Presentamos en la Revista Trasdemar la entrevista con el autor Carlos Javier Morales (Santa Cruz de Tenerife, 1967) a quien agradecemos su colaboración en nuestra encuesta internacional dedicada a la insularidad
La identidad de la isla es la de la soledad y la apertura al encuentro. Un encuentro universal: el mar amplía y relativiza todas las distancias. Tan cerca estoy de Francia como de Cuba, de Grecia y de Sudáfrica. Tan cerca estoy de San Juan de la Cruz como de Wallace Stevens. En la isla caben todos los libros
CARLOS JAVIER MORALES
La isla como espacio de creación
¿Qué representa la insularidad para su génesis como autora? Háblenos de su experiencia creativa en el ámbito de la escritura: ¿cuáles fueron los orígenes de su proceso de producción literaria?
Hay que tener en cuenta que mi primer libro de poemas fue publicado en Barcelona, en 1994: El pan más necesario. Eso es una mera circunstancia, pero lo que no es tan accidental es que fue escrito en Madrid, donde yo vivía desde los diecisiete años, desde 1984. Ese libro y los siguientes, hasta El paisaje total (2014), fueron gestados en una juventud lejana a las islas, en un marco multiforme que se caracterizaba precisamente por su diversidad, su movilidad y su prisa. De hecho, mi segundo libro, de 1996, se titula Madrid como delirio. Claro que en todos o en muchos poemas lo que busco es la estabilidad del espacio diáfano de mi isla, pero no lo hago explícitamente y, además, la mayoría de esos libros están situados tierra adentro.
A partir de El paisaje total, donde casi la mitad del libro está escrita en Tenerife, adonde regresé en 2011, la insularidad se convierte en determinante de mi visión del mundo, por lo que tiene de singular, de solitario y, a la vez, de apertura al inmenso mundo, que se puede contemplar cada vez que uno mira al mar y al cielo iluminados.
La isla siempre ha estado dentro de mí, y toda mi poesía es un deseo por un salir del aislamiento hasta el encuentro, aunque ambos estados se pueden dar dentro de una isla como Tenerife. En un poema de ese libro, “Madrid, punto de destino…”, le digo a Dios: me hiciste en una isla/ para que no soñara sino con la distancia/ y así mis pesadillas fueran iguales siempre.
La isla como lugar de influencias
¿Cuál es su relación literaria con la experiencia de la insularidad y las influencias recibidas de la tradición o las tradiciones culturales de su lugar de origen?
Me siento muy cercano de varios poetas de nuestras islas: desde Domingo Rivero, uno de los grandes poetas españoles de su tiempo, aunque muy poco conocido fuera de Canarias, hasta Andrés Sánchez Robayna y Melchor López, pasando por Alonso Quesada, Manuel Padorno y Luis Feria, entre otros. Ahora bien: debo reconocer que a estos poetas los conocí fuera de Canarias, en mis años de estudiante de doctorado en Madrid, o incluso después, como es el caso de Luis Feria.
Reconozco que en mi juventud, tanto antes como después de aterrizar en Madrid, lo que sentía era un deseo de salir, de expansión, tal vez de una expansión demasiado ilusoria. Eso me llevó a leer y releer a poetas geográficamente muy lejanos de Canarias: Juan Ramón Jiménez, Antonio Machado, José Martí, Rubén Darío, Gastón Baquero, Octavio Paz…
Digamos que yo regreso a las influencias literarias y artísticas canarias a través de los autores cubanos que fui conociendo a raíz de mi tesis doctoral sobre la poética de José Martí, como son Lezama Lima, Gastón Baquero o Fina García Marruz. Ellos me encauzaron por unas inquietudes que, curiosamente, remitían a mis recuerdos de infancia y adolescencia en Canarias. No es una casualidad. La relación entre Cuba y nuestras islas es tan natural como mágica.
La isla como proyecto cultural
¿De qué modo considera el valor de la isla o del archipiélago en su propia cosmovisión literaria? ¿Qué opina acerca de las semejanzas y los parentescos entre su lugar de origen y otros territorios insulares?
La isla, concretamente mi isla de Tenerife, de la que soy y en la que vivo, me ha conducido a la apertura universal. Desde que he vuelto establemente a mi tierra, he descubierto, con mayor conocimiento de causa, que la isla es un espacio de la libertad creadora. Me explico: a Canarias todos los territorios culturales le resultan igual de lejanos geográficamente. Para un canario tan natural es leer un libro de Pablo Neruda como de Saint John Perse. Ni uno ni otro le parecen más familiares. Y creo que la gran tradición poética de Canarias se debe a la ausencia de maestros tutelares físicamente cercanos: el poeta canario lee tanto a Francisco Brines como al boliviano Jaime Sáenz (esto último lo he comprobado recientemente en un libro de Yeray Berroso); tan accesible está Cavafis como G. M. Hopkins, Antonio Machado o César Vallejo… Tan cercanos están unos como otros para un lector y un poeta que elige a sus escritores de referencia. A todo genio de la poesía el canario lo conoce a través de sus libros o de internet. Sin embargo, en una ciudad como Madrid, o en una provincia cercana a una gran capital, conoces personalmente a muchos poetas antes de haberlos leído. Se crea entonces un círculo físico de influencias mucho más cerrado; menos curioso y ambicioso que el de un isleño. El modernismo de Canarias, como movimiento literario, resulta mucho más rico y original que el modernismo peninsular de principios del XX.
