
Presentamos en la Revista Trasdemar la serie de colaboraciones especiales en homenaje a Andrés Sánchez Robayna (1952-2025), el poeta Antonio Arroyo Silva desde Gran Canaria comparte el texto “Y de eso hace 40 años casi“, dedicado al profesor de la Universidad de La Laguna que dirigió la Revista “Syntaxis“. La serie de homenaje está ilustrada con la fotografía de la serie dedicada a Andrés Sánchez Robayna, cortesía de Daniel Mordzinski
Fue el que inauguró en La Laguna (y en Canarias) la asignatura Literatura Canaria y eso fue una gozada. Por primera vez y de forma ordenada y exhaustiva fuimos conociendo a los grandes autores de nuestra tierra, desde el Renacimiento hasta la actualidad de los 70
ANTONIO ARROYO SILVA
Quizás sea el menos indicado para hablar de Andrés Sánchez Robayna, pues hacía unos cuarenta años que no nos veíamos. Y ahora, tras su fallecimiento, ese reencuentro va a ser imposible que se produzca. La vida y la lejanía hicieron que nos perdiéramos la pista. Yo estuve 30 años en un Instituto de Secundaria de Santa María de Guía y cuando Andrés iba a dicha localidad a dar charlas, por ejemplo, de su admirado (nuestro) Manuel González Sosa, yo estaba de vacaciones en La Palma o en otro lugar. Una pena. Yo quise tener ese reencuentro.
Recuerdo cuando llegó a la Universidad de La Laguna. En 3º nos daba unas conferencias muy interesantes, sobre todo sobre la poesía transcendente de Gustavo Adolfo Bécquer. En 4º, ya en la especialidad de Filología Hispánica también me dio alguna clase, pero no recuerdo cuál. Lo que sí recuerdo bien fue el último curso, del que era nuestro flamante tutor. Fue el que inauguró en La Laguna (y en Canarias) la asignatura Literatura Canaria y eso fue una gozada. Por primera vez y de forma ordenada y exhaustiva fuimos conociendo a los grandes autores de nuestra tierra, desde el Renacimiento hasta la actualidad de los 70, claro.
También nos impartió Literatura del Siglo de Oro y un curso sobre Góngora. Mucho aprendí de Andrés. Un día me dijo que pasara por su oficina porque quería hablar conmigo de poesía, pues conmigo valía la pena hablar de esa materia fuera del ámbito académico. Esa primera vez me comunicó que había leído mis poemas en la sección del periódico El Día, «Un poema cada día» que llevaba mi compañero de clase Damián Estévez y que esos poemas le parecían una birria. Sin embargo, veía atisbos que me llevarían más lejos. Coincidí con Andrés, pues mi forma de expresión había cambiado y no estaba contento con eso. Al día siguiente dijo en clase que aquellos que tuvieran poemarios le dejáramos una copia. Así sin más. Yo le dejé lo último que estaba escribiendo. Cuando lo leyó, en clase, delante de todo el mundo me alabó como «gran descubrimiento». A mí los colores me iban del rojo al blanco. Esos escritos los fue publicando, uno cada semana en el suplemento del periódico La Jornada Deportiva, Jornada Literaria. No fue la primera vez que pasé por su despacho. Unas veces me llamaba él; otras, iba yo sin previo aviso. A pesar de sus múltiples ocupaciones, siempre tenía un rato de una hora para mí. Una vez, ante un poema mío que le gustó mucho me sugirió un cambio. En vez de que todos esperamos haber vivido, ¿por qué no que todos esperamos ver vivido? Pues claro, ahí estaba el eco del lenguaje y la pulsión que yo buscaba. Otros días, según ese afán de búsqueda y aprendizaje que buscaba me iba apuntando lecturas; incluso me prestaba sus libros personales sobre poética, de Octavio Paz, Valente. Me regaló la primera traducción que se hizo de Wallace Stevens y muchos más detalles inolvidables. Me hablaba de Francis Ponge y de sus poetas. Me invitó a su casa del ático de Heraclio Sánchez y me presentó a muchos escritores, sobre todo de Barcelona, que no dejaban de ir a Tenerife a visitar a Andrés.
Aparte de esto, también me relacionaba con Olga Rivero Jordán, de la que aprendí a mirar y entender el mundo a través de la imagen. Con Olga Luis, Roberto Cabrera, con Leocadio Ortega, mi inolvidable Juan Carlos Romano y los poetas que se llamaban Joven Poesía Canaria que entonces giraban en torno a Pedro García Cabrera, sobre todo con Ernesto Delgado Baudet, Roberto Toledo Pellicer y Fermín Higuera.
Tengo la certeza absoluta que mis contactos con Andrés Sánchez Robayna me trajeron esa conciencia por el lenguaje poético tan necesaria para mí. Confieso que en un primer momento la poesía de mi profesor me influyó sobre todo en esa primera época de publicaciones en Jornada Literaria que yo recogí en un poemario inédito titulado Captura del silencio. No fue publicado en libro hasta hace dos años en mi antología Hacia la luz. Paralelamente hubo otros intereses y otra lecturas que me marcaron.
Terminando el curso Andrés me propuso quedarme en La Laguna. Él quería dirigir mi tesina y, posteriormente, mi tesis sobre Emeterio Gutiérrez Albelo. Le había contado que Emeterio y un tío político mío eran amigos íntimos desde la infancia en Icod, hasta el fallecimiento de ambos. Y Domitila, la viuda, y mi tía África seguían viéndose muy a menudo. Tenía todas las puertas abiertas de Icod. Incluso hice descubrimientos interesantes sobre la primera poesía de Emeterio Gutiérrez Albelo.
Al final, mi situación económica me hizo decantar por las oposiciones a Secundaria y no pude seguir bajo la tutela de Andrés. Y de eso hace 40 años casi.
A pesar del tiempo y la separación solo tengo palabras de agradecimiento que van dirigidas a ese lugar donde la poesía es verdaderamente pura y absoluta.
Cuando falleció mi hermano Enrique yo tenía ocho años y con mi mente infantil yo seguía viéndolo sentado en lo alto de la escalera de mi casa. Nada decía al respecto, tampoco le hacía caso a nadie con eso de rezar para que descansara. Yo no recé, porque al rezar se iba.
Estimado Andrés, donde quiera que estés, tu cuerpo está descansando; pero el cuerpo del mundo que me enseñaste seguirá girando en torno a nosotros. Yo no rezo, porque si rezo te vas de lo alto de la escalera de la poesía.

Antonio Arroyo Silva (Santa Cruz de La Palma, 1957) es Licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de la Laguna. Ha sido colaborador de revistas nacionales e internacionales. Ha publicado libros de poemas: Las metamorfosis, Esquina Paradise, Caballo de la luz, Symphonia, No dejes que el arquero, Sísifo Sol, Subirse a la luz. Antología esencial, 2014, (español-rumano), 2014, Poética de Esther Hughes, Mis íntimas enemistades, Ardentía, Fila cero, Bahía borinquen, Música para un arjé y Los círculos dorados. Las plaquettes Material de nube, Un paseo bajo los flamboyanes y La nada de arena. En ensayo, La palabra devagar (Idea-Aguere 2012). Está incluido en varias antologías. Ha participado en el Festival Internacional de Poesía Encuentro 3 Orillas, en el Homenaje de Poetas del Mundo a Miguel Hernández, en un encuentro de escritores alemanes e hispanohablantes en Berlín, “XX Cita en Berlín 2016”, en el Festival Internacional de Poesía de Puerto Rico, etc. Ganador del “Premio Hispanoamericano de Poesía Juan Ramón Jiménez 2018” por Las horas muertas. Actualmente pertenece a la Asociación de Escritoras y Escritores Palabra y verso.