
Presentamos en la Revista Trasdemar la serie de colaboraciones especiales en homenaje a Andrés Sánchez Robayna (1952-2025), el poeta Iván Cabrera Cartaya desde Tenerife comparte el texto “En aquel final de siglo“, dedicado al profesor de la Universidad de La Laguna. La serie de homenaje está ilustrada con la fotografía de la serie dedicada a Andrés Sánchez Robayna, cortesía de Daniel Mordzinski
Vi lo crucial que era no olvidar que el origen de la poesía y de la palabra estaba en su grumo fónico, en el “grano de la voz”, para decirlo con Roland Barthes, en su pura sonoridad, en su materia, que la poesía, al margen de lo que quiera decir a través del poeta, se funda en esa carnalidad de la palabra y en la matemática de su música, de ahí la importancia de estudiar métrica, figuras retóricas, seguir el recorrido de los mitos, temas y conceptos en las distintas lenguas y tradiciones que han regado Occidente
IVÁN CABRERA CARTAYA
No diré yo sobre Andrés nada mejor ni más interesante de lo que pueden hacerlo otros amigos y poetas que lo conocieron mejor. Siempre, cuando se da la muerte de una personalidad de su talla, se suelen enumerar méritos, libros, premios, distinciones, etc., o a valorar su obra para colocarla en el lugar que merece. Algo necesario, pero prefiero irme a finales de los años 90, a algo más entrañable e íntimo, cuando lo conocí en el aula 1.9 de la primera planta del aulario de Guajara. Yo lo había leído ya en mi instituto, que en su biblioteca tenía varios números de la revista “Syntaxis” y algunos libros suyos.
Tenía diecinueve años y recuerdo que estaba nervioso porque Andrés ya era un mito para mí, no podía creer que fuera a tenerlo como profesor de “Textos literarios de los Siglos de Oro” y en el curso siguiente de un monográfico sobre don Luis de Gongora. Era el único profesor de la carrera, que recuerde, que leía y nos hacía leer poesía en voz alta, comprobar (la llamaba “la prueba de la voz”) la calidad del oído del poeta estudiado, el único que en la ficha de clase nos pedía que pusiéramos una lista de autores y libros favoritos: creo que esa lista, con mis lecturas elementales de entonces, nos unió y nos llevaba a salir muchas veces de la clase conversando.
Yo escribía, empezaba a escribir y tenía muchas dudas y mucho apetito lector: me desesperaba por leer más, por leerlo todo. Andrés preguntaba en clase, apreciaba el dato raro y justo, sonreía, asentía en silencio y dejaba que yo mismo despejara mis dudas. De su biblioteca personal me cedió no pocos libros para hacer trabajos o preparar exámenes de otras asignaturas: por ejemplo, un estudio de Antonio García Berrio, dedicado, sobre la poesía de Jorge Guillén.
Con Andrés y a partir de él aprendí mucho y vi lo crucial que era no olvidar que el origen de la poesía y de la palabra estaba en su grumo fónico, en el “grano de la voz”, para decirlo con Roland Barthes, en su pura sonoridad, en su materia, que la poesía, al margen de lo que quiera decir a través del poeta, se funda en esa carnalidad de la palabra y en la matemática de su música, de ahí la importancia de estudiar métrica, figuras retóricas, seguir el recorrido de los mitos, temas y conceptos en las distintas lenguas y tradiciones que han regado Occidente.
Hoy, que con tanta facilidad se escribe poesía y aparecen poetas que no saben un poema de memoria, medir sus versos ni una figura retórica, lo que aprendí de Andrés es el esfuerzo, el “ostinato rigore”, la dificultad, entender que el lenguaje es a la vez un problema (Mallarmé, Valéry) y una fiesta (Stevens), el respeto a un pasado mayor que nos engloba a todos, sabe más de nosotros que nosotros de él, y ante el que sólo cabe agachar la cabeza, como Dante en su “Commedia” al llegar al círculo de los soberbios, y aprender con mucha humildad, paciencia y estudiar hasta el último aliento.
Eso es lo que puedo sintetizar ante todo lo que se puede decir de un hombre que me llevó verdaderamente, como en un viaje en el tiempo, al siglo XVI y XVII para amar a Garcilaso, Aldana, Cervantes, Huarte de San Juan, Quevedo, Góngora, Pietro Bembo, Dante, Camoens, Ludovico Ariosto, Torquato Tasso, etc., etc. Non nobis, domine, non nobis; sed nomine tuo da gloriam.
Iván Cabrera Cartaya (Tenerife, 1980) Ha publicado los libros de poemas Arena (2001), Obsidiana (2004), Fragmentos de sentido (2006), Cariátides (2007), Bajo el cielo innumerable (2007), Un sueño de esplendor (2010), Diálogo en el desierto (2011), Para ser recitado al viento sibilante (2013), Creencias de verano (2013), Noche en jardín destruido (2015), las plaquettes Alētheia del sur (2017) y Zaranda (2023), el libro de entrevistas Bajo la bóveda del tiempo (2009), y los libros de relatos Tentaciones al caer la tarde (2015) y Vigilia en Velora (2021). Poemas suyos han sido traducidos al italiano, al francés, al griego moderno y al alemán.