Reseña de “La Montaña de barro” de Rafael-José Díaz, Por Besay Sánchez Monroy

En la Revista Trasdemar difundimos la creación literaria contemporánea de las islas
Cortesía: El sastre de Apollinaire

Presentamos en la Revista Trasdemar la reseña de “La Montaña de barro” del poeta, traductor y docente Rafael-José Díaz (Santa Cruz de Tenerife, 1971) a cargo de nuestro colaborador Besay Sánchez Monroy. El volumen ha sido editado por El sastre de Apollinaire este año 2023, en su colección de poesía, número 80. El autor Rafael-José Díaz, es Licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de La Laguna y autor de una amplia obra poética, narrativa y de traducción. Compartimos la reseña en nuestra sección “El invernadero” de literatura contemporánea de las islas

La literatura es un ente vivo que, al igual que el ser humano, experimenta todo tipo de mestizajes, hibridaciones. La artificialidad de los géneros literarios ha llevado a los escritores a adoptar una voluntad de ruptura y deconstrucción que les permita nuevas formas de contar, de transmitir. Rafael-José Díaz, con un estilo propio y depurado, brinda una obra fragmentaria y vanguardista en la que el lenguaje y el subtexto priman en la experiencia lectora

BESAY SÁNCHEZ MONROY

Es fama que el público general suele considerar el oficio de escritor desde la óptica de la novela, ignorando los muchos afluentes que enriquecen la creación literaria. A lo largo de la historia, no son pocos los escritores que han sentido el anhelo de dominar todas las posibilidades de la escritura: un ejemplo ilustre sería el de Jorge Luis Borges, quien cultivó con excelencia equitativa el cuento, la poesía y el ensayo, transgrediendo en múltiples ocasiones las barreras entre géneros.

Examinando con atención la trayectoria Rafael-José Díaz, no sería difícil adscribirle a esta estirpe de creadores. Reconocido como poeta de prestigio internacional, su ambición le ha llevado a probar suerte en el cuento, el ensayo y el diario sin dejar de lado su vertiente poética. Estas felices incursiones nos han brindado libros en los que, demostrando un espíritu vanguardista, las fronteras entre géneros se diluyen y conforman creaciones híbridas, en ocasiones inclasificables. Dentro de este selecto grupo, destacan De un modo enigmático (2020) o Duérmete, cuerpo mordido (2022), así como el libro que nos ocupa.

La montaña de barro (2023) es, en esencia, un poemario de prosas poéticas que pueden abordarse de manera independiente, pero que leídas en su orden original contienen el germen de una historia que apenas se esboza. Los textos, como es habitual en la obra de Díaz, se focalizan en la poética de la liminalidad, del no-lugar que nace y desaparece en el tránsito de un estado a otro, de la expectación hacia lo que puede o no puede ser, ese umbral en el que todo es posible. Esto queda patente en el primer texto, en el que la voz del narrador convoca una imagen que no revela, que guarda «entre los huecos de las palabras» (p.15). Del reconocimiento de la incapacidad de la palabra para abarcar todas las facetas de la experiencia nace la ambigüedad de los textos, y se configura un puzle narrativo cuyas piezas el lector deberá unir por su cuenta. La montaña que refiere el título es lugar de tránsito en el que ocurre esa transformación del protagonista innominado con el que el lector recorre ese espacio indeterminado en el que los largos paseos, los encuentros sexuales fortuitos, la oscuridad y lo que en ella se esconde, forman parte de una radiografía que revela el extravío vital del narrador. El escenario y sus elementos son un reflejo del estado anímico del protagonista: el barro que simboliza la conexión con la tierra y la vuelta al origen primigenio que una vez configuró Pigmalión, la niebla que convierte a los seres en fantasmas y sombras, el bosque que se constituye como un espacio mitológico y simbólico.

En las experiencias del protagonista se puede observar un retrato fidedigno del cruising, práctica sexual que consiste en tener sexo en lugares públicos con desconocidos. Durante sus paseos descubre que la montaña es un lugar de encuentro para esta práctica en la que acaba iniciándose pese a su reticencia primera.

