Desde la Revista Trasdemar compartimos el ensayo de nuestro colaborador José Miguel Perera, dedicado a la figura y la obra de Baltasar Espinosa Lorenzo (1937-2018) autor vinculado al grupo poético de Poesía Canaria Última, compuesto por la generación de voces poéticas de la generación de 1965. Se incluye un anexo con poemas del autor extraídos de la separata “Poesía” de Cuadernos Hispanoamericanos, 1964
Más allá de o junto a los nexos y similitudes, cortes y diferencias –en los orígenes o andares sucesivos– con el abanico de escritores de interés que dio Poesía canaria última, el gesto propio de la escritura de Baltasar Espinosa (Gáldar, 1937 – Madrid, 2018) reclama detenimiento. No en vano, para las escasas y escogidas bocas que a su vera se han arrimado a picar, hay muy poca duda sobre el aplauso merecido, y ello a pesar de su tímida y salteada y recortada y retardada puesta en escena a lo largo del tiempo, alejado además de las farándulas y la pesantez de los remolinos, clandestino en medio de los asistentes protagonistas, distanciado de escenarios y estrados… Porque ya en aquellos inicios balbuceantes algo que con él entraba se venía llamativo, algo cabizbajo y renqueante pero tembloroso en su escurridiza y atractiva palabra-vida. Y por eso han ido a buscarlo algunos selectos, necesarios y hambrientos del verbo y las resurrecciones; y por eso han ido a rescatarlo salto a salto por los tiempos Sergio Domínguez Jaén, Jorge Rodríguez Padrón o Ángel Sánchez, quien no casualmente prologa ahora esta poética sobre la que a continuación vamos a ensayar, la de sus Obras completas felizmente editadas en este 2021 por Mercurio Editorial de Jorge Liria.
Desde hace décadas, como tantos poetas del suyo y de otros tiempos, la poesía de Espinosa estaba en mí palpitante, mas probablemente haya sido cierta insistencia en labios del escritor Miguel Pérez Alvarado la que acabó de señalarme que en ella había algo que rascar para el oxígeno del mundo. Es más, sus amagos de contacto con el poeta no eran nuevos, y no pocas veces me ha narrado los fallidos intentos por dar con su paradero o el peculiar acercamiento que entonces sí tuvieron, en casa de Rodríguez Padrón y Pizca, década ha…
Era, en suma, la intención del compañero Pérez Alvarado recopilar y editar su obra, y con esta finalidad había hecho activar mis lazos en Gáldar para dar con sus familiares cuando, ¡oh, grata venida!, me encuentro el anuncio de la inminente presentación del volumen deseado. Iba a ser patencia gracias a la inquietud bendita nacida en Josefa Molina, empujada a su vez por el testimonio reivindicador escuchado en foro público al mismo Ángel Sánchez. A ella, sin duda alguna, hay que agradecer el esfuerzo para hoy tener la posibilidad de nutrirse de este libro ansiado, que recoge el grosor de la producción de Baltasar Espinosa, incluidos unos cuantos inéditos en posesión de la familia; si bien pudiera haber todavía algún otro texto repartido por revista o prensa periódica. De hecho, nosotros vamos a aportar, al final de este trabajo como «Anexo», seis poemas no incluidos en el tomo, de los primeros que escribió, y que modificarían la fecha de inicio reproducida en el subtítulo del libro: por ellos sabemos que desde 1961 (y no 1962, como reza; dato cerciorado igualmente en el título original de Los días: 1961-1967) Espinosa había fijado textos. La intención aquí, tras hacer nuestra interpretación de algunos subrayados de su escritura, es ofrecerlos al público para su conocimiento y contribuir a mejorar y completar –en una segunda edición que seguro habrá en las manos de Mercurio y de Josefa Molina– esta buena nueva aterrizada en los epidémicos tiempos que navegamos.