Lo terrible sería que Canarias, además de la comunicación cultural entre los poetas que vivimos aquí, se convirtiera en un territorio cerrado al exterior. Eso, que sería la mayor pobreza para nuestras islas, creo que hasta ahora no se ha producido. Me repugnan los nacionalismos, también los culturales.
La isla como punto de referencia
En su opinión, ¿el paisaje contribuye a la formación de una estética de la insularidad? ¿Qué aspectos considera más relevantes en la mirada hacia la insularidad desde la literatura o el arte?
Hablando de nuestras islas, los elementos indispensables del paisaje son el mar, el cielo y las rocas que se adentran en el mar. Son elementos indispensables de nuestra visión del mundo, aunque cada uno ha de verlos con sus propios ojos. Le comento una experiencia personal que el lector encontrará en mi poesía: no en vano mi último libro, escrito íntegramente en Canarias, lleva por título El corazón y el mar (2020).
Me refiero concretamente a la percepción del tiempo, una coordenada fundamental de nuestra vida, tanto como el espacio y muy condicionada por él. Recuerdo que a los treinta y tantos años, paseando por Madrid después de muchos años viviendo en la capital, sentía agolparse sobre mí todo el tiempo vivido, como una carga pesada. En Madrid como delirio (1996) el primer poema empieza: Hay días que un paseo por Madrid/ es una despedida de la vida. Era verdad: yo paseaba por la ciudad universitaria, después de varios años sin transitar por ella, y me acordaba de cuando pisaba esas calles como un estudiante inexperto. El tiempo pasado entre una y otra experiencia me parecía una vida entera: me sentía viejo. Algo de eso experimentó Antonio Machado ya desde sus Soledades.Galerías.Otros poemas, donde aparece un paseante solo, cansado, pensativo y viejo.
El caso es que muchos años después regreso a Tenerife para quedarme y, nada más mirar el mar desde casa, me encuentro con un elemento natural casi eterno que, al lado de mi vida, me parece inabarcable e infinito. Entonces recuerdo que desde mis paseos infantiles con mi padre, para ver los barcos del puerto de Santa Cruz, hasta ahora apenas ha transcurrido el tiempo: desde mi infancia hasta hoy el mar sigue ahí, como el cielo y la tierra de Anaga. Voy de infancia en infancia. Lo mismo ocurre cuando me paso horas frente al mar de mi pueblo de Valle de Guerra: apenas hace un poco de tiempo desde que me bañaba en sus aguas para aprender a nadar. El espacio y el tiempo del mundo se me han ensanchado infinitamente. La realidad humana aparece siempre proyectada hacia una eternidad que se percibe con los ojos y con el sonido de las olas incesantes.
La isla como vía a la universalidad
¿Cómo le gustaría definir la identidad insular? ¿En qué medida las diversas formas de la movilidad humana, como las migraciones o el turismo, influyen sobre la creación literaria en las islas? Desde su perspectiva, ¿qué lugar ocupan las nociones de cosmopolitismo y universalidad en la cultura insular de cara al futuro?
Sobre esto he hablado un poco más arriba. La identidad de la isla es la de la soledad y la apertura al encuentro. Un encuentro universal: el mar amplía y relativiza todas las distancias. Tan cerca estoy de Francia como de Cuba, de Grecia y de Sudáfrica. Tan cerca estoy de San Juan de la Cruz como de Wallace Stevens. En la isla caben todos los libros.
La isla es llamada a la comunión con el Universo: mayor apertura, imposible. La isla tiene vocación universal, haya o no turistas. Es verdad que los turistas agudizan nuestra conciencia de estar perdidos en medio del océano: su mundo y el nuestro son mundos muy distintos. Pero turistas, en sentido amplio, son todos los que viven más allá de la isla. El extranjero se hace amigo de nosotros, uno de los nuestros, no en los hoteles ni en las playas, sino en la intimidad de sus libros, de su música o de sus cuadros.
La visión estrecha o provinciana del mundo no cabe en el poeta insular, por muy pequeña que sea nuestra isla.
Carlos Javier Morales (Santa Cruz de Tenerife, 1967) es poeta y ensayista. Como poeta, ha publicado ocho libros. Los siete primeros han dado lugar a una antología, Una luz en el tiempo (Sevilla, Renacimiento, 2017). El último ha aparecido en 2020, El corazón y el mar (Madrid, Eds. Rialp, Col. Adonáis. Su último libro de ensayo es La vida como obra de arte (Madrid, Eds. Rialp, 2019).
Felicidades por la entrevista.
¡Enhorabuena!
Describes una realidad escondida, parcialmente intuida por mí, y muy bonita.
Gracias por compartir.
Maisa