“Ojo de agua” Poemas de Néstor E. Rodríguez

En la Revista Trasdemar difundimos la creación literaria contemporánea de las islas
Fotografía cortesía del autor

Presentamos en la Revista Trasdemar una selección poética del autor Néstor E. Rodríguez (La Romana, República Dominicana, 1971) a quien damos la bienvenida a nuestra Revista. Poeta, ensayista y académico, es profesor de literatura latinoamericana en la Universidad de Toronto. En poesía, ha publicado Animal pedestre (San Juan: Terranova, 2004), El desasido (Ciudad de México: El Billar de Lucrecia, 2009), Limo (Rio de Janeiro: Organograma, 2018), Poesía reunida (Santo Domingo: Zemí, 2018) y Ojo de agua: antología poética 2001-2021 (Toronto: ICE, 2021).  Compartimos la muestra literaria del autor en nuestra sección “Conexión Derek Walcott” de poesía contemporánea del caribe

Los taínos veían propicio

el movimiento circular del viento

al paso de un huracán.

Por eso dibujaban a Guabancex,

diosa de la furia,

con los brazos ondulantes.

NÉSTOR E. RODRÍGUEZ

Costa Brava

Mi calle de casas blancas
no es el sueño de nadie.
Sus techos de terracota
no son los de Cadaqués.
Como todas las ciudades fabulosas,
a mi calle la corta en su centro un río
por el que navegan todos
los barcos de papel del mundo
y alcanzan el río más amplio
de la calle Central
y se pierden en los desagües
hasta llegar al Caribe,
que es el mar más azul.
Mi calle de casas blancas
no es el recuerdo de nadie.
Solo para mí es memoria.


Diosa de la furia

Los taínos veían propicio
el movimiento circular del viento
al paso de un huracán.
Por eso dibujaban a Guabancex,
diosa de la furia,
con los brazos ondulantes.
Hoy Saturno planea sobre Escorpión
y el brillo de la Tierra
dora el lomo de los libros.
Que nadie se aventure al afuera
por más dulce que llegue la sospecha,
por rotundo que se advierta
el llamado nocturnal.


Vitilla

La tapa del botellón
ondea en su dominio de aire,
planea sobre el asfalto
de la ciudad y todas sus esquinas.
¿Qué activa ese bólido de plástico
para dar con la euforia de los niños?
¿Qué pasaje supone el golpe de la escoba
contra su pura materialidad de cometa?


Al llegar a la casa familiar

La casa sigue allí,
detenida ante el trajín de los comercios
con su enrejado señorial
y el ojo de buey observando
las inevitables mutaciones del paisaje.
¿Es Diógenes el que se acerca
con los bidones del ordeño?
Viene en un caballo maltrecho
que luce menos cansado que él.
Flérida Dolores hierve la leche
en una olla inmensa a la que me asomo
para encontrar un fracaso de nata y espuma,
pero ni un solo dolor de los del nombre de Mamá.
En la acera se alinean los compradores.
Traen botellas que regresarán rebosantes
al sopor de todas las moradas.
Sí, alguien limpia una escopeta en medio del patio.
No le teman. Bajo esa aparente reciedumbre
hay un hombre compasivo.
La casa de entonces era un mundo apacible
pidiendo sin exigencias la palabra que lo habitara.
Ya resuena el jaleo del desayuno.
Carmen se acerca desde el jardín contiguo
para dar de una alegría que contagia
a sus hijos y a mi madre.
La mesa está servida,
a su alrededor gravitan todos los apegos.


Ojo de agua

Al bajar la pendiente
que acaba en el río,
lo verán resplandecer.
El ojo de agua sostiene
el cálculo de una grieta.


Solenodonte

Por momentos, su boca se entreabría,
como si tuviera algo que decir.
Era el solenodonte
el que husmeaba con su largo hocico
el aire de la noche frente a nosotros.
Extraña escena.
Escarbaba con prisa en el suelo húmedo
ajeno al resplandor de las antorchas.
A veces detenía la labor
para extender las patas delanteras
en actitud de orante.
Entonces regresaba a su tarea
de ahondar en la tierra.
Aún me desconcierta no saber
lo que busca con tanta viveza.


El cuervo

Ese que con los ojos encendidos
imita nuestra voz
y se afana en caminar por los trapecios,
tiene la inteligencia de un chimpancé
y nunca olvida una cara.


Guáyiga

En la tierra reseca
yace una planta.
Sus hojas tienen el verdor
de las cosas propicias
que invitan al contacto
con un entonces primordial.
Pero al topar con ella
las reses la esquivan espantadas,
y hay la que desagua
para estimular la huida.


Declaración

Esto no es una ciudad, es un osario.
Y en medio de esta huesera
acecho y me sorprendo
de mi cuota de costumbre,
un esqueleto que sortea
ejércitos de párvulos.


Deja un comentario