Tiempo y memoria
El tiempo es un motivo tajante en la poesía de Baltasar Espinosa, desde los comienzos subterráneos, desde el grueso bloque de título –precisamente– Los días, hasta los finales, por detrás de sus inéditos. Tal es la hondura de este suceder durativo que altera su condición para ser lugar, tiempo tornado espacio (allá insistente de la página 68), en un conato por hacer palpable la estricta identidad intangible de las diacronías. Para nuestro poeta es consustancial residir en el tiempo con una pretensión física que se cerciore en cada nuevo itinerario, en cada viaje, en cada inédita ubicación: los otros caminos que se abren por la tierra son el resultado contrastivo y restante de (y con) la rememoración. Por eso son posibles otros mundos, por eso la esperanza sobre su errar sucesivo: cuando presente, futuro y pasado se trenzan en la extensión que advierte su marcha, montado en el caballo –para lo bueno y lo malo– del «nada vuelve» (p. 82), entonces los recuerdos se entremezclan con los vanos y los huecos pretéritos para la respiración regenerante de la memoria, que así acciona novedad. «Habita / los recuerdos, los olvidos» (p. 152), dice en De la sombra (1995) para recordarnos, al son, la profundidad del perenne Lo inolvidable y lo inesperado del francés Jean-Louis Chrétien, con sentencias tales como «el olvido es a un tiempo la miseria y la salida de la miseria», reserva utópica del tiempo inmemorial que vagamundea sobre una moto imposible para transformar las realidades.
La infancia, recuerdo y olvido, en Espinosa es «asunto fijo» (p. 158), constitución del tiempo en la plegadura del mar, de la que hablaremos. La existencia dispone entonces de una raíz, «un azadón / implacable, / fijo reloj de tierra» (p. 171), a pesar de todo, a pesar de la irrecuperable inocencia que ha hecho coloración sepia (p. 180) la inmensidad de todas las experiencias vividas o por vivir. Pero es esa hondura llena de faltas –reiteramos– la que promueve los imprevistos «días otros», «los sin venir» (p. 192). Y en ellos somos y no somos, somos y salimos del ser, como tan estrictamente se sintetiza en «Helada brizna» (p. 194), uno de los poemas con mayor gravedad en este tomo: «En este otro mar, en puerto así, / tan lejos, tan en andurriales / de aguas más tuyas, sin fecha en el atrás / varaste, perseguidor del tiempo (…). // No eres tú / el que hasta aquí hoy vuelve / ni es alguien diferente (…)».
El tiempo, la memoria recurrida («más tenaz que el tiempo / la memoria», p. 142), y sus mecanismos sinuosos, conforman la humanidad, su futuro trampolín hermanado al olvido que conjuntivamente hacen el cuerpo milagroso de levantarse, y de andar, al compás de un agua que, a rachas diagonal, «llueve / desde dentro» (p. 169). Y aunque el pulso poético de Baltasar Espinosa siempre transite a rente de la nostalgia y la melancolía, nunca en ellas fondea, y –en cualquier caso– en ese su estar constante al filo de ellas las revierte más hacia alante transformantes que hacia atrás paralizadoras.
Amor
Así como en el grancanario se ajusta un tiempo deseadamente material y corporalizado, es reiterada la cercanía amorosa y familiar, contrapunto a veces con ganas de estallido cósmico, mas irremediablemente concreta y, por esto mismo, trágicamente faltante, carente: porque nada de lo que fue es ni será en los cotidianos modos del existir derivados. Donde emerge un nacimiento hay potencialmente un deceso. Las dedicatorias hogareñas que regala a algunos de sus próximos parecen inseparables –por la acción del tiempo que es distancia– de su dialéctica ausencia, de una adjunta despedida ya sin freno, para la ultimidad. Los textos muestran la necesidad reincidente de templar la indefensión del niño que lleva en él, con lo que una y otra vez busca en cualquier sótano o cielo aliabierto la protección de sus progenitores: «… el mar, la mar, / padre y madre juntos, agua inicial…» (p. 141), precisamente el maramor del que un día subió a la vida (p. 172). La boca abierta, de ansia inestable por esa sed originaria que arrasa, es el disimulado y zigzagueante sino de Baltasar Espinosa, que se va regenerando «golpe a golpe pordioseando amor» (p. 202), de tumbo en tumba.
