“Soledad Anfibia” Poemas de Annabell Manjarrés Freyle

En la Revista Trasdemar difundimos la creación literaria contemporánea del Caribe
Foto de la autora / Cortesía: Juan José Martínez

Presentamos en la Revista Trasdemar una selección poética de la autora Annabell Manjarrés Freyle (Santa Marta, Colombia,1985) a quien damos la bienvenida en nuestra Revista. Nuestra colaboradora es comunicadora social y periodista, poeta y narradora. Además, es Magíster en Educación con énfasis en Lectoescritura y trabaja en la Universidad del Magdalena. Obtuvo el premio Internacional de poesía Voces nuevas de Ediciones Torremozas (Madrid, España). Es autora del libro Vía alterna, 2 +3 años de periodismo cultural (Editorial Unimagdalena, 2018). Fue reconocida por el Museo Bolivariano de Arte Contemporáneo en su aniversario número XXIX por su contribución al periodismo cultural. Asimismo, la Gobernación del Magdalena le otorgó el primer lugar en poesía y el segundo en cuento en el Concurso de Poesía y Cuento Joven 2013. También fue galardonada con el Premio Nacional de Cuento Bueno y Breve, de la revista El Túnel de Montería, con su texto “El hombre en su jaula”. Ha sido invitada a diversos festivales internacionales de poesía, incluyendo el Festival Internacional PoeMaRío en Barranquilla (2010, 2018), el Festival Internacional de Poesía de Medellín (2016, 2020), el Festival Internacional de Poesía Nazim Hikmet en Estambul, Turquía (2017), el Festival Mundial de Poesía Mihai Eminescu en Craiova, Rumania (2018) y el Festival Mundial de Poesía en Caracas, Venezuela (2022). Compartimos la muestra poética de su libro “Soledad anfibia” (Editorial Escarabajo, 2024) en nuestra sección “Conexión Derek Walcott” de literatura contemporánea del Caribe

Soledad anfibia reúne buena parte de obra en verso de la poeta y narradora colombiana Annabell Manjarrés Freyle (Santa Marta, 1985). Incluye sus libros inéditos Espejo lunar blanco (2010), Oleo de mujer acosada por el tiempo (2013) y Animales invertebrados (2017). Son en total 34 poemas, pertenecientes a distintas etapas de su producción, pero atravesados y unidos por una exploración personal de temas recurrentes como el desamor, la soledad, el tiempo y la ciudad natal, con sus encuentros y desencuentros.

La reunida en Soledad anfibia es una poesía dueña de sus circunstancias, sus motivos y sus registros, incisiva y crítica, pero de ninguna manera condenatoria. El resultado, para el lector, no es otro que el placer de reconocerse en los espejos-poemas de la poeta colombiana, una producción que le ha merecido traducciones a otras lenguas y el reconocimiento unánime de colegas y críticos.

En su poesía es particularmente persuasiva la relación de acercamiento y distanciamiento sostenida con su ciudad natal: un diálogo de materias y épocas distintas que coinciden en el tiempo de una mutua orfandad.

CLINTON RAMÍREZ C.

Soledad anfibia

Una mañana puede desprender
las cáscaras de la que ayer suspiró, y lamentarse bajo las sábanas.
Se pone de pie una máquina de carne sin el fantasma orgulloso,
renunciando al sueño unos minutos más
bajo las sábanas, bajo el tapete, bajo una culpa desconocida.
Al lado, en la mesa de noche,
una tacita sin té ni tinto te abre los brazos y dice:
“Sube la roca hasta lo más alto, pequeña Sísifo”.
Sabes que a nadie servirá ver una roca en la cima,
pero los dioses obligan.
Sobrescribir tu nombre encerrándolo en un círculo
no devolverá a la que ayer suspiró.
Tu nombre es tu vestido,
tu apellido, tu chaqueta:
Annabell Desnuda Manjarrés Freyle.
Y, por supuesto, tus zapatos no son tu destino,
pero pueden andarlo.
Has visto adormecer el tiempo,
oh, sí que lo has visto:
el cuerpo virar hacia un rincón,
en el intento de reconstruir los discursos de la que ayer suspiró.
Y quien hoy suspira anhela dormir todas las ganas de
volver
y adormecer el deseo infantil
proyectado en sábanas acogedoras
e ilusiones portátiles.
Sería más fácil acostumbrar el deseo a lo próximo o aniquilarlo
para que los días de agua o de tierra sean excelentes.
Tender la cama, en todo caso,
será como vestir el nombre
de quien a solas recibe tu cuerpo.

Autorretrato

Soy el dedo que me señala.
La que de las sombras iluminada brota.

Todo me atraviesa:
el agua, la luz, el viento,
la esperanza, mi hombre,
los sentimientos más oscuros
y los más clementes.

Me voy con los días de silencio
y me quedo en ellos.
Abrazo las espaldas de quienes
me las dan.

Obligo a los parques
a sacarme de la rutina
y es mi pelo la hierba herida
que pronuncia mi nombre.
Voy a tientas tocando cuerpos
de hombres y mujeres.

Voy abanicándome
con mis soberanos matices,
y me lanzo.

Óyeme cómo caigo
de mis falsas ilusiones
junto a ese otro
que me enseñó a volar.

Himno a Santa Marta

¡Dios te salve ciudad dos veces santa!

Nadie ha venido a salvar a la ciudad dos veces santa.
Los idiotizó el azul.
Se quedaron sentados en los parques
surfeando los maremotos.

Están cansados de las mismas caras en los cafés,
pero se convierten en lluvia
cuando fingen asombro.

Se tragaron el mar y lo vomitaron.
Heredaron la ciudad de las ventanas,
pero la ciudad de las ventanas
tiene un fondo dibujado:
aves que deambulan como bolsas de rayas azules
y una marina que le cicatrizó mal el rostro.

Nadie respondió por la ciudad dos veces mártir.
Ya no le hacen el amor después del lucero.
Lleva el pelo marginado hasta las rodillas.
Abrió sus piernas al pirata europeo.

Deberías volverte isla, Santa Marta,
desprenderte de este país sin recuerdos
y elevarte.

¡Allá va un planetoide despoblado!
¡Se arrancaron las raíces de sus árboles agónicos!

Desde las fronteras se observa
una pequeña estrella indefinida
girando
quién sabe
alrededor de otro fuego.

Portada del libro

Cucaracha bocarriba

Ha muerto la cucaracha.
Una procesión de hormigas
viene por sus restos.

Marchan como
ángeles diminutos
en los que nadie cree.

Al tropezarme con una duda
se me han paralizado
el cuerpo y el criterio.

Seca, mirando al techo,
pestañeo involuntaria
mi precipicio de conjeturas.

Una pata y un ala
resucitan
cuando una procesión
las levanta como grandiosos trofeos.

Tocará creer en diminutos ángeles
—supongo—
para desprenderse
de fatales confusiones,
y llevar en los bolsillos
una navaja de Ockham
por si las dudas
llegan a ser muy venenosas.

La mariposa negra no trajo visitas

En un rincón de la casa
abandono
mi orgullo.

Ha llegado de la calle
esa cosa negra
y despampanante
revoloteando su herida.

Busca un rincón amable para morir,
un sitio alto donde exhibir
su rabia y su tristura.

Toda la cólera concebida
se humilla ante el remordimiento
y este la culpa relamiendo
la misma escena grosera.

Ha llegado de la calle
ese ente nervioso y aterciopelado;
la casa está aburrida
y viciadas las supersticiones.

Nadie quiere a un orgullo herido
—musitan las paredes—,
desacostumbrado al descalabro
siempre llegará solo a casa.


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