Desde la Revista Trasdemar presentamos dos cuentos inéditos de nuestro colaborador Víctor Ramírez (Las Palmas de Gran Canaria,1944) a quien damos la bienvenida. Novelista exponente de la Generación del 70, es miembro de la Academia Canaria de la Lengua. Articulista y compositor de música mexicana, su novela Nos dejaron el muerto (1984) fue llevada al cine con la película “La caja” (2007) dirigida por el director Juan Carlos Falcón y la participación estelar de actores de reconocida trayectoria como el cubano Vladimir Cruz y la española Ángela Molina. Entre los títulos de su obra literaria figuran Cuentos cobardes (1977), Lo más hermoso de mi vida (1982), El arrorró del cabrero (1999) o Largo oscuro origen (2008), además de una variada publicación periodística. Ha editado antologías como Literatura Canaria. Antología de textos: siglos XVI-XX (1976) junto a Rafael Franquelo y ha editado autores como el fetasiano Antonio Bermejo. En 2018 fue candidato al Premio Internacional de Literatura Carlos Fuentes. Presentamos en nuestra sección de “Narrativa” dos relatos inéditos del autor escritos en los años 90
Eulogio Alimoche
No, tampoco sonrío cuando recuerdo a uno de los Alimoches del Lomo, a concretamente Eulogio que en paz descanse: usted no alcanzaría a conocerlo, probablemente, ¿o sí lo conociste, pariente?
Pues Eulogio, cuando le entraba el delirio tremendo, veía ratas allí donde fuere, de imprevisto, sólo ratas negras: y acabaron tomándoselo a broma los parroquianos de copas, quienes juegan al fingimiento de que ellos también las veían y cazaban, en algarabía con el cinto, con una escoba, con sacos vacíos golpeteando el suelo. Eulogio el Alimoche acababa gritando de horror, gritando de alegría, aplaudiendo, cubriéndose los ojos, acurrucado tras las cajas de plátanos el infeliz, y yo sufría compasivo de verlo y rabioso por la maldad de los parroquianos: ocurrió principiando yo a ser autoridad una de las últimas veces en que le entró el delirio a Eulogio el Alimoche presencial, sí, ya era yo autoridad con pistola al cinto, de uniforme nuevito, y me gustaba andar jovial para que se notare mi sencillez campechana, imponiendo respeto con dulzura, ayudando incluso los domingos en la construcción de alguna casita vecina: siempre se construía en el barrio, a cachitos, no me sirva más copas, pariente, por Dios y aunque se lo pida de rodillas, aunque se lo suplique llorando: por su madre santísima que en gloria esté, no me ponga más ron, no, tengo el cuerpo endormido, tengo el alma como derritiéndose en aceite frío, todo bajo brumas.
Bebían vecinos allí, los de siempre y alguno más, con Ferminito Ñeca sirviéndose también una poquita de coñac a veces, en su tienda ya cerrada para las mujeres, bebiendo quizás cinco vecinos o seis, incluido Eulogio el Alimoche joven todavía, muy joven de edad, con su piernita de menos y la muleta apoyada en cualquier rincón o tirada en el suelo: y ya pareciendo viejo por el alcohol, carpetudo, reseco de piel, estoy por apostar que no había mejor extremo izquierdo que él en toda la isla, pariente, antes de la desgracia, nunca lo he visto ni veré mejor: luego lo abandonarán todos, luego se abandonó él, tras su accidente ya será nadie, y le daba por tirarse contra un coche que pasare, borracho, sobre su pierna sola, arrojarse medido con precisión: se arrojaba calculado lo justo buscando el golpe precisado para que lo ingresaren en la clínica y le atendieran limpito, con cariño enfermero, ya sin su piernita buena, sin su zurdita de seda:….
