Presentamos en la Revista Trasdemar el ensayo “La luna árabe de Martí” a cargo de Samir Delgado, miembro de nuestro comité fundacional. Con motivo de la celebración del aniversario natalicio de José Martí (1853-1895) cada mes de enero, compartimos este ensayo inédito sobre los arquetipos orientales en la literatura del Caribe y la ribera afroatlántica insular, con especial referencia al corpus martiano vinculado a lo árabe.
Samir Delgado (Las Palmas de Gran Canaria, 1978) es poeta, crítico de arte y ensayista, integrante del proyecto “Leyendo el turismo” y redactor en la Revista Trasdemar, ha recibido entre otros reconocimientos, el Premio Internacional de Literatura Antonio Machado 2020 en Collioure (Francia) y ha sido beneficiario de la beca de movilidad internacional para autores literarios del Ministerio de Cultura del Gobierno de España en 2021. Actualmente reside en México y coordina el Aula de Literatura de la Universidad Juárez del Estado de Durango.
Que la mirada de Martí alcanzó todas las lunas ocultas del continente americano, no cabe duda, tras la inmensa huella literaria que dejó en su dilatada vida el héroe nacional cubano.
Ya son lugares comunes en la historia de la literatura en español la incursión novedosa de sus Versos sencillos de 1891, en el momento de apogeo precoz del modernismo literario, también la exploración existencialista de una subjetividad martiana que suponía, en aquellos momentos finiseculares, una auténtica avanzadilla intelectual, más acá de iconos filosóficos europeos como el danés Kierkegaard.
Y más aún, la inconmensurable obra periodística de la que fue primera pluma freelance de la historia de América, sigue siendo un faro de referencia, debido al alcance estilístico de sus corresponsalías para periódicos de tirada internacional que marcaron un hito de Nueva York a Buenos Aires.
La literatura en todas sus vertientes fue para Martí la vida misma: lo biográfico como espacio dialéctico de expresividad, confirmación y desenlace total.
Cada uno de los quehaceres creativos en el talento demiúrgico de Martí, dejaron para la posteridad la pista memorable de una figura auroral de la literatura mundial, que no cesa de deparar nuevos vestigios de su grandeza. En el horizonte cultural de la criollidad y del mestizaje constitutivo del acervo antropológico del Caribe, la obra martiana depara un caudal fértil de elementos referenciales que fundan una cosmovisión panamericana de actualidad perenne.
El hechizo poético de la insularidad, que fue entrevisto por Lezama Lima a través del designio de una teleología, de aquella finalidad redentora de la clarividencia nesológica que brindaba, a todas luces después del suceso de Dos Ríos, el ensueño real del paisaje cubano debelado como patria libre, hizo de Martí el eslabón universal del vocero de las naciones oprimidas que aspiran a la necesaria soberanía para su desarrollo, la democracia efectiva y la participación plural en el firmamento de los pueblos de la tierra.
Incluso de la ecología y la ética de la sostenibilidad mundial, tan en boga durante las últimas décadas en el pensamiento crítico y las ciencias ambientales, debido al incremento de los factores de riesgo a escala planetaria del nivel de polución, extinción de especies y pérdida incalculable de ecosistemas, Martí y su literatura suponen un exponente en primicia acerca del grado de conciencia sobre la pertenencia del ser humano a la naturaleza, de la simbiosis entre la sensibilidad humana y el conocimiento del medio ambiente.
El hombre sincero de donde crece la palma auguraba el canto ecolírico del respeto sagrado a la herencia natural de la biosfera y el desarrollo integral de una vida en paz con los demás seres vivos.
Todo Martí desvela bondad, la factura óntico-escritural de su ejemplo plasma la dimensión practicológica del deber intelectual y la altura moral en un tiempo hostil que le tocó vivir, asumiendo para sí el reto, el desafío y la predestinación de una lucha y una causa, la de toda América, por ser libre y dar cuenta de sí ante el destino.
Además de todo ello, el autor cubano que firmó de su puño y letra los versos del Ismaelillo allá por 1882 y las entregas de la revista La Edad de Oro publicadas en Norteamérica durante 1889, había instaurado una relación con la infancia que desglosa como pocos escritores una versatilidad tan abrumadora, capaz de entremezclar junto a la militancia política más decidida, aquella ternura del amor filial hacia el hijo y el ímpetu de solidaridad hacia las nuevas generaciones con un magnetismo imperecedero.