El querer tórnase, en profundidad tal, silencio de honda trascendencia (p. 143) que, por infinito deseo inalcanzable, siempre es cojo, nunca repleto: «humano / amor / ayuno, / en mucho falto» (p. 144); vestido con una delgada transparencia que envuelve la soledad constitutiva como individuo que –porque es y no– se sabe comunidad, familia, grupo; recovecos del amor a veces siervo (p. 211) y otras veces dador de la vida (p. 215).
Se trata de un sentimiento primordial que se concretiza en amigos, pero –dije– con tensión de herida en la carne familiar, que se aproxima regada de elementalidad de valores en la hermana (p. 161), en la madre (p. 149, p. 261), en el padre (p. 150, p. 287); con una humildad aguda que diría vasculante entre lo toroniano y lo quesadiano. Por una cercana vereda van, en lazo, los referentes del sustento insular que aúpa esta poética, topónimos y antropónimos tatuados en su piel: sean galdenses (pp. 140-150), grancanarios (p. 108) o conejeros (p. 185). Aunque tan allá (poesía desde el exilio la llama Pérez Alvarado en un corto pero sugerente texto que le dedicó, en noviembre de 2016, en Cultura de La Provincia, suplemento dedicado a Poesía canaria última), Baltasar Espinosa los reproduce hoy, esto es, al revés que más arriba: distancia que se hace tiempo; casa, municipio e isla que se mudan, en sus itinerarios, hueso y nutrición tangibles del presente y los mañanas. Todos esos nombres propios ahora «lejos, y tú yéndote con ellos, en camino, lejos» (p. 187). O lo que es lo mismo: edad de oro que, primero plata oxidada, se constituyó después damnificado y sobreviviente bronce del futuro…
Mar y mal de fondo
«El insondable, antiguo, sabio mar / donde naciste, Baltasar, donde naciste» (p. 215). En él, como en tantos otros isleños de letra, por allá de simbologías y metáforas, el mar es bien literal, cuero que lo envuelve donde quiera que vaya o ancle, atado especialmente a las orillas, «donde más te reconoces» (p. 131). La mar es progenitoramente paridora –anotamos–, espejo suyo (p. 155) conformador de los desnivelados cimientos corpomentales de la identidad: mar propio y de los otros, familiar, mas también secreto y hondo (p. 167), nunca clausurado y novedoso. El mar, literal y exacto, en él pronuncia, habla y escribe («Yelmo y defensa», p. 200), es el que salva, punto clave para su existencia, incluso aunque a veces merodee un «frío de mar / muerto» (p. 275) o lo envuelva la sangre (p. 285). Sea como sea, cuando la columna vertebral de las mareas se acopla armónicamente al cuerpo distanciado del poeta, pasa que, con sincera y creíble sonrisa, «ya no escribes / de la sombra» (p. 174).
Porque lo habitual e insistente es que haya una sombra, un mal de fondo… Se suele afirmar o dejar caer que la escritura de Espinosa tiende al pesimismo, y creemos que –efectivamente– algo de eso se maneja. No obstante, matizaría que más bien la impulsa un a pesar de todo…, que no es lo mismo. En este sentido, lo que hasta esta altura hemos escrito insufla en sus detalles ciertas dialécticas primarias de lo humano; así que cuando aceptamos que Baltasar Espinosa tiende en ocasiones directas a las bajuras es porque, a la par, otras veces transpira en esperanzas, «amando todo» hasta las lágrimas frente a la marea (p. 110), ironizando incluso dignamente con el dolor («Son las nueve», p. 117) como pulmón fundamental de los pulsos.
