Desde la Revista Trasdemar presentamos nuestra entrevista con la autora Daniela Martín Hidalgo, poeta invitada recientemente al ciclo de Encuentros en TEA, Tenerife Espacio de las Artes. Licenciada en Filología Hispánica, entre 2007 y 2009 disfrutó de una beca de creación del Ayuntamiento de Madrid en la Residencia de Estudiantes.
Posteriormente vivió en los Países Bajos, donde cursó un máster de investigación en Estudios Culturales y trabajó como profesora en la Universidad de Leiden. Ha publicado los libros de poesía Memorial para una casa (La Palma, 2003), La ciudad circular (Litorial Elguinaguaria, 2003) y Pronóstico del tiempo (Trea, 2015)
Con el ensayo “Poesía es un lugar” participó en el programa de actividades de Encuentros en TEA dedicado a la creación literaria. ¿Cómo ha sido su reencuentro con la isla de Tenerife y cuál fue su perspectiva como autora invitada y en el diálogo con el público?
Muy positivo. Es un gusto estar y más si te brindan la oportunidad de compartir poemas y reflexiones y viene gente a escucharlas y conversar. El acto era un diálogo con Bruno Mesa, gran poeta y crítico riguroso, en el marco de unos encuentros literarios en el TEA. Hablando con Bruno vimos que podía tratarse el espacio, que es un tema que está presente en muchos de mis poemas y que es también un condición que yo asocio al acto de escritura poética, que permite “estar”, “habitarse”. La poesía permite una presencia física, más allá de la representación de espacios, y que tiene relación con lo que le pasa al lenguaje cuando se somete a la retórica y las convenciones poéticas. En ese espacio se adensa la experiencia. El lugar del título es en sentido amplio la poesía como lugar que se habita, el lenguaje, los espacios del dentro y el afuera, etc.
Háblenos de sus proyectos actuales. Tras la experiencia de la beca de creación en la Residencia de Estudiantes de Madrid hace más de una década, ¿cómo afrontas tu día a día en la escritura? ¿Qué libros están en el tintero en estos tiempos de incertidumbre social?
Nada ha cambiado y ha cambiado todo. Antes quería dejar de escribir un día, supongo que en el afán presuntuoso de haberlo dicho todo, ahora intento seguir escribiendo. El día a día trata entonces de eso, seguir escribiendo junto a las otras actividades que tienen que ver con la vida, incluidas las que la sustentan. Tampoco concibo la escritura separada de ellas. Estoy trabajando en una traducción del neerlandés, una compilación breve de ensayos sobre fascismo de un autor de los años 30. Estos tiempos de incertidumbre social se parecen mucho a aquellos otros. Lo que más los diferencia quizá es la crisis climática, que le da otra dimensión a nuestro presente, una noción muy clara de donde se encuentran nuestros límites.
¿Qué representa la insularidad para su génesis como autor autora? Háblenos de su experiencia creativa en el ámbito de la escritura: ¿Cuáles fueron los orígenes de su proceso de producción literaria?
Mi génesis como autora está indisolublemente ligada a Lanzarote como experiencia, también a personas y a libros que tienen que ver con la isla. La isla es desde el principio una realidad vivida, no hay que teorizar sobre ella. Solo cuando empiezo a leer con más atención a los “clásicos” que han construido una mitología y una iconografía lanzaroteña (Ángel Guerra, Arozarena, Félix Hormiga…) empiezo a reparar en otras cuestiones de la insularidad y de mi relación con ella. En lo literario, mis orígenes están ligados a una tertulia que el propio Hormiga y Ángel Fernández Benéitez, un poeta estupendo de sesgo elegiaco que ahora vive en Zamora, tenían en la Casa del Miedo de Arrecife. Casi de casualidad (tenía que esperar a que me llevaran a casa en coche) empecé a asistir a la tertulia y a poner allí mis lecturas en relación con lo que se discutía. En esa tertulia aprendí a leer de otro modo y a otros autores, y fue allí donde mostré por primera vez lo que escribía. Félix fue mi primer editor, Ángel mi primer maestro de retórica; después recibí también el apoyo de Elsa López, que en 2003 publicó en la editorial La Palma Memorial para una casa, que entonces consideré un libro más “serio”.