«A veces había que esconderse. La persecución podía ser muy molesta y no todo el mundo era capaz de entender que en ese juego del escondite lo más inoportuno es perseguir a quien no se debe.» (p.30)

«Desciende, hacia lo lejos, un avión en la pista de aterrizaje. Lo miramos un momento entre las aberturas que dejan los árboles entre las partes más altas de sus copas y creemos poder tocarlo con las manos. Pero las manos están ocupadas. Mientras la mirada se despliega un instante en la dirección del cielo atravesado por el aeroplano, las manos trabajan silenciosas en rebajar tensiones, anudar nudillos, tejer lazos fugaces, excitar zonas erógenas. En el barro y en el cielo todo es igual de efímero, y lo mismo que una vez que el avión pose sus ruedas en la pista el vuelo habrá terminado, las manos obrarán el final del deseo en cuanto el orgasmo deposite sus fluidos excitantes en la piel tersa del vientre o de los muslos.» (p.36)

Esta se convierte en un medio de distracción y catarsis para el protagonista, quien descubre en estos encuentros una forma de comunión y vuelta a los orígenes, simbolizada en el semen que se derrama sobre la tierra: «El vientre, el vientre, sí, que a través del ombligo supura una turbulenta sustancia que lo conecta con la tierra» (p.37). No obstante, no tarda en comprender que, al contrario de lo que creía, esta práctica lo animaliza, lo condena a un juego de cazador y presa en el que los papeles son constantemente invertidos y en el que acudir a la montaña se convierte en un tormento voluntario al que se somete con la intención de olvidarse de sí mismo, aún sabiendo que estas experiencias lo derivan a un estado de vacuidad y degradación.  

«Casería o escondite. Miseria o expiación. Aquí sabíamos todos que lo que estaba por pasar no tendría trascendencia ni continuación alguna. Nos cazábamos o nos escondíamos los unos de los otros, nos humillábamos o nos salvábamos en instantes que quedaban fosilizados en el instante siguiente. La recurrencia era un modo de desaparecer. Venir aquí no suponía ningún hábito: era más bien un tormento que cada vez adquiría formas distintas, sutilezas inesperadas.» (p.45)

«Cuerpos, cuerpos, cuerpos que ahí, en su propensión a desaparecer en medio de otros cuerpos, hacían que a veces buscáramos desprendernos de él, del cuerpo propio, a través de los otros, y entonces la paradójica pasión de los sentidos se confundía con la irrupción del desencanto. Sí: en el interior del bosque se buscaban los cuerpos para desaparecer unos en los otros.» (p. 48)

El poemario concluye con la determinación del protagonista de no regresar a la montaña, convertida esta tierra baldía, en un territorio donde descansan los restos de un antiguo yo que quedó sepultado en su proceso de tránsito.

«No volver nunca aquí, me digo a veces. Como si aquí fuera un lugar, como si alguna vez hubiera lo hubiera abandonado, como si hubiera ocurrido aquí algo tan pernicioso, tan funesto, que fuera preciso no volver nunca. Lo que creíamos que era un bosque es ahora tierra baldía. Lo que nos acogió como hierba, algún atardecer, sin que entendiéramos muy bien las formas caprichosas de las nubes, el afán de la luz por retirarse, es ahora barro, humus, polvareda. No volver nunca aquí, me digo a veces, porque para volver necesitaría no poder recordar o acaso recordarlo todo tan minuciosamente que el recuerdo fuera casi invención, invención a cada instante de un recuerdo nacido en ese instante. Otras veces me digo que no hay aquí recuerdo alguno, que este lugar no existe, que ni siquiera estuve nunca aquí, que es otro quien venía, otro quien ya nunca volverá.» (p56)

La notal final, en la que el autor describe las circunstancias y el proceso de creación y aporta claves para una mejor comprensión de los textos, revela la significativa carga biográfica que la obra posee.

La literatura es un ente vivo que, al igual que el ser humano, experimenta todo tipo de mestizajes, hibridaciones. La artificialidad de los géneros literarios ha llevado a los escritores a adoptar una voluntad de ruptura y deconstrucción que les permita nuevas formas de contar, de transmitir. Rafael-José Díaz, con un estilo propio y depurado, brinda una obra fragmentaria y vanguardista en la que el lenguaje y el subtexto priman en la experiencia lectora. Esta obra se constituye como un hallazgo notable dentro de la literatura canaria y una propuesta recomendable para adentrarse en el universo poético del autor. Confiemos en que estos pequeños milagros sigan ocurriendo y que la próxima obra de Rafael-José Díaz proporcione al lector la calidad a la que los tiene acostumbrado.  


Besay Sánchez Monroy (Pozo Izquierdo, Gran Canaria, 2000) Graduado en Español: Lengua y Literatura por la Universidad de La Laguna, actualmente cursa un Máster de Formación de Profesorado. Ha publicado la novela Neotlantis (2022)

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