La muerte es explícita y consciente en él (p. 216), nunca deja de mirarla, suerte de catastrofismo aceptado que en los límites de la consciencia se va transmutando (desdibujándose), después de todo y a pesar, en una fe que no acaba nunca de olvidar aquel amor constituyente que se afirma como la gaviota, a contraviento (p. 191). Aunque «la mucha soledad / y aquello / irreparable / vuelven / siempre»; y aunque «te sabes desamado» y esté tan claramente «la vida destrozada. / La vida destrozada» (p. 154), estamos encima y seguimos sonriendo por allá de los entendibles escepticismos o los tan frecuentes descensos. Diría que entre todos estos enseres y jallos de Baltasar Espinosa se eleva una implícita apuesta pascaliana por la vida tras cerciorarse, en las oscuras y forzadas fronteras del raciocinio, de que «LA VIDA no es mejor // LA MUERTE no es mejor» (p. 127).
Incluso más: junto a todo lo anterior, y con la evidente certificación de los tumultos de la existencia que hermanan y apiadan, el galdense apela a no olvidarnos nunca del sufrimiento de los demás como ético esqueleto, y menos cuando estemos inmersos en los arcoíris de la alegría: «jamás olvides / lo oscuro de lo oscuro, / lo oculto, / el injusto, sumido, obligado, / silencioso y diario / sufrimiento de los seres» (p. 157); constantemente con esta su perspectiva muerte-vida (más que vida-muerte) que promueve la decidida política actitud del débil junco vertical en su elocuente y clarificador poema «Por más que sepas» (p. 173).
Noche, sombra y sueño
La significativa disposición de la noche genera, en la lírica de Espinosa, una connotación entre la tradición y sus sutiles maneras, más que nada en Hormas (1977). Se acumula como línea irracional, oculta y desconocida, inexacto disimulo, misterio de la luz en la (in)definición de sí mismo. Se toca su perspectiva muerte-vida abierta y legible en «Tú mismo»: «Llega / la noche / y trae con ella la informe voluntad / de sus misterios…» (p. 102); donde –además– se muestra un despliegue a trozos del ser como distintivo («ellos eran tú», «tu revés, / el verdadero», «el otro, este»: p. 105). Desde Los días y sus comienzos hay en la poesía de Baltasar Espinosa un diálogo de voces con ecos, desdobles, cuchicheo íntimo y colectivo, segundas personas… él mismo muerto-vivo o alma cuasintercambiable que se hace sucesiva herencia hasta en Desdibujándote (2001). En esta vida redoblada llegan a intervenir incluso, para más inri, ciertos juegos de la quiromancia (p. 114) multiplicados en otras noches (p. 115) que pueden revertirse densamente nieblas (p. 128).
Comentaba que el mar harmonía equilibraba amablemente el trato que, en la extensión de la noche y sus luces, se canjeaba con la sombra: la misma protagonista que en De la sombra viene unida a la noche final de las Hormas. Los poemas, en este espirálico menudeo nebloso, parecen querer fingir, como esbozando algo complejo: fábula, deseo, trapicheo, máscara…, embozado mobiliario sígnico en el que «nadie / hará demora», probablemente por sus intratables y tambaleantes, anticonservadoras inscripciones. Porque la memoria, aquella memoria, avanza retrospectivamente hacia el futuro limpiando malezas, o en el peor de los casos detectándolas para amortiguarlas. La sombra es, contradictoriamente, la que aguijona e interviene en este cruce de enigmas que verbalmente habrá de zafarse para el caso, para este trascendental caso. De ahí su condición necesaria de poeta, para asaltar las posibilidades con las asombrosas semillas de su germinación lingüística; y de ahí también su crecimiento a contrasombra (p. 217) bajo la ley del azuzamiento continuo de lo que falta y de lo que resta.