Bernardo 21
Nos parecemos algo, pero poco. Y nos criamos por separado, pues papá aguantó apenas un par de meses viudo y con cuatro hijos tan chicos. No, no volvió a casarse. Prefirió embarcar, meterse de marinero, y nos repartió entre los tíos. A Dimas le tocaría con tío Bernardo, el hermano más de mamá, que no tenía hijos y trabajaba de dependienta en una heladería. A León lo cuidaría tití Magnolia, viuda, la mayor de los hermanos de papá y que vivía con su hijo Expedito, que la mantenía trabajando de chófer con un rico de Ciudad Jardín. Las niñas fueron juntas; pronto se pondrían a trabajar. Se quedaron con tío Raúl, tío joven de mamá que había puesto un despacho de alfalfa y demás comida de animales en el barrio. Fueron Elisa y Magdalena quienes no salieron del barrio y quienes verían más veces a papá cuando éste volvía al cabo de dos meses, siempre igual, seco de cuerpo y de carácter, de poca palabra, farfullante ésta y solitario y que por quiénes preguntaba al llegar a la tienda de tío Raúl era por las dos cabras, las palomas y El Indio, un perro bardino que últimamente moriría en una de las peleas de apuesta que celebraban en el estanque vacío de Calderín. Papá perdió todo lo que hubo traído del mar. Estuvo, luego, bastante tiempo sin volver a las apuestas de las peleas de perros. A veces llegó a haber discusiones entre él y los tíos por cuestión de dinero, pues él se olvidada de ayudar a mantenernos. Con las niñas hubo menos problemas, pues tío Raúl se compensaba haciéndolas trabajar en su casa y en el despachito de alfalfa. Ninguno de nosotros volvimos a la escuela; Dimas y León porque les quedaba lejos, Elisa y Magdalenas porque la escuela no es para mujeres según decía tío Raúl. Papá no se molestaba en saber cómo nos criábamos. Dos años y pico estuvo sin acercarse a ver a Dimas cuando éste pasaba de los trece y ya estaba en la heladería con tío Bernardo. No llegó a tanto con León, a quien los más que estuvo sin verlo fueron once meses y por la misma fecha. Dimas, en su época de confidente, se lo tropezó en Casa de la Alemana. Llegaba mi hermano con el secreta Méndez y papá salía de una de las habitaciones, acabada la faena. Había estado con una mulata que pronunciaba andaluz, llamada Isabelita. Papá me vio como si lo más normal fuera eso: verme allí. Soltó un gruñido que equivaldría a “¡hola!”. Hacía poco que no nos veíamos; por eso no puedo argumentar que no me reconocería. Yo le dije medio atónito “¡hola, papá!”. La alemana, Méndez, Erika, Isabelita y el palanganero Jonás me preguntaron casi a la vez “¿tu padre?”. Fuera de tono Dimas se sonrió y murmurará que sí. Y, como si tuviera prisa, se llevó a Erika a la cama. Dimas ya se había casado. Era del Risco su mujer, quien se llamaba Begoña: rubia y muy blanca, pecosa, no mucha, y bien entrada de carne, siempre llevando sombrero alado para que no le diera el sol. La conoció en un paseo por la calle Triana. Él todavía no era confidente. Trabajaba con Marín arreglando relojes y haciendo pulseras y collares y sortijas tras el teatro. Nada más salió del cuartel, en el que estuvo de asistente de un capitán, se casó. Creo que le perjudicó meterse a vivir en casa de sus suegros. Dimas lo niega, dice que así es la vida. Ahora estamos seguros de que fue por meterse a confidente. Lo animó Remigio, uno de barrio pegado al barranco y que se había metido en la policía y lo tenían ahora en la secreta. Dimas no era muy feliz que digamos, acechando y desconfiando de todo el mundo. Pero lo que le tenía engodado era lo de las mejores putas gratis. Al principio iba con otros. Estos mostraban la identificación y los tres chingaban cuanto quisieran, cambiando de hembra si querían, siempre sin pagar. Se mostraban muy cariñosas con ellas. Y luego acabó yendo solo donde mejor lo conocían. Fue la purgación lo que le acojonaría y dejó de volver a a burdeles y hacer de confidente. Además de que, desde poco antes, lo traía a mal traer el chivatazo que dio contra un cliente de la relojería. Éste llegó al taller acompañado de tres más. Venía en busca de una cadena con medalla para regalar a su hija. Era joven y parecía confiado. Se le escapó la hora y el lugar de la reunión clandestina. Fue sencillo cogerles. Pero lo que agrietó el ánimo de Dimas vino semanas más tarde, cuando supo por boca de su patrón, entristecido, que habían condenado al infeliz a diez años.Dimas jamás lograría comprender la magnitud de delito tal para tanto castigo. “Política” fue la respuesta del patrón. De esto nada sabía Dimas, como nada sabía de las consecuencias de sus otras confidencias. Y de ésta se enteró sin querer. Estuvo sin dormir varias noches, pues no olvidaba, recordando su arresto cuartelero, lo mal que lo pasó tras las rejas. Y Dimas estuvo sólo cuatro días. Diez días por año son muchos, muchísimos; y el hombre era joven y pobre, un simple empleado. Y tenía hijos, creo que tres, acaso cuatro. Parecía buena persona, tenía buena gracia y sabía de fútbol. Son demasiado diez años. Tiene que ser muy mala la política. Pero Dimas sabía que el hombre era muy pobre y pensaba en las putillas jóvenes y con hijos que mantener. Por eso se sintió disgustado, apenado de que hubiera putas que lo son para mantener familia. Y notó un miedo especial al pensar que la esposa del joven apresado por política no