“Viviendo en Nueva York, la isla se había transformado ya en memoria y anhelo” Edgar Smith

La Revista Trasdemar prosigue la estela de las revistas de vanguardia, que a lo largo del siglo XX realizaron encuestas a creadores de la época para favorecer el debate y el diálogo en el panorama literario y cultural
Edgar Smith (República Dominicana)

Presentamos en la Revista Trasdemar la entrevista con el autor Edgar Smith (República Dominicana) a quien agradecemos su colaboración en nuestra encuesta internacional dedicada a la insularidad

No es difícil identificarnos con otros isleños, sobre todo cuando hablamos de las Antillas. Y tampoco lo es hallarnos con estas ideas y emociones (o hallarnos motivados a escribirlas) en los escritos de otros autores de similar procedencia. Es que todos llevamos este ardor, estos montes, estas ricas miserias… que nos adornan, nos embargan, e intentan, para bien o mal, definirnos.

EDGAR SMITH

La isla como espacio de creación

¿Qué representa la insularidad para su génesis como autora? Háblenos de su experiencia creativa en el ámbito de la escritura: ¿cuáles fueron los orígenes de su proceso de producción literaria?

La insularidad es una condición fortuita que uno abraza y defiende. Uno llega a amar y sentirse orgulloso de esa aleatoria circunstancia, hasta el punto de creer que, más que el mutuo hallazgo de nuestros padres, han sido las moiras quienes, por razones jamás revelables, nos han trazado un curso entre cocoteros, sol inclemente, gente alegre, y arena ardiente y clara.

Por supuesto, estas cosas las pienso ahora. Ahora que llevo once años fuera de la isla. Antes, cuando vivía en mi bello Santo Domingo, estas cosas me eran ajenas. El isleño que fui no pensaba entonces en la insularidad como una manifestación de la identidad. Uno era y punto. No había más que la noción inexplorada de pertenecer a una isla; y dicha condición no aportaba o restaba nada al diario vivir. Tampoco lo hacía a la literatura, o a la insipiencia de la creación escritural como ejercicio intelectual o como resignación de los sentimientos. Es decir, la isla no ejercía influencia alguna (de la que yo fuera consciente) sobre mi inclinación hacia la narración oral de historias soñadas (que mentía a mis amigos con envidiable placer); o a los versos, en su mayoría románticos y atolondrados, que dedicaba a las muchachas—sobretodo a las inalcanzables.

La única conexión real entre mi génesis literario y ese pequeño terruño (“en el mismo trayecto del sol”, como dijera el poeta Pedro Mir) era que aún residía en ella. Y esto, por supuesto, era más que suficiente. Todo lo escrito en mis principios (pobremente escrito, pero con entusiasmo y fidelidad), queda circunscrito dentro del marco geográfico y cultural de lo insular. Ese principio ocurrió en la adolescencia, movido por los cambios hormonales y las canciones románticas. También las limitaciones de mi experiencia en el barrio: fui un niño sobreprotegido que se transformó en un joven “medio” del barrio. En retrospectiva, de algún modo siempre he vivido entre dos realidades: un constante “de aquí y de allá” (entonces entre la sala y las ganas de ser un muchacho de la calle), que se incrementó con mi partida hacia los Estados Unidos. Este asilamiento del “tigueraje” (de el pasar tiempo en la calle), lo compensaron los libros. Y, eventualmente, la escritura.   


La isla como lugar de influencias

¿Cuál es su relación literaria con la experiencia de la insularidad y las influencias recibidas de la tradición o las tradiciones culturales de su lugar de origen?

Influye necesariamente la isla, más tarde, en mi desarrollo literario. La isla como marco artístico y cultural más que como punto geográfico o socio-político—esto último es más una implicación sub-consciente, un algo que está e incide pero desde mi ignorancia o indiferencia. Hay características de personalidad, comportamiento, e ideológicas, en mí atribuibles al “ser isleño”: un hondo apasionamiento, un subyacente orgullo patrio, una mirada cándida hacia lo exterior (y cuestionadora de lo propio), una avidez intelectual que halla intermitencias, un marcado sentido de la pobreza como catapulta hacia el éxito, y cierto desdén hacia la autoproclamación y lo puramente barroco—el barroco que enaltece ‘lo barroco’, sin transmitir gran cosa.

