Presentamos en la Revista Trasdemar la reseña del libro “Anuencia del verano” del autor Luis Piernavieja Grau-Bassas (Las Palmas de Gran Canaria, 1962) editado por “El sastre de Apollinaire” en su Colección de Poesía, a cargo de nuestro colaborador Felipe García Landín, investigador y licenciado en Filología por la Universidad de La Laguna, quien además acompañó al autor del poemario en su presentación el pasado 6 de julio en la Casa-Museo Tomás Morales en Las Palmas de Gran Canaria
Seis años han pasado desde que Luis Piernavieja Grau-Bassas recibiera el Premio Internacional de Poesía Tomás Morales por Nación del aire. El jurado le reconocía una mirada muy propia sobre el paisaje y la idiosincrasia isleña con un lenguaje poético singular. Jorge Rodríguez Padrón resaltaba que ese libro <<responde a una mirada de alguien que piensa antes de escribir y que integra la escritura en su propia relación con el mundo>>. Ahora en estas fechas veraniegas, buscando títulos refrescantes, lo encuentro en la editorial El Sastre de Apollinaire con Anuencia del verano. Y las valoraciones anteriores continúan siendo igual de válidas para este su segundo libro de poesía, que ratifica que estamos ante una voz muy original en lo formal y muy atrevida en la mirada. Es el estío tiempo para romper la rutina y para el ocio, entendido este como entrega al placer de los sentidos. Con o sin poesía, los meses de verano son para las vacaciones y la informalidad. Son días para el vitalismo y lo extravagante. Tan plácido el verano que la muerte es imposible, certifica el poeta. También es el momento de soltar la palabra, de darle libertad para estrechar y ampliar amistades. En la playa o en el campo predominan el calzón corto y la chola buscando el fresco. Y llega también la mosca del verano como salida del Crimen de Agustín Espinosa. En junio empieza esa cosa/con la ropa a menos/la diáspora de las sábanas y por San Juan la noche se enciende en fuego amable. Todo esto es presente/no hay avío/para la memoria, todo es ahora y se vive el momento como si no existiera un mañana ni el ayer. Todo se guayaberiza en un carpe diem con cadencia y sentimiento isleños. El libro está dedicado a la clase trabajadora de La Isleta, a toda la gente que hace trabajos del mar en Corralejo, a Victorino Carballo Figueroa y Gregorio Santana Estévez (in memorian). El título recoge de manera sutil el derecho al verano como un vínculo jurídico aceptado por el mundo del trabajo, el derecho a unas vacaciones que suelen concentrarse en la estación más luminosa del año. Compone el poeta todo un canto a la vida sencilla, y por eso placentera, de la gente trabajadora, la que verana y goza de la tierra; la que verana pero no veranea, porque no puede o no quiere pasar estas vacaciones fuera de la isla en la que reside; aunque haya quien transite gris por la ciudad triscando hacia un mar en bonanza. El verano simboliza juventud, fuego, pasión, placer y es sinónimo también de belleza, aunque efímera. Supone un paréntesis en el ajetreo laboral y rompe la rutina de la vida, perfectamente ordenada durante el resto del año. Pareciera que la vida comienza de nuevo cada verano porque todo es aquí/placebo vivo y la tarde se pone roja como una sandía, rojísima de jugo, e ilumina el mar invadido por la chiquillería. El discurrir de la vida transita por la playa doméstica donde hombres, mujeres y chiquillos negros disfrutan por la orilla. ¿Cómo un calor tan convencido/consiente tanta dicha? — se pregunta el poeta extasiado, conmovido ante la mar echada y la isla muy Fuerteventura; la isla tan arrumaquera y sin umbría, donde habita la incandescencia.
Anuencia del verano es un canto a la vida simple y natural que exalta un paisaje verdadero frente a ese otro falso paisaje que quiere imponernos la propaganda política de las élites empresariales. Es un canto a los costeros, al mar testigo de esta vida/colosal orilla/hombres morenos/negrísimos. Es una oda a la tienda esquina de la playa/el tufo al fuego/el olor navegante/la cerveza/tabaco negro que se fuma/al borde mismo. Es una loa al bar de costa, a los jallos que arrastra la marea, a los pescadores que con los ojos/abajo/piensan en sus muertos/hablan/van/pescan. El poeta disfruta, goza de cada día de esta estación, de cada momento, porque ha convertido el verano en un estado idílico, placentero y se siente dichoso de poder vivirlo y compartirlo con las gentes de La Puntilla en la Isleta, de Corralejo en Fuerteventura, de la Isla de Lobos. Y aquí reside lo novedoso de esta poética. Luis Piernavieja recurre implícitamente a tres tópicos literarios (carpe diem, locus amoenus y beatus ille) que adapta a los tiempos y ritmos isleños para interpretar de un modo original la realidad circundante. Todo un canto a la belleza de la vida más sencilla y más simple, sin artificio y sin necesidad de contrastarlo con otras realidades ni añorar el pasado. El locus amoenus es isla, costa, playa, mar, sol, un territorio seguro y confortable. Y ante la fugacidad del tiempo y frente a la mar tenebrosa se impone el carpe diem. El dichoso aquel que huye del mundanal ruido es sustituido por un dichoso aquel que puede gozar de los placeres del verano. La horaciana Oda a la vida retirada de Fray Luis de León se acopla a la costa y el poeta sale a estas mañanas cada día/impoluto ingrávido/de ligereza/con aire caliente/hacia el cobijo efímero/de una luz que ciega. Y la pregunta retórica que permanece en el aire: ¿Cómo un calor tan convencido/consiente tanta dicha? Porque este libro es un canto a la vida, que es bella a pesar de los pesares, como bien sabía Agustín Goytisolo; es un canto al existir, a pesar de que la muerte acecha cuando la mar se hace tenebrosa, se viste de colores oscuros y se animaliza amenazante. Pero la existencia se hace llevadera porque todo está en armonía — la naturaleza y sus habitantes — a pesar de los manotazos de ese aire cálido que agita las florestas para disfrute de las gentes, que perciben la delicia del perfume cuando el aire difunde el dulce como fruta/hacia un sabor/que se huele/en esta ardentía.
El libro consta de setenta y cuatro poemas construidos con versos libres de arte menor que resaltan en todo momento la musicalidad del discurso poético y le permite al poeta jugar con variaciones rítmicas. La admiración por un estilo de vida de gentes corrientes queda patente en esta inusual crónica del verano. Aquí se canta el vitalismo con versos que reflejan la calidad musical del español hablado en Canarias. Los juegos de palabras, los neologismos y el uso de recursos fónicos contribuyen a embellecer la cotidianidad. Predomina una estética de la sencillez, pues se canta lo cotidiano y una cultura popular que algunos indocumentados califican despectivamente de vulgar. Se exaltan los pequeños placeres del día a día porque en el verano la historia se detiene y estamos dispuestos a la paz porque, en versos de Benedetti, el verano no es tiempo de fragor/sino de verde tregua. El autor se aparta de convencionalismos literarios para encontrarse con una ciudadanía auténtica, despojada de estereotipos y representativa del pueblo, sin idealismos. Luis Piernavieja poetiza los nombres que nos definen y que nos hacen país, nación, isla, archipiélago. Sin duda, es este un libro para llevarse a la costa y comprobar in situ que el idioma del mar todavía cohesiona a las gentes y hace pueblo.
Gran poemario, POETA y presentacion.
Muchísimas gracias.