
Presentamos en la Revista Trasdemar la reseña del libro “Semanas de cristal” (Colección Tigaiga, Acte, 2023) de la autora cubana Yirelys Domínguez (Cuba, 1985) a cargo de Ramiro Rosón, miembro de nuestro comité fundacional. Compartimos la reseña en nuestra sección “Telémaco” de literatura contemporánea de las islas
Este poemario de Yirelys Domínguez se asemeja a un collar hecho de cristales de tiempo, en los que el incesante flujo de los días y las noches se detiene y la memoria de la autora se congela para despertar la imaginación de sus lectores
El poemario que nos ocupa, “Semanas de cristal”, se presenta como la opera prima de la escritora cubano-canaria Yirelys Domínguez. Nacida en Cuba en 1985, se graduó como ingeniera informática en la Universidad de Ciego de Ávila y trabajó como editora profesional para la televisión cubana. Su vocación literaria se manifestó en el taller de escritura Rincón de los Cronopios y en el de literatura humorística La Espuela de Morón, ambos impartidos, respectivamente, en las localidades cubanas de Ciego de Ávila y Morón. Ha colaborado con la revista literaria colombiana “Lenguaje de Esperanza” y con la mexicana “Luciérnaga” y forma parte del Colectivo Multicultural de Artistas con Sede en Australia (MACA) y del Colectivo Cultural Universal Lenguaje de Esperanzas. Ha obtenido diversos premios y reconocimientos, como el Premio Internacional Estatal Ciudad de la Paz, por sus publicaciones en la página web de la Casa Poética Magia y Pluma de Colombia.
El título del poemario, “Semanas de cristal”, nos remite a varias ideas centrales en su contenido: el tiempo, la fragilidad y la transparencia. La autora se muestra consciente de que el humano se encuentra hecho de tiempo, de que solo puede buscar respuestas a sus inquietudes en el curso fugitivo de su existencia. La alusión al cristal remite a la fragilidad, pues el paso continuo de las semanas recuerda que el humano constituye un “ser para la muerte”, como diría Martin Heidegger, pero también evoca la idea de transparencia, pues en el espacio diáfano de la poesía la autora decide compartir sin tabúes sus experiencias amorosas con los lectores. Y en este espacio, compartiendo su visión del amor, Yirelys Domínguez acusa un rasgo cada vez más frecuente en la literatura contemporánea: la experiencia del amor líquido. A diferencia de las relaciones antiguas, marcadas por la estabilidad y la permanencia, los tiempos actuales asisten al auge de relaciones precarias, con vínculos frágiles e inestables que amenazan con disolverse rápidamente. En este sentido, la metáfora del cristal resulta especialmente adecuada, pues, a través de su fragilidad y transparencia, remite a su clásica identificación con el agua.
El libro comienza con un poema titulado “Lunes”, en el que se describe la sensación de absurdo que genera el paso de los días mientras la autora espera a una persona amada a la que solo puede ver de manera intermitente, una vez a la semana. La autora afirma que sus semanas “son cortinas de humo”, pues la inercia del tiempo apenas disimula el vacío de la soledad prolongada. Los martes, cuando se reúne con esa persona, enciende “el fuego” y disfruta de su pasión. Otros días de la semana, como los jueves, reposa “sobre las cenizas”, evocando los momentos felices, “pero los sábados y los domingos no entienden de fósforos y fogatas” y la autora se derrumba emocionalmente bajo el peso de la nostalgia. Los días de espera se convierten en un suplicio, pues, como reconoce la autora en su poema “Atardeceres”, “pasan las horas y los minutos parecen cuerdas / aprisionándome la garganta”, mientras la caída lenta de la noche aparece como un símbolo del envejecimiento. El silencio inherente a la soledad cobra la forma de una trampa que le impide revelar sus emociones más profundas con la persona amada.
