Presentamos en la revista Trasdemar nuestra entrevista con Wolfgang Hermann (Bregenz, Austria,1961) con motivo de la visita reciente del novelista y poeta a Tenerife. Es autor del libro “París Berlín Nueva York. Transformaciones” (Periférica, 2022) además de otros libros destacados del panorama contemporáneo, como “Despedida que no cesa” (Periférica, 2016). En nuestra entrevista, realizada por Samir Delgado, miembro de nuestro comité fundacional, Wolfgang Hermann comparte sus impresiones de estancia en Canarias y algunas referencias de sus proyectos de escritura en la actualidad
Samir Delgado /México
Hay en todos los viajes un pulso compartido de intimidad. El desplazamiento, la movilidad, los recorridos otorgan una conciencia esencial del acontecer, del paisaje y de las longitudes terrestres. En la literatura contar el viaje y la vida se parecen al milímetro, toda biografía puede ser una suerte de romance, de autodescubrimiento, de esbozo tentativo de lo que se va viendo en el cronómetro único e irrepetible de una existencia.
En el libro “París Berlín Nueva York. Transformaciones” del escritor Wolfgang Hermann, hay una catarata de hallazgos que surten en cada lectura otra infinidad de vidas y lugares, el autor bate las alas de la memoria íntima y de la descripción de su tránsito por ciudades donde ha vivido, y escribe entre y desde ellas, una cosmovisión, la “Weltanschauung” que se interroga y desvela, para “ser el lugar donde se está”. Como en las “Cartas sobre Cézanne” de Rilke, donde su esbozo de domingo y cada visita al Salon d’Automne hacen que París y su propia escritura se vuelvan sorpresivamente cezanianas, así como muchas cartas tardías de Hugo von Hofmannsthal, que recuperan el lenguaje y la fe en el mundo a través del viaje interior por ciudades y retornos, llegando siempre al paisaje de la infancia.
En el libro de Wolfgang Hermann, se viaja con él por la estación de Friedrichstraße, en el Metro neoyorquino y las calles hispanas de Queens, la parisina Place des Fêtes, hasta un colofón final de imágenes y deslumbramientos donde el autor nos regala la diáfana imagen y la idea de que “no soy sino dos palmas de la mano abiertas”.
Su novela asume la pluralidad de registros y de experiencias en grandes ciudades que acaban por desentrañar la libertad de un mundo propio, el del escritor que se emancipa de ser turista en la cola del avión y aún saborea las mieles de la condición foránea, que mira y es mirado, sabedor de la belleza en “el momento de las despedidas”. En la polifonía de voces y de huellas que circulan la escritura del merodeo por el río Spree y el Metropolitan Museum, también hay ocasión para invocar “las imágenes imaginadas” de otros lugares y viajes. Por eso mismo, Wolfgang Hermann en su modo de novelar, habita la tradición mayor de la literatura europea y universal, donde hay islas intuidas y transformaciones que pueden llegar tanto en un viaje, como en una ciudad y en los dones del encuentro con otra persona.
La lectura de una narrativa como la de Wolfgang Hermann nos devuelve la noción de la la literatura como una de las manifestaciones primordiales de la civilización, una especie de contabilidad plural y diversa que refleja la tardía condición humana. Lo efímero y lo volátil, también forman parte de lo universal, de hecho en los márgenes y en las sombras, en la propia hojarasca de los calendarios y de las geografías, siguen latiendo muchas veces aquellos fogonazos de la memoria que fueron esenciales y un día salen a la luz para revelar su secreto. La escritura de Hermann es un brindis a la posibilidad del desvelamiento consciente, de la revelación promisoria frente a la inercia, el modus vivendi de la propia creatividad de un yo contemporáneo atenazado por el consumo y la robotización, y que se reclama a través de la escritura, como una voz necesaria para dar testimonio de todas las vidas, la vida.
En Europa, las islas han sido un referente genuino y un espejo de alteridades, el espacio radiante que ofrecía un contrapeso en la balanza del estado de la realidad, muchos viajeros hicieron de su bitácora de viaje una donación de sentidos que otorgaba una vía para explayar la imaginación y las posibilidades “otras” de la historia.
