Desde la revista Trasdemar, presentamos esta entrevista a Silvia Rodríguez (Las Palmas de Gran Canaria, 1970) con motivo de la reciente publicación de su poemario Provincia del dolor, que forma parte de los 30 volúmenes de escritoras que el Gobierno de Canarias ha decidido publicar a partir de 2021, para completar la colección Biblioteca Básica Canaria y equilibrar la presencia de mujeres creadoras en la misma. Adjuntamos a la entrevista un poema perteneciente a este libro, como breve muestra de su creación literaria.
1. Provincia del dolor es un poemario atravesado por la enfermedad y la muerte como ejes medulares, con una profunda conciencia de la fragilidad humana frente a las situaciones límite de la existencia. ¿Cómo surge la decisión de escribir este libro?
Empecé a escribir este libro en 2019 y lo acabé justo antes de que la pandemia llegara a Canarias. No decidí nada previamente en el sentido de que no tenía claro el concepto del libro. Como siempre, un poema te lleva al siguiente y el espíritu o la razón del libro aparece cuando menos te lo esperas. El primer poema, Robot de hospital, me introdujo en un escenario de debilidad, cruel, a la vez que significó el punto de partida de un posible planteamiento estético.
2. A través de todo el libro, el yo poético se dirige a un tú que se encuentra hospitalizado y enfermo, desde el amor y el miedo a la pérdida. ¿Crees que la poesía, con su exploración de los límites del lenguaje, constituye un género idóneo para expresar esa vivencia del dolor sufrido por el otro?
La poesía para mí no es expresión, es creación. Desde la posibilidad de intentar crear un lenguaje propio, el dolor ha sido en este caso la inspiración, el espejo. Intento aproximarme a un contexto de lugares indeseables, de cicatrices de la propia devastación, del deterioro y de la obsesión. Con la poesía podemos sufrir, morir, sobrevivir… Nuestro recorrido como especie humana es vertiginoso, relativo. He tratado de transitar por esa otra belleza, no tan ortodoxa, perteneciente al campo semántico del dolor, de la incertidumbre. La poesía es una píldora, como en el título del último poema, y es que, de algún modo, puede ahogarte o salvarte.
3. En anteriores poemarios, como Marabulla, profundizabas en cuestiones de tu biografía, como los recuerdos de la infancia o los traumas del pasado. ¿Es Provincia del dolor un paso más en esta apuesta por la experiencia personal como fundamento de la poesía?
Nuestra experiencia vital nos condiciona indudablemente, al igual que la suma de todas nuestras influencias, tanto literarias como de cualquier otra disciplina artística. En este caso, la vulnerabilidad física y psíquica han propiciado, junto con el miedo a perder la existencia de alguien, la excusa para recrear un imaginario íntimo, personal, para buscar el lenguaje y la plástica de esa oscuridad, de esa conmoción, de ese abismo en el que de repente alguien se ve atrapado.
4. Diferentes autoras de la modernidad, como Sylvia Plath, Anne Sexton o Alejandra Pizarnik, escribieron sobre la enfermedad y el dolor como una vía para el conocimiento del yo, desde el conflicto con la realidad inmediata. ¿De alguna forma te sientes parte de esta genealogía de autoras? ¿Qué influencias culturales, ya sean literarias o de otra índole, te han permeado mientras escribías Provincia del dolor?
Siento que ellas, que son referentes universales de la literatura, son una inspiración para todos los que nos dedicamos a este oficio. La campana de cristal de Sylvia Plath, aunque sea una novela, es tan poética y tan rabiosamente actual que creo que es una lectura imprescindible. Me encanta cuando Buddy Willard le dice a la protagonista: “¿Sabes lo que es un poema, Esther?”, dice ella: “No, ¿qué?”, y él contesta: “Un rastro de polvo”. Pues en ese tiempo leí novelas como Nos vemos allá arriba de Pierre Lemaitre o H de Halcón de Helen Macdonald y a poetas como Edith Södergran, Darío Jaramillo Agudelo y como siempre releo a Pedro Flores. No entiendo la vida, nuestro mundo, sin el cine. En 2019 vi, entre muchas otras, Dolor y Gloria de Pedro Almodóvar o La última locura de Claire Darling de Julie Bertucelli, con una de mis actrices predilectas, Catherine Deneuve. El cine, al igual que la literatura, no debe devolverte a la realidad del mismo modo en que te encuentra.
5. Desde una perspectiva literaria, los hospitales presentan una extraña ambivalencia, pues en ellos se produce la curación de los enfermos, pero también se afrontan las enfermedades incurables y la muerte. La compasión y los cuidados adquieren una especial importancia en estos lugares, pero el entorno hospitalario a menudo genera sensaciones de angustia e incertidumbre para los pacientes. ¿Cómo se refleja esta ambivalencia en los poemas de Provincia del dolor?
Pues hago una incursión en este microcosmos clínico por mesas de quirófano, fluorescentes, tubos de ensayo…Pero también por los turnos de noche, de mañana, el sueño adulterado, las hadas verdes… Aparecen bustos imaginarios, hombres y mujeres de gasa, jardines para la vesania o el poeta que viene a verme.
6. ¿Consideras que la pandemia de la COVID-19, que ha generado toda clase de experiencias traumáticas a nivel colectivo en todo el mundo, ha aumentado nuestra conciencia de la fragilidad y el dolor? ¿Ha influido esta situación, de alguna manera, en el proceso creativo de este libro? ¿Crees que podremos aprender algo de esta crisis sanitaria global?
Como dije, el libro lo terminé antes de la pandemia, aunque entiendo que ahora, en el contexto actual, cobre más sentido para el lector. Creo que la pandemia ha acentuado lo que ya era bueno en las personas y lo que ya era malo en ellas antes de esta terrible situación, también. Estamos obligados a aprender muchísimas lecciones, pero también creo que las personas que han sufrido este mal de cerca o personalmente, desde el punto de vista de la enfermedad o de su trabajo, como todo el colectivo de profesionales sanitarios, son los que realmente tienen la conciencia, la dimensión. La sociedad puede mejorar muchísimo; volver al pensamiento, a la reflexión y a la compasión es un llamamiento moral y proteger la salud pública y la investigación deben ