Presentamos en la Revista Trasdemar una selección de obra narrativa de la autora Carmen de la Rosa. Ha publicado con ediciones Idea el volumen de relatos “Todo vuela” y el de relatos y microrrelatos ilustrados por Irene León “Acordeón”. Sus minificciones están publicadas en varias antologías y revistas. Obtuvo recientemente el el Premio de Relato corto Isaac de Vega 2020 de la Fundación Caja Canarias
Algunas noches subimos la escalera de caracol del faro. Durante horas contemplamos el haz de luz que se proyecta sobre el océano negro tinta de calamar. A veces permanecemos en silencio, otras, cantamos canciones viejas o mi madre nos cuenta historias de sirenas, de naufragios, de la ciudad sumergida de la Atlántida. Una noche creímos ver el lomo de Moby Dick entre las olas, al resplandor del faro.
CARMEN DE LA ROSA
Las cuatro estaciones
Primavera
Enjambres de lenguas enamoradas liban entre los pétalos de la vulva de la mujer flor.
Pesadilla de las noches de verano
Atraviesa con zumbido de helicóptero la ventana abierta, es un peluche adorable revoloteando en el techo del salón. Golpea con sus patas traseras el retrato de la abuela: lluvia de cristales y bolas de excremento sobre la alfombra persa. Papá le lanza una zapatilla, zas, apenas roza su cola, se desprende una nube de pelusa. El conejo mosquito se enfurece, roe las cenefas de papel pintado, taladra las cornisas con sus dientecillos, bate sus alas y temblequean las lágrimas de la araña que cuelga sobre la mesa del comedor. Mamá grita, los niños lo persiguen con cazamariposas, saltando por encima de cómodas y aparadores. Acorralado, ensarta su aguijón en el ombligo del abuelo y escapa enseguida a la oscuridad del jardín. Mientras, el abuelo se desangra sentado en el sofá al igual que, el verano pasado, su difunta esposa.
Otoño glacé
Noventa y siete otoños ha vivido madame Pigalle. El de este año es un collage espléndido de hojas amarillas, ocres y rojizas derramadas sobre los campos y el asfalto de las carreteras. Bajo los castaños hay cientos de vainas abiertas, puercoespines vegetales, que alfombran el jardín. El olor de la tierra húmeda y del aire aún puro de Normandía penetra por la ventana del salón. ¡Ah, qué delicia!,
En su lengua casi centenaria estalla el sabor del otoño, concentrado en un marrón glacé; treinta años sin probar uno, prohibición total por su diabetes, madame, le había aconsejado el doctor Bourgeois. Y ella lo había cumplido a rajatabla hasta ahora.
Madame Pigalle despliega con sus dedos crujientes pero aún hábiles el último papel dorado de la caja, los otros diecinueve relucen como monedas de un tesoro pirata sobre la manta que cubre sus rodillas. Cuando aparece aquella exquisitez en forma de diminuto cerebro caramelizado, cierra los ojos y aspira el aroma de la felicidad antes de llevárselo a la boca.
¡Ah, qué muerte tan dulce!
Invfierno
En los armarios las polillas roen las cuerdas de la balalaika, la humedad
pudre los abrigos de piel de zorro y el moho verdea las botas de nieve. Afuera, un torrente de lluvia monzónica se desliza sobre el tejado de la dacha, día sí, día no, desde hace meses. Al calor de la estepa encharcada han florecido amapolas rojas entre los esqueletos de los extintos osos polares y nubes de mosquitos zumban, de la mañana a la noche, sobre el óxido de los trineos inservibles.
Aún seguimos sin noticias del sur.
El microrrelato “Invfierno”, contenido dentro de “Las cuatro estaciones”, está publicado en el libro de la VII edición del Microconcurso de la Microbiblioteca. Finalista del mes de marzo. 2018.
Hibridación
En junio, mientras regaba las petunias, aterrizó un ángel en el jardín. Aunque mis padres me habían advertido contra ellos, a mí no me pareció tan fiero, y como hacía calor, lo invité a refrescarse en el jacuzzi. Él plegó sus alas, se despojó de la túnica y me tendió su mano. Nos bañamos juntos hasta que cayó la tarde.
Una madrugada de agosto, desperté y puse un huevo sobre la colcha de mi cama. Luego salí al jardín y lo escondí entre el seto de lavanda. Ahora lo incubo por las noches, mientras mis padres duermen.
