“Sea hunt” Por Rubis Camacho

En la Revista Trasdemar celebramos nuestro cuarto aniversario con la difusión de la creación literaria contemporánea en las islas
Fotografía cortesía de la autora

Presentamos en la Revista Trasdemar una muestra de la obra narrativa de la escritora puertorriqueña Rubis Camacho (Bayamón, 1959 ) a quien damos la bienvenida a nuestra revista. Autora de reconocida trayectoria y con una destacada estela de publicaciones en las últimas décadas, ha sido profesora de la Universidad Interamericana y conductora de programas de radio sobre literatura. Su libro “Cuentos Traidores” obtuvo en 2010 el Premio Instituto de Literatura Puertorriqueña y el Premio Pen Club de Puerto Rico. Entre su obra poética figuran títulos como “Safo: Ritual de la tristeza” (Indeleble editores, Guatemala), “Curriculum Vitae” (Editorial EDP University, PR), “Agapimú: El encuentro de los cuerpos” (Indeleble Editores),“Los cien cantos de Safo” y “Cuando mira la Medusa” en CPP Editora, así como las novelas “Sara: La historia cierta” y “Tu rostro en la memoria”. Recientemente ha publicado el libro de relatos: “Madreselvas” Ediciones Diotima (Argentina) y la Universidad de Houston incluye algunos de sus poemas en el proyecto “Departamento de Literatura Puertorriqueña”. Compartimos la obra “Sea Hunt” en nuestra sección “Conexión Derek Walcott” de literatura contemporánea de las islas

Cuentos Traidores es un libro muy bien escrito; un excelente libro que dejará huellas. Más allá del título, estos son cuentos que no traicionan; pues, resultan, junto con la mejor cuentística de los últimos tiempos (la de Pedro Cabiya, la de Francisco Font, la de Luis Negrón y la de Carlos Vázquez Cruz), una valiosísima aportación a nuestro panorama literario. Sin más, sólo me resta invitarlos a la lectura”

Transgresión, Corporalidad y diferencia en los Cuentos Traidores de Rubis Camacho”

FEDERICO IRIZARRY NATAL

Sea hunt

La enorme mantarraya corta el agua para rodear el cuerpo de Mike Nelson. Los músculos del antiguo buzo de la marina norteamericana, se endurecen bajo el traje de goma de dos piezas. Siente la cercanía, pero no teme; sabe que la manta birostris carece de aguijón venenoso en la cola.

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El niño, se aúpa en el viejo sofá color vino con mareados diseños de barcos. Por un momento ha creído que el oleaje saldrá por la pantalla como un violento remolino de agua, hasta crecer dentro de la sala y catear cada rincón del aposento. Teme por la vida de su héroe. Aún asustado, se levanta a subir el volumen del televisor y pega la cara a la pantalla caliente, para confirmar que no está húmeda. Desconfía. Por si acaso, cubre la pantalla con la sábana olorosa a la humedad de sus axilas. 

Unos pasos más allá, en la estrecha cocina, una mujer cavila. Hace unas horas, confirmó la infidelidad del marido; una carta vulgar (con labios pintados) escrita por la chiquilla del frente. Una mezcla de sudor y lágrimas ahorcadas en sofrito, se le juntan en el cuello estriado. En los pasados meses, declinó enfrentar los ojos apagados del hombre; el poco apetito por su carne. Lo buscó en las noches, pero se hizo el dormido; las mujeres saben. Desde ahí, buscó culpables en su cuerpo: la estirada piel de la barriga, los senos vacíos terminando en pezones incoloros, y los talones de grietas negras.

Entierra el cuchillo en la cebolla indefensa, prende con rabia el fósforo para encender la estufa, ataca la sartén con una jabalina de salsa, mientras la carne molida -atropellada con sal y pimienta- espera con resignación como en fila de cadalso.

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El hombre abre la puerta del cuartucho del motel, mientras ella, con gran dificultad, saca su bolsa de lencería del baúl del auto. El hombre entra y prende las luces.

            -Bájalas un poquito, -pide ella, desde afuera, con algo de rubor y coquetería.

-A mí me gusta ver -contesta el hombre con rudeza.

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La espalda del buzo, ajena al sol de la tarde, recibe la fuerza del brazo en flecha, el otro brazo gira hacia atrás como una hélice de lado. Nada despacio, pero con implacable precisión. Busca borrar la huella de espuma, desaparecer del universo acuoso. La mantarraya, en su apresurado avance, salta más allá de la superficie. Al caer, la cabeza queda envuelta en relámpago, en locura de sol atravesando los verdes rabiosos del agua.

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– ¡Baja eso! ¡Baja eso! ¡Maldita sea! ¡Toda la tarde con el televisor prendido!  ¡Vete a bañar, es lo que tienes que hacer!

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-Bájalas solo un poquito, por favor. -El hombre no responde. Concentrado, cambia la ropa de cama. Ha traído su propia sábana y almohada. Desconfía de la higiene en los moteles. Se desnuda de la cintura hacia abajo, porque siempre tiene frío en la espalda. Se acuesta boca arriba esperando que ella atraque a su lado.

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La voltereta transforma el paso en picadas. El animal hurga con desesperación. Se acerca a Nelson, como si el cuerpo del buzo fuese un habitáculo de plancton. El hombre asegura los reguladores y la máscara redonda. No debe tener miedo; las mantas no se alimentan de humanos. Por instinto, mira hacia abajo buscando las cuevas submarinas…

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Ella mira desde la puerta; tiene en las manos la bolsa y el paquete de chocolates que tanto gusta al hombre. También, ha traído una pequeña nevera con: quesos, melón, jamones, jugos, kiwis, un pequeño mantel y una vela aromática. Los espejos del techo y las paredes reproducen la imagen reposada de un animal muy blanco y blando, que jadea en el revuelto océano de sábanas. La cama no es de agua, pero lo parece, porque el cuerpo largo del hombre flota sobre una densidad de sal, que solo la mujer presiente. 

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De repente, una corriente pone al hombre bajo el vientre plano y sensitivo de la bestia… El animal agita las aletas como si espantara demonios marinos, la lucha es extraña, ¡tan desigual! Se desprenden y se ciñen. La bestia muestra los dientes. Nelson expande los ojos achinados.

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-¡Que lo bajes, te digo! ¡Coño, que lo bajes ¡

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La mujer cruza la habitación en dirección al baño.

-No tardes -dice el hombre.

El agua caliente desciende por el cuerpo de la mujer, mientras inventa frases amorosas que él no le dirá, aunque ella le suplique. Cierra la llave del agua y lo escucha eructar con desparpajo. Instantes después, el hombre golpea la puerta.

 -¡Avanza! ¿Piensas pasar la noche en el baño?

La mujer sale y deposita la carne junto al hombre. Por la forma en que ha recogido su enorme cuerpo, por la torsión, sabe que ha vuelto a construir un muelle entre los dos. Las provisiones esperan en la bolsa. Lo mira de frente, intentando descifrar la madeja que le arruga la frente; pero el hombre es una isla rocosa, una nueva Patmos que presagia su apocalipsis.

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            ¿Qué pasa? Hace apenas un rato, nadaba a flor de agua, sin ruido ni estela. A cada diez brazadas se inmovilizaba como un pez en reposo o en acecho…Ahora, un bandeo de agua los pone de frente, y una tumultuosa precipitación de lluvia se añade. Pero, recuerda que no debe tener miedo; las mantas no se alimentan de humanos. Un aletazo le previene del siniestro. Algo se le rompe en el costillar, como un puente que se quiebra. La hilera de dientecillos afilados se clava en el traje alcanzando la carne, purgando la sangre, bebiendo el plasma, alcanzando cierto legítimo grado de familiaridad. El buso, desequilibrado, acelera su desplazamiento. En su mente estallan gritos cencerrados, huye como si pudiera, pero el rumor de la masa aplanada, rebosante de cartílagos, se le posa encima y de lado, sobre la cabeza y sobre los pies que vanamente agita…

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-¡Mami, ya voyyyyyyy, se está terminando!

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Y la bofetada lo deja aturdido. Dos enormes aletas lo levantan del sofá y lo lanzan por el aire. Desde la superficie, el cuerpo del niño es un ojo excesivo, un tijerazo de agua helada. La madre busca la correa del infiel; el cuero sagrado que sostiene los pantalones del hombre de la casa. Desde el trampolín del piso, el niño atisba al ser extraño que pugna en los ojos de la madre; parece un tiburón, una ballena, una serpiente marina, un ser aplanado de dientes intermitentes. No está seguro de la identidad, pero sabe que está allí, fragmentando la mirada de su madre. La correa chapalea sobre las piernas del niño, los verdugones brotan del tamaño de la hebilla …

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El hombre oprime el botón del control del televisor. Una pareja de mujeres orientales desnudas se sumerge en una playa. Las olas se alzan sobre sus cabezas. Una de ellas da vueltas en un remolino de agua, arena y algas.  El hombre se levanta de prisa y cubre el televisor con la sábana olorosa a la humedad de sus axilas.

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Nelson intenta una huida en diagonal. Concentra su atención en sus músculos; da el comando. Tiene conciencia de que, en cada bandeo hay una mordida a su cuerpo. El avance no corresponde al esfuerzo del hombre buzo…

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 Clava el tenis húmedo en el diamante del cyclone fence. Después de tantas golpizas inexplicables, la senda está planeada: el pie derecho incrustado a media verja, luego el izquierdo creando balance sobre las puyas del tope, un movimiento redondo para lanzarse al otro lado, y ya, por fin, a salvo en el patio de Marina…

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Piensa que el agua saldrá por la pantalla como un violento remolino de agua. Pega la barba a la pantalla para confirmar que no está mojada.

-Ya vuelves con lo mismo -reclama ella.

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Levanta una mano, como si pudiera ser visto desde la orilla de la playa. Cambia de escenario y se vuelve pájaro torpe que aletea. Se lanza en línea recta. Ahora es un tigre. Tira un zarpazo, luego otro, pero esto solo consigue hundirlo más y más…

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Pero, el tenis resbala. La mejilla se hunde en el tejido de púas.  Con el último aire desensarta las pecas. La frente desciende ruda, descascara el moho del alambre, un diente por aquí, otro allá, una agüita de sangre espesa…El hombre aborda el lecho con la inseguridad de una vela remendada y al llegar al fondo, la piedra, y después de la piedra, unos brazos que siguen golpeando. Al niño se le mete toda el agua de la pantalla adentro, le sube de los pies al alma, mientras la mantarraya le aletea la cabeza, el buzo se siente solo, brutalmente abandonado. El hombre apaga las luces y se abraza con la oscuridad.

Rubis Camacho / Cortesía de la autora

  • “Sea Hunt” es la micronovela que ganó el primer lugar en el Certamen de Microficción del Postantillano, en Puerto Rico/ 2017.

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