“Ángel Guerra, recolector de jallos” Por Oswaldo Guerra Sánchez

Especial Día de las Letras Canarias 2024

Especial Día de las Letras Canarias 2024

REVISTA TRASDEMAR

Presentamos en la Revista Trasdemar nuestra serie especial dedicada al Día de las Letras Canarias 2024, con motivo del homenaje al escritor lanzaroteño Ángel Guerra. Compartimos el ensayo “Ángel Guerra, recolector de jallos” a cargo de nuestro colaborador Oswaldo Guerra Sánchez

El hecho de que el Día de las Letras Canarias se dedique este año 2024 al autor conejero, nos da la oportunidad de referirnos a su expresividad, a la expresividad de Ángel Guerra, algo que afecta indivisiblemente tanto al lenguaje como al territorio que lo acoge

OSWALDO GUERRA SÁNCHEZ

En ocasiones, si una obra literaria contiene excesivos términos considerados “locales”, corre el riesgo de ser etiquetada como “costumbrista”, “regionalista” o con cualquier otra lindeza terminológica (¿”nacionalista”, tal vez?), algo que hoy, a todas luces, sería extemporáneo, pues cada etiqueta se inventa para algo concreto, cada una para su momento histórico y hoy, por suerte, el lenguaje es alma, no vestido. Me pregunto si estas clasificaciones, cuando se usan sin rigor histórico, son el resultado de ciertos complejos de superioridad, o de inferioridad, según se mire.

José Betancort Cabrera (Teguise, Lanzarote, 1874 – Madrid, 1950), más conocido por Ángel Guerra, ha pasado a la historia de la literatura (¿qué literatura?) como alguien que arranca del costumbrismo para, eso sí, superarlo, o como un escritor regionalista… canario, de principios del siglo XX, justo cuando el modernismo nos enseñó a mirar el espacio propio a través del lenguaje. Situarlo en esa cuerda floja delata, a fin de cuentas, dos polos magnéticos, realmente complementarios: los escenarios y personajes abordados en sus relatos, por un lado, y el uso de ciertos elementos lingüísticos, por otro. El hecho de que el Día de las Letras Canarias se dedique este año 2024 al autor conejero, nos da la oportunidad de referirnos a su expresividad, a la expresividad de Ángel Guerra, algo que afecta indivisiblemente tanto al lenguaje como al territorio que lo acoge.

En su relato Al jallo, publicado el 9 de agosto de 1907 en El cuento semanal (Madrid), podemos leer este párrafo (advierto de antemano que las cursivas son del autor): “Era necesario esperar que viniesen unos cuantos días de reboso, y el mar embravecido echara jallos a la orilla, con los montones de algas, aquellas sebas que se repudrían al sol y que, negreando entonces, quitaban el dorado color a la arena de la playa”.

Para un cuento de aquel tiempo, destinado a lectores madrileños en particular y peninsulares en general, la expresividad del autor isleño se debía a una mínima exigencia de comprensión. Por eso jallo y seba aparecen con una marca tipográfica. No había de tener problemas con la primera de ellas, pues aparece bien explicada (siempre en cursiva) a lo largo de todo el relato, aparte de que le da el título. Seba, sin embargo, requería una inmediata aclaración: “montones de algas”. No me propongo censurar al escritor por hacer más comprensible el texto a sus lectores. Todo lo contrario. Pretendo exponer en pocas palabras el as y el envés de una escritura que lucha por ser natural (sin que este concepto se oponga a literario, pues son dos dimensiones distintas) pero revela las tremendas suturas que condicionan el lenguaje de autor en el camino hacia la expresividad personal y genuina.

En su marcado de palabras, Ángel Guerra deja atrás alguna otra que, con seguridad, uno de sus lectores no canario le hubiera preguntado en una tertulia de la Corte. Me refiero, concretamente, a la expresión “días de reboso”. El Diccionario histórico del español de Canarias menciona varias autoridades que la usan: Galdós, los hermanos Millares Cubas, Luis Morote, Alonso Quesada, el propio Guerra, etc. Todas ellas escriben la palabra con la grafía s canóniga, aunque no falte quien por ultracorrección la escriba con z. “Reboso: Mar de fondo con oleaje en la costa y subida de la pleamar hasta límites fuera de lo normal”. Ya nos pasó durante mucho tiempo con un topónimo de la capital grancanaria: sebadal, que hasta no hace tanto lo escribían como cebadal (sic.).

Ángel Guerra opta deliberadamente por un vocabulario que muestre la idiosincrasia de la cultura marina que él mismo eligió para que tomara protagonismo: jallo, seba. Pero además es “elegido” por aquella otra expresión que se le escapa, “días de reboso”, que se desliza entre otras de más o menos calado poético, como repudrir o negrear. El novelista quiere deliberadamente expresarse en una clave, y esta clave, al final, lo supera. He aquí la expresividad lograda del literato, la de un recolector de palabras que, a sabiendas de que estas son los jallos de su propia cultura, es decir, los desperdicios hallados en la arena, los colecciona, no obstante, con la esperanza de que no se pierdan, de que queden encapsulados para diseminar su sentido a futuras generaciones. Aunque algunas se le escapen.

Pero Ángel Guerra va más allá. Porque es un gran escritor sabe que, si su labor de recolector se quedara en los estantes de una biblioteca, o en los de un museo lleno de cráneos exhibidos para curiosidad de visitantes ávidos de autoctonía, todo sería en balde. Las palabras muertas no sirven para nada. Hay que revivirlas. Por eso a continuación, apenas unas líneas más adelante en el mismo relato, llena de sentido toda su escritura al revelar la costumbre de sus mayores, no como arqueólogo, sino como alguien que está embebido hasta las entrañas de lo que le rodea, de lo que bien conoce, que es de lo que puede hablar cualquier escritor que se precie, la expresividad en las lindes de la experiencia:

“Sobre la arena de la playa encontraba esqueletos de peces muertos. Ya sabía. Eran aquellos endemoniados pastores que, a la bajamar, en cualquier caletón de canalizo estrecho en la entrada, formaban la pared y envenenaban las aguas del charcón, para matar el pescado, con la sabia lechosa de las tabaibas arrancadas en los cercanos matorrales”

Un relato cuasi antropológico contado en 1907 sobre las Islas Canarias orientales, que cualquiera que viva hoy en Gran Canaria reconocerá como el origen ancestral de la fiesta del charco en la Aldea. Desde el caletón hasta las tabaibas, la caja de resonancia verbal de este texto es suficiente para quitarnos el sombrero ante la poderosa mirada de este escritor que merece ser releído a la luz de la modernidad.

Un brindis por un escritor moderno a secas: Ángel Guerra, José Betancort Cabrera.


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