María Joaquina de Viera y Clavijo: sentido y sensibilidad en la Ilustración canaria

En la Revista Trasdemar difundimos la crítica literaria y el diálogo cultural en las islas

Retrato de María Joaquina Viera y Clavijo, realizado por Antonio Pereira Pacheco y Ruiz.

Presentamos en la revista Trasdemar una reseña de la Selección poética de María Joaquina de Viera y Clavijo, escrita por Ramiro Rosón, miembro de nuestro comité fundador. Esta obra ha sido publicada por la Unidad del Libro del Instituto Canario de Desarrollo Cultural (ICDC), en su colección Biblioteca Básica Canaria. Compartimos la reseña en nuestra sección “Una habitación propia”, dedicada a la literatura escrita por mujeres.

Como parte de sus acciones para el rescate y la recuperación de las escritoras canarias, la Unidad del Libro, órgano perteneciente al Instituto Canario de Desarrollo Cultural, ha publicado una selección poética de María Joaquina de Viera y Clavijo (Puerto de la Cruz, 1737 – Las Palmas de Gran Canaria, 1819), quien se considera como la primera escritora del archipiélago canario cuya obra se ha conservado y a quien se ha dedicado el Día de las Escritoras Canarias de 2024. Esta selección poética de la autora tinerfeña divide su obra en cuatro bloques –poesía satírico-burlesca, poesía religiosa, poesías patrióticas y poesía de circunstancias–, atendiendo a las áreas temáticas que pueden identificarse en su producción. El prólogo, firmado por Victoria Galván González, reconstruye la biografía de la autora y la sitúa en su contexto histórico y social, a partir de las fuentes documentales disponibles.

María Joaquina de Viera y Clavijo desarrolla su obra en una época en que la mujer comienza a adquirir un protagonismo todavía discreto pero incipiente en el mundo literario: se trata del mismo periodo en que aparecen autoras como Margarita Hickey (ca. 1753 – ca. 1793), poeta y traductora de orígenes italianos e irlandeses que nació en Palma de Mallorca o Barcelona; Inés Joyes y Blake (1731–1808), poeta y traductora de origen franco-irlandés, que nació en Madrid y escribió el ensayo Apología de las mujeres; o María Rosa de Gálvez (1768–1806), poeta y dramaturga nacida en Málaga que puede considerarse como la autora más destacable de la Ilustración española. Sin embargo, a diferencia de estas autoras, quienes se dirigían a un público relativamente amplio y consiguieron imprimir sus textos en vida, el aislamiento de la sociedad canaria de su tiempo impuso mayores límites al quehacer literario de María Joaquina de Viera y Clavijo, pues la autora tinerfeña permaneció inédita hasta su muerte y solo a partir de la segunda mitad del siglo XIX comenzaron a aparecer algunos poemas suyos en antologías y recopilaciones de poesía canaria. Además de su interés por la escritura, se sabe que la autora poseía vocación de artista plástica y se dedicó a la talla de figuras en barro, pero ninguna de estas obras escultóricas se ha conservado hasta la actualidad.

Los datos disponibles sugieren que los textos manuscritos de la autora circulaban por un entorno social bastante reducido y marcado por la sombra de su hermano José, el cual, en su condición de sacerdote, desempeñó diversos cargos eclesiásticos que le permitieron conocer a las élites del archipiélago canario. De este modo, entre la poesía de circunstancias de María Joaquina de Viera y Clavijo se encuentran textos dedicados a algunas personalidades eclesiásticas de la época, como Antonio Tavira y Almazán, que entre 1791 y 1796 fue obispo de la diócesis de Canarias, o Luis de la Encina y Perla, sacerdote de origen grancanario que fue nombrado obispo de Arequipa (Perú) en 1804. Esta poesía de circunstancias cumplía una clara función social y protocolaria, conmemorando eventos o sucesos –por ejemplo, nombramientos de cargos públicos, entregas de regalos u otras ocasiones festivas– que guardaban algún vínculo con el entorno de la autora. Por ejemplo, cuando la autora modela un retrato en barro del obispo Tavira y se lo regala, decide acompañarlo con un par de octavas reales en las que pide al obispo que le perdone sus escasos méritos como escultora, siguiendo el tópico de la captatio benevolentiae, y pondera las virtudes morales del retratado:

¿Yo retratar al célebre Tavira?
¿Una mujer sin reglas de escultura?
¿Y en barro al héroe que la España admira
debiendo ser de oro su figura?
Pero tengo disculpa, si se mira
que por obsequio trabajé esta hechura
y que para que imite al natural
de barro debe ser, no de metal.

