Presentamos en la Revista Trasdemar una muestra poética de Daniela Martín Hidalgo (1980) Licenciada en Filología Hispánica, entre 2007 y 2009 disfrutó de una beca de creación del Ayuntamiento de Madrid en la Residencia de Estudiantes. Ha publicado los libros de poesía Memorial para una casa (La Palma, 2003), La ciudad circular (Litorial Elguinaguaria, 2003) y Pronóstico del tiempo (Trea, 2015)
Panoramas are not what they used to be
El paisaje ha cambiado, los cielos no.
El enjambre de nubes persevera,
corredores con niebla atascada
en los tobillos.
En las narraciones, paisaje:
accesorio y decorativo,
la cámara lo barre.
El tema no es el paisaje,
que está allí cuando la historia
comienza: el árbol, el agua,
las venas sostenidas del pólder,
la nubes goteando en la aguja
de la iglesia-jeringuilla.
El paisaje: vacas de espuma que flotan
contra un cielo de par en par abierto,
nubes otoñales en grueso papel de lija
y máquinas del paisaje productor.
El paisaje es el gran tú,
una panorámica donde el barro no da
para construcciones firmes.
¿Qué hacer del tic panorámico,
el pecho abierto como maleta de viaje?
El panorama administrado:
el árbol, el agua, el pólder, las nubes.
Ruysdael, escribir sobre Ruysdael,
comerse el árbol, beberse el agua,
llorar sobre la nube.
Como una cuchilla pasa el tren
desangrando el horizonte.
Rueda el viento sin parar por esta tundra.
Aves
Als alle vogels met vernieuwde keel.
Koenraad Goudeseune
Se parecen a nosotros, comentas,
son animales gregarios que construyen
nidos cada año en los espacios cerrados,
cuidan de sus crías en los meses
donde encuentran cobijo y alimento
abundante, a veces julio o septiembre.
Vemos gaviotas en el tejado de enfrente: alzan
el pico contrayendo el pescuezo renovado.
Se quedan posadas en las tardes
que duran hasta medianoche,
también cuando el azul amanece.
Una bandada de pájaros se eleva
–tal vez sean estorninos–,
una tela limpia puesta a secar.
Los científicos describen esas formaciones
con modelos matemáticos en 3D:
cuando el enjambre se rompe, se dispersa
un puñado de guijarros lanzados
hacia la perspectiva de múltiples puntos.
En el descampado dos o tres ibis grises
escarban concentradas los desechos,
hiedras resistentísimas que se abren paso
entre los bloques de cemento.
En el llano la basura plástica
imita en su forma a la comida:
pelotas de tenis como cáscaras de limón,
encendedores brillantes y pajitas.
Una vez vi un nido con tres huevos:
blancos y con manchas oscuras,
encerrados en oráculo mullido.
El nido había crecido de barro, briznas
aún tiernas y hebras de cable más duro.
Me recordó a un moño peinado
en la marea de los lados de una nuca.
En el canal, bajo la lluvia, las gallinetas
dan de comer a polluelos pelones igual que
gorilas: de una forma aún imprecisa intuyo
cómo sus movimientos ilustran
la palabra “menudear”.
También las palomas inválidas dan saltos
en la parada de taxis de la estación donde
los conductores inventan una nueva forma de vida:
termos, tarteras con comida y en el asfalto
pequeñas alfombras extendidas para rezar.
Dices que las aves se parecen
a nosotros pues son
animales gregarios territoriales,
construyen nidos cada año
en los mismos espacios,
cuidan de sus crías en los meses
donde encuentran cobijo y alimento
abundante, a veces julio o septiembre.
Absorto en tus teorías aviares
un pajarraco se acerca.
Ahora dirás que el guano
da buena suerte.
Deconstrucción del paisaje
Hablar con los ríos, las rocas, las montañas para así desdoblarse imposiblemente.
Para los antiguos, cada montaña es un dios, no representación de un dios sino el dios mismo. Donde tuvo lugar la escena mítica, el espacio adquiere el nombre del personaje, ¿o es al contrario?
El poeta dice “Habla. Contéstame”, pero la piedra no responde.
Cuando a los elementos del paisaje se fija una identidad, entones cada elemento es una pieza simbólica que significa algo: los surcos que labraron los ancestros, la escenografía que acompaña a la constante reaparición de lo nuestro.
Lobos, grillos, culebras y ratones me persiguen. Todo habla / por mí.
“Habla, contéstame. Tú tienes la culpa. Estoy enamorado”. En la actualización recurrente de la égloga, la naturaleza, personaje gran otro ilegible, nunca responde.
Luego el clima cambiante sobre el paisaje constante, las nubes o la lluvia. El hombre es parte de la naturaleza. Aunque no haya naturaleza, esta rara vez existiera.
Montaña, bosque, enjambre, háblame en un lenguaje que yo entienda. Necesito escamas, hojas creciendo desde mis miembros.
Distante e ininteligible, la luna es la gran piedra de tiza que tampoco responde. El perro se llama Luna y llamamos a la luna Perro.
Adónde vamos, no vamos: los ciclos de las larvas y las avispas, la basura empollada. Aire en la madera, agua en la madera. ¿Qué le ha pasado al río? Y sin embargo…
Paisaje-lugar, lugar-paisaje.
Elementos concretos: sombras perpendiculares de los arbustos por la tarde, nubes costillares. Sin significado, que no se resuelve: una sombra vulnerable se revuelve entre el paisaje. ¿Dónde colocaremos a los ídolos del paisaje? Tal vez queden otros lugares por conocer.
¿Dónde está el río? “Habla. Contéstame”. Y el río sigue discurriendo (plásticos, escombros) sin detenerse.
Como pedazos de tarta se distribuye el cielo entre los barrancos.
Últimas noticias sobre la descendencia
Hola, padre, empiezas a venir
menos asiduo.
Se han oxidado nuestros gestos de cariño
y chirrían, comienzo a olvidarlos.
Tengo polvo en los pies
que solías acariciarme.
Hola, padre, la casa es una ruina,
no la reconocerías.
¿Dónde has colgado
tu bufanda roja que no la encuentro?
No me reconocerías, soy un fantasma:
tengo arrugas o me estoy
llenando de agujeros.
¿Por qué no terminas de escribir
en los cuadernos lo que ya sabes?
Tus amigos preguntan por ti, se emocionan
junto a las copas de vino
y en el llano han construido otro colegio.
Padre, ahora dan sombra
las acacias enanas del paseo
y llegan cada vez más cruceros.
Hola, padre; adiós, padre.
Hasta dónde han llegado buceando los trozos,
un rompecabezas de hombre con cuyas piezas
juegan los estudiantes,
lágrimas que son calcos de papel cebolla.
La ciudad es pequeña, padre, y es cruel:
apenas nos quedan lugares
donde calentar con cariño a los muertos.
Daniela Martín Hidalgo (1980) Licenciada en Filología Hispánica, entre 2007 y 2009 disfrutó de una beca de creación del Ayuntamiento de Madrid en la Residencia de Estudiantes. Posteriormente vivió diez años en los Países Bajos, donde cursó un máster de investigación en Estudios Culturales y trabajó como profesora en la Universidad de Leiden. Ha publicado los libros de poesía Memorial para una casa (La Palma, 2003), La ciudad circular (Litorial Elguinaguaria, 2003) y Pronóstico del tiempo (Trea, 2015)