La literatura para Martí fue el campo de expansión espiritual en el que fraguó su esencia liberadora, la vida toda y la literatura en sí se confabularon en suprema dialéctica para constituirse en mito: el poeta, el insurrecto, el padre y el hombre, cuyo amor por la belleza y vocación de mártir siguen ofreciendo un testimonio de vida capaz de irradiación universal.
Martí no sació su curiosidad hermenéutica y su capacidad inventiva a lo largo de una estela biográfica que concluyó heroicamente en la campiña del oriente cubano, durante el conocido episodio de mayo de 1895. Todavía hoy siguen suponiendo un colofón para las letras su primera noticia para el habla hispana del poeta Walt Whitman, otro de los vates cuya dimensión universal no desmerece las atenciones de la crítica especializada en plena era posmoderna.
Y qué decir de la dimensión política de su trasiego vital como diplomático de altura, conferenciante y traductor, si bien en la literatura martiana caben todos los prismas, ángulos de visión y diagonales polivalentes de una dedicación plena a la cubanidad, al humanismo y a la libertad.
Martí tuvo ojos para la totalidad de lo existente.
Y así ocurre que de unos valiosísimos poemas de su exilio mexicano en la primavera de 1875 y del que fuera el primer texto dramático de su autoría, a la temprana edad de 16 años, llegan a desprenderse los indicios prematuros para las emergentes literaturas nacionales en toda América Latina de la influencia de lo árabe, los ribetes imaginarios que emanaban -desde las lejanas mitologías del mediterráneo en el Medio Oriente- unos márgenes de luminosidad cuya fisonomía exótica había despertado en el prócer nacional cubano un cúmulo de sensibilidades inauditas.
En efecto, de la amplia proyección imaginativa de Martí y el potencial creativo de su escritura lírica, sobresalen una serie de textos que aglutinan en sí, de forma dispersa, aunque de trasfondo relevante, los referentes simbólicos de esa otra civilización, contrapuesta a la occidental eurocéntrica, el paradigma de lo árabe que mucho después del medioevo tardío ha ido configurando un territorio propio para la ebullición de la psiqué poética y el despertar filosófico de la modernidad.
Al igual que Martí, algunos casos tan llamativos como sobresalientes de este síntoma de confluencia hacia lo oriental, pueden atestiguarse en ejemplos de resonancia como la atracción del alemán Schopenhauer hacia el hinduísmo y hasta el propio filósofo Miguel de Unamuno -pensador español de consabido catolicismo- que volcó tras el destierro en las islas Canarias su mirada a África, con un guiño de empatía frente a la decadencia europea occidental.
Tanto para Martí como para muchos otros exponentes del pensamiento secular en el umbral del siglo XX, las lunas árabes y el poder de seducción del Oriente Medio suponían la atracción de un universo desconocido, de irresistible tensión gravitacional, heredada potencialmente de las sagradas escrituras bíblicas y el filón inconmensurable de las fuentes documentales de las cruzadas.
Tras el proceso de ilustración europea, la revolución francesa y las guerras napoleónicas, el galopante expansionismo europeo había configurado una apertura transfronteriza hacia lo árabe que había calado hondo en las esferas de la creación, la pintura y el arte.
Si España fue para Martí un núcleo radial, neurálgico y decisivo para la conformación de su cosmovisión liberadora, debido a la herencia paterna y a su oposición política radical, como un lugar inspirador y de destierro y hasta de fecundidad cultural mientras permaneció por razones de estudio entre Zaragoza y Madrid, no pasa desapercibido el hecho historiográfico de que buena parte de la historia de España está íntimamente ligada a la cultura árabe, tras siglos de presencia de Al Andalus en su epicentro territorial de la península ibérica.
¿Por qué no iban a irradiar los contornos arabescos en Martí una ensoñación similar a la de otros autores del romanticismo europeo, que veían en la figura oculta de la mujer mora y el poder seductor de lo oriental un vector de exploración estética?
De forma similar a la fascinación europea por la arabidad cultural y el Medio Oriente, registrada en libros afamados como Las mil y una noches y todas aquellas mitologías que redundaban en figuras como el desierto, el faquir y el harem, la mezquita y la media luna, la cultura heroica de sultanes inspirada en la inmortalidad de la guerra, se había inoculado de forma transversal en las literaturas europeas una tendencia hacia lo exótico, que también incorporaba el lado indígena, nativo de las Indias, del mito del buen salvaje que casi de forma inherente había incrementado la oleada de documentos fundacionales sobre el Nuevo Mundo y los hitos de la antropología y las nuevas ciencias humanas.
