De los cuadernos “Zupia” y “Maldicionario” Poemas de Margarita García Alonso

Presentamos una selección de poemas escogidos de la autora cubana Margarita García Alonso, agradecemos a nuestro colaborador José Antonio Lago la conexión para compartir en Trasdemar la obra de la escritora residente en Francia
Fotografía cortesía de la autora para Trasdemar

Desde la Revista Trasdemar, con motivo del Día de las Escritoras, presentamos una selección de poemas de la autora Margarita García Alonso (Matanzas, Cuba, 1959) Poeta, periodista, artista visual. Presenta en la isla el poemario ‘Sustos de muchacha’, ediciones Matanzas, 1988, y Cuaderno del Moro, Letras cubanas, 1991, desde entonces ha escrito desde Le Havre, Normandie, veinte libros, entre ellos tres novelas. En el 2006 funda Editions Hoy no he visto el paraíso, la primera editora virtual cubana.

Quizás se petrifica la hora y el tren me espera,

devuélvame ese cuadernillo en español

que ya no es mi lengua, ni mi invasión, nada

MARGARITA GARCÍA ALONSO
I- El vino corre
 entre los hombres
 que retiran las entrañas
 a los peces.

 Las vísceras sobre la mesa
 atraen a los gavilanes
 que planean el puerto.
 Carroñeros de mar,
 las alas extendidas
 gotean la triste lluvia
 como si fuese
 vino blanco,
 de un blanco dorado.

 Los hombres tienen cita
 en la prodigiosa pocilga
 donde el hambre
 ha elegido hábitat.

 II- Brutos sobre el trigo
 al galope en amarilla ciudad
 colindante con la gracia.
 La espuma asciende
 de los ovarios a la boca,
 se pega al marco de la puerta
 hiere con hacha
 el bajo vientre.

 Con un golpe en el cuello
 derriban al potro,
 de su cuerpo fluye miel
 pero será filete,
 una ofensa inútil
 sobre el mantel.

 III- En este puerto
 de pescadores tristes
 el mar es un charco
 milimetrado por radares

   huele a sardina
 cuando abro la boca
    entre moscas
 deshago la lombriz en dos
   y me amortajo
 en el filo del cuchillo.

 IV- El viñedo herido
 en parcelas simétricas
 exhuma zumo
 de rocío y brumas
 blanquísimo
 cual cabellera de anciano
 que recobra la pureza,
 el gusanillo amenaza
 al himen deformado
 que impone madurez
 a la uva negra.

 En la estrechez,
 la uva vengativa
 embriaga al troquel.

 El águila de mar
 olfatea desperdicios:
 nadie es de aquí,
 donde patean la frutilla

 y el nativo desespera,
 repta hasta el pez
 en el vaivén sube,
 baja la marea
 santifican la botella.

 V- Muerdo un bocadillo grasiento
 quinto o sexto en retahíla,
 desde la taberna contemplo
 a hombres y mujeres
 que solicitan papeles
 con las mandíbulas apretadas
 envueltos en la sal que molesta
 la educación del estadista.

        Son ilegales
 en la bodega de aguas,
 agua que anega el barco y
 niega los pulmones.

 Los pájaros sobre el pescado,
 el hígado de un marrón sanguinolento
   suda la triste resina
 de lo que fue océano
 océano sobre la creencia:

 el futuro es milagro,
 el pasado una grotesca gesta.
 Bebo,
 he bebido sangre de pescado
 sin poder inyectarme
 una dosis de amor,

 si me aprietan el dedo
 dentelleo el ojo del pez

 me han arrebatado
 la última pepita,
 me hacía ilusión
 sentirla entre los dientes.

 VI- No he tocado
 el filete de potro
 y canto a capela

 puede que llueva,

 por la suela del zapato
 entra fango que no es
 de mi tierra y se seca

 en el tobillo me aprisiona
 cuando bebo en la jarra
 el brebaje de aquel tiempo
 en que capaban las orejas
 y martillearon mi lengua.
 
Del cuaderno Zupia, Editions Hoy no he visto el paraíso, 2016


 Maldiciones junto al Báltico

 Maldiciones, maldiciones delicadas en sordina
 no ofenden más mis ojos, no apaciguan
 memorias, de eso se trata, de estrujar
 el escape a la nada.
  