Mas ¿quién hará la copia o el diseño
de sus virtudes y sublime ciencia?
¿Quién para entrar en semejante empeño
no reconocerá su insuficiencia?
Cualquier elogio es rasgo muy pequeño,
aunque se apure toda la elocuencia;
no piense, no, que llevará la palma
el que intentare retratarle el alma.

De entrada, puede sorprender la intensa dedicación de María Joaquina de Viera y Clavijo a la poesía religiosa, en una época –el periodo comprendido entre finales del siglo XVIII y principios del XIX– en que se abre paso el pensamiento secular de la Ilustración francesa y empieza a cuestionarse el poder de las autoridades eclesiásticas en Europa. Sin embargo, esta dedicación responde a las características singulares de la Ilustración española: a diferencia de sus pares franceses, la mayoría de los intelectuales españoles de aquel periodo optó por un enfoque moderado, en el que no se cuestionaba abiertamente el poder de la monarquía y de la Iglesia católica, sino que se proponían diversas reformas sociales para construir una sociedad más próspera y justa. Igualmente, como afirma Victoria Galván González en su prólogo, “el patrón hegemónico de la educación de las mujeres se concretaba en el conocimiento de los rudimentos de la fe católica, el cultivo de las virtudes o las labores de su sexo”.

Dentro de este programa de reformas, los ilustrados españoles persiguieron introducir ciertos cambios en el culto católico: de este modo, se pretendía eliminar o reducir algunas costumbres que se consideraban inapropiadas o supersticiosas (por ejemplo, se prohibieron los autos sacramentales, gracias a la iniciativa de Leandro Fernández de Moratín, y se limitó la veneración de reliquias de santos) para centrar la atención de los fieles en el núcleo de la doctrina cristiana, potenciando aspectos como el culto al Santísimo Sacramento. La poesía religiosa de María Joaquina de Viera y Clavijo entra de lleno en el ámbito de esta sensibilidad teológica de la Ilustración española y, en este sentido, puede advertirse claramente la influencia de su hermano, José de Viera y Clavijo, quien se convirtió en uno de los escritores e intelectuales más relevantes de su tiempo en Canarias. Este interés devocional se plasma en textos como las endechas Al admirable Santísimo Sacramento del altar, en las cuales quizá la autora alcanza la cima de su expresividad lírica, con un tono que pretende inspirar piedad y recogimiento en sus lectores, desde la experiencia interior del sentimiento religioso:

¿Dentro de mí el Señor,
el increado, eterno,
el Dios de Majestad
ante quien tiembla todo el firmamento?
¿Venís a un corazón
inconstante y terreno,
queriendo hacerlo suyo,
guardando en él sus gracias y secretos?
¡Mi Dios a esta morada
llegaros tan adentro!
¿Quién soy yo, vos quién sois?
Aquí yo me confundo, y me enajeno.
Vos infinitamente
infinito e inmenso:
yo menos aun que un átomo,
o cuando más un despreciable insecto.
¿Y tu tierna deidad
busca su alojamiento,
dentro de un vil gusano,
que es todo corrupción, tierra y estiércol?
Mas, ¡ah!, que al acordarme
de vuestro nacimiento
pienso soy yo el establo,
soy el pesebre, soy la paja, el hielo.

Curiosamente, el sentimiento devocional expresado en la poesía sacra de María Joaquina de Viera y Clavijo encuentra un correlato inseparable en la crítica de costumbres que ejerce en su poesía satírica, pues en esta parte de su obra censura sobre todo el interés por las modas extranjeras que afectaba a las mujeres de la burguesía y la aristocracia españolas de su tiempo, gracias a la proyección internacional que alcanzaron la indumentaria y el protocolo social de la corte francesa en la Europa de la Ilustración. Desde una visión basada en la moral católica y el casticismo hispano, estas modas se perciben como una amenaza para el decoro de las mujeres y para el orden tradicional de la sociedad española, como reflejan las endechas tituladas Vejamen a las presuntas modistas:

Remedan a las pobres
que andan desharrapadas,
y esos andrajos cuestan
las rentas de las casas.
Encaraman sobre esto
una red, una trama,
que llaman esqueleto
y llámenla mortaja.
De ese epíteto usan
como por bufonada,
y él pudiera servirles
para ser moderadas.
Pero solo median
en las modas más raras,
en el lujo y la pompa
de la modestia infausta.
De sus ridiculeces
se defienden y exclaman,
son modas de Madrid,
de Inglaterra y de Francia.

La influencia de Bartolomé Cairasco de Figueroa se advierte en los diversos poemas esdrújulos que pueden encontrarse en su corpus literario, en los cuales destacan la agilidad rítmica y la abundancia de cultismos que favorece este recurso. La influencia de Cairasco no solo muestra el papel del Renacimiento como periodo fundacional de la literatura canaria –dejando a un lado algunas endechas compuestas en lengua aborigen, que han sobrevivido gracias a su transcripción por los historiadores–, sino también como ineludible referencia para las generaciones posteriores de autores y autoras canarios. Por otro lado, la insistencia de María Joaquina de Viera y Clavijo en los asuntos religiosos podría indicar no solo una influencia de Cairasco en lo formal, sino también en lo temático: cabe suponer que esta autora ilustrada probablemente habría leído el Templo militante del poeta grancanario, en el cual se relatan las vidas de diferentes santos, creando una especie de Acta sanctorum o recopilación de hagiografías en verso. Esta influencia se percibe en textos como A la Gloriosa Ascensión de Nuestro Señor Jesucristo, en el cual se despliega el uso del verso esdrújulo con habilidad e ingenio:

A la diestra deífica,
vestido de nuestro hábito,
aboga por los míseros,
puesto en su solio diáfano.

El corazón con júbilo
vuele en un curso rápido
a su tesoro único
y quédese allí extático.

Marchito y melancólico
queda el globo terráqueo,
pues fue a su punto céntrico
la luz de aquestos ángulos.

¿Viste aquella flor célebre,
cuyo frondoso vástago,
si es sol con ramo fértil,
es sin sol seco cáñamo?

Así el mundo ya efímero,
con desmayados hálitos,
mira la ausencia crítico
del amado en su tránsito.

La poesía patriótica aparece bien representada por los Versos con motivo de la heroica defensa que hizo la Plaza de Santa Cruz de Tenerife contra la Escuadra Inglesa del vice-almirante Horacio Nelson, que se refieren a los hechos bélicos del 25 de julio de 1797, cuando un grupo de naves británicas dirigido por Horatio Nelson atacó Santa Cruz de Tenerife, sufriendo una histórica derrota a manos de los batallones que se encontraban al mando del general Antonio Gutiérrez para defender la capital tinerfeña. En cierta forma, esta oda se anticipa a los poemas de signo patriótico y civil que, algunos años más tarde, escribirán algunos autores situados a caballo entre el neoclasicismo y el romanticismo, como Manuel José Quintana, Juan Bautista Arriaza o Juan Nicasio Gallego, con motivo de la invasión napoleónica de España y la Guerra de la Independencia. De este modo, María Joaquina de Viera y Clavijo recrea unos hechos bélicos que no conoció de primera mano –en 1782 se había trasladado del Puerto de la Cruz a Las Palmas de Gran Canaria, para acompañar y cuidar a su hermano José–, pero de los que sí pudo informarse ampliamente por las noticias de sus contemporáneos y por la conmoción social que causó este ataque bélico en el archipiélago canario, con una sensibilidad que en algunos pasajes se aparta de la rigidez neoclásica para cobrar acentos prerrománticos:

Los combatientes de la patria intiman,
harán que el fuego y balas los opriman,
si no se entregan como prisioneros,
y ellos al punto sueltan los aceros.
¡Viva España! Se grita “¡oh, qué victoria!”
¡Qué acción tan digna de inmortal memoria!
¡Las palmas, los laureles, los anales
exalten tan valientes oficiales!
Admiren las edades de heroísmo
y admírese de sí cada uno mismo,
pues de Londres lo ilustre y lo bizarro
llevan sujeto a su triunfante carro.
¡Oh, vasallos de pechos generosos,
a quien la integridad hizo animosos!
Vuestros nombres la fama los pregona
y vuestros timbres nuestro rey corona.

En conclusión, la poesía de María Joaquina de Viera y Clavijo ofrece un testimonio de la educación ilustrada y el papel de las mujeres canarias en el periodo comprendido entre finales del siglo XVIII y principios del XIX. Sus textos reflejan el “talante moral y ascético” de esta autora tinerfeña, en palabras de Victoria Galván González, pero también los límites de la Ilustración española en cuanto a la emancipación femenina, pues, como afirma la investigadora grancanaria, “se defendió la escritura por parte de las mujeres si los contenidos eran aquellos que promoviesen la devoción, la práctica de las virtudes, la moral y su rol familiar como madre, esposa o hija, que se replantearon bajo los nuevos códigos reformistas ilustrados”. De cualquier forma, el camino desbrozado por María Joaquina de Viera y Clavijo, en el cual aparece una subjetividad poética basada en la introspección meditativa y la expresión de los sentimientos, abrió las puertas a la generación de las escritoras románticas canarias, como Ángela Mazzini, Fernanda Siliuto y Victorina Bridoux y Mazzini, quienes abandonaron del todo los moldes neoclásicos para convertir la pasión en una forma de percibir el mundo.

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