Aunque veo la madurez de mi escritura ocurrir fuera de la isla, fue en ella que ocurrieron mis primeros encuentros vitales con la literatura. En particular, un episodio en la secundaria, en el que un profesor sustituto entró al aula leyendo en voz alta (dramatizando, digo) un poema. Creo que fue la única vez que aquel curso se mantuvo en absoluto silencio por cinco o diez minutos. Al final, en el clímax, aquel hombre (de cabeza cuadrada a lo Frankenstein y aspecto medio-intelectual, que llevo años pensando se trataba de Nan Chevallier) dijo algo terriblemente hermoso y, con lo que solo puedo describir como ‘violencia poética’, lanzó el libro que leía a la basura. Quedamos mudos y encantados, y aplaudimos luego con alegría. Si no todos nos hicimos poetas fue por puro chance. Yo, sí. Aquel momento me marcó.

Lo otro es quizás una influencia positiva partiendo de algo que no lo era tanto: no me gustaba la poesía que se estaba haciendo entonces en la isla. (Por supuesto, ahora entiendo que en ese momento yo leía de manera limitada y con poca consciencia del ambiente literario imperante. Había cientos de poetas excelentes cuyos trabajos no llegaron a mis manos. Pero esa era mi realidad: lo poco que leía, no me gustaba). Vuelvo a la idea del barroco como portavoz de ‘lo barroco-hueco’ (todavía hoy existe, aunque en menor medida. Hay una amplia gama de buenos poetas apostando a una poesía más asequible—Juan Inirio, Luis Reynaldo Pérez, Yaísa Jiménez… Incluso aquellos que son todavía algo barrocos, lo hacen desde la base fundamental de que: “el poema debe transmitir algo más que imágenes”; jóvenes poetas que admiro, como Rafael Román Feliz, por citar uno); y es que, habiendo leído Estravagario, Residencia en la tierra, y Veinte poemas de amor.. de Neruda; habiendo leído Leaves of Grass de Whitman, Fervor de Buenos aires y Luna de enfrente de Borges, entre otros, enfrentarme al movimiento barroquísimo de la isla, en ese aparente afán de conglomerar imágenes en la búsqueda de una aceptación intelectual que, más que evidente parecía impuesta, o suplicada, que es igual de penoso, me ayudó a enfocarme en el tipo de poesía que yo quería escribir. Desde entonces quise ser Borges y Neruda, una especie de híbrido: he procurado el verso con corazón y cerebro, aunque no siempre lo haya logrado y a todas luces sigo en el proceso.

Al final, creo que lo más interesante de la insularidad como influencia ocurrió después, mucho después, cuando, viviendo en Nueva York, la isla se había transformado ya en memoria y anhelo. Mucho le debo a las y los escritores que he conocido aquí desde entonces. Son demasiados para nombrarlos a todos, pero resalto los trabajos de: José Miguel de la Rosa, Osiris Mosquea, Kianny N. Antigua, Marianela Medrano, Eduardo Lantigua, Yrene Santos, Rubén Sánchez Félix, Rossalinna Benjamín, Eunice Castillo, Pastor Aguiar (Cubano), y Daniel Montoli. Además, el trabajo de difusión cultural de personas como Gladys Montolío y Juan Nicolás Tineo.


La isla como proyecto cultural

¿De qué modo considera el valor de la isla o del archipiélago en su propia cosmovisión literaria? ¿Qué opina acerca de las semejanzas y los parentescos entre su lugar de origen y otros territorios insulares?

El isleño lo es siempre, esté donde esté. Después de una década fuera de mi patria, sigo siendo ‘de mi patria’; nunca dejaré de ser insular. De hecho, ahora lo soy, tal vez, y con algo de paradoja, con mayor fervor o consciencia. Ahora la isla es una cosa propia de la melancolía, una añoranza, obediente a nuestra constante idealización de lo ido. Lo que significa que la mayoría de mis trabajos reflejan este sentimiento. De hecho, mis primeros dos poemarios Algunas Tiernas Imprecisiones y Island boy están profundamente condicionados por esa nostalgia, por ese afán del retorno, por la filosofía íntima del desdoblamiento [el yo que fui allá y el yo que soy aquí], por la acentuación de la identidad y su definición con relación al marco social actual y mi realidad—en sus múltiples facetas.