tuviera amparo y acabase de puta también. Notaría un miedo especial; incluso añoró, mira por dónde, a Begoña, su mujer. Dimas la añoró y se consolaría de saber que se portó decente y que no se quedó sin amparo cuando él la abandonaba por sus correrías de burdel. Sin dejar de añorarla, vio como bueno lo que hizo Begoña, dejarlo de una vez y marchar para Venezuela con Benito, uno que había tenido de medianovio antes de conocerlo a él. Hizo bien. Era lo más decente. Al principio Dimas se alteraría., mas por el qué dirán que por otra cosa. Luego, con el tiempo y cuando supo que su misma hermana Elisa tuvo parte en el abandono de Begoña, al ofrecerle su casa y un trabajo den Barquisimeto. Sí, Dimas acordó que había sido lo más honrado. Además Benito era buena gente y bastante buen mecánico. La haría feliz. Pero ahora la añoró. Y distanció las visitas a los burdeles y a las confidencias policiales. Además tuvo suerte al marchar con destino a la península la mayoría de sus secretos contactos. No cedía a la tentación de conocer a la mujer del cliente encerrado por política, ni de saber la suerte que tuvieron los objetivos de sus soplos. Sólo aumentaría su intranquilidad. Fue luego de una visita de Merci, donde estuvo con la ramera que más le recordaba a su mujer, cuando decidió a escribir a su hermana Elisa para enterarse de cómo estaba Begoña. Alongaba la esperanza, aunque calmosamente, de que ya no estuviera ligada a Benito. Así podría intentar convencerla de que volviese a él. Incluso, si ello lo prefería, él se pondría rápido en Venezuela, vivirían allá, donde ella quisiera. Sin embargo mejor era no hacerse ilusiones. Y mejor fue. Elisa respondió, pero desde otra dirección. Extrañado por la carta de su hermana, que antes jamás le había escrito haciendo más de ocho años de ello, que ella había dejado la isla para reunirse con Cipriano, con quien se casaría por poderes, Elisa le hacía saber que le iba bien a todos, que Cipriano era ya gerente de casa de automóviles, que Elisita ya había recibido su primera comunión, Cipri ya iba el colegio y CarmenRosa había pasado hacía poco el sarampión. De Elisa decía que era feliz, que Benito la tenía en un palmito y que estaban chiflados con los dos hijos que Dios les había regalado. Esto de los hijos le punzaría el corazón y el cerebro. Le aumentaría su desidia su desidia sexual. Le insomniaría muchas noches. No contaba con ello, que Begoña tuviera hijos. Ni se le había pasado por la cabeza. A hacer cálculos se puso después: lo que le llevará a una inapetencia total, recurriendo al ron perrero más de la cuenta. Méndez, su patrón, que le apreciaba sin reparos, le reconvino con cariño agrio. Y llegó a decirle que debía buscarse una mujer, juntarse, empezar de nuevo. Dimas lo miró con agradecimiento y forzada sonrisa triste. Aunque tampoco le cobraren dos noches después, notó que había cierto despegue en la pupila de la Merce que se parecía a Begoña y en propia Merce. Supo, por deducción, que si no le cobraban era por temor a que él, Dimas, volviere a tener relación con la Secreta más adelante. Este despegue de la alquilada lo llevó esa noche a un frenesí sexual que él desconocía. Pensó, luego, que quizá esa vehemencia se debía a la melancolía y a la debilidad física que lo embragaban. Vaciado de preocupación, ahíto de tanto trajín sexual, creyó sobreseída la intención de escribir a Elisa y preguntar por la fecha de nacimiento del primer hijo de Begoña. Podía serlo suyo, de Dimas. Éste sufría buscando infructuosamente la última fecha en que tuvo comercio comercial con su esposa. Sabía que meses antes de que Begoña decidiere marchar con Benito; habían dormido juntos en un engaño vano por parte de él para volver a normalizar la relación conyugal: puro capricho suyo, llevándole durante días a Begoña y que le costó el sueldo de casi seis meses en regalos que ella le rechazaba y que aceptaría cuando le creyó sincero. Esa noche perdida fueron muy dichosos. Y esa dicha fue la puntada definitiva al posible amor que le hubiera tenido su mujer. A la noche siguiente dimas no volvió hasta las cinco de la madrugada. Begoña no lo esperaba.
Obra literaria de Víctor Ramírez
Edición
La guitarra del Atlántico (1973)
Literatura Canaria. Antología de textos: siglos XVI-XX (1976)
Rumores paganos con Rafael Franquelo (1980)
Cuentos canarios contemporáneos con Ángel Sánchez (1980),
Narrativa canaria del siglo XV (1990)
Catre de Viento (1993)
Recopilaciones de artículos de opinión periodísticos
Respondo (1993)
La Escudilla (1994)
La rendija (1997)
Palabras de Amazigh (1998)
Desde el callejón sin salida (1999)
El fósforo encendido (2003)
Patria es raíz y destino (2010)
Cuentos
Cuentos apátridas
Cuentos cobardes (1977)
Arena Rubia y otros relatos (1991)
Desde el Sur (1996)
Novela
Lo más hermoso de mi vida (1982)
Nos dejaron el muerto (1984; la novela inspirará la película La Caja dirigida por Juan Carlos Falcón y estrenada en 2007)
De aquella zafra (1992)
Sietesitios queda lejos (1998)
El arrorró del cabrero (1999)
En la burbuja (2000)
Largo oscuro origen (2008)
Arena Rubia (2009)
La tercera mitad del cariño (2009)
Precisamente (2009)
Guirre sin alas (2009)
La machanguita (2010)
Criaturadivina (2017)
Música mexicana
Que te vaya bonito (con canciones de José Alfredo Jiménez) y Entrañables corridos mexicanos