Junto a este desasosiego, la intermitencia de los encuentros con esa persona siembra las dudas y el miedo al desamor, pues, como se afirma en el poema “Olor a ti”, “tal vez mañana lleves olor a otras pieles / y luego sea jueves y sigas oliendo a martes”. En mitad de esta marea de emociones, la autora elige disfrutar del momento y entregarse al “carpe diem”, pues le confiesa a la persona amada que “hoy hueles como tanto me gusta; / a ti”. Sin embargo, los momentos de euforia parecen demasiado breves y dan paso a los bajones de melancolía cuando se acaban, como se trasluce en el poema “Riesgos”: “Tengo miedo de los domingos / De sus ocho horas de placer y alcohol. / Le temo a la cerveza que nos tomaremos juntos / y a las 16 horas que vendrán más tarde”.
Para colmo de males, a medida que avanza el tiempo, las dudas y sospechas dejan paso a la certeza de una infidelidad, como ocurre en el poema “Lindo”. La autora quiere dibujar al amado con palabras, describiéndolo sin idealizaciones, con las marcas de la edad que forman parte de su rostro y su tiempo, y al final le dirige un ruego sorprendente: “Déjame dibujarte así, tal cual eres: / …de otra”. La autora hace cábalas acerca de la otra, de esa mujer desconocida que interfiere en sus deseos, y se la imagina como un fantasma que le roba a su amado, anhelando que este último sienta nostalgia de la propia autora, como sugieren los versos del poema “Cada noche”: “Tal vez me pienses, al saberla tan fría / y puede que al despertar mañana / te acuerdes de otro domingo; / el nuestro. // Un sábado en la noche como todos los días eres suyo, / ella, toda tuya; / como yo, sin que me toques”. No cabe duda alguna de que se trata de una relación de afectos desiguales, pues la autora desearía entregarse sin reservas a su amado, pero este no la corresponde según sus expectativas, como se refleja en el poema “Tan poco amor”: Dime qué hago, amor, con los meses que me faltan, / con los días que no te tengo y las semanas de cristal. // Ay, amor, dime qué hago con quererte, / si mi cariño no te alcanza”.
La dimensión circular del tiempo desata una angustia soterrada en la autora, pues la alternancia de estos encuentros ocasionales con largos días de soledad resulta desesperante y consume su paciencia. En esos ratos de angustia, la autora quisiera incluso escapar del tiempo, situarse en una dimensión ajena al paso de las horas, como expresa en su poema “Nunca más”: “Hay veces que necesito otro día, / uno que no exista, / que no tenga nombre, amanecer o noche estrellada”. Fantasea con la renuncia al amor y la aceptación estoica de la soledad, apeándose de la montaña rusa de emociones en que le ha embarcado esa relación intermitente: “Necesito olvidar que te veré el fin de semana / o tal vez otro día, / …uno que no exista”. Y el tiempo también despierta la conciencia de la mortalidad humana, como se expresa en el poema “Pompas de cristal”, en el que la autora se mira a sí misma, llorando por la ausencia de la persona amada ante el espejo de su cuarto de baño: “Tomados de la mano, jueves y viernes / brindan por mi óbito. / Y el séptimo día / cae fúnebre entre las pompas / del espejo del baño”. La imagen de las pompas de jabón, empleada como símbolo de la mortalidad en algunos periodos de la historia del arte (por ejemplo, en la pintura barroca holandesa), aparece en el poema como metáfora de la fragilidad intrínseca de las emociones amorosas. En esos momentos de reflexión solitaria, el amor vuela con un rumbo impredecible, como una burbuja a punto de romperse contra el cristal de un espejo.
En resumen, puede afirmarse que este poemario de Yirelys Domínguez se asemeja a un collar hecho de cristales de tiempo, en los que el incesante flujo de los días y las noches se detiene y la memoria de la autora se congela para despertar la imaginación de sus lectores. Si en los cristales de tiempo –un nuevo estado de la materia con el que se especula en el campo de la física cuántica– los principios de la termodinámica se alteran para conseguir el viejo sueño del movimiento perpetuo, la máquina prodigiosa de la poesía puede capturar una secuencia de instantes biográficos para convertirlos en una experiencia potencialmente eterna, a la que puede retornarse una y otra vez desde las páginas de un libro.