¿Cuál es su relación literaria con la experiencia de la insularidad y las influencias recibidas de la tradición o las tradiciones culturales de su lugar de origen?
Entiendo que las influencias cambian porque tienen un valor sobre todo formativo: no leo ahora lo que leía antes. Hay una antropofagia: se come y lo comido pasa a formar parte de los propios tejidos. Podría reflexionar entonces sobre textos deglutidos en algún momento, o sobre el canon insular (me refiero a Lanzarote como podría hacerlo sobre Fuerteventura o La Palma) con el que hay que ponerse en relación porque las ficciones también construyen realidad… Pienso en la lectura de Espinosa, su invento de una Lanzarote mitológica porque es el lugar en el que quiere emplazar un “hombre nuevo”, y cómo este ha influido en la propia iconografía isleña. Pienso en Manuel González Barrera, en cómo con su Guía turística no oficial se adelantó a muchas lecturas del turismo en Canarias y que a mí me hizo contemplar ese fenómeno que veía en la costa de otra manera. Pero a la vez, me ha interesado también la mirada externa, que ve de fuera hacia dentro, que a veces exotiza y es prejuiciosa, pero que también revela aspectos que uno no puede ya percibir. Así que he leído a Houellebecq, pero también a J. H. Wallace, una autora inglesa que escribe una novela loquísima y muy serie B titulada Lanzarote y ambientada durante las erupciones de Timanfaya. También me interesan los umbrales, los lugares intermedios, las lecturas insulares desviadas (pienso en Walcott, en Jean Rhys o en una poeta de Curazao llamada Radna Fabias). ¿Me han influido todos ellos? No sé, seguro. Lo mismo que mucha literatura satírica y rusa y eslava que he leído (Dovlatov, Bulgakov, Gombrowicz, Hrabal), poesía en castellano y en inglés, pero también en gallego… Por otra parte, ¿qué significan las referencias culturales? ¿Son una forma de exhibicionismo erudito o herramientas para una construcción y una lectura críticas (de las personas, de los territorios, de la escritura…)? Además, por estudios y trabajo viví en Gran Canaria, en Londres y en los Países Bajos durante nueve años y esas son también mis referencias. Ahora estoy leyendo textos de autores que escriben en neerlandés pero que no responden a lo que se entiende por “holandés” porque me interesa esa mirada suya, compleja, donde hay una crítica a un proyecto cultural elitista, a una Europa blanca que ya no puede ser la medida de todas las cosas.
Respecto a las imágenes, quizá ahí tengo más lagunas. También en Lanzarote la omnipresencia iconográfica de Manrique (al colocar a Lanzarote en un mapa internacional y refexionar sobre el territorio y su construcción) haya soslayado otras representaciones. Pienso en Santiago Alemán o Pedro Tayó, pero también en Moneiba Lemes o, ya en más cerca del arte objetual, Nicolás Laiz Placeres. Y he visto bastante cine, pero ¿quién sería capaz de poner en una caja su educación estética y sentimental y decir que viene solo de ahí?
También la docencia y la investigación forman parte de tu quehacer profesional ¿Qué representó el aprendizaje de otro idioma y la convivencia académica durante la etapa de una década en la Universidad de Leiden, Holanda? ¿Qué papel tuvieron las islas en tu memoria durante aquella época?
Salir de mi lengua y de España me obligó a moverme y a darme cuenta de lo que daba por hecho. En ese sentido es muy positivo. Al principio el proceso de adaptación no fue sencillo pero después de un tiempo hubo una especie de aceptación o de pacto con el lugar y la vida que se lleva en él. También mi situación cambió porque primero tuve que aprender el idioma mientras trabajaba en situación precaria, volvía a estudiar…; hasta que empecé a conocer mejor el lugar y a la gente y tuve la suerte de entrar a trabajar en la universidad. Ahora sigo profundizando en el idioma y esa cultura que ya forma parte indisoluble de mí. Creo, por otra parte, que la condición insular tiene que ver con eso que nos impulsa a salir y movernos, con el tránsito. La gente de las islas tiene muy claro lo que está más allá, porque las islas son lugares a los que llegan personas de todos lados (se queden o no) y porque siempre hemos sabido que es necesario el desplazamiento. Luego están las condiciones insulares particulares de cada cual; las mías tienen mucho que ver con la mezcla, con todo lo que llega a ese territorio delimitado que es la isla. Por otra parte y, como las identidades siempre se construyen en relación a algo, en los Países Bajos formaba parte de la comunidad amplia e inmigrada de hispanohablantes, era el idioma lo que nos unía, más allá de nuestros lugares de origen. La sociedad holandesa es muy compleja, a veces demasiado rígida y racional en su organización y, al igual que a mí no me resulta fácil ser extranjera en ella, hay muchos holandeses que no se identifican con ella y por eso buscan salir de una sociedad que tiende a la uniformización. Por eso tuve y sigo teniendo también contacto que personas a gente de fuera y que tenían interés por lo que podían aportarle personas del “resto del mundo”.
A muchos colaboradores de Trasdemar les hemos preguntado ¿De qué modo considera el valor de la isla o del archipiélago en su propia cosmovisión literaria? ¿Qué opina acerca de las semejanzas y los parentescos entre su lugar de origen y otros territorios insulares?
Yo he experimentado la isla siempre desde el desvío, un lugar al que pertenecía por biografía pero al que no tenía derecho por origen familiar, y tiendo a pensar que he escrito desde ahí. Dentro de Canarias, era de una isla de las mal llamadas “menores” y, dentro de Lanzarote, era de San Bartolomé, es decir, del campo no de la ciudad, pero como primera generación porque mis padres no habían nacido en la isla. Había un peso, marcado incluso por la manera de hablar, y la sensación de ser una especie de isla dentro de la isla porque mi experiencia no encontraba lugares o representaciones concretas a los que arraigarse. Creo que en ese descentramiento también influye el hecho de ser mujer.
Así que durante un tiempo todo esto me generó ansiedad: ¿cómo podía ser si no sabía explicar de dónde venía o qué era? No estamos preparados para explicaciones complejas, no se aceptan posiciones no situadas y para hablar de mí a otros necesitaba matizar mucho. Más tarde fui encontrando personas, referentes, pienso ahora en David Guijosa, Javier Mérida o Nanne Timmer, que de alguna manera también escriben desde un lugar de desvío, asumido o no. La poesía, la “dicción poética” responde bien a esa falta de centro (un lenguaje que no es el de los intercambios comunicativos).
Entonces he escrito desde un lugar que yo identifico como insular pero que no puede llamarse “Canarias” o “Lanzarote”: es un lugar que no hace falta nombrar y que está construido desde el desplazamiento o el desvío. Siento que me he tenido que estar moviendo constantemente, que en cada movimiento cambiaba y que en esos desplazamientos encontraba afectos y rasgos particulares que me apelaban, pero no un proyecto cultural completo, un sistema o una genealogía a los que integrarme. Además, me he encontrado muy cerca de personas insulares, también de islas de Asia o del Caribe como Taiwán o Cuba. A veces he pensado que el hecho insular nos acercaba pero sin llegar a definir con exactitud en qué sentido. Quizá la experiencia del mar y la noción de lo que está fuera, lo que no es isla.
Creo por otra parte que las tensiones de desterritorialización y reterritorialización son características de cualquier territorio insular. La isla vive una contradicción que es su necesidad de narrarse, historiarse, construirse para no desaparecer, no ser absorbida por narrativas más fuertes (territorios con mayor presencia, sobre todo en los últimos tiempos de aplanamiento neoliberal) y a la vez el anhelo de ser real, no un mito utópico preservado de la corrupción de las costumbres o un invento para el consumo exótico turístico. Y eso es así en Lanzarote, en Taiwán y en Curazao. Luego hay fenómenos que particularizan las islas y los archipiélagos: sus procesos coloniales, la geografía, su relación con el turismo y la inmigración, etc. La isla tiene unas dificultades asociadas a la propia configuración territorial y eso es especialmente complejo en Canarias, región europea “ultraperiférica”, lo que quiera que eso signifique, régimen fiscal particular incluido. Es fácil que Canarias tenga más que ver con Madeira, con Cuba, con el norte de África, que a lo mejor con ciertos lugares de la España peninsular. Creo además que el parentesco con América Latina es total (sobre todo con la América caribeña) y en ese sentido me he sentido muy próxima a amigos cubanos, mexicanos o argentinos, a veces incluso más que “españoles” y cuya idea de España no me representaba en absoluto. Especialmente cuando vivía en los Países Bajos, y teniendo amigos holandeses, los latinos y yo pertenecíamos a la misma comunidad, que se construía a partir de la lengua y de la experiencia de sentirnos “descolocados” en una Europa “rica” y calvinista.