El microrrelato “Hibridación” está publicado en el libro de microrrelatos y relatos cortos “Acordeón”, Carmen de la Rosa con ilustraciones de Irene León, ediciones Idea 2014.
Las Kareninas
Ana ya no añora el corazón de Vronsky palpitando contra su pecho, ni sus abrazos, ni la borrachera de sus besos. Ya no.
Hace meses que atravesó Rusia, oculta en un carruaje con su hijo mayor, Seriohza, y la pequeña Ana. Cruzó la frontera suiza. Vendió sus joyas y compró la casa. En San Petersburgo se rumoreaba que unos asaltantes los habían asesinado, a ella y a los niños.
Poco a poco fueron llegando las otras. Huyeron de sus maridos y de los amantes apuestos que las intercambiaban como si fueran muñecas vestidas de seda y tafetán.
Las extranjeras, así llaman los habitantes de Brienz a las mujeres que viven con sus hijos en la casa del lago, que persiguen luciérnagas en el jardín, descalzas, en las noches de verano.
Ya acabó para ellas el encierro y la locura y el daño. Su desesperación de bellas fieras enjauladas.
Ningún Karenin les podrá negar el divorcio, ni arrebatarles sus criaturas.
A veces Ana despierta en la madrugada, escucha el silbido de una locomotora que se acerca, el traqueteo de las vías de un tren fantasma y siente el vértigo de evitar, en el último segundo, la muerte.
El microrrelato “Las Kareninas” está incluido en la Antología “MicroDecamerón”, compilada por Paola Tena, Quarks Ediciones Digitales 2020.
La isla del faro
Aquí, en la isla del faro, no usamos mascarillas. Solo cuando zarpamos en la zodiac para buscar provisiones en la isla de enfrente. La primera vez que fuimos, después de desembarcar en el muelle de la Caleta, paseamos un rato por el pueblo de casas encaladas con puertas y ventanas azul añil. Papá se acercó a la cofradía de pescadores y mamá, Jaime y yo entramos en la venta de la calle principal, frente al mar. El chico que estaba colocando manillas de plátanos en cajas, al fondo de la tienda, me hizo una seña para que le siguiera hasta la entrada. Afuera el sol fundía el piche de la calle. “¿Cuántos años tienes?”, dijo. “Cumplí los 14 el mes pasado. Me llamo Laura ¿Y tú?”, le contesté. “Yo soy Jose y tengo 15”. Me preguntó entonces cuánto tiempo íbamos a veranear en el faro, sus ojos, sobre el blanco de la mascarilla, eran charcos verdosos, como en los que mi hermano y yo recogíamos burgados en la bajamar. Mamá y Jaime salieron en ese momento de la tienda, cargados de bolsas, y regresé con ellos al puerto. Embarcamos en la zodiac y papá arrancó el motor, Jose nos observaba bajo el toldo de la venta, me quité la mascarilla y le dije adiós con la mano.
Cada mañana pedaleamos hasta la cala de Las Salinas mientras el viento nos ensalitra las caras. Mamá despliega la sombrilla y sirve gazpacho antes de lanzarnos al mar desde las rocas. Papá y mamá flotan y ríen en el agua fresca y turquesa. Me gusta verlos así, amorosos y juguetones como delfines. Me acerco nadando y ellos me acogen entre sus brazos, Jaime trepa como un cangrejo piedras arriba y se tira de bomba, muy cerca, salpicándonos. Nuestras risas suenan igual que los graznidos de las pardelas que vuelan de noche alrededor del faro.
Aquí, en la isla, no hay conexión a internet. Los móviles solo permiten llamadas de emergencia. Nos comunicamos con el puerto de La Caleta por una emisora de radio. El tiempo es de chicle, se estira y se estira: leer, dormir la siesta, mamá escribe relatos en el portátil, papá diseña un sistema de recogida de agua de lluvia para el techo de la casa del farero, en la que vivimos ahora. Jaime pesca sargos o samas para la cena. A veces echo de menos a mis amigas, me conecto con ellas en Instagram cuando vamos al pueblo. Están todas confinadas en sus casas, Elena es la única que se remoja a ratos en la piscina hinchable de la terraza, si no fuera por internet se moriría de aburrimiento allí, encerrada con su madre, sus hermanos y su abuela, qué suerte tenía yo de haber viajado a la isla.
Algunas noches subimos la escalera de caracol del faro. Durante horas contemplamos el haz de luz que se proyecta sobre el océano negro tinta de calamar. A veces permanecemos en silencio, otras, cantamos canciones viejas o mi madre nos cuenta historias de sirenas, de naufragios, de la ciudad sumergida de la Atlántida. Una noche creímos ver el lomo de Moby Dick entre las olas, al resplandor del faro.
“Nos vemos a las ocho de la mañana, en la cala de Las Salinas”, me dijo Jose ayer en el pueblo. A las siete ya estaba despierta y desayunando. Después toqué en la puerta del dormitorio de mis padres y les dije que me iba en bicicleta a la cala: ¿Tan temprano? ¿No esperas a Jaime?, dijo mamá. No, me iba sola. “Ya te acompaño yo”, papá saltó de la cama. No tenían por qué preocuparse, no pasaría nada. “Llevo la sombrilla y un libro. Ya soy mayor”, les dije, y me dejaron marchar. Cuando llegué a Las Salinas la lancha de Jose estaba fondeada en la cala y él tomaba el sol tumbado en la arena. “¿Conoces la cueva del pirata?”, me preguntó. Le dije que no. “Pues vamos allá”. Nadamos hasta el bote, trepamos por la borda, y en un momento ya navegábamos en el interior de la cueva. El verdor del musgo que recubría las rocas del fondo se reflejaba en la bóveda. Jose ancló la lancha y nos zambullimos en el agua quieta y transparente, de pecera. Me sujeté de la soga del ancla, él estaba tan cerca que me pareció que buceaba dentro de sus ojos. Nos besamos.
Papá ha empezado esta tarde a instalar canalones en el tejado y mamá, Jaime y yo arrancamos malas hierbas en una parcela asocada del viento, en la trasera de la casa, en la que plantaremos una huerta. Creo que no vamos a regresar a la ciudad por el momento. No sé cuánto tiempo más viviremos aquí, en la isla del Faro. Pero tampoco me importa.
El relato corto “La isla del Faro” es inédito
Carmen de la Rosa (Santa Cruz de Tenerife) Es médica rehabilitadora. Ha publicado con ediciones Idea el volumen de relatos “Todo vuela” y el de relatos y microrrelatos ilustrados por Irene León “Acordeón”. Sus minificciones están publicadas en varias antologías: “Somos Solidarios” “99 crímenes cotidianos”, “Primavera de microrrelatos indignados”, “Ellas”, “Eros y Afrodita en la minificción”, “Perdone que no me calle”, “Un universo que se expande”, “Los nuevos mundos de la minificción”, “100 palabras para mamá”, “Antología de Minificción Española en Redes”, “MicroDecamerón”, “Pequeficciones” “San Borondón. Un viaje literario”, Antología Virtual “Pilar en corto”; y en varias revistas y blogs: Fahrenheit XXI, Plesiosaurio, Minificción, Mirmidonia, Revista Internacional Mi Red, Antología Mundial de Minificción, Químicamente Impuro, Máquina de coser palabras, Brevilla, Piedra y Nido y Lectures d´ailleurs. Ganó el I y X Certamen de relatos breves “Mujeres” del Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife, el Premio de relato corto Isaac de Vega 2020 de la Fundación Caja Canarias y el I concurso de microrrelatos CFE. Ha sido finalista en varios concursos de relatos cortos y microrrelatos nacionales e internacionales
Carmen, vuelvo a leer tus creaciones y siento la misma emoción que la primera vez. Me encanta la forma con la que juegas con las palabras dotándolas de unos adjetivos curiosos y divertidos. También la frescura con la que describes a los personajes y a los acontecimientos de tus historias con un lenguaje sencillo y lleno de vida.
Gracias por estos regalos en forma de relato.
Muchas gracias, Loreto.
Suscribo las palabras de Loreto. Un regalazo estos relatos llenos de alma, corazón y cabeza. Muchas gracias por tu maestría
Muchas gracias, Asunción.
Destacó la claridad y expresión de ideas. La lectura se hace amena y sorprende la creatividad, dinamismo y riqueza de aventuras variadas. Relatos llenos de vitalidad y frescura. Gracias.
Muchas gracias, Laura.
Me ha sabido a poco: enhorabuena
Muy vivo y rápido el ritmo de tus microrrelatos. Un acicate imaginativo. Sorprendente la sinécdoque metafórica de las ” lenguas que liban” el ” la vulva de la mujer flor”. Una Primavera única y maravillosa.