La escritura (el arte en general) nos brinda una oportunidad que otros oficios no pueden: el auto-análisis camuflado. Todo lo escrito, quiérase o no, tiene que ver con uno mismo—ya sea de forma personal o filosófica. Y si partimos de esta premisa, entonces todo lo que escribo tiene que ver, o está influenciado (en mayor o menor medida) por mi insularidad. Y si bien todas las islas son distintas, no es pecaminoso pensar que existe entre todas, aparte de la clasificación de insular, una especie de “patrón socio-cultural e histórico” que nos asemeja. No es difícil identificarnos con otros isleños, sobretodo cuando hablamos de las Antillas. Y tampoco lo es hallarnos con estas ideas y emociones (o hallarnos motivados a escribirlas) en los escritos de otros autores de similar procedencia. Es que todos llevamos este ardor, estos montes, estas ricas miserias… que nos adornan, nos embargan, e intentan, para bien o mal, definirnos.

Por tanto, creo que queda implícito el valor de la isla dentro de mi propuesta literaria. No es solamente un valor dado (por mí como ser consciente), sino un valor heredado, que no es desligable de mi literatura (o mi persona).


La isla como punto de referencia

En su opinión, ¿el paisaje contribuye a la formación de una estética de la insularidad? ¿Qué aspectos considera más relevantes en la mirada hacia la insularidad desde la literatura o el arte?

Creo, de hecho, que demostrar la insularidad en la escritura sin hacer alusión al paisaje (rural o urbano, intelectual y cultural) es casi imposible. Si bien una buena novela, por ejemplo, es esencialmente sus personajes representados a través de sus circunstancias, conflictos y diálogos, no sería, a mi juicio, una novela completa si no contara con una adecuada ambientación o panorama socio-cultural de donde se cuecen estas ficciones. Y si esta novela se desarrolla en el Caribe, se me antoja vital describir, con detalles, los diferentes entornos donde se dan los hechos narrados, porque debe ser de interés para el escritor dar a conocer la pluralidad de aspectos que nos conforman. Lo propio ocurre con la poesía: por medio del paisaje obtenemos una ilimitada fuente de opciones para acercarnos a la concretización de la intención poética—y en la mayoría de los casos, dicha intención poética está íntimamente ligada a la identificación y proyección de lo insular como individualidad y especificación. Esto no quiere decir, empero, que el escritor esté en la obligación de incluir el paisaje (en cualquier acepción) dentro de su obra. El escritor no está en la obligación de hacer absolutamente nada, más que escribir. Y escribir lo que quiera y de la manera que quiera. Ese es el único deber que creo profundamente tiene la escritora o el escritor: ser fiel a sí mismo y su visión e intención. Escribir tal y como (y acerca de lo) que ella o él quiera.

Pienso en Fervor de Buenos aires: “Las calles de Buenos aires son ya mi entraña / No las ávidas calles, incómodas de turba y ajetreo / sino las calles desganadas del barrio / casi invisibles de habituales…” [Las calles, Jorge Luis Borges]. El paisaje es recurso indispensable en la escritura. Creo con firmeza que lo es especialmente en la literatura insular: ¿Hay quien se resista a la reafirmación (o mistificación) de la belleza de su lugar materno? Borges dibuja unas calles que ve en su espacio, pero el lector siente que también las ha visto: no ha visto las calles de Buenos aires (No importa que no sean las calles de una isla, basta que el autor evoque ‘el sentimiento’), pero las sabe: son las mismas calles de su propio barrio. Son las calles de su infancia, quizás, o de su adolescencia. ¿No hay, además, una complicidad universal entre lector y escritor cuando el segundo es capaz de proyectar “lo cotidiano” de un modo tal que no se sienta limitado al punto geográfico? Lo logran los escritores que saben que en el paisaje habita algo más que la descripción en sí: “Sencillamente frutal. Fluvial. Y material. / Y sin embargo / sencillamente tórrido y pateado / como una adolescente en las caderas…”  [Hay un país en el mundo, Pedro Mir].