Y el sueño, aliado de la memoria por los subterráneos, igualmente impenitente, interviene de manos todo instante con la noche-sombra, ya que es un emblema de escurridizo aceite sugerido: algo utopía (p. 61), algo fantasía (p. 88), fantasmagoría o redoble del pasado. Por arriba o por abajo, delante o atrás, el sueño de Espinosa tiende a metamorfosearse en parte del amor irremediable: «sin sueños», desamado y despiezado solamente, no se existe (p. 154), por lo que «tal tu vida / mientras aguardas, solo, / a quien de veras / despierto sueñas, dormido sueñas / sin tregua / y doblemente» (p. 164), cacho de poema realmente revelador de lo que con ceguera –y sin posible remedio– he podido sugerir en esta gaveta última de párrafos.
Pa(i)sajes interiores y precipicios corpoverbales
Los versos del poeta se me figuran un alto, largo y extensible pa(i)saje interior, de pasillo invertido, «cada vez / más dentro / que la propia e inmensa noche que creaba» (p. 76). Pa(i)saje percibido más por el tacto del pie que camina que por visión alguna. Además, ¿no es tonsurarse, aunque sea rapadura bajo distante ironía, una especie de ademán simbólico interno en tanto aminoramiento de algunas sobras del cuerpo? (p. 118). La memoria también era lluvia con dentro, y chispichispi corpoverbal hacia el suelo es la disposición de la mayoría de sus afilados poemas-precipicios: verticalísimos, flechas descendentes de inevitable destino, en ocasiones sajadas y magulladas con versohorizontales paradas. Porque esas son las formas de su memoria, de su amor y de sus noches perpendiculares en sombras, que bajan a los sueños recipientes por las escalas de palabras.
Este es uno de los estigmas somáticos más evidentes del torso de esta poesía, sostenido en su rico lenguaje de curiosos elementos, tales como algunos de los que hemos ido desgranando. Pero hay otros más, entre los que sobresalen las asiduas y reiteradas enumeraciones de vocablos que se juntan, por acumulación (a veces graduales: véase «Fluyente», p. 203), a esos versos largos prosificados que aludíamos renglones atrás. La dirección que la voz suave del escritor lleva, rectilínea y con peldaños, hasta el fondo de la página necesita, por incapacidad humana, el esfuerzo retenido y titánico del exacto e imposible nombrar. Dolor en la precisión, en su propia enunciación apocada: poética de «sombrío labrar de las palabras» (p. 193), y que en una variante posterior igual fue «hondo» (p. 282). Sin auxilio, bordea con un término que lo lleva a otro para más acercarse, y a otro y a otro… en ocasiones hasta más de diez vocablos –sustancializados o adjetivantes o verbalizados– en el intento de palpar un matiz que no parece tener fin. La flecha descendente del poema se calma entonces, exhala limitaciones y contenciones, se retarda, procura un ritmo más pausado y alterno, respira en su memoria musical todo lo que no es y discontinúa el designio de lo que ya ligero no podrá frenarse, rumbo a lo ilimitado…
Por mucha cita de autoridades y consonancias librescas que aparezcan enmarcando estos textos, tenemos la impresión de que el grancanario ejerce con milimétrico cometido, sobre todo, la labor de un artesano manual que carece (no por desconocer, sino por hambre insondable de siglos) de materiales para sus producciones, y entonces tira con lo que a su alrededor encuentra, y entonces desembucha o desemboca, sondeando… ¿Y no es este el trayecto que todo poeta ha de seguir para dar con la voz que lo singularice y aplome, aun nunca estando exento de sustratos lectores? ¿Es que no son los poemas de Baltasar Espinosa excepcionales traperas, finas y estiradas por el sur, manufacturadas a partir de pegostes de un humilde glosario elemental para la supervivencia? En esta veta alargada, visto desde el presente, no nos parece casual que Rodríguez Padrón escribiera hace ya bastante que Espinosa «es un poeta sin malear, muy personal y que no se deja arrastrar, por falsos cantos de sirena, hasta los escollos del adocenamiento o los más peligrosos de una poesía fiada en la repetición de fórmulas más o menos establecidas» (Lectura de la poesía canaria contemporánea, t. II, Islas Canarias, 1991, p. 551).
