Presentamos en la Revista Trasdemar una selección poética de Fayad Jamis (1930-1988) Poeta, pintor, diseñador, periodista y traductor cubano. Nació en Zacatecas, México, y murió en La Habana. Obtuvo la Medalla Alejo Carpentier y 1962 el premio de poesía en el Concurso Casa de las Américas con su libro Por esta libertad. Considerado uno de los autores cubanos de mayor reconocimiento, entre sus libros figuran títulos como Brújula , Los párpados y el polvo, Vagabundo del alba (1959), Cuatro poemas en China, Los puentes, La victoria de Playa Girón, La pedrada o Cuerpos, antología poética. Como artista formó parte del grupo de “Los Once“. Compartimos en nuestra sección “Telémaco” de poesía una muestra escogida de su libro “Abrí la verja del hierro” editado en 1973 por el Instituto Cubano del Libro, edición “Contemporáneos”
TUS OJOS
Por ciudades y árboles, encima de la niebla,
entre las letras apretadas de los periódicos,
a través de gentes extrañas, semáforos y artículos de
consumo,
llevo tus ojos como dos manchas aguadas de tinta,
como dos irremediables quemaduras de cigarro en
mi camisa.
ABRÍ LA VERJA DE HIERRO
Abrí la verja de hierro,
Sentí como chirriaba, tropecé en algún tronco
y miré una ventana encendida, pero la madrugada
devoraba las hojas y tú no estabas allí diciéndome
que el mundo está roto y oxidado. Entré,
subí en silencio las escaleras, abrí otra puerta,
me quité el saco, me senté, me dije estoy sudando,
comencé a golpear mi pobre máquina de hablar,
de roncar y de morir (tú dormías, tú duermes, tú no sabes
cuánto te amo), me quité la corbata y la camisa,
me puse el alma nueva que me hiciste esta tarde,
seguí tecleando y maldiciendo, amándote y mordiéndome
los puños. Y de pronto llegaron hasta mí otras voces:
iban cantando cosas imposibles y bellas, iban
encendiendo
la mañana, recordaban besos que se pudrieron en el río,
labios que destruyó la ausencia.
Y yo no quise decir nada
más: no quiero hablar, acaso en el chirrido
de la verja rompí cruelmente el aire de tu sueño.
Qué importa entrar o salir o desnacer.
Me quito los zapatos
y los lanzo ciego, amorosamente, contra el mundo.
CUBANACÁN
Si el sol ya no se asoma detrás de esas nubes
La roja tierra será un manto de sangre coagulada
y la muchacha parecerá menos desnuda junto al
arroyo.
El jagüey, poderoso, conquista su dominio de sombra.
El silencio cobra la densidad de la lluvia ya próxima.
El arroyo es negro. Por sus aguas corren,
disueltas, extrañas sustancias, desperdicios
que asumieron una particular forma de olvido.
Ahora la muchacha se yergue y el sol la golpea
y su vestido blanco sobre su carne blanca
se convierte en una mancha amarilla. El arroyo
en negro. Hace años, dicen, sus aguas arrastraron
el cuerpo de una mujer asesinada, y ahora
yo contemplo esa mancha amarilla detenida en la
yerba
y tomo estos apuntes para un imposible poema de
amor.
SALTO
Mis últimas horas en París las escribí en un vidrio
empañado
(no es cierto); en la mirada de un mendigo (falso);
en una piedra invulnerable (es posible).
Como no podía decir adiós de otra manera pedí una
copa de Traminer
y me puse a flotar en la ciudad bajo la lluvia.
Luego tomé un avión, di un gran salto en mi propia
soledad
y, desde el aire en calma, partiendo la inmensa noche
oscura,
contemplé el dibujo amarillo y turquesa de Londres
-extraño poderío sólo de luz en apariencia.