En su opinión, ¿el paisaje contribuye a la formación de una estética de la insularidad? ¿Qué aspectos considera más relevantes en la mirada hacia la insularidad desde la literatura o el arte?
Sin duda que hay una formación estética insular, empezando por una educación puramente visual, un aprendizaje del paisaje, que se sigue en lecturas y referencias; a la vez, viniendo de una isla que vive del turismo, hay una representación estereotipada que se aprende y se asume como propia. Por otra parte, las referencias a la experiencia del mar son unificadoras con otras islas, o las del viaje, más que la de la limitación territorial, que curiosamente es la que más llama la atención a quien no es insular. Las islas han sido tradicionalmente lugares de llegada y salida, lugares que antes de internet y los viajes low-cost estaban de algún modo aislados de sus metrópolis. Todo eso configura más que una estética, una conciencia. Pero no solo, porque la construcción del paisaje es social y también hay demasiadas estéticas que atraviesan a las islas: si pienso en la Canarias “histórica” debo mencionar las fuentes clásicas (el mito de las Islas Afortunadas), hasta las crónicas de conquista (documentos más ficcionalizados que históricos, porque se escriben cuando aún no se ha inventado el “método historiográfico”), luego los catálogos geográficos y naturales… Ahora la estética es la de National Geographic e Instagram, las revistas de viajes, las fotos retocadas en los álbumes familiares porque la estética se ve afectada también por los procesos socioeconómicos y hoy son los medios de comunicación los que mandan, no la estética “culta” (ni siquiera esa división entre lo popular y lo culto tiene ya sentido).
Para mí tiene relevancia la complejidad de una sociedad compuesta, híbrida y menor (en el sentido que Deleuze le da al término). En ese sentido me planteo preguntas como: ¿Qué paisaje se representa, cuál existe y cuál no, cuál se vuelve identificativo de un lugar y por qué (pienso en el paisaje volcánico de Lanzarote o el de La Geria, y la casi total ausencia de Arrecife más allá del Charco San Ginés y el castillo de San Gabriel)? La crisis ecológica nos dice que hay que aprender a mirar el paisaje de otra forma (no romántica, no posesiva), que hay que volverlo a la medida de las personas. También porque la representación del paisaje influye en su percepción, cómo representamos la tierra es también cómo la tratamos. ¿Hay gente en ese paisaje, qué gente hay, a qué se dedican? La literatura y el arte pueden ayudarnos precisamente contra esa mirada estereotipada y las respuestas cerradas y simplificadoras.
¿Qué opinas sobre el mundo del libro hoy ante el impacto de las nuevas tecnologías que parece irreversible? ¿Cómo has percibido el entorno del panorama literario en España durante la pandemia?
Una cosa es la circulación del objeto libro, otra la de las ideas, la tercera qué se hace con ellas, es decir, la lectura y el debate. Creo que se lee cada vez menos porque llevamos vidas donde resulta muy complicado encontrar el espacio y el tiempo para hacerlo. Está WhatsApp y las redes sociales y pagamos alquileres y cuotas de autónomos que nos obligan a trabajar de manera permanente. El hipervínculo es la gran metáfora de nuestro tiempo: el salto cuando el interés decae, la búsqueda ansiosa de información, el estímulo que no puede en ningún momento decaer… La circulación de ideas es muy rápida pero poco matizada, simplificada. Se necesita tanto espacio para pensar como para leer lo pensado. Creo que la tecnología en sí no es el problema, sino nuestra dependencia de ella, la máquina como discurso que todo lo aplana, que convierte nuestras vidas en productividad y narrativas predigeridas donde no hay lugar para la incomodidad y la pregunta, que era el terreno del arte.
La revista El nieuwe acá, fanzine de literatura menor, publica en su manifiesto de febrero de 2019, su vocación de ser “desvío, salto y pirueta”, mencionando la búsqueda de “voces poéticas otras” y “tierras sacadas del agua” ¿Qué nos puedes contar de esta experiencia literaria “transholandesa”?