Sus estrofas tienen algo de cuerpo-noche y, para contrarrestar sus abismos, de alguna manera, por segundos doran la píldora de la existencia (de ahí que a veces utilice las facilonas expresiones mísmicas del tipo «noche / de / la / noche», p. 158; «llueve / lluviosa lluvia sin cesar lluviando», p. 169). Aunque lo fundamental y asiduo es que el pa(i)saje descrito lo pintan conceptos básicos, limpiamente desnudos, aparentemente sencillos pero –hemos ido desplegando– cargados de un universo complejo en sinuosidades, perceptible desde que descubrimos que estamos ante una vida y un verbo raídos y preñados, para su resistente certificación, por la búsqueda, por el aprendizaje y por la paciente carrera tras el nunca saciado conocimiento.
Toco aquí –por todo lo dicho y algunas cosas más que en la recámara aguardan, entre el recuerdo y el olvido de nuestras pausadas lecturas–, en Baltasar Espinosa, en todos sus lustros, un verbo repleto de interrogaciones, atractivamente paradójico en su dialéctica sin síntesis («sin oír oyes, sin saber sabes», p. 146; «sin ver, / sin verse, / ya viendo / todo», p. 150; «su muy sordo / cuchicheo», p. 152; «como quien ve algo que no ve», p. 296); pero sobre todo, por encima de cualquier presente mal, impregnado de un prometido mar por allá de sus orillas, que invitan.
ANEXO
Seis poemas que no aparecen en las Obras completas, presentes en la separata Poesía [1960-1964], Baltasar Espinosa, Cuadernos Hispanoamericanos, octubre de 1964, n.º 178.
El grupo de textos está encabezado por esta cita de Virgilio, muy significativa a la luz de su obra entera y una vez fallecido el poeta, pues muestra sin filtros las honduras que se trajo entre manos desde su prehistoria lírica: «Feliz el que ha podido conocer la causa de las cosas y ha puesto debajo de sus pies todos los miedos y el destino inexorable».
Aparte de los seis poemas que no fueron insertos en libros posteriores, están también presentes «Gozo» (4-62, incluido con variantes en Hormas con el título «Burlador»), «En la casa» (1-63, incluido con variantes en Los días), «Miraba» (4-63, sin cambios en Los días con el título «Miraba al río»), «Oniria» (7-63, inserto con variantes en Hormas con el título «Sueño») y «Centro» (11-63, en Hormas con el título «Caudal» y una cita del Salmo XL, 9). Al final se incluye la que –suponemos– era la dirección de su domicilio madrileño en aquellos años: Baltasar Espinosa – Profesor Waksman, 8, 7.º – MADRID.
DE PROFUNDIS
Se van hundiendo
los ojos.
«Es el sufrimiento», dicen.
Y el sufrimiento
sigue dentro.
El doctor famoso
observa y diagnostica:
«Es el sufrimiento».
Y anota
los latidos, gota a gota
registra la sangre, mide
la tristeza que ella lleva.
«Corra, respire
aire, no sueñe,
la esperanza es nuestra
sin preguntas,
tomará también
la píldora milagro».
Así termina
la consulta con el sabio.
El sufrimiento
sigue,
dentro, dentro:
acabará
cuando acabemos muertos.
(4-61)
JURAMENTO
El hombre
borre el sexto,
acuda
al segundo,
hágalo
su ley,
palabras
de amor
escriba
estando solos,
no llore,
ponga la verdad,
la entregue,
sea corazón
y compañero.
(5-62)
PROPÓSITO
Venga
nuestra mano
y salte
la máscara,
deshaga
los telones
de maldad,
los traicioneros
lienzos,
el hambre,
la miseria,
el pensamiento pobre
de los ricos;
rompa,
el aire
llegue
libre,
pueda abrazarse.
