiere mantener su “profunda amistad con lo que es frágil” y su voluntad de “permanecer efímero”, plasmada con este ingenioso oxímoron, pues el cambio constituye la única certeza en un mundo en el que nadie puede bañarse dos veces en el mismo río, como dijo Heráclito, en la medida en que todo se mueve y se transforma sin pausa. La vocación de ermitaño doméstico no supone ninguna excepción a esta regla general de cambio continuo y el poeta, harto de soledades, termina convocando a los fantasmas del amor y el deseo, si bien estos aparecen desde una óptica desmitificadora y centrada en lo cotidiano, siguiendo el tono irónico y nada solemne que caracteriza este libro. Por ejemplo, en el poema “De cómo”, el lecho compartido con la persona amada se convierte en un territorio en el que suceden innumerables eventos, como un ronquido, un estornudo, una lucha por las sábanas o las sensaciones auditivas y táctiles que genera el momento del despertar. Y en el breve poema “Cenit cero”, un objeto tan anodino como un cenicero se erige en metáfora de la persona amada que acaba de marcharse, con una colilla manchada de carmín que reposa junto a las que el poeta ha dejado en el rito cotidiano de fumar.

Paradójicamente, la vida íntima del poeta encuentra un correlato inseparable en su imagen pública, adherida como una sombra que la acompaña a todas partes, ya que el autor escribe siempre para algún público destinatario de su trabajo, aunque en muchos casos pueda tratarse de un público futuro, incierto o hipotético, sin haberse determinado todavía en el momento de la creación. Quienes afirman que escriben solo para sí mismos, en general, mienten, pues si de verdad ocurriera así ni siquiera necesitarían contarle a nadie que se dedican a la escritura en su intimidad. En este sentido, “Esqueleto de la sombra” parece movilizar toda una protesta contra la imagen convencional del poeta, pues en diversos textos de este libro el poeta reivindica su condición de sujeto vulgar y democrático, ligado a todas las vicisitudes propias de la vida humana, incluyendo las más escatológicas o triviales. Por ejemplo, el poema “In vino veritas” se abre con una provocadora declaración: “Todo este tiempo les he estado escribiendo en calzoncillos”, como parte de un proceso de desacralización del oficio de la escritura, que en este libro pierde toda su aura sacerdotal para devenir un acto más de la esfera doméstica del poeta. En una línea semejante, el poema “Mis dedos” resalta la dimensión material y motora de la escritura, pues, aunque la creación literaria puede configurarse como un acto mental en su génesis, requiere siempre de un trabajo físico para su plasmación en la realidad externa. Por este motivo, el poeta afirma que en sus dedos residen “la suavidad, la intensidad y la danza” que le permiten materializar su voz creadora en el soporte físico de la escritura. Y, de igual forma, la dedicación a la escritura no podría concebirse sin todos los demás actos cotidianos que la preceden, pues el creador literario debe ocuparse de numerosas tareas domésticas y en la gran mayoría de los casos debe realizar otros oficios para sustentarse.

Esta desacralización de la figura del poeta y del oficio de escribir no podría completarse sin otros aspectos de “Esqueleto de la sombra”, como la sátira de ciertos elementos de la vida cotidiana o la contemplación de la vida familiar. Por ejemplo, el poema en prosa “Agua fría” contiene una lluvia de improperios contra la desagradable situación de verse obligado a ducharse sin agua caliente; de este modo, el autor describe al agua fría como “delatora implacable de lloricas”, “horrenda crueldad de la mañana” o “delito como la salud privada”, para terminarla calificando como “contrarrevolucionaria de mierda”. Textos como “Italia Polonia Perú Camerún (memorias ’82 y ’83)” ofrecen un recuento de la infancia y adolescencia del poeta durante la década de 1980, evocada a través de una amalgama de referencias al fútbol, los juguetes, la música pop o los personajes televisivos, con una amable ironía no exenta de nostalgia. Y poemas como “Domingo interior tarde” celebran el valor antropológico de la comida como factor de socialización y de refuerzo de los vínculos familiares, con una mirada que recuerda y actualiza las escenas de género de los antiguos pintores flamencos y holandeses, cuyos pinceles a menudo se complacían en representar los banquetes y celebraciones de las familias campesinas o urbanas de su tiempo. Así, el poeta describe la sobremesa como un “Serengueti / de almas que poseen la dicha de no / tener el tiempo que marcharse”, al mismo tiempo que se fija en detalles como la “voracidad de familia vocinglera” que envuelve la atmósfera de la casa o “la risa que estalla en cualquier parte / de la mesa”. Dándole una vuelta de tuerca al refrán según el cual “de lo que se come se cría”, Mérida afirma que “de lo que se come se crea”, pues el acto de la ingesta puede estimular la creación literaria con la misma eficacia que una buena lectura.

Como colofón de este libro, hallamos un poema titulado “Inventario”, el cual se refiere a los años en que el poeta residió en un piso de la ciudad de La Laguna, para luego mudarse a Santa Cruz de Tenerife. En ese inventario poético, a través de los objetos domésticos y las variadas imágenes que habitan la mente del autor, se da cuenta de toda una época de su vida. Algunos pasajes de este poema funden lo real, lo simbólico y lo imaginario con una cabalgata surrealista de diversos seres: “dioses, cosacos, / caimanes, lámparas, / murciélagos disfrazados / de paraguas”, de los cuales no sabríamos si desfilan por las estancias de la casa o por la imaginación del poeta. Y este último no vacila en describirse a sí mismo con ácida ironía, haciendo gala de un humor autodespreciativo infrecuente en la poesía española contemporánea: “El melómano insaciable, / el dipsómano insalvable, / el monje impecable, / uno más de esos tipos / tranquilos sin tiempo / que no descuentan / ninguno de sus instantes”. El hombre hecho de tiempo, el que busca el ser de su lenguaje en su propia casa y que se entiende a sí mismo como un ser para la muerte, se presenta en esta ocasión como una sombra familiar para todos.

Deja un comentario