Si el Caribe natal de Martí estuvo designado históricamente como el espacio referencial de la materialización de los territorios ultraperiféricos, que acogieron en su devenir real el asentamiento último del tráfico de esclavos, de berberías y negritudes, constituyéndose a fin de cuentas como plataformas de acogida de migraciones constantes, junto al fenómeno de la plantación colonial y los episodios más notables de la piratería, corsarios y bucaneros, no resulta extraño que lo árabe obtenga un arraigo fundamental sobre todo aquello otro, distinto y contrapuesto, al patrón dominante y normativo de la decrépita civilización europea.
Como sucedió con el poeta Federico García Lorca, lo árabe representó un cordón umbilical para el crisol de la sensibilidad, del cultivo del erotismo y la pasión cognoscitiva hacia la ciencia, la filosofía y hasta la astronomía, tan avanzadas en el abanico temporal que abarca el desenlace de los califatos árabes durante siglos para el desarrollo crucial del pensamiento teológico.
La figura de Averroes nada tiene que envidiar a la de tantos pensadores aristotélicos del viejo continente, y así sucede que buena parte de los representantes árabes de la lírica contemporánea, como el libanés Khalil Gibran, siguen acrecentando su arco de influencia en todo el mundo moderno gracias a su alto grado de alegoría, simbolismo y ensueño.
¿Qué relación tan simbólica y decisiva interiorizó Martí acerca de lo árabe en la consumación de su imaginario personal?
Algunas claves de origen familiar pueden resultar válidas cuando se trata de ahondar en una personalidad tan sobrehumana como la de Martí. De padre valenciano a tener muy en cuenta por las secuelas de su vínculo español, en una zona de Al Andalus donde pervivió el contacto con el norte de África mucho después de la caída de Boabdil en Granada. Y además también, su propia madre, Leonor Pérez Cabrera, tinerfeña de nacimiento, emigrante de una de las islas Canarias, un archipiélago fundacional, cuyo espectro de irradiación americana sigue siendo, hasta la fecha de este natalicio martiano, un espacio vacante para la investigación sobre el hecho de la procedencia amazigh de la cultura canaria más profunda, ya que las poblaciones del norte de África que constituyeron el legado precolonial más trascendental de la Macaronesia, forman una raíz y un faro para entender el mestizaje y el metabolismo del Atlántico y el Caribe.
Los diferentes conflictos en Marruecos y el conjunto geográfico del Magreb habían elevado en la cultura española de a pie una reminiscencia del pasado árabe siempre fluctuante, al igual que la condición de isleña de la madre de Martí , que abre la llave de la hipótesis de familiaridad con el mundo de la cultura bereber cuyos vínculos con la sociedad canaria resultan ancestrales hasta hoy.
¿Hasta qué punto Martí vislumbró en el héroe mártir de Nubia, un símil vivencial de su propia trayectoria como poeta combatiente?
Como no se entiende la Granada sin La Alhambra, tampoco se hubiera dado “Poeta en Nueva York” sin el sentido hispano de Lorca, pasado por el tamiz de su pertenencia a la herencia del sentir gitano y de los desheredados de la tierra. La referencia de Lorca a los negros de Harlem tiene la misma magnitud de conmoción, empatía y fraternidad que la de Martí hacia los desposeídos de la tierra, así como la de tantos otros escritores extranjeros, que durante la guerra civil española, pusieron su mirada consternada en la causa de los milicianos del Frente Popular, y a favor de la causa republicana. Incluso el general Franco se valió en la crudeza de su tiranía de una guardia mora personal, capaz de atemorizar a sus oponentes durante los años más sangrientos del régimen.
En el decurso de la modernidad, con el apogeo de la ciencia experimental y el proceso de industrialización desmedida, la figura alegórica de lo árabe había generado un horizonte de atracción, desde la rememoración de las pirámides del Egipto a los episodios bíblicos en tierra santa, impregnando con su halo de misterio buena parte de las proyecciones imaginarias de la poesía en todas las latitudes y lenguas.
Junto a la fascinación de lo griego en la cultura europea del romanticismo tardío, lo árabe como referente universal había incrementado su potencial recreativo gracias a las múltiples expediciones de la Royal Society británica y los logros de la antropología francesa y alemana, más allá de sus centros habituales de experimentación.
Así es que los datos de referencia literaria sobre la imbricación de lo árabe en la cultura española, que perviven desde los tiempos de Al Andalus, pueden servir de base para afrontar nada menos que la primera obra de juventud de Martí, la pieza teatral “Abdala” datada en 1869, y cuyo escenario imaginario transcurre en Nubia, con protagonistas y temática de fondo pertenecientes al mundo arabesco con un basamento cosmovisional.
A fin de cuentas, una visión panorámica que tenga a Martí como ejemplo paradigmático sobre la presencia contrastada de referencias simbólicas de lo árabe, en las expresiones artísticas y literarias en la ribera caribeño afroatlántica durante la modernidad, ofrece a la postre, nuevas vetas de trabajo heurístico en el campo de la literatura comparada, especialmente para el desvelamiento de las sinergias, confluencias y similitudes de los discursos emancipatorios que sostienen un pulso permanente frente a las doctrinas de la estandarización neocolonial. Los bombardeos últimos sobre Gaza y el genocidio del pueblo palestino, así como la larga espera del pueblo saharaui por su autodeterminación, la violencia en Siria, Irak o Líbano, evidencian que la herida civilizatoria es actual, duradera y hasta eterna.
En este sentido, una mirada retrospectiva a numerosos testimonios poéticos y documentales que ofrecen una cata al manantial enriquecedor de arquetipos visibles sobre la herencia árabe en la configuración del imaginario cultural, constitutivo de distintas generaciones de autores vinculados a la tradición hispánica occidental, con atención especial a territorios insulares como la Cuba de Martí, demuestra la ligazón novedosa y poco explorada de las potencialidades estéticas que subyacen a la hibridación intercultural, al mestizaje inédito de formas de subjetividad nuevas que enriquecen el perfil de lo humano, ofreciendo razones de validez y contraste a posiciones teóricas sobre lo criollo en el Caribe, como es el caso del Premio Nobel Derek Walcott, para quien el futuro radica en la diversidad apoteósica de la mezcolanza de orígenes y el destino común de la convivencia y confraternidad. Como la raza cósmica de José de Vasconcelos, la alteridad como sujeto deviene en cambio de paradigma para un horizonte múltiple, inédito.
Más aún, abordar a través de Martí los estadios más singulares del mosaico cultural que atesora la lírica insular en lugares como Cuba, espacio singular de tránsito mestizo y multicultural donde la emigración árabe de los siglos XIX y XX, marcaría una huella imborrable por su perfil “exótico” y “oriental” en el decurso futuro, más aún, por sus manifestaciones culturales dentro de la cartografía de la amplia franja territorial hispanohablante de América Latina, distinta a la castiza española en Europa, con su peculiar desenvolvimiento histórico y cultural mayormente ciega a los otros de lo panamericano.
Así es como en la Cuba de Martí, destacaría la pieza dramática “Abdala” a la manera de documento inaudito en el panorama cultural hispanohablante, pero también la impronta barroca de las eras imaginarias que impregnó la estética de José Lezama Lima o la figura protagónica del poeta árabe-cubano Fayad Jamis, además de la presencia y la participación histórica de los descendientes árabes en la guerra de Independencia cubana testimoniada de forma fehaciente en fuentes documentales de primera mano.
Igualmente, en islas Canarias, lugar de importancia para el universo premartiano y de relevancia fundamental para el interés de la crítica especializada sobre la localización de referencias mitológicas universales y de los testimonios de navegación sobre la presencia fenicia, anterior a la castellana y la normanda, destacarían referencias de influencia de lo árabe en el término sobreviviente en la actualidad de los “jarandinos”, los habitantes insulares que descienden del Oriente Medio, especialmente Siria, Líbano y Palestina.
Todo ello junto a la novelística contemporánea en español que ha dado cuenta de lo árabe en la ribera afroatlántica insular y la generación del modernismo literario de las islas, con el ejemplo paradigmático en la figura de Tomás Morales -coetáneo de Rubén Darío-, o las producciones estéticas recientes de autores de origen árabe que han empleado sus procedencias como sello de identidad artística personal.
