“Radiografía de La Habana” Diálogos y reflexiones entre Yanier H. Palao, Julio C. Llópiz-Casal y Laura Domingo Agüero

Fotografía de La Habana, cortesía de Roberto Salinas

Desde la Revista Trasdemar presentamos en nuestra sección de Narrativa este diálogo creativo sobre la ciudad de La Habana entre nuestros colaboradores Yanier H. Palao, poeta y artista, junto a Julio C. Llópiz-Casal, artista visual y fotógrafo, y la escritora Laura Domingo Agüero, coreógrafa y egresada del Instituto Superior de Arte de La Habana. En el año del centenario del poeta Cintio Vitier, compartimos la mirada transversal y la experiencia de la ciudad desde la óptica de tres creadores contemporáneos sobre la capital cubana

La noche de La Habana es como el avance de la vida. Uno teme en un inicio, pero después atraviesa los oasis ambarinos y comprende que nada debe temer ni esperar.

Yanier H. Palao, Julio C. Llópiz-Casal y Laura Domingo Agüero

Disfruto las publicaciones de Julio César Llópiz. En muchas de ellas él usa un vestido ajustado a través de cual se le dibuja un cuerpo casi anoréxico, y grandes gafas de lunas circulares y marco blanco. Baila bien el flaco. Nunca tuvimos largas conversaciones, eso comprueba que no es necesario sostenerlas para que surja la simpatía.

Pienso que Michaux afirmaba, “el problema de la noche sigue sin resolverse” porque su relación con el sol no era problemática.  Le tocó vivir en una París donde los problemas eran otros. En cambio a mí el sol parisino me pareció maravilloso cuando lo conocí, al igual que el de Berlín, el de Barcelona y el de Madrid. Del de La Habana no puedo decir lo mismo. Es un sol brutal. Pesa. Pica. Derrite. Casi aplasta, de hecho, lo hace. Mi problema nunca ha sido la noche porque mis problemas en la noche son con el alcohol (con su exceso o su defecto), con la comunión o con el transporte.

El asunto, para mí, es que La Habana es perfecta para dejarte a la deriva con el mejor vestido y la mayor motivación. Pero es cierto, Julio, que sólo de noche se puede ver sin fruncir el ceño, sólo de noche se puede caminar con sosiego y sólo de noche somos capaces de prestar atención a lo que de día se nos escapa por la avasalladora presencia del sol. ¡Por fin emerge la verdadera naturaleza de estas calles! ¡Por fin se revelan el sí a medias y el falso no! La noche de La Habana es como el avance de la vida. Uno teme en un inicio, pero después atraviesa los oasis ambarinos y comprende que nada debe temer ni esperar.

Yo creo que las fiestas marcan a las personas que voy conociendo, la narrativa que les rodea. Fue en una típica celebración clandestina en la que todos fumábamos yerba cuando vi por primera vez cómo una pareja de tres se besaba tratando de democratizar lo que, al parecer, no podía ser democratizado, el amor, el goce, la felicidad. Estábamos en una terraza. Me acompañaba Eilyn Lombard. Ella ya ha escrito sobre esa reunión en el prólogo de Óxido.

Yanier me recuerda al sol; pero es como un sol resuelto, como un sol que no hace nada de lo que hace el sol real de Cuba. Él es un sol que escucha, un sol que sonríe, un sol que dice cosas que siempre me ha gustado oír.

 Yanier, ¿recuerdas nuestros paseos por el Vedado, nuestros diálogos mientras desandábamos esas silenciosas calles 11 o 13? ¿Recuerdas? Veíamos los balcones cuarteados, los umbrales oscuros, y nunca recaíamos en las pérdidas. No obstante, si tengo que pensar en algo de La Habana que esté peor, pienso en la resignación. Por mucho tiempo creí que esa luminosa ciudad era un lugar de resignados, y la resignación es peligrosa porque trae consigo la indolencia y la estupidez. Pero ahora sé que no es así, que tan solo estábamos esperando a que uno se levantase para levantarnos todos. De cualquier modo, en aquellos años de incertidumbre tú y yo salíamos con deseos de combatir las tristes monotonías y nos reíamos de las ceremonias y los líderes, y de los aduladores, sobre todo de los aduladores, en un simple paseo por 23. Y teníamos fe en que las cosas cambiarían.

