Presentamos en la Revista Trasdemar la entrevista con la autora Sonia Betancort (Santa Cruz de Tenerife) a quien agradecemos su colaboración en nuestra encuesta internacional dedicada a la insularidad
Mientras que en territorios continentales, por ejemplo, es más usual la centralidad, en las islas parece que media la periferia, lo descentrado, lo aislado. Esto hace que, generalmente, como opinaba José Lezama Lima, la insularidad desarrolle cierta tendencia al subjetivismo y a la nostalgia
SONIA BETANCORT
La isla como espacio de creación
¿Qué representa la insularidad para su génesis como autora? Háblenos de su experiencia creativa en el ámbito de la escritura: ¿cuáles fueron los orígenes de su proceso de producción literaria?
La isla para mí es sinónimo de escritura, de poesía. Empecé a escribir pronto, de niña, en La Palma, donde me crie. Si no recuerdo mal, mi madre guarda un primer texto de mis cinco años, un cuento de un corazón peludo que tenía dificultades para amar. Luego, en mi adolescencia, la presencia de la poesía fue constante. Creo que busqué un lenguaje propio porque el convencional no me bastaba.
La isla como lugar de influencias
¿Cuál es su relación literaria con la experiencia de la insularidad y las influencias recibidas de la tradición o las tradiciones culturales de su lugar de origen?
Leer y escuchar a Elsa López fue fundamental. La recuerdo recitando –yo tendría unos catorce años— en el Teatro Chico de Santa Cruz de La Palma, su poesía llegó como un grito tranquilo, una especie de calma encendida. Luego leí a Agustín Millares Sal, Félix Francisco Casanova, Manuel Padorno, Sánchez Robayna, Pedro Flores, Roberto A. Cabrera, Ricardo Hernández Bravo, Yaiza Martínez, etc., muchos de ellos publicados por Ediciones La Palma, probablemente, la editorial que más he seguido en Canarias.
Más recientemente, descubrí a Mercedes Pinto gracias al excelente trabajo de Alicia Llarena. Y allí me topé también con una de las poetas que más admiro, Chantal Maillard, que, muy poca gente lo sabe, pero ganó el Premio de Poesía de Santa Cruz de La Palma en los noventa.
Entre mis referentes artísticos, he sentido siempre una profunda admiración por la pintura y la música de Canarias. De César Manrique me impactó su plasticidad, su modo de entender las islas y su mirada ecológica avanzada. Como escribió Luis Rosales, creó “una pintura del origen del mundo”. Por otra parte, la música canaria cimentó mi poesía a través del folklore y de algunos cantautores (Mestisay, Taburiente, Los Gofiones, Los Sabandeños, Taller Canario, Caco Senante, etc.).
En cuanto al cine, admiro a directores como Antonio José Betancor, Teodoro y Santiago Ríos o, la también actriz y guionista, Antonia San Juan. A ella la veo además como filósofa y socióloga pues, como se sabe, la comedia esconde un pensamiento muy profundo, que en Canarias tiene su propio sabor, con el maestro Manolo Vieira a la cabeza.
Por otra parte, un tío abuelo decía: “Canarias está en África, su política y economía están en Europa, pero su corazón está en Latinoamérica”. Criarme en Canarias me acercó a escritores y artistas maravillosos del continente americano. Curiosamente, tanto en la poesía como en la música, Cuba y Chile, fueron primero. Después, Argentina, Uruguay, México y Perú. Y, finalmente, Colombia, Venezuela, Ecuador, Brasil y República Dominicana. Creo que uno de los poetas que más me ha impactado es el cubano José Lezama Lima. A su visión de la insularidad y a su uso del lenguaje le debo mi libro El cuerpo a su imán (Madrid, Amargord, 2009).
La isla como proyecto cultural
¿De qué modo considera el valor de la isla o del archipiélago en su propia cosmovisión literaria? ¿Qué opina acerca de las semejanzas y los parentescos entre su lugar de origen y otros territorios insulares?
Aunque me he criado en La Palma, nací en Tenerife, allí tengo familia y amigos, y la experiencia, aunque no la recuerde, de mis dos primeros años de vida. Por otra parte, mi familia paterna y una hermana son de Gran Canaria y Lanzarote, y la materna y otra hermana, de La Palma. En este mix de insularidad no puedo más que sentirme de todas estas islas un poco, y también de las demás. Tengo algo de Fuerteventura y Lanzarote pues mi primer apellido viene de allí, de hecho, cuando las recorrí por primera vez, junto con La Graciosa, sentí que eran mi casa. Algo similar me sucedió con Gran Canaria, donde viví un año, o con La Gomera y el Hierro, dos islas misteriosas y mágicas en las que he sido muy feliz y que siempre observo desde La Palma. Con todo ello, me siento más cerca de la globalidad del archipiélago, respetando hondamente su pluralidad, que de las fronteras que marca la costa. La diversidad de Canarias es maravillosa porque señala nuestra semejanza.
Creo que esta emoción de parentesco aparece en muchos estratos de mi escritura y que, de algún modo, ha cimentado mi visión nómada y viajera de la existencia. Tal vez esto explique que sienta una afinidad tan poderosa con islas de latitudes muy distantes. De Baleares a República Dominicana, las islas son para mí el lugar paradójico del ensimismamiento y la apertura.
La isla como punto de referencia
En su opinión, ¿el paisaje contribuye a la formación de una estética de la insularidad? ¿Qué aspectos considera más relevantes en la mirada hacia la insularidad desde la literatura o el arte?
Sí, creo que el paisaje es un elemento determinante de la cultura y de la vida de cualquier lugar.