¿Tuvo Martí una relación especial con la presencia árabe en las filas del ejército mambí? Aunque fue en México, durante su estancia particular del año 1875, donde tuvo lugar la escritura de unos poemas selectos que componen la serie titulada Haschisch, sin duda una joya lírica de la producción martiana que contiene un potencial revolucionario y un lirismo conmovedor, acuciado tal vez por el exilio y la pronta pérdida de su hermana Matilde Mariana, fallecida meses después de la composición fechada del texto.
Los poemas de Martí reflejan una dosis vital de erotismo, intensidad simbólica y alto vuelo declamatorio, en el que la figura de lo árabe y el cuerpo femenino se funden en apoteosis total. Aquí la escritura martiana incursiona, de este modo, en los poemas de la serie Haschisch para su registro participante de una moda de la época, que volcaba en la epifanía arábiga, sus luces y sus sombras, una carga utópica que evidenciaba la atracción por la desmesura y el misterio, frente a la decadencia consumada de un occidente pragmático y cientificista, abocado a los cambios estructurales de la acumulación del capital y un progreso atroz que marchaba a merced absoluta del predominio de la máquina y la deshumanización colectiva.
Escribe Martí bajo la luz tenue y tamizada de su exilio mexicano:
¡Amor de mujer árabe!- La ardiente
Sed del mismo Don Juan, se apagaría
En un árabe amor, en una frente
De que el negro cabello se desvía,
Como que ansia de amor eterno siente,
Y a saciarnos de amor nos desafía[1]!-
La subjetividad creativa de Martí hace mención en el proceso de visibilización del cortejo y del deseo al icono de las artes amatorias de todos los tiempos, el Don Juan, declarando una superioridad mayor en la tesitura del amor árabe, lo que insinúa una apuesta por los nuevos rumbos de la experimentación que ofrece el referente oriental de la media luna.
Y allí donde si el sol desapareciera
Del beso de una hurí renacería,
Prendida dejo el alma pasajera
Y la vida es amor:-¡Oh! ¡quién pudiera
De una mora el amor gozar un día[2]
Y es este ensueño martiano, por la figura del amor árabe, lo que contiene una elevación estética del gusto por la lejanía y el valor inaprensible de una relación virtual, alimentado por el polo de lo femenino con un haz de misterio sublimado.
Un árabe que besa
Es labio de mujer, donde nos cumple
La eternidad al fin una promesa:-
¡Oh! si mis labios pálidos rozara
Una arábiga boca, donde arde
Cuando se imprime, el fuego del Sahara,
Mientras no es idea, el fuego de la tarde;-[3]
Las expresiones románticas de la pintura española habían asignado a la mora un sustrato de exotismo y de atracción en un período temporal que marcaría la eclosión previa a las vanguardias del XX. No resulta extraño que el propio Martí se anticipase una vez más, como en tantas otras esferas de su creatividad, a esa vertiente exploradora de las artes sobre el cosmos árabe, impregnado de ensoñación y malditismo, añadido por medio del consumo de haschisch, que más adelante, apenas unas décadas después, resultaría una auténtica base de experimentación en filósofos de la protomodernidad y el arqueocapitalismo, como Walter Benjamín.
Y prosigue el impulso lírico de fumarolas contagiosas en el poema martiano:
Si el alma de una mora, al hierro impío
Del tiránico afán encadenada,
Viniera a calentar el pecho mío,
Y dejara en mi boca fatigada
Un beso como el fuego del Estío,
Largo como el dolor de esta jornada,-
Yo no sé qué dulcísimo ternura
Este árido cerebro llenaría;
Yo no sé qué colores esta oscura
Virgen de mi alma casta vestiría;
Qué luz como esta luz,-¡oh, qué ventura
De una mora el amor gozar un día[4]!
El propio Lezama Lima, abunda en el éxtasis martiano que configura el símbolo y la analogía, su transpiración arábiga muestra a todas luces, una capacidad de síntesis y de penetración en otras pieles, que agudiza todavía más si cabe, el potencial performativo de la escritura de Martí.
Dice de él, el otro genio de La Habana, aclamando al Ángel de la Jiribilla:
Su sobremesa familiar, las noches en que llegó a ciudades lejanas, sus amistades mexicanas, los finales de sus clases en los otoños neoyorkinos, sus lecturas en las casas paradojales de los revolucionarios anticuarios, sus conversaciones ya indescifrables con Rubén Darío, el hechizo con que penetró en el bosque de la muerte, todos los signos que corren a su totalidad son los que tenemos que tocar y reverenciar, descifrar y habitar[5].