Laura me pregunta, ¿eres feliz en Quito, Ecuador?, y no le contesto. Me quedo sin palabras. Es algo horrendo quedarse sin palabras, es como quedarse sin aire, sin poder respirar. Leo de nuevo su mensaje. No quiero engañarla, lo cierto es que no sé qué responder. ¿Fui una persona feliz en La Habana? ¿Es feliz el chico que baila con un vestido a rayas? ¿Ser joven es ser feliz? ¿Ser joven es ser disidente? Yo he sido disidente sexualmente, políticamente, con mi familia. No he sido nada de lo que los demás esperan de mí. No tengo novias, tampoco tengo novio. No soy un buen hijo, tampoco malo. No maltrato a mis padres, tampoco les demuestro amor. Algunos al conocerme me dicen, pero no eres cubano. Todos me exigen algo que no soy. Me exigen interpretar, falsear, sostener, una persona que no habita en mí. Bailar se ha convertido en una tiranía como sostener la risa hipócrita que muchos logran con tan solo estar frente a las cámaras. Sigo, en conclusión, sin responder a la pregunta de Laura mientras leo sus publicaciones, que son mesuradas, como si escondieran algo, o mejor, no quisieran que a través de las mismas se revelase la verdadera persona que ella es. Estoy en una foto en su casa con el pelo corto. Esa noche bailamos juntos. Bailar es una tiranía, sobre todo si eres cubano y no sabes moverte, y vives fuera de la isla. Pero Laura sí sabe moverse, es coreógrafa y ha sido profesora de ballet. Nunca me pareció, por cierto, que esa disciplina danzaria fuera un arte sino más bien un deporte, gimnasia, competencia. Una vez acompañé a Laura a una fiesta de celebración que hubo después de un estreno de una coreografía. Observé de cerca los cuerpos que antes había visto en el escenario. Vi los cuellos de cisnes alzados, el andar con la columna recta, os ojos maquillados, el esmalte en las uñas de ciertos hombres. Y todo eso me molestó. Me molestan los bailarines porque ellos tienen el cuerpo que yo quisiera tener.

No importa, Yanier, que no sepas bailar porque has bailado siempre moviéndote de un lado a otro, de charla en charla, de poema en poema. El baile al que se refieren esos ecuatorianos es un baile que saben los bailadores, no los cubanos. Laura, por ejemplo, baila como los que entienden la danza y la saben practicar, pero es que ella se asemeja a la brisa. Sí, eres como la brisa, Laura, te desplazas como ella y refrescas. Te adaptas al espacio. Te mueves de un lugar a otro casi sin que podamos percibirlo. Por eso cada vez que trato de localizarte estás en México, o en Roma, o en Madrid. Es tu naturaleza y sabes poner a otros como si aire fueran… Los haces respirables.

Llegué a La Habana después de un año fuera del país, enfermé de dengue y acabé en el cubículo de un hospital. Desde mi cama se veían unas palmeras y la torre de la Plaza de la Revolución. Estaba rodeada de enfermos, parientes de estos enfermos, y de un personal médico que dictaba e incumplía las reglas. Estando allí mi sufrimiento principal se debía a las constantes extracciones de sangre que me hacían sentir una mezcla de desasosiego e injusticia. Creo que uno debería tener la potestad de no permitir ciertas cosas sobre su cuerpo. De todos modos, nunca perdí de vista que aquel estado en el que me encontraba por culpa de un mosquito le daba puntos a La Habana, incluso contra mi voluntad.

Aún no respondo a la pregunta de Laura, ¿qué es la felicidad para un ser como yo? Uno que abandona la ciudad amada, el país de nacimiento, para llegar, para obtener, para ser más libre. Bueno, la libertad nunca ha sido sinónimo de goce. Mira, yo pienso que somos tres tiempos verbales para narrar una ciudad, yo, (Yanier), tú (Julio), ella (Laura).

Quizás todo sea una cuestión de aspirar a la plenitud. La plenitud y la cúspide no creo yo que se experimenten en la faena terminada sino cuando se espera todo, se confía, se apuesta. Suelo experimentarlo al inicio de un poema, o durante los primeros días de montaje de una coreografía. Luego llegan las dudas. Yo pienso, cuando estoy creando algo de danza, que quizás tengo algo de dictatorial dentro, porque soy muy perfeccionista. Y me cuestiono todo, y reflexiono sobre el nivel al que pueden llegar las cosas. Pero a la vez en ese mediodía de la creación hay mucha luz, una descarga de energía extraña y fértil que me provoca felicidad y miedo. Y recuerdo que las cumbres son así, claro que son así.

Yo sólo digo que ustedes son mi son y mi brisa predilectos, son mi punto de referencia. Por eso siento un triángulo en el cual Quito, Roma y La Habana son los ángulos como una obra de Land Art imaginaria. El sol, la brisa y yo que soy la tierra, hasta hoy. Si me hago fango, Yanier me seca, si me vuelvo partículas, Laura me mueve en el espacio y yo tiño de carmelita las superficies. Esa es mi metáfora.

En las tardes las auras tiñosas pasan volando hacia el interior de La Habana. Van unas detrás de otras hacia el sur. Sus alas apenas se mueven, su ritmo es pausado. Amo La Habana y su relación con la muerte y la libertad.