(5-62)
PRECIO
El
mismo
destino, tú,
igualadora,
vertical,
nos entregas.
(Como precio
la mentira,
esta
espantosa
soledad).
(2-63)
TRES POEMAS
1.
La palabra
era mi certeza.
Cuántas veces erré, hijo
de la muerte,
sin nadie.
Ahora
creen suya
toda verdad
mentira.
(Dolerá
lo que hagáis).
2.
El umbral
abierto siempre
a todos.
Si no fuera
por la súbita alegría
que el propio conocernos
comunica, el umbral
abierto siempre
a todos
sin remedio.
3.
Aquí no.
El corazón del hombre
tocas
y te mueres.
Temblor
no será
nunca
lo más íntimo.
(8-63)
IDENTIDAD
Si
otra vez
solo
despiertas en la calle
y luz
no hay
o bien
enormes soles negros
metálicos
inmensos,
y el gran cuchillo
celosamente
preparado,
y cada adoración
o Dios
por tierra,
los hombres
enemigos
de los hombres
vencidos,
no amor
o acaso la exacta
rápida
única
visión
de todo lo anterior
y lo que sigue
–escrito
o a escribir–
y otros profetas
todavía
diciendo
megatón
mas no descalzos
y sí vitaminados
a conciencia
tranquilos
con el buen aire
repartido:
«Pudimos detener
la noche», o
«Señores,
es cierto que deben ser
exterminados
por la buena
paz
paz
paz
que les concierne»,
«La utopía
está a punto,
el gran reino
inmejorable»,
si mucho más
aún
como sucede,
si el hospital
lleva
directamente
y bien previsto
hasta los mármoles
o polvo
con todos
dudando
alrededor
sin saber
cómo
o cuándo
¿es cierto?,
¿por qué?,
mil más
porqués
aunque la cosa
siga
dando vueltas
puesto que al fin
y al cabo
sería también
inútil
un parón
en seco, o da igual
ya que
«visto y no visto
y no me acuerdo»:
si ocurriera
nuevamente
buena señal sería
para el metabolismo
tuyo,
dato indudable,
segura existencia.
(9-64)
José Miguel Perera (Arucas, 1978) es Doctor en Filología Hispánica por la ULPGC. Poeta, investigador, crítico literario y profesor de Enseñanza Secundaria de Lengua y Literatur. Actualmente imparte clases en el IES Doramas de Moya (Gran Canaria). Colabora en diversos medios y revistas. Es coordinador de la revista electrónica BienMeSabe.org (www.bienmesabe.org), en marcha desde el año 2004. Ha publicado los siguientes cuadernos de poesía: Trenístenla es venida (2003), Espíritu de campanario (2016), La boca de las alucinaciones (2018), Que nada de esto es silencio (2019) y Ancho de ánimas (2021). Literatura canaria con identidad (y más allá) (2017) es un volumen de crítica cultural y literaria. Edita, junto a Oswaldo Guerra Sánchez y Miguel Pérez Alvarado, 10+-3. Poetas das Ilhas Canárias / 10+-3. Poetas de las Islas Canarias (2018). Ha preparado algunas ediciones de obras literarias, entre las que está la conocida Comedia del recibimiento (al obispo Rueda) del poeta fundacional insular Bartolomé Cairasco de Figueroa. Además, coordina la Biblioteca Sebastián Padrón Acosta, uno de los primeros intelectuales insulares dedicados a la historia y la crítica literarias, sobre el que realizó su tesis doctoral. En el ámbito educativo, ha publicado dos cuadernos didácticos para la enseñanza de la Lengua y la Literatura en Secundaria: Monagas somos todos. Enseñanza del español de Canarias desde la obra de Pancho Guerra y Canarias desde su literatura, ambos de 2010. Ha participado en varios proyectos educativos, especialmente vinculados a los llamados Contenidos Canarios.