 Cuando estaba a punto
 de perder el tren a Tcezw
 apareció el papel donde había escrito
 15h35 un billete y me sentí Gdansk
 en la multitud disciplinada
 hacía fila, sin mirar al de atrás,
 la espalda descubierta a la sentencia,
 la valija arrastrada, carcomida por
 los bordes de un sintético tan semejante
 a la piel de poros lustrados
 que avergonzaban mis zapatos,
 deshechos los lazos se enredan
 con el pantalón que cae en la dejadez
 de sentirme polonesa sin habla,
 frente a un tren rojo oxidado
 y madera de aquellos ancianos
 tiempos de totalitarismo.
  
 De un lugar a otro la lluvia fría,
 bebo el sudor de no entender.
 De Varsovia, a Cracovia enormes relojes
 dan el tiempo en romanos verdes
 por el chinchineo persistente.
  
 Persiste el vestigio de maldecir
 frente al enano de espada dorada
 que cuida el arsenal,
 la entrada al palomar desierto
 -han engañado a las palomas
 con el famoso cambio-
 de slotis de slotis de slotis
 trata la democracia.
  
 Donde se suponía que tendría un mantel,
 pan negro y ciruelas, la voz confiesa ser
 de otro lado, del bando fanático.
  
 Queda poco espacio vacío frente
 a la chimenea polonesa de ladrillos
 rojos poloneses hablan führer achtung
 volver, volver a patón mucho después al hangar
 que canta en ronco y ruidoso estribillo
 la hora de partida hacia un pueblo
 de altares encintados,
 patio de cigüeñas, manzanares y hongos
 recubiertos de excrementos
 de gallinas ponedoras que
 servirán a mi desayuno cada amanecer.
  
 Son las diez, en el puerto un barco desaparece
 tras las grúas metálicas donde el soldador
 sacó el látigo de luz
 y quemó la cerradura.
  
 El desdentado del banco me paga
 con un periódico de hace días
 manchado de grasa.
  
 Debo tener cara de papelera desde que observé
 en la ventana de Schopenhauer
 como el friso caía sobre los adoquines
 y no había nadie para morir
 de lo que no hago,
 de lo que digo para mí al atardecer.
  
 Las campanas y el vodka sobre asiento en madera,
 la taberna bajo luz amanerada por un Chopin sostenido
 que me eriza el vientre: si pudiera callarse
 de una vez ese teclado, pensaría en Aans.
  
 Quemaría el piano, asesinaría a la pianista rubia
 que también sonríe con un diente de oro,
 dedos largos recubiertos de sortijas de oro y
 blusa en polietileno que huele a sudor de días.
 Yo y el cansancio, atravesada por oscuros designios
 recorro las joyerías hebreas, bebo té negro y
 me detengo en la esquina,
 he de comer si en la consigna me devuelven
 el equipaje a tiempo,
 en ese tren tengo mi plaza, un lugar semejante
 a mi madre con sus números impares,
 números de dados, de tarots, de no pasa nada,
 diez slotis por lo mío, diez y ni uno más
 devuélvame, por favor, el cuadernillo de recetas
 medievales sobre el que reposé la taza
 de café con leche, miré usted la marca,
 el punto inicial fue mi cuarto encerrado y apestoso
 a tabaco, mi tabaco a papelillos,
 las sábanas tiradas, los pies sucios
 del corredor a la cocina.
  
 Quizás se petrifica la hora y el tren me espera,
 devuélvame ese cuadernillo en español
 que ya no es mi lengua, ni mi invasión, nada,
 otro alimento que se va, desciende a intestinos
 horadados cuando digo mierda,
 mierda, mierda qué cansancio,
 qué cansada de estar expropiada
 y da igual, poco importa
 esa palabra ya no tiene valor
 ni traduzco cuando el tren parte
 y me arrincono en la madera que cede
 anunciando el crujido que sentiré,
 sin dudas, otra vez,
                                    al final.
 
Del cuaderno Maldicionario, 2009

Margarita García Alonso (Matanzas, Cuba, 1959) Poeta, periodista, artista visual. Presenta en la isla el poemario ‘Sustos de muchacha’, ediciones Matanzas, 1988, y Cuaderno del Moro, Letras cubanas, 1991, desde entonces ha escrito desde Le Havre, Normandie, veinte libros, entre ellos tres novelas. En el 2006 funda Editions Hoy no he visto el paraíso, la primera editora virtual cubana. En su prolífera obra, numerosas portadas e ilustraciones para libros y revistas, exposiciones de pintura, creaciones digitales, animaciones, con personajes sui generis que se desplazan entre la cuántica y el universo místico que ha creado.

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