No son pocos los testimonios recientes que han entrecruzado las bondades del clima y los derroteros del turismo, muchos libros han vuelto a erigirse en termómetro del devenir de las insularidades y por ende, del planeta. Una literatura como la austriaca, marcada por su continentalidad histórica, por el auge y declive de vanguardias, por las guerras y la unificación de mercados, lleva en sí misma esa multitud de voces necesaria para reunir en lo diverso una idea de los límites, la síntesis provisional y para nada absoluta de los devenires de la cartografía humana del aquí y el ahora. No es extraño que el propio Peter Handke, en su discurso del Premio Nobel, dirigió su salutación “a los gansos salvajes de Nils Holgerssons”.
En este mes de febrero que ya concluye, el escritor austríaco Wofgang Hermann ha visitado Tenerife. Ha pasado una temporada en su casa del Puerto de la Cruz, en su perfil de WhatsApp se distingue la fotografía de la Cumbre vieja y nevada del volcán Teide. ¿Habrá tomado nota en sus paseos por el turístico Lago Martianez del color del atlántico en el norte de la isla, de los rostros y de las callejuelas que se diseminan a través de la línea de flotación de los hoteles?
Suyo es el libro “París Berlín Nueva York. Transformaciones”, escrito como él mismo confiesa a los treinta años. Una vez de regreso en Viena, ha concedido esta entrevista en la Revista Trasdemar de Literaturas Insulares, que compartimos en nuestra sección “Telémaco” de literatura contemporánea.
¿Cómo ha sido su experiencia de estancia en el Puerto de la Cruz? Hay en Tenerife una tradición de la literatura de viajes donde muchos escritores europeos han contado en sus libros la percepción de la isla. ¿Tiene pensado escribir sobre Canarias?
Tenerife es un lugar muy bueno para escribir con tranquilidad. Allí puedo trabajar bien en completa soledad. Esta vez también he avanzado mucho. Me inspiré en la isla para mi libro El jardín del tiempo. Trata de un jardín imaginario junto al mar donde el tiempo se detiene. En este jardín hay muchas plantas que reconozco de la isla.
Cuando estalló la pandemia, estuve aislado en mi casa y mi jardín de la isla durante meses. Como no tengo perro, no me dejaban salir a pasear. Escribí mucho durante ese tiempo para no volverme loco. También empecé un relato sobre este aislamiento, pero quedó inacabado. Lo terminaré en algún momento.
Mantuvo un diálogo literario con Rafael-José Díaz en Santa Cruz de Tenerife y la edición de su libro “París Berlín Nueva York” fue traducida por Jorge Seca, ¿qué impresiones tiene de la recepción de su obra literaria en lengua española?
Mi primer libro traducido al español fue Despedida que no cesa (Editorial Periférica 2016, traducción Richard Gross). Este libro fue recibido con entusiasmo en el mundo hispanohablante. En 2022 se publicó París Berlín Nueva York. Transformaciones, que no ha tenido gran repercusión mediática. En este libro, el narrador pasea por estas tres ciudades. Se pregunta hasta qué punto cada una de estas ciudades le ha cambiado. Hoy en día, el flâneur ya no existe. Europa está en guerra, siendo destruida desde dentro por el miedo, el odio, el extremismo, el islamismo y el wokismo. Cuando releo este libro, me doy cuenta de que he vivido buenos tiempos. Ahora veo que están a punto de terminar. ¿Cómo responder a este fin de una era? ¿Cómo escribir sobre ello? ¿Cómo describir toda la fealdad del odio? No soy un escritor de odio, de guerra. Escribo El jardín del tiempo, y mis novelas sobre ese adorable bicho raro que es el Sr. Faustini. El año pasado publiqué un libro sobre la vida de mi madre. No quiero caer en el odio. Seguiré intentando iluminar la oscuridad del mundo con un rayo de luz.
En su libro “París Berlín Nueva York” hace referencia en algunas páginas esenciales a su lugar de origen natal y sus recuerdos de la infancia. ¿Qué papel ha jugado la ciudad de Bregenz y el Lago Constanza en su vocación literaria?
Creo que el alma de un niño está anclada en el lugar donde crece. Para mí, cierta casa en las montañas, no lejos del lago de Constanza, era ese lugar del alma. Más tarde, cuando vives en la otra punta del mundo, tu niño interior sigue midiendo las distancias y el horizonte con las medidas de entonces.
Vuelvo a este lugar en muchos de mis libros.
Cuando era joven, quería irme de provincias a ciudades cada vez más grandes. Más tarde aprendí que siempre llevas contigo tu ciudad interior.