En el caso de la insularidad, su orografía y la presencia constante del mar recrean esa naturaleza paradójica de límite y comienzo que explica muchas estéticas. Mientras que en territorios continentales, por ejemplo, es más usual la centralidad, en las islas parece que media la periferia, lo descentrado, lo aislado. Esto hace que, generalmente, como opinaba José Lezama Lima, la insularidad desarrolle cierta tendencia al subjetivismo y a la nostalgia.
Algo de esto puede verse en nuestra leyenda de San Borondón, isla que aparece y desaparece. La historia adapta el periplo de San Brandán de Clonfert, un monje del siglo VI que zarpa en busca de la isla de la utopía. Al llegar a ella, esta resucita como un gigante marino que obliga al viajero a salir huyendo, no sin antes observar que la isla encontrada desaparece mágicamente entre las aguas.
Me encanta este mito porque refleja una tensión interesante con la idea de centralidad. En esta y otras muchas leyendas, la isla simboliza las fuerzas centrífugas del espíritu y el peligro que nos acecha al buscar la perfección, la utopía y la quimera. La insularidad, por tanto, es descubrimiento e iniciación a cambio de asumir los riesgos del ensimismamiento, la soledad y la distancia. Creo que al final es un modo de reivindicar la isla como centro, tesoro y hallazgo, con todos sus peligros e inconvenientes.
Uno de mis abuelos me contó que había visto la isla de San Borondón y que era como una “ballena dormida”. Lo cierto es que aparece en numerosos mapas antiguos e, incluso, se llegó a publicar su “fotografía” en El mundo en los años cincuenta. Creo que esta polaridad entre centralidad y periferia, proyección y aislamiento, ida y regreso, solipsismo y otredad, son algunas de las marcas estéticas de la cultura de lo insular.
La isla como vía a la universalidad
¿Cómo le gustaría definir la identidad insular? ¿En qué medida las diversas formas de la movilidad humana, como las migraciones o el turismo, influyen sobre la creación literaria en las islas? Desde su perspectiva, ¿qué lugar ocupan las nociones de cosmopolitismo y universalidad en la cultura insular de cara al futuro?
Creo que los viajes, las migraciones, la movilidad, son parte de la identidad de la insularidad. Y cuando uno descubre que la leyenda de San Borondón también pervive en América y que puede remontarse al leviatán bíblico, se da cuenta de que la diversidad, como decía, reconfirma que todos somos iguales.
En ese sentido, cada cual su Ítaca, los idearios de tal o cual lugar no son más que formulaciones diversas de las emociones humanas. Por eso, precisamente, es tan importante conservar y defender la diversidad, lo diferente, lo local, en todos los rangos, también en la literatura, porque esta nos ayuda a entender nuestra paridad universal.
¿Viajar, moverse? Toda la vida lo es, por eso creo que nos atrae tanto su tópico. Por otro lado, ¿no es el viaje una condición de la insularidad? Vivir en Canarias, para muchos, es aprender a vivir viajando, dentro o fuera del archipiélago. Pero viajar también es quedarse, y esa elección es un proceso muy personal, fruto de muchas circunstancias. Para mí, aunque a veces es doloroso vivir fuera, también me resulta liberador tomar esa distancia. Es una contradicción con la que convivo, en palabras de Saramago, “si no sales de ti, no llegas a saber quién eres”, pienso que nos marchamos para aprender a regresar.
También es verdad que Canarias es gracias a culturas nómadas, viajeros y migrantes de muchas latitudes, desde siempre. En ese movimiento estriba su riqueza cultural. En cuanto al turismo, entiendo que habría que generar un cambio de perspectiva. Viajar es maravilloso, es como leer, pero el turismo está planteado como un entretenimiento y no como una experiencia. Esto genera cierta distancia de los territorios que no solo los malinterpreta, sino que los degrada. Para mí lo más interesante de viajar es el ejercicio de experimentar la vida desde el ángulo del lugar nuevo y muchas veces el turismo no permite esa vivencia.
Finalmente, diría lo obvio, que la gran fortuna de Canarias es su naturaleza, sus especies endémicas, sus fondos marinos, sus dunas, sus volcanes, su laurisilva, etc. Y no se me ocurre una estética más universal, cosmopolita y avanzada que el respeto por nuestro medio natural. Los canarios somos como Stevenson y La isla del tesoro, solo que nuestro hallazgo enterrado está a la vista.
Sonia Betancort ha publicado los poemarios Íntima Exigencia (Salamanca, 2000), El cuerpo a su imán (Madrid, 2009), Contramantes (o la soledad del alfil) (Madrid, 2014), Para ver la llanura (Venezuela, 2014), Seis poemas para Mary Jane (México, 2014) y La sonrisa de Audrey Hepburn (Madrid-México, 2015), este último entre los diez mejores libros de poesía publicados en 2015 según, entre otros, El Cultural (El Mundo) y la revista Ínsula.
Ha participado en las antologías Paisajes del infierno (2002), Palabras de paso (2002), La mujer rota (2008), Antología del beso (2009), Barcos sobe el agua natal (2013) y Ixquic. Antología Internacional de Poesía Feminista (2018), entre otras.
Doctora en Literatura por la Universidad de Salamanca, en la actualidad es profesora de Literatura en la Universidad Camilo José Cela (Madrid) y centra su obra crítica en la narrativa y en la poesía española e hispanoamericana contemporáneas. Autora del libro Oriente no es una pieza de museo. Jorge Luis Borges, la clave orientalista y el manuscrito de ‘Qué es el budismo’ (Universidad de Salamanca, 2019). Formada en interpretación actoral en Buenos Aires y en Madrid, desde el año 2006 desarrolla diversas actividades de vinculación de la literatura con las artes escénicas.
Sonia, escritora y poetisa Muy apreciada y reconocida en las islas Canarias. Soy admiradora y seguidora de toda su obra