El nieuwe acá se proponía pensar esa noción de literatura menor, del “sur” como concepto no geográfico sino como condición de una “lengua menor” deleuziana que puede darse incluso en un país del primer mundo tan rico como los Países Bajos. En el manifiesto se habla de Madurodam, esa reproducción de los Países Bajos en miniatura que pueden visitar los niños y los turistas. A veces la literatura es un Madurodam donde uno domina su estilo y lo repite, o donde las posturas están ya establecidas de antemano y uno sabe exactamente cuáles son los argumentos de los otros y los que le corresponde defender a uno. Pero más allá de eso está todo lo mezclado e indeterminado, lo que no encuentra un lugar ni un lenguaje, lo que muta, lo que juega y se disfraza o se desplaza en contra de sí mismo, lo “transholandés” que podría ser también lo “transportugués” o lo “transcanario”, lo menor en relación a una hegemonía que está ahí agazapada, lista para desplegar sus oropeles incluso dentro de cada uno de nosotros. Se puede también experimentar con eso, ver qué posibilidades “políticas” (entendidas no como militancia) hay ahí. También para pasar tiempo juntos, aprender unos de otros. Esa era una parte importante del proyecto de El Nieuwe Acá: un grupo de personas que se encuentran y hacen cosas juntos en un lugar donde las calles están desiertas a partir de las ocho o las nueve de la tarde.
Finalmente, ¿Cómo le gustaría definir la identidad insular? ¿En qué medida las diversas formas de la movilidad humana, como las migraciones o el turismo, influyen sobre la creación literaria en las islas? Desde su perspectiva, ¿qué lugar ocupan las nociones de cosmopolitismo y universalidad en la cultura insular de cara al futuro? Muchas gracias
Entiendo que lo universal reside en la experiencia particular. Y viceversa: desde lo universal podemos encontrar maneras de formular lo particular. Personalmente, no me siento muy apelada por cuestiones de identidad si la asocio a los rasgos fijos que caracterizan a un grupo o a una persona. Me parece más relevante entender qué papel juegan en cada momento las identidades o a qué intereses sirven. O qué queda de nuestras construcciones identitarias ante una catástrofe climática inminente. Últimamente quería volver a la noción de “lugar”, me parecía relevante hacerlo. Concebía el lugar como un espacio creado con o a partir de personas y prácticas: el lugar iría cambiando según sirviese a un determinado propósito, es decir, tendría un valor político, de uso. Después podría mantenerse o mutar o incluso dejar de existir. El lugar es mi alternativa a la identidad también porque tiene un fundamento afectivo y de vivencias compartidas. Por circunstancias, no estoy viviendo en Lanzarote sino en Madrid. La pandemia, por ejemplo, me puso en contacto con otros lugares: el mundo de los patios interiores, donde se desarrollaban conversaciones entre vecinas y que no eran los balcones ni la calle. La idea de lugar para mí podría tener relación con esa comunidad (un poco insular) de los patios y se basaría en algo compartido: un presente, un pasado, pero también un deseo proyectado hacia el futuro.
Una identidad insular reduccionista corre el peligro de olvidarse del turismo y la inmigración. El primero ya hemos empezado a considerarlo (ahí está el trabajo de Acerina Cruz, Samir Delgado y David Guijosa) pero parece que nos cuesta más con la inmigración. El cosmopolitismo a mí no me vale porque es un concepto decimonónico que deja de lado cuestiones como quién tiene derecho a viajar, por qué y quién puede hacerlo. Es curioso porque creo que faltan voces que cuenten historias de turismo y de inmigración en primera persona y no desde el relato precocinado que nos dan los medios de comunicación. Además, hay más gente que se desplaza: mano de obra, trabajadores y trabajadoras más o menos especializados… ¿Qué función cumplen los trabajadores temporales, deslocalizados, los “estudiantes de idiomas” en trabajos temporales, los llamados “expatriados”? Por otra parte, ¿quién será capaz de contar el mundo pandémico, en crisis de valores, que estamos viviendo? Si la literatura puede ayudar a ese respecto espero que sea contestando el relato hegemónico y de lo políticamente correcto desde lo particular, lo humano, desde un lenguaje que tenga que ver con los afectos.
Muchas gracias a ustedes por darme la oportunidad de reflexionar sobre cuestiones tan relevantes.