La isla como vía a la universalidad

¿Cómo le gustaría definir la identidad insular? ¿En qué medida las diversas formas de la movilidad humana, como las migraciones o el turismo, influyen sobre la creación literaria en las islas? Desde su perspectiva, ¿qué lugar ocupan las nociones de cosmopolitismo y universalidad en la cultura insular de cara al futuro?

Me permito ser poeta para ofrecer una definición: “Ser sol y playa / verde fulgor que en el llano aspira a la carcajada y al abrazo”. Hay algo de mar y de montaña en este peregrinaje de pasiones. Algo de mitología cotidiana y de música. (Me sonrío escribiendo estas cosas porque…) no puedo dejar de resumir la insularidad a lo culinario: creo que somos un mangú o un sancocho (salcocho): un revoltillo de peculiaridades que se acoloran hasta hacerse un arte, complejo, precioso, ardiente, y atado a una caótica serie de virtudes y máculas. Ser dominicano, por ejemplo, obedece a todo lo anterior; y, además, a una arraigada vanidad, al fantameo, a la búsqueda del placer y la “buena vida”, al desenfreno, al sueño desmedido… pero también a la solidaridad, a la calidez, al desarrollo social e intelectual, a la adquisición de profesiones como pináculo del éxito, al consciente aspirar a ser y representar la isla. ¿No son la suma de estas flaquezas y atributos lo que conforman la idiosincrasia e individualidad de cada identidad?

Son precisamente estas cosas las que mantenemos vivas (las que nos mantienen vivos) a través de la literatura. Aún en nuestros escritos menos conscientes (de quiénes somos), permea nuestra naturaleza insular como bálsamo inmarcesible. Esto es brutalmente cierto cuando nos vemos en calidad de emigrantes. La diáspora. El término no tiene nada de peyorativo. Para citar a Serrat, “nunca es triste la verdad / lo que no tiene es remedio”. El vocablo es lo que es; y, al leerse, entonces ha de ser lo que uno interpreta—desde uno y su experiencia. Nunca me ha dolido más, nunca me ha dado más orgullo, nunca me he identificado más con mi naturaleza insular que al saberme lejos de mi isla. Ha sido en la distancia que he descubierto el oro de esta noción. Mi literatura retrata, a veces directamente, a veces sutilmente, esta amalgama de sentimientos. Esto no es malo ni bueno. Esto es lo que es: la innegable realidad de ser dominicano pero no residir en la isla. ¿Acaso es menos cubano el que vive en Miami? ¿Cómo es más boricua el boricua que vive en Puerto Rico que aquel que vive en Alemania? Ser isleño está en uno, en cada cual. Y uno lo acepta y acoge… o no. Nadie más tiene cabida en ello.

Pero la literatura, ella sí es un reflejo de lo que hay dentro. Ahí sí sabemos si hay una isla, un rascacielos o un iceberg en el corazón del escritor. Y es desde nuestra pequeña parcela existencial que buscamos la universalidad. Pero no creo que queremos ser universales en el sentido que propone el cosmopolitismo; creo que buscamos en la literatura acceder al entendimiento (potenciar el descubrimiento) de lo nuestro en las otras culturas y geografías. No porque queramos pertenecer a otro lugar, sino porque queremos que otros lugares sepan que nosotros también existimos, con nuestras peculiaridades, problemas y encantos. Por ello la noción de universalidad para mí no es fusión sino, más bien, inclusión.

Gracias.


Edgar Smith (República Dominicana) escritor y traductor. Director de la casa editorial Books&Smith, en New York. Su trabajo ha sido presentado en varias antologías y revistas, entre ellas The Multilingual Anthology, Retrato íntimo de poetas dominicanos, Hybrido, Azahar, y Fuáquiti.

Ha publicado catorce obras, destacando aquí: La inmortalidad del cangrejo (novela, 2015), Voz propia / Voice of our own (poesía bilingüe, 2019),Gnuj & Alt (novela en inglés, 2017), y El Palabrador (cuento, 2013). Ha traducido trabajos para Kianny N. Antigua, Elsie Cano, y Belkis M. Marte, entre otros. Organiza el evento anual Versos Estivales, enfocado en la multicultura y la diversidad en la poesía.

Un comentario

  1. Excelente entrevista!
    Orgulloso de ser Dominicano.
    Gracias Poeta sigue escuchando esos sentimientos y plasmándolos en la poesía para que llegues al corazón de tus lectores.

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