Y prosigue el genio martiano entre volutas arábigas:
El árabe, si llora,
Al fantástico haschisch consuelo implora.
El haschisch es la planta misteriosa,
Fantástica poetisa de la tierra:
Sabe las sombras de una noche hermosa
Y canta y pinta cuanto en ella encierra.-
El ido trovador toma su lira:
El árabe indolente haschisch aspira.
Y el árabe hace bien, porque esta planta
Se aspira, aroma, narcotiza, y canta.
Y el moro está dormido,
Y el haschisch va cantando,
Y el sueño va dejando
Armonías celestes en su oído.
Muchos cielos ha el árabe, y en todos,
En todos hay amor,- pues si amores,
¿Qué azul diafanidad tuviera un cielo?
¿Qué espléndido color las tristes flores?
Y el buen haschisch lo sabe,
Y no entona jamás cántico grave.
Fiesta hace en el cerebro,
Despierta en él imágenes galanas;
Él pinta de un arroyo el blando quiebro,
Él conoce el cantar de las mañanas,
Y esta arábiga planta trovadora
No gime, no entristece, nunca llora;
Sabe el misterio del azul del cielo,
Sabe el murmullo del inquieto río,
Sabes estrellas y luz, sabe consuelo,
¡Sabe la eternidad, corazón mío
El árabe es un sabio:
Cobra a la tierra el terrenal agravio.
Y en tanto,- el encendido
Vigor de este mi espíritu potente,
Me quema en mí y esclavo y oprimido
Tormenta rompe en la rebelde frente:-
Y en tanto- de mi espíritu el deseo
De aquello lo invisible se enamora,
Y se abrasa en mí mismo, y me devora
Buitre a la vez que altivo Prometeo!-
Amor de mujer árabe! despierta
Esta mi cárcel miserable muerta:
Tu frente por sobre mi frente loca:
¡Oh beso de mujer llama a mi puerta!
¡Haschisch de mi dolor, ven a mi boca[6]!
Apoteosis del verbo, la luna árabe de Martí prende en toda su magnitud.
A fin de cuentas, en la obra martiana, desde el inicio del poema dramático Abdala, el tono trágico que marca la subida de telón en el escenario alegórico de Nubia, muestra a un Martí jovencísimo, insuflado de heroicidad, que más tarde emplearía estas ensoñaciones arábigas en su exilio mexicano, pero que sin duda, quedaría signado por el arrojo a la causa visionaria, la de ser mártir igual que si habitase tierras del Oriente, y cuyo dolor de madre supondría el trance sufrido y necesario para afrontar el designio de la muerte pronta.
Así comienza Abdala, en la subida de telón apoteósica de la juventud de Martí.
Noble caudillo: a nuestro pueblo llega
feroz conquistador: necio amenaza.
Si a su fuerza y poder le resistimos,
En polvo convertir nuestras murallas:
Fiero pinta a su ejército, que monta
Nobles corceles de la raza arábiga;
Inmensa gente al opresor auxilia
Y tan alto es el número de lanzas
Que el enemigo cuenta, que a su vista
La fuerza tiembla y el valor se espanta.
Tantas sus tiendas son, noble caudillo,
Que a la llanura llegan inmediata,
Y del rudo opresor ¡oh Abdala ilustre!
Es tanta la fiereza y arrogancia,
Que envió un emisario reclamando
¡Rindiese fuego y aire, tierra y agua[7]!
En su texto inaugural muere en combate. Premonición de absolutos.
Y es tomado en los brazos de los soldados de una nación que se sabe portadora de la virtud y de la fortuna, muy a pesar de amenazas foráneas que, lejos de motivar el odio hacia lo extranjero, en una modalidad de nacionalismo que tuvo en muchos episodios de la historia mundial la criminalización del oponente, tenía en Martí nada menos, que el detonante angélico del cultivo alegórico de la luna árabe y su rosa blanca.
[1] José Martí. Poesías completas, Alianza editorial, Madrid, 2005, página 328
[2] Íbidem, página 329
[3] Íbidem, páginas 329-330
[4] Íbidem, página 330
[5] José Lezama Lima, Tratados en La Habana, Editorial Letras Cubanas, 2009, página 185
[6] Íbidem, páginas 332-333
[7] José Martí, Abdala, Instituto Cubano del Libro, 2008, página 13.