Presentamos en la Revista Trasdemar una selección poética de nuestra colaboradora Juana Adcock (Monterrey, México, 1982) a quien damos la bienvenida. Es poeta, traductora y editora residente en Escocia. Ha publicado Manca (Tierra Adentro, 2014) y Split (Blue Diode, 2019) que fue galardonado en el Reino Unido con el Poetry Book Society Choice y fue incluido en la lista de mejor poesía del 2019 del diario The Guardian. En 2016 fue nombrada una de las Ten New Voices from Europe por la organización Literature Across Fronteirs, y ha recibido becas de la Society of Authors, Creative Scotland, Banff Arts Centre, y CONARTE. Es co-editora de la antología de poesía de mujeres latinoamericanas Temporary Archives (Arc Publications, 2022). Sus traducciones al inglés del poeta mè’phàà Hubert Matiúwàa recibieron el premio PEN Translate por The Dogs Dreamt. Es traductora también del libro Translation of the Route de Laura Wittner. Su publicación más reciente es Vestigial (Stewed Rhubarb, 2022), una respuesta poética al trabajo del aclamado artista escocés Alasdair Grey. Su poesía ha sido traducida al alemán, polaco, húngaro, catalán, frisón, chino, maltés y francés, entre otras lenguas, y ha participado en numerosos festivales literarios internacionales.
LA HISTORIA DE LOS TEXTILES ES LA HISTORIA DE LA CIVILIZACIÓN ES LA HISTORIA DEL DESEO, DIJO EL VESTIDO Hilamos un alfabeto. Mi vestido decía sí, decía no, mi vestido discernía. ¿Sabías que las palabras en las tablas de la ley no estaban grabadas sino que horadaban la piedra por completo, para que las letras, hechas de sol, quemaran la retina y se imprimieran en todo lo que se veía? ¿Sabías que si mirabas a la ley fijamente no a las letras sino la piedra en sí se le veía ondear en el viento como seda? ¿Que la ley de la tela en sí -esa esencia sobre la cual se construyeron imperios- era más imponente que cualquier palabra? IL MAGO GUARDA Nunca entendí la fuerza centrípeta y centrífuga de los círculos o el peso de la rueda de huso o ese movimiento polvoso de pulgar frotando índice como el de un mago que nos enseña a ver. Mi abuela más que hilar parecía estirar el hilo, que ya quería ser hilo antes de haber sido torsión No sé emparejar el tejido ni crear tela fina que caiga con gracia de mis hombros nunca he tenido gracia pero he deseado la manera en que las mujeres tienen gracia la manera en que la tela las contiene cuelga de su cintura y la amarra (el hilo caía de su mano como un puñado de arroz que le tirara con misericordia a los pájaros) busco la tela del Adriático la seda de mar, tejida por mujeres que nadan lo hondo recolectan las fibras de la nacra (son cien clavados para recolectar treinta gramos de fibras) busco la chalina transparente de la Venus de Cranach sentido de la gravedad como de brazo de santo busco una tela mítica tejida de la saliva de los lobos nunca he podido hacer girar un trompo ni girar en puntillas yo sola ¿Dónde empecé? en los capullos de seda en árbol espiral en la oruga de seda madre
CARTAS AL SUR
Querido Sur:
He aprendido a deshacerme
como una bufanda cuyo punto se me escapó
casi al principio.
Tiro del estambre para sacarlo del tejido:
pañuelos de la garganta
del mago.
Dejo que la línea se combe, las palabras
renguean
dobladas en ordenadas doble-ves doble-ves
y veo cómo empezar de nuevo
Querido Sur:
Llevo tiempo buscando algún resto de ti en mi feed de Instagram.
Una esquina donde haya algún logo pintado a mano en la barda
y manadas de perros ferales olfateen entre la basura.
En ti tuve un perro fantasma
que me seguía a todas partes.
Era de una raza cruzada
amarillento, feo y viejo; nunca ladraba ni tenía hambre.
De madrugada, sus uñas chocando contentas con el empedrado.
Su suspiro al tumbarse a mi lado luego de una larga caminata.
Aquí, en el Norte, nos han limpiado de fantasmas
junto con los botes de basura que no cumplían con los requisitos del municipio
y con eso
se nos olvidó la muerte.
Una manera peligrosa de vivir. Pero tus fantasmas
aún deambulan por la ciudad
Querido Sur,
Porque lo llevaba conmigo, en mi cuerpo,
nunca noté las profundidades de la tristeza en tu rostro.
Ahora inspecciono hasta los huesos de tu silencio infantil
tu rodilla raspada y tu pantalón de poliéster color vino rasgado
duro y polvoriento, tu pie pateando la gravilla.
Siempre había tanta gravilla por ahí, no?
O eran escombros?
Querido Sur:
Me acuerdo del olor de carne podrida en cemento caliente
los granos de saliva en la comisura de una boca recién despierta
el aire pesado de partículas, el aire grasoso
y el atardecer cortando espectacular el polvo
y cómo el cielo nocturno hasta el alba irradiaba calor como luces de feria.
Esa noche caminé descalza en la oscuridad como mendiga.
Las alcantarillas desbordantes, las bolsas de basura apilándose en pirámides.
Las jaurías de ratas y perros callejeros
y fantasmas de perros callejeros.
Estoy del lado acaudalado del muro, pero siempre he estado de este lado
del muro: aún cuando andaba descalza era turista.
Los guardias desvelados nunca me pidieron identificación ni motivos
para entrar a los pueblos enrejados donde los niños ricos dormían
tras barrotes bajo plácidas palmeras
Querido Sur:
Tuve oportunidad de comprar en ti un terreno
por el precio de quizá doce paninis en el Norte.
En la mitad sombra, construí un establo.
En la mitad sol, me acosté entre las matas.
Cubrimos tus costas con torres de cemento, es verdad.
Blanqueamos los huesos y regimentamos ventanas.
Pensábamos que vacacionaríamos ahí a cada rato.
Que flotaríamos en piscinas cerúleas junto al mar.
En los restaurantes las holandas de chifón rosado
eran anémonas en la brisa salada.
Monedas brillantes caían en los vasitos
de los músicos de tierras lejanas.
Comíamos pescado entero a las brasas, aunque
no sabíamos bien cómo hacer
con los huesos. En el Norte, nunca teníamos que
lidiar con los huesos. Alguien más lo hacía por nosotros.
Yo por ejemplo ni sabía que se podía
levantar la espina dorsal entera, separándola
limpiamente de la carne, de una vez con todo y cola y cabeza
como en caricatura de Hannah Barbera
Querido Sur:
En inglés las cartas se firman con una X
en lugar de “Besos”.
El beso quizá también recuerda a un dolor oscuro, masculino.
El mártir en la cruz en forma de X
en realidad no tenía nombre:
a San Andrés
lo apodaban “andras”: ανδρας
que significa simplemente, “hombre.”
Y es como si nosotros, también, hubiésemos estado
buscando un nombre desde entonces
Querido Sur:
Las torres están vacías ahora
su brote calcáreo un molde
de la carne que las habitó.
¿Qué cangrejos hermitaños
se las apropiarán ahora? ¿Desde dónde provienen?
Querido Sur:
Lamento mucho la noticia
de que lo has perdido todo.
El hogar familiar
es ahora un montón de piedras.
Y aún así, te paras en el umbral
de ese montón de piedras
y me invitas a pasar: ¡chai, chai!
para tomarnos un té