
Presentamos en la revista Trasdemar una muestra de tres poemas escogidos de Coriolano González Montañez (Tenerife, 1965) autor de reconocida trayectoria en el panorama actual. Sus últimos libros publicados son Mapa del exilio (2016), Premio “Pedro García Cabrera” y Mapa de la nieve (2019), Premio “Julio Tovar”
PADRE
Padre, vengo a matarte.
El recuerdo no puede seguir sosteniéndose
sobre una vela que cada noche se enciende
solo para iluminar tu fotografía.
Ayer, mientras rebuscaba en la herramienta,
me encontré con tu destornillador.
Y, no sé muy bien por qué, me llevó a otro recuerdo.
Te contemplé -y también te olí-
pocos instantes después de tu muerte.
Te besé en la frente en aquel cuarto mortuorio
y aún en ti había tibieza.
Les dije a los empleados de la funeraria:
“Mi madre no puede verlo así”.
La boca abierta, rendida la cabeza,
los ojos aún vigilantes, entrecerrados,
el pelo sin orden.
Ya no eras tú
y pensé que te hubieras avergonzado
de que cualquiera pudiera mirarte
en ese momento.
Con la profesionalidad
de quien se maneja hábilmente
en la muerte cotidiana,
me aseguraron:
“No se preocupe. Lo arreglaremos”.
Luego, en el tanatorio, ya sonreías
y el pelo había vuelto a cobrar forma.
Te habían rellenado la boca
y forzado una mueca para que sentenciasen:
“Pobre, murió en paz”.
Y me tendría que callar
y llenarme de rabia cada vez que alguien
te destapara el rostro para despedirse.
¿De qué? ¿De quién?
Mientras, el calor de aquellos días de agosto
te amarilleaba la piel y aceleraba
la descomposición de tu cuerpo.
Te salía la barba, pero yo solo quería
que acabara todo y regresar a mi soledad.
Ahora, padre, sigo encendiéndote una vela
todas las noches. Y, cuando viajo, busco
lugares donde hacerlo.
Hoy, luna nueva, hace ya siete años.
Acabo de cambiar aquella cerradura
que quedó pendiente,
sin embargo, llevo dos años escribiendo
este poema, temiendo siempre llegar al final.
Pero tú ya no existes. Ni tu cuerpo.
¿Debería mantener tu imagen detenida
en tus sesenta y cuatro años
y aguardar a llegar a tu edad
y mirarme al espejo para saber
si me reconozco o te reencuentro?
Por eso, padre, vengo a matarte.
De Mapa del exilio
LA PIEDRA DEL VALLE
Padre, he vuelto al valle donde te esparcimos
hace ya una semana.
He vuelto solo
y allí estaban, esperándome, inmóviles,
los trazos de tus cenizas blancas.
No las grises que dibujaron
tirabuzones en la tarde,
sino las blancas,
aquellas que no eran cenizas
sino restos triturados de tus huesos,
aquellas que caían
y no se fundían con el viento.
Pasé mi mano por las diminutas esquirlas
de tu cráneo o de tu fémur
o del tórax que albergara tu corazón.
Cogí los pequeños restos de ti
y traté de desmenuzarlos
con mis dedos,
de retornarlos a la tierra.
Pero abandoné la tarea
por inútil y carente de sentido.
Con las manos y los pies
traté de confundirlos con el polvo,
pero siempre emergía el tono marfil
que se extendía hasta las retamas.
Entonces me senté en la piedra, padre.
Y contemplé el volcán mientras miraba
el lugar de las cenizas.
Recordé cómo mamá cogió tu urna
y quiso esparcirte de una sola vez al viento,
cómo el recipiente se le escapó de las manos
y casi le golpeó la cabeza,
cómo lo cogí al vuelo
mientras mucho de ti se depositó
ahí donde ahora miraba.
Luego continué arrojándote
con rabia y desespero.
Pero todo es inútil, padre.
Sigues aquí y ni siquiera el viento
que ahora sopla en el valle
logra dispersarte.
Te quedarás para siempre,
tiñendo el tono de la tierra de los ancestros.
Bastará con remover la superficie
y aparecerás.
O quizá te lleven
o te confundas o te pierdas
cuando lleguen las lluvias y las nieves.
O quizá no.
Pero yo volveré y me sentaré
otra vez en la piedra
para hablarme o hablarte.
Que es lo mismo.
Para buscar restos de tus huesos
y deshacerlos en mis dedos
y darme cuenta
de que jamás te irás.
De Mapa de la nieve
TINA CONTEMPLA LA NIEVE
I
Tina nació a finales del siglo XIX.
Era analfabeta. No reconocía ni letras ni números.