El punto es que la libertad de movimiento es decisiva en mi escritura. Redacto una oración y me levanto de la silla. Veo los picos de las montañas nevadas en Quito, la lluvia cayendo por el sur, la proximidad de la nube al barrio donde resido. Otra vez estuve con Laura en un ensayo en la Escuela Nacional de Ballet. Los alumnos eran niñas.  La voz de mi amiga no era dulce ni melodiosa. Se había transformado, daba órdenes, estimulaba a los jóvenes a llegar cada vez más lejos. Las adolescentes se miraban en los amplios cristales que cubrían el salón. Al ver a ese grupo de niñas en pubertad pensé en las concentraciones en la Plaza de la Revolución. Creo que nuestra escuela de ballet es una de las mejores porque el pueblo cubano se ha acostumbrado a un solo líder, a una sola doctrina, a un solo partido político. Es un pueblo poco rebelde, disciplinado como un bailarín profesional ante la voz del maestro. Quizás por eso me fui del país, de la ciudad enferma, rota, dañada. ¿Por qué, a fin de cuentas, insistimos en conocer, pertenecer a una ciudad, un país, un cuerpo? ¿Qué tiene que ver La Habana conmigo, con todo esto? ¿Un cuerpo me hace feliz? ¿Una ciudad en ruinas que vive de fiestas en fiestas, que destruye a su gente, una revolución que mata a sus hijos o los disminuye me hace feliz? Pero, ¿qué es esto? ¿Estoy hablando de amor? Bueno, volví a quedarme sin palabras como ante la pregunta de Laura.

Está bien, es posible que sea lo mejor, dejarlo aquí por ahora. Mira, a la próxima les mando una foto o unos versos… o una instrucción para hacer arte conceptual divertido. Jajajaj. ¿Qué dicen?

Digo, Julio, que cuando te conocí pensé que la dirección que ponía tu carné de identidad era: Paseo de la Avenida de los Presidentes, entre 23 y 25, banco 2. El motivo es que G y su sociedad de fantasmas ávidos, inquietos, conmovedores, te pertenecían. Pero ya se veía desde hacía rato que ciertas cosas iban a irse a bolina y a pesar de ello nosotros andábamos discutiendo, oscilando en la misma ciudad, preocupados por el arte, la gente, tratando de entender con sumas improbables y laberínticas disertaciones, el aleph de la cuestión nacional. Y había danza en nuestras expectativas e inconformidades, y en nuestras manos, en las tuyas, Yanier, y en nuestros ojos, en los tuyos, Julio, en el modo en que arqueábamos nuestras espaldas al reírnos, en la forma en que gesticulábamos y en el misterio de la noche y, en especial, en La Habana. ¡Cuánta danza hay en La Habana, por Dios! ¡Cuánto dolor, cuánta poesía y cuánta danza hay en esta ciudad!


Laura Domingo Agüero (La Habana, 1985). Escritora y coreógrafa. Egresada del Instituto Superior de Arte (ISA) de La Habana. Ha sido reconocida en concursos nacionales y extranjeros. De su autoría son, De invocaciones y otros límites (Proyecto Literal, México, 2014 / Colección Sur Editores, Cuba, 2015 / Editorial Guantanamera, España, 2016) y País sobre las aguas (Ediciones Sed de Belleza, Cuba, 2019 / Lebeg Edizioni, Italia, 2021).
Yanier H. Palao (Holguín, Cuba, 1981) Escritor, restaurador y artista de la plástica, miembro de la UNEAC. Obras publicadas: Sombras del solo, Ediciones Holguín, 2005 (Poesía). Peces en bolsas de nylon, Ediciones Ávila, 2009 (Poesía). Premio “Poesía de Primavera” de la A.H.S en Ciego de Ávila, 2008. Música de fondo, Ediciones La Luz, 2010 (Poesía). A la intemperie, Ediciones Holguín, 2011 (Poesía). “Premio de la Ciudad”, Holguín, 2010, y “Premio Puerta de Papel”, del Instituto Cubano del Libro, 2013. Vaciados, Ediciones Aldabón, 2011 (Poesía). “Premio Cauce”, UNEAC Pinar del Río, 2010. Esteros, Editorial Abril, 2013 (Poesía). “Premio Calendario” en Poesía, 2012. Es coautor, junto a Luis Yuseff, de la selección La Isla en versos: cien jóvenes poetas cubanos. Ediciones La Luz, 2010. Recibió la beca de creación literaria que otorga el proyecto “Torre de Letras”, que dirige la escritora Reyna María Rodríguez, 2016. En el 2018 publicó por Letras Cubanas Óxido. Por diez años estuvo laborando en la restauración del centro histórico de la Habana. Producto de ese trabajo sus manos envejecieron prematuramente. Quiso ser arqueólogo, geólogo, todo lo escondido, lo enterrado le fascina. Sus artículos de opinión aparecen con frecuencia en; El museo de la disidencia. El árbol invertido. Alas tensas. Su libro más reciente es “País excéntrico” (Iliada ediciones, 2021)
Julio Llopiz-Casal (La Habana, 1984). Artista visual que trabaja la instalación, el performance, la fotografía, el video, el diseño y la escritura. Su proceso creativo consiste en traducir estados de ánimo en imágenes, desde nociones como la historia, la cultura de masas y la poesía.

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