
Desde la Revista Trasdemar presentamos el ensayo de nuestro colaborador José Kan (México, 1988) Poeta y escritor originario de Isla Mujeres en el caribe mexicano, ha cursado estudios de Psicología en la Universidad Autónoma de Campeche. Con motivo de nuestro primer aniversario, nos ofrece una lectura de la insularidad inspirada en el acercamiento al libro del escritor surrealista canario Agustín Espinosa, titulado “Lancelot 28°-7°: Guía integral de una isla atlántica” publicada en 1929 y reeditada recientemente en Canarias por Itineraria editorial
¿La literatura insular acaso se caracteriza por una melancolía por el territorio?
Quien ha vivido bajo tales circunstancias, sabrá bien que la travesía no siempre termina en buen puerto, porque a fin de cuentas, Lancelot nos recuerda que la ausencia de significado deja a un pueblo a merced de las inclemencias del olvido, a punto de la desaparición.
JOSÉ KAN
Pueblos, astros e islas
No hay duda de que el mar, la travesía y el reconocimiento del territorio, son imágenes que han estado presentes en nuestra tradición oral y escrita a lo largo de la historia, y que han servido para reflejar la manera en que percibimos la relación entre el cuerpo y el espacio, entre la bahía y el continente, entre lo que se vive como un paisaje interior y como una constante búsqueda de viaje a suelos desconocidos, al punto que hoy en día, hablamos de
una literatura insular; no como una simple adjetivación del territorio, sí como una condición, una visión del mundo, un verdadero puerto desde donde vislumbrar la escritura.
El mar como sombra de la bóveda celeste y los astros como un reflejo vertical
de archipiélagos que trazan una cartografía onírica en el atardecer
de la experiencia humana
Desde Ítaca a las Antillas y de Homero a Aimé Césaire, la circunstancia de vivir rodeado de agua (símbolo universal y característico de lo inconsciente en la psicología junguiana) ha permitido encontrar un significado singular a la necesidad de nombrar lo que se mira desde cierta altura, un significado repleto de faros, de rocas y de barcos en la distancia. ¿Qué nos orilla a buscar en el mito del Océano la similitud entre un camello y un islote? ¿De dónde proviene el impulso por reescribir la travesía del retorno a casa y darle nombre de palmera? Para reflexionar alrededor de estas preguntas, tan solo tendríamos que considerar nuevamente las palabras de Paul Dermée, que nos anticipan el rumbo a seguir, si surcamos por primera vez el mito de la isla de Lanzarote a través de la mirada de Agustín Espinosa:
Crear una obra que viva fuera de sí,
de su propia vida, y que este situado,
en un cielo especial como una isla
en el horizonte
Camellos, palmeras y cisternas
Qué difícil tener que nombrar una emoción, una necesidad o una sospecha y no tener las palabras a la mano para poder explicar el recorrido de tales angustias. Qué difícil no lograr describir el lugar de origen, no tener una guía integral que explique el nacimiento de la nostalgia que rodea al mito insular de quien se observa desde otra orilla. En 1929, Agustín Espinosa se encontraba en Lanzarote; al parecer la reflexión sobre la condición del relato fundacional de la isla le resultaría doblemente inevitable, pues mientras que por un lado la vanguardia insular de los poetas canarios ya venía izando la bandera de una mitología atlántica, por el otro, la ambigüedad en las diversas versiones que daban sustento a este mito, al parecer le resultaron insuficientes, ya que desde su visión se encontraba en una isla sobre la cual era necesario decir algo. De nuevo nos rodea la idea de que pisar tierra firme no es suficiente, de nuevo fijamos la vista en el horizonte, en la incertidumbre que la realidad nos incita.
Por eso quien recorre por primera vez las formaciones de Lancelot, puede encontrarse con una guía en la que, más que describir, Agustín Espinosa se dio a la tarea de reinterpretar, como si de un sueño se tratara, todo el contenido manifiesto que a diario se le presentó a manera de símbolos que finalmente conformaron el lenguaje de esta isla interior llamada Lanzarote. Escrita de manera fragmentaria pero con una cohesión en sustancia, es una clara muestra del intento de crear un Lanzarote nuevo.
Sitio de tierra clara para el caballero/navegante que busca descanso
de los aspavientos de la multitud, Lancelot es un canto al ruido de la mañana
A-islar-se también es una forma de unirse al mundo
¿La literatura insular acaso se caracteriza por una melancolía por el territorio?
Quien ha vivido bajo tales circunstancias, sabrá bien que la travesía no siempre termina en buen puerto, porque a fin de cuentas, Lancelot nos recuerda que la ausencia de significado deja a un pueblo a merced de las inclemencias del olvido, a punto de la desaparición.
El héroe, el suelo y el horizonte
La travesía de quien deja un hogar elemental, recorre un nuevo espacio y crea una obra a partir del acto de describir lo que se mira en el horizonte, le permitió a Agustín Espinosa mostrarnos en la imagen arquetípica de Lancelot, el territorio que se encontró este viejo héroe al dejar Bretaña y asentarse en Lanzarote. La brisa de África y de las islas del Mediterráneo, propiciaron la forma en que fue colocada cada pieza en esta nueva tierra prometida. Lancelot y la isla son el mapa que orienta el viaje de retorno y explican el porqué de la relación entre el libro y la ínsula, entre el sujeto y su esencia. Al adentrarse en este puerto uno puede encontrarse con el paisaje paralelo entre Nazaret y Mozaga, con el viento sobre las iglesias, en los techos y puentes, con el mar y dragones cósmicos que nos recuerdan que el mito logra explicar lo que a la razón le resulta un misterio y que ese proceso no necesita del tiempo ni del arraigo para ser aprehendido.
El héroe homérico, marino, aquel caballero octogenario que deja atrás la mesa redonda, su travesía por el desierto; su muerte condenada al olvido y su significación que terminará por convertirlo en santo patrono de la actividad turística, podrían dar cuenta de aquellos símbolos que se usaron para indicarnos lo necesario para defender el triunfo de la isla sobre el continente. El triunfo de la brisa sobre la memoria, de lo vital sobre la aparente ausencia de significado. ¿A que nos referimos con insularidad? ¿Acaso será solo la distancia geográfica la que lo explique? ¿Son la brisa, el mar y la isla símbolos de una condición interna que nos empuja a la subversión?
Lancelot 28º-7º [Guía integral de una isla atlántica] es la prueba de que el individuo, el libro y la palabra, no pueden encontrar sino trascendencia en el horizonte de quien se explica a sí mismo a través de la condición de permanecer a-isla-do.

José Kan (México, 1988). Su infancia transcurre en Isla Mujeres, situada en el Caribe mexicano. Escritor y poeta autodidacta, realizó estudios en Psicología en la Universidad Autónoma de Campeche y forma parte del taller literario “Proyecto Escuela de Escritores Campechanos”.
Fue becario del Festival Interfaz-ISSSTE Yucatán (2015) y acreedor de la beca PECDA 2016 por parte de la Secretaria de Cultura de Campeche. Ha participado en encuentros como las Jornadas Pellicerianas 2019 en Tabasco. Actualmente se desempeña como reportero en medios de comunicación mexicanos. Ha realizado diversas lecturas poéticas y ha colaborado en revistas de diversa procedencia.