Félix Francisco Casanova
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Presentamos en la Revista Trasdemar nuestro dossier de colaboraciones especiales dedicadas a la obra de Félix Francisco Casanova (La Palma, 1956-Tenerife, 1976), autor homenajeado en el Día de las Letras Canarias 2023. El ensayo “Conmoción de lo bello” es cortesía de la autora Lucía Rosa González desde la Isla de La Palma
Los secretos de la creatividad son inescrutables. Y tal oscuridad nos complace y perturba. Ojalá pudiéramos descifrarlos, pensamos. Pero no es así del todo. En el acto creativo el alma poética respira liberada de ataduras o bien enfangada en el barro. He aquí la paradoja, he aquí la seducción. En la relectura de Félix Francisco Casanova vibra un recóndito flechazo que domina nuestra voluntad
LUCÍA ROSA GONZÁLEZ
Como si quisiéramos descubrir aún algo más sobre su arte poética, alelados nos sumergimos en la obra de Félix Francisco Casanova (La Palma, 1956-Tenerife, 1976) no solo para justificar su singular atracción, sino por las huellas que su originalidad literaria ha grabado en la posteridad. He aquí la obra peculiar de un adolescente cuya esencia vital intensifica la intuición poética que la muerte prematura truncó.
Un frenesí lúdico y un juego enigmático colorean la prosa de El don de Vorace, con un ritmo dinámico que se ralentiza próximo el desenlace, esta es la única novela que escribió el malogrado Félix F. Casanova, muerto por un escape de gas a los diecinueve años, y que sobrevive imperecedera como su protagonista, Bernardo Vorace, héroe de la eternidad, mas no de la vida que le induce a masacrar una y otra vez su destino inmortal. Hay lucidez en los diálogos frescos, ágiles, irónicos, rayando el sadismo, y siempre ese coqueteo sigiloso o brutal con la muerte. Las contradicciones de Vorace son desconcertantes como sus convicciones poéticas: «Los poetas que más me gustan son aquellos a los que aún no he leído». Desafía excéntrico los sueños y es capaz de inventar la noche para soñar que muere: «Tanto tiempo sin asistir a un entierro que ya ni recuerdo lo que se hace con los cadáveres». Y al mismo tiempo «Anhela la fuente de la sabiduría, de la aventura, de la paz».
En El don de Vorace la vida se despliega veloz, cruel, poética. A su vez la muerte vagabundea por sus páginas insólita y surrealista. Tal recurso paradójico nos hipnotiza, significa que Félix Francisco Casanova nos ha entregado no solo la longevidad de su juventud, sino la precoz madurez de su talento, y ese afecto hacia su insolencia verbal es una prenda estética irrenunciable.
Una novela turbadora que no te deja impasible: «¿Pero las guitarras respiran? No, no me hacen falta los pulmones, ni corazón ni mente. Distinguidme ahora que exploto. Astillas de música en la pared». Así concluye Bernardo Vorace la audición de jazz de Coltrane, un éxtasis fulminante.
En Hubiera o hubiese amado, Diario íntimo (1974), desfila en estado puro el interior de Casanova enmarañado con destellos críticos sobre sus lecturas, la emoción de la música tan presente en su obra, el relato visionario de los sueños, su vitalidad, la intertextualidad con El don de Vorace, con su poesía. Nos vierte en su agua que es el mejor refugio para un poeta, nacer y morir enlazados por el mismo vínculo. No había caído en la cuenta de que un ser superior jamás elige tierra, el enigma del suelo; y Félix Francisco Casanova, que lo intuía y que además no besaba como tú y como yo sino sonidos «Besé a la Voz por teléfono el día 15 y nos queremos mucho», no desperdició ni un segundo para ser un aullido. «La primera vez que bajé al valle/ me sorprendió que la yerba no fuese agua/ tal como parecía desde la montaña”. Pero con los sentimientos dañinos fuera del círculo de su aura: «Guardo el odio de Rimbaud, lo comprendo… y lo vuelvo a soltar», decía ahuecando el pelo; liberar el odio del lodo en que nos hunde y lanzarlo al otro mundo como un dardo. Aunque se trate del odio de Rimbaud.
«¡Qué alivio!…/ Eres un árbol y/ no puedes seguirme.» Es la poesía de Casanova, tanto la improvisación como el razonamiento conforman su suerte poética no exenta de chispazos filosóficos, casi una revelación. Lean La memoria olvidada, la avispada sorpresa que remata el poema como un alumbramiento. Así en el poema «Día de avalúo»: «Enumérense, amigos/ y defínanse./ Dejen los velos/ al pie de la escalera./ Midan mi llaga/ y busquen remedio. Por donde han entrado/ pasé antes yo». Hay una madurez poética que late subversiva al borde de la perplejidad y que sugiere, por momentos, el presentimiento de la brevedad de su vida, fundamentada en la riqueza que la avidez lectora y el placer por la música aportan a su poesía. Su intención no es agradar a los lectores, hecho que sucede en muchos casos en la poesía actual, sino más bien amamantar su apetito insaciable anticipándose a la realidad, imaginarla y transferirla, extraerla de su profundidad misteriosa y, con el tamiz del tiempo, ofrecernos su dicha y desaliento. Del libro Cuello de botella, rescataría el poema «Pájaros»; de La memoria olvidada podría alargar una ristra de títulos que justifica su coraje poético, tales como «Mira el sexo del agua», «Tensa el pellejo, «Música de ozono» o «Si nos destrozamos en una pesadilla».
Y aunque nos atraiga el estilo vivaz y clarividente de La memoria olvidada, en el libro Una maleta llena de hojas, hay poemas que dignifican el talento de Casanova sin riesgo de menoscabar su radiante verbosidad: «… Y es que estoy enamorado/ de la noche, mi propia sombra». Ahora su sutileza va emparejada tanto con la melancolía como con el sueño sediento, revancha de la primera, sed del último, frutos de su imaginación desbordante. En el intenso poema «No hay instrumentos para esta música» en el que «El jinete se duerme en su caballo/ que es a la vez un sueño del jinete…» nos sugiere el soñador de Borges en Las ruinas circulares: «En el sueño del hombre que soñaba, el soñado se despertó». Y en el hermoso poema: «Estar entero, sentirse agua/ ya llovida, ventolina meciéndose/ en la avenida sangran/ farolillos su oro al mar,/ nada llenándome, tu palabra/ no me toca, soy yo./ Larguísimo instante sin latidos:/ ocurrimos como el pasar de hojas/ en la noche», palpita la desnudez del agua, pero también la levedad del tiempo en cada movimiento, en cada quietud. Un aliento oriental que nos seduce transfigurados sus versos finales en casi silencio.
Los secretos de la creatividad son inescrutables. Y tal oscuridad nos complace y perturba. Ojalá pudiéramos descifrarlos, pensamos. Pero no es así del todo. En el acto creativo el alma poética respira liberada de ataduras o bien enfangada en el barro. He aquí la paradoja, he aquí la seducción. En la relectura de Félix Francisco Casanova vibra un recóndito flechazo que domina nuestra voluntad. En el caso del poemario Agua negra, existe la tentación de que retomemos La memoria olvidada, pero hay algo en esta Agua negra que lo impide, algo oculto y tentador que te dice no, no lo hagas: «Imanes», «Proverbio yankee» o »La misma vieja historia»; el poema largo «Conversación» o «Eres un buen momento para morirme» te recuerdan la inquietante virtud que encierran estos poemas.