En un tiempo de pesetas y céntimos
solo sabía contar en duros.
A finales de la década de los setenta,
Tina llegaba casi a los noventa años.
Se quedaba sola en la casa
y nos preocupaba que pudiera tener un accidente,
que se sintiera enferma
y que no pudiera avisar a nadie.
Visitarla cada día era una prueba de vida.
(Sentir el paso entrecortado
que se acercaba a la puerta).
Un día intenté enseñarla a marcar
nuestro número de teléfono.
Pensé en rotular los dígitos
con marcas lógicas,
pintar una secuencia de colores.
Ella me miraba con paciencia
e intentaba hacerme caso.
Hoy me doy cuenta de que participaba de mi juego,
pero que se daba por derrotada,
incluso antes de repartir la primera mano.
Yo tenía diez años y ella sonreía.
A veces me pregunto
cuánto de esos momentos me condujeron,
mucho después,
al camino de la docencia,
en qué parte de mi inconsciente
quedaron aquellos instantes.
Un día sonó el teléfono.
Francisco la había encontrado
tirada en el suelo del corredor.
Mamá Tina está muerta, dijo.
Cuando no logro que un alumno
entienda una explicación,
siento que alguien me llama
y veo a Tina yaciente.
II
No es cierto que haya cincuenta o más palabras
para designar “nieve” en esquimal.
Es – diríamos – una leyenda urbana.
[Sin embargo, en finés sí hay alrededor de cuarenta.
(Parece que es mágico para una lengua
llegar a esa cifra).
Por ejemplo, distinguen entre “lluvia de nieve” (pyry),
“nieve” (lumi), “tormenta de nieve” (myräkä),
“granizo” (rae) o “aguanieve” (räntä).
Me gusta especialmente el concepto
“nieve flotando sobre el agua” (hyhmä);
una sola palabra que designa la belleza
de un instante que me sobrecogería.
Imagino a un finés cogiendo sol
en alguna playa de la isla.
Levanta la cabeza y no ve el azul del cielo.
Se sorprende ante “la acumulación de nubes
que traen los alisios para refrescar el clima” (panza de burro)]
El esquimal ni siquiera es una lengua.
Los inuit tienen ocho familias
y suman un total de veintidós idiomas distintos.
Cuatro de sus lexemas me sorprenden:
“aput”, nieve en el suelo,
“qana”, nieve que cae,
“piqsirpoq”, nieve a la deriva,
“qimuqsuq”, tormenta de nieve.
Agua en el suelo.
Agua que cae.
Agua a la deriva.
Tormenta de agua.
Silencio en el suelo.
Silencio que cae.
Silencio a la deriva.
Tormenta de silencio.
En el suelo; que cae; a la deriva; tormenta.
Tina nunca supo marcar un número de teléfono.
De Topografía de los faros (inédito)
Coriolano González Montañez (Santa Cruz de Tenerife, 1965) poeta. Sus últimos libros publicados son Mapa del exilio (2016), Premio “Pedro García Cabrera” y Mapa de la nieve (2019), Premio “Julio Tovar”. Figura en distintas antologías, entre las que destacan Poetas de corazón japonés (Antología de autores de “El rincón del haiku), Poesía canaria actual (A partir de 1980), Ανθολογία Σύγχρονης Ισπανόφωνης Ποίησης (Antología de la poesía iberoamericana contemporánea), Un viejo estanque (Antología de haiku contemporáneo en español) y La escritura plural (33 poetas entre la dispersión y la continuidad de una cultura) Antología actual de poesía española (Compilación de Fulgencio Martínez y prólogo de Luis Alberto de Cuenca), Ars Poética, 2019. Ha sido traducido al rumano y al griego. Y ha traducido al poeta rumano Eugen Dorcescu.
Una verdadera sorpresa de leer / algunos poemas/ en la Mapa de nieve ! El escritor /Coriolano Gonzales Montanes ofrece una confesion larga, sincopada, sobre los eventos personales y de los alrededores del heroe poetico, agudo en la forma de presentar sus emociones…/ A pesar de eso, los poemas estan precipitandose/ en la conciencia del lector/ formas de experiencia humana trascritas con sencillez/ sin figuras de estilo// (con claridad denotativa)
El impacto con el presente/ con las historias recientes de los personajes liricas/ aunque anonimas/ construyen un mundo del qual se apodero el poeta de las Islas / de una manera apasionada , tremenduosa/ //
Tuvi tambien una alegria de leer un glosario sobre las palabras/ encargadas de la memora colectiva de trasdemar.
Muchas gracias para darme la ocasion/ sobre esta interfaz, de aproximarle !