Presentamos en la Revista Trasdemar una reseña del libro “Pueblo yo” (Editorial Libero, 2020) de la autora Aida González Rossi, a cargo de nuestra colaboradora Virginia Hernández González (Tenerife, 1989) escritora y filóloga
Pueblo yo es empezar a conocerse con el cuerpo, reconocerse en él y santificarlo, porque se lo merece, porque el cuerpo es nuestra casa, la herramienta con la que nos desconocemos y nos volvemos a encontrar
VIRGINIA HERNÀNDEZ GONZÁLEZ
Pueblo yo se escribe como ácido que quema y corroe, dejando un líquido ardiente que se abre paso entre la mente del lector llevándolo a reflexionar mientras mira a una pared fijamente. Aida escribe sin miedo, impulsada por “un animal que chilla en [su] boca… y habla sobre [ella] porque [se odia]”.
Pueblo yo es un volcán a punto de estallar. A medida que pasas tus dedos por las letras de este libro y vas leyendo en voz baja necesitas gritarlo y reventar los cristales de las ventanas. Palpas las venas de ese volcán erupcionando en tu boca y quieres que esa lava sea tuya y se petrifique dentro de ti, que te haga callo. Y, efectivamente, Pueblo yo deja una dureza en ti, una cicatriz, una marca a la que acudir para rozarla todas las noches con las yemas de los dedos y recordar una época de cambios bruscos y reveladores: cuando te diste cuenta de que formabas parte de los adultos y ya nunca más tendrías la inocencia de una niña, y te miras y piensas: “un cuerpo un cuerpo adulto las piernas son torretas doy corriente la piel roja aquí descubro la piel roja y el vello que corre hasta la puerta y abre y te muerde el pelo me duele el pelo”. Y te abruma sentir cómo esa metamorfosis te golpea tan fuerte que ni siquiera comprendes qué está pasando, porque tú solo quieres ser en su máxima expresión, y no significar subjetivamente para nadie. Porque el pueblo te sostiene pero quieres desprenderte de ese cordón umbilical podrido, porque no ves “nada bello todo es una penca enredándose con el ascensor… y picos en los parpados…”, porque eres “picos en los párpados… no salir es veneno […] no salir es una planta plantada en el corazón es una planta crujiendo en el corazón escurriéndose y reventando como un petardo el corazón”. Y quieres desposeerte del pueblo para poseerte a ti misma sin mirar atrás, solo mirar y tocar tu cuerpo como cuando lees un poema y lo sientes tan adentro, que el dolor tan profundo reconstruye el éxtasis del gozo.
Pueblo yo es un paisaje construido de montañas y casas, palomas y moscas, mares y piscinas, cicatrices y sangre, sexo plural y singular: “el sexo es la hierba partiéndose a sí misma manchando los vaqueros leyendo para no morirse… yo leo para no morirme… y hago el amor para no morirme…”. Es un paisaje repleto de cuerpos: dos cuerpos que se exprimen en el sexo y se funden y ya son uno, un solo cuerpo con “el ala de tu pecho y el ala de mi sexo un ángel sin cara sin cuerpo sin dios”. Pueblo yo es empezar a conocerse con el cuerpo, reconocerse en él y santificarlo, porque se lo merece, porque el cuerpo es nuestra casa, la herramienta con la que nos desconocemos y nos volvemos a encontrar, nuestra idiosincrasia, nuestra isla a la que llegar para bañarnos en ella y untarnos de tierra hasta crear una capa llena de mugre que nos identifique.