Presentamos en la Revista Trasdemar la nueva reseña de nuestro colaborador Besay Sánchez Monroy dedicada al libro “Donde soplan los alisios” del autor grancanario Pedro M. García, galardonado con el Premio de Relatos Cortos Isaac de Vega en 2022. Esta es la segunda entrega de una serie dedicada a la crítica literaria sobre los libros de narrativa breve que han sido publicados en las ediciones del premio convocado por CajaCanarias desde el año 2017 hasta el presente. Compartimos la reseña en nuestra sección “El invernadero” de literatura insular contemporánea.
Pedro M. García (Arucas, 1993) Escritor y traductor, cursó el grado en Lenguas Modernas en la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria y el Máster de Narrativa en la Escuela de Escritores de Madrid. Ha trabajado para el Festival de Cine de Las Palmas de Gran Canaria, ganado varios premios a nivel local y publicado cuentos en las revistas literarias Temporales, de la NYU; La Rompedora, de la EdE; Fábula, de Arlea y la Universidad de La Rioja; La gran belleza y Windumanoth. En 2021 ganó el premio Nuevas Escrituras Canarias con la obra “Orilla es-con-di-te”.
Pedro M. García, si atendemos a su trayectoria reciente, es probablemente uno de los nuevos valores de la literatura canaria: premios como el de Nuevas Escrituras Canarias de Novela y el de Relato Corto Isaac de Vega deberían, en teoría, avalar la calidad de sus obras. No obstante, descreo de los premios como argumento para reivindicar la valía de un libro y, lamentablemente, no puedo decir que los cuentos de Donde soplan los alisios (2022) me hayan parecido significativos.
A este conjunto de relatos se le podría calificar con el mismo adjetivo con el que Arozarena se refería, quizá injustamente, a su novela Mararía: bisoño. Tras concluir su lectura, no he encontrado en él la obra de un autor maduro, sino meros ejercicios de escritura que no conmueven, que no invitan a la reflexión ni a la relectura, cosa imprescindible en todo texto de valor. Los cuentos del volumen orbitan alrededor de una cotidianidad gris en la que se desenvuelven una serie de personajes que van de lo apático a lo irritante y que en ningún momento, salvando alguna excepción, se sienten como entes reales, creíbles. Ciertamente es difícil componer buenos textos con los argumentos que García ha elegido para ellos, pero no son pocos los grandes escritores que han logrado piezas destacables partiendo de bases, a priori, endebles.
Los cuentos de Donde soplan los alisios pueden clasificarse en dos tipos: aquellos que pretenden ser cómicos y aquellos que pretenden ser dramáticos. Dentro del primer grupo podrían clasificarse «Crónica de un revés anticipado», «Bolardos», «San Simplón el Justo», «La guía», «Media cerveza» y «Orgullo herido». El humor es un género complicado, pues depende tanto del gusto del lector como de un procedimiento acertado para que sus elementos funcionen: no obstante, en nuestra tradición hay ejemplos notables de cultivadores de esta literatura, tales como Cervantes o el autor anónimo de Lazarillo de Tormes, en cuyas obras se conjugan la crítica social, la creatividad y el pulso narrativo, cualidades de las que carecen estos relatos, que se agotan en una primera lectura. Esto se debe a una escritura perezosa aunada a un desarrollo predecible de las situaciones que se plantean.
En «Crónica de un revés anticipado», un hombre, por insistencia de su mujer, lleva a su hijo al trabajo, que no consiste en otra cosa que en robar bancos; como es lógico, el chascarrillo consiste en que el hombre será capturado por culpa del niño. Este cuento, además de irrelevante y previsible, inicia una tendencia que se repetirá en los siguientes: el abuso de un lenguaje coloquial y malsonante que anula cualquier posible estética en el texto. Este recurso, bien administrado, puede incluso engalanar la prosa, pero no es el caso:
«Les voy a ser claro: todo es culpa del puto chiquillo» (p.31).
«Todo iba sobre ruedas hasta que el chiquillo vio el puñetero botón bajo el mostrador» (p.33).
«Y así, por las prisas, por idiota, por no conocer a mi hijo, firmé mi puta condena […] A ver qué chiquillo que no sea daltónico se resiste a pulsar un botón rojo, me cago en mi vida» (ibidem).
«Porque, cuando recogí el pasamontañas y me di la vuelta, el chiquillo de los cojones me dijo que así se atrapaba a alguien antes de cerrarme la caja fuerte en las narices […] en vez de ignorar la propuesta de mi mujer decidí, como un auténtico gilipollas, ignorar la fascinación del niño por los botones rojos» (p.34-35)
«Bolardos» se sustenta en una anécdota que no me extrañaría que haya sido tomada de la sección de sucesos de algún periódico. El relato contiene dos perspectivas en primera persona: la de un hombre que se dedica a robar los bolardos de una rotonda y la del policía que quiere detenerlo. Se establece entre ambos un juego del gato y el ratón que supongo que alguien podría encontrar cómico. El inicio del cuento es un claro ejemplo de esa escritura automática que tanto fascinaba a los surrealistas y a los miembros la Generación beat.
«Suena el despertador. Lo apago, bostezo, me levanto. Mi mujer ni se inmuta. Algún grillo se está frotando duro en la calle. Bostezo de nuevo y sonrío: hace dos días me deshice del último bolardo. Hoy también irá todo como la seda. Voy al baño, me enjuago la cara y los sobacos, me pongo desodorante» (p.39)
«San Simplón el Justo» narra, en muy resumidas cuentas, la leyenda del mote que da título al cuento. Es un texto que se alarga más de lo necesario y se agota en su nadería: me cuesta encontrar un motivo que justifique su redacción.
«La guía» plantea una situación clásica en la comedia de equívocos: una guía cree, por un rumor que le ha dicho una amiga, que su jefe la va a despedir y sabotea una ruta turística por el casco histórico de Las Palmas para perjudicar a la empresa; el relato concluye, cómo no, con la llamada de su jefe reprochándole su conducta y diciéndole que, en realidad, la iba a ascender. El texto abunda en los defectos comentados en «Crónica de un revés anticipado», pero una cosa he de reconocer: si García pretendía que odiáramos a la protagonista, lo consigue sobradamente. Es ella una persona poco profesional, que suelta diatribas moralistas sobre hechos que ocurrieron hace cientos de años mientras se permite, con un lenguaje procaz, pagar su enfado con sus clientes, que ninguna culpa tienen de sus problemas:
«El hijo pródigo, ¡quién si no!, del que hablan en la Biblia, el buen cristiano pecador que ofreció a un continente pagano los grilletes a cambio de su oro y de convertirlos, faltaría más, a la única fe verdadera […] Bienvenidos, bienvenidas a la casa de Colón» (pp.78-79)
«[…] esta carretera desemboca a una rotonda tras la que hay una depuradora. Si el viento soplase en otra dirección, les aseguro que ya se habrían dado cuenta—salvo, quizás, usted, caballero, a juzgar por las miraditas y el espacio que dejan los demás a su alrededor— […] —¿cómo que insolente?, dúchese o échese colonia y verá como nadie le dice nada, que no vive solo—» (p.76).
«Media cerveza» desarrolla una situación que parte de lo cotidiano y desemboca en el absurdo: un padre de familia que solo desea estar tirado en la playa tomando una cerveza debe ir a un kiosco a por regalices para un supuesto bajón de azúcar del abuelo. El olvido de la cartera y una serie de malas decisiones complicarán el asunto de una manera pretendidamente cómica. Este tipo de humor ridículo es replicado en «Orgullo herido», un cuento a tres voces que narra el conflicto entre un anciano y un perro que, según él, le está quitando la atención de su nieta. La brillante venganza del anciano consiste en adiestrar al revés al perro para que su nieta piense que la desobedece: cuando ella dice sit, el perro se pone en pie y viceversa, y así en todas sus combinaciones. Que alguien considere estas ocurrencias como dignas de ser escritas es algo que se escapa de mi comprensión.
Pasemos ahora a los cuentos dramáticos. «Raíces», que es el que abre el volumen, narra el regreso a Arucas de Susana para asistir al funeral de su tío Juanito, quien motivó su pasión por la antropología contándole una leyenda anterior a la conquista de la isla que supuestamente fue suprimida por los inquisidores. Aunque la pobre caracterización de los personajes impide que el lector se interese por la historia, la reivindicación del mito como parte de la construcción de la identidad de un pueblo es un mensaje positivo y acertado. «Emma» literaturiza lo que parece ser una anécdota familiar, según señala el autor en los Agradecimientos, en torno a un nacimiento. El cuento padece los mismos defectos que «Raíces» y ninguna de sus virtudes.
«La higuera y los cuervos» es un relato que, con una buena reescritura, podría haber sido bueno. En esencia, trata sobre una anciana que cuida una higuera mientras recuerda a su marido e ignora las llamadas de su hija para que abandone la casa debido a una emergencia. Aunque el fenómeno no es referido en ningún momento, el subtexto induce a pensar que la historia se desarrolla durante la erupción del volcán Cumbre Vieja, en La Palma. Si el autor hubiera trabajado mejor la prosa y el perfil psicológico de la anciana, este cuento habría sido notable: lamentablemente, se queda en un texto olvidable.
«Atis Tirma» es probablemente el mejor cuento del volumen, lo que no creo que sea decir mucho. Doramas, un surfista divorciado, pasa por una mala racha económica y gracias a un amigo consigue un trabajo como extra en una película sobre la conquista de Canarias que tiene como protagonista a Brad Pitt, quien interpreta precisamente al guerrero del que toma su nombre. García realiza en este texto una acertada crítica social que ataca a todos los frentes: a los canarios que ignoran su historia, a las pocas oportunidades laborales que ofrecen las islas más allá del turismo y la restauración, a las superproducciones hollywoodenses que enaltecen genocidios históricos para lucrarse en taquilla y que escogen a actores que no se amoldan a las etnias representadas:
«—Que estaban buscando extras para que hicieran de guanches[…]
—Aborígenes, guanches eran los de Tenerife» (p.156).
«— Imagino—dice Tana— que se rio porque la película gira precisamente en torno a Doramas, el líder aborigen que…
Doramas lo corta.
— Si, el último de los canarios, según Viera y Clavijo.
Tana sonríe.
—Coño, se ve que conoces tu historia.» (p.164)
«—Puto Hollywood. ¿En serio no te mosquea que por enésima vez hayan cogido a un blanco para hacer de alguien que proviene del norte de África?» (ibidem).
Sin embargo, esta crítica se diluye y pierde su sentido cuando Doramas, en un arrebato de frustración, se salta el guion durante la filmación y finge asesinar al intérprete del conquistador Pedro de Vera. Esta acción, en vez de desembocar en la repetición de la toma, es increíblemente dada por válida por el director e incluso recibe la felicitación de Brad Pitt. Durante su arrebato, Doramas da el siguiente discurso:
«[…] Porque hoy lucharemos, por nuestros padres y madres, por nuestros hermanos, por que nuestros hijos, y los hijos de estos, cuando estudien su historia, puedan decir: por una vez vencimos […] ¡Ni aplatanados ni hostias! ¡A ellos, por Doramas! […] ¡Atis Tirma!» (pp.179-180)
La película se estrena finalmente como una producción revisionista que otorga la victoria a los aborígenes y se celebra con grandes titulares que festejan la película, que es renombrada como «Atis Tirma». Este final no es congruente con el desarrollo del argumento: ¿de qué sirve una victoria pírrica en la ficción si los canarios, al final del día, seguimos cumpliendo nuestro papel de colonizados?; ¿nos molesta que un blanco represente a Doramas, pero no que se falsee descaradamente la Historia? También tengo mis reticencias con el uso de la expresión «Atis Tirma», que no posee un significado definido por los expertos, oscilando entre «Viva la montaña sagrada» y «Por la libertad». Imagino que este último es el significado con el que García ha querido revestir el relato.
Es una cosa difícil de creer que un libro de tan baja calidad haya recibido el beneplácito de un jurado compuesto por figuras destacadas como Víctor Ramírez y Alberto Omar Walls, quien ha sido dos veces ganador del Premio Benito Pérez Armas. No obstante, hay dos circunstancias que podrían disculpar este fallo: la primera es que, normalmente, los jurados solo leen las propuestas que les hacen llegar los seleccionadores; la segunda es que el premio ya había sido declarado desierto el año pasado, por lo que era necesario un ganador para garantizar la continuidad del certamen. Los premios literarios abundan en esta clase de pecadillos de los que siempre se beneficia un feliz autor.
Al contrario de lo que se pueda pensar por el tono de esta reseña, no considero que Pedro M. García sea un mal escritor. Quizá las prisas para presentarse al premio (como se puede deducir por lo que comenta en los Agradecimientos) le hayan jugado en contra a la hora de concebir textos de auténtica calidad, pero una mala obra no arruina una trayectoria. Famoso es el caso de Adolfo Bioy Casares, que borró todo rastro de sus siete primeros libros, al parecer pésimos, y solo empezó a considerarse escritor a partir de la publicación de La invención de Morel, novela que hoy es un clásico de la literatura hispanoamericana. Confío en que García sabrá imitar su ejemplo. Es complicado convencer a un autor de que la obra con la que ha ganado un premio no es buena, pero en este oficio la autocrítica es un mal necesario con el que se debe lidiar.
En definitiva, Donde soplan los alisios es una nota disruptiva en la trayectoria del premio que se ha visto resuelta con la concesión de galardón de 2023 a Omnívoro, de Iván Manuel Pérez Fernández. Estoy convencido de que Pedro M. García podrá superar este bache artístico en su carrera y de que nos brindará, en un futuro, obras que merezcan el tiempo que se invierta en ellas.
Besay Sánchez Monroy (Pozo Izquierdo, Gran Canaria, 2000) Graduado en Español: Lengua y Literatura por la Universidad de La Laguna, actualmente cursa un Máster de Formación de Profesorado. Ha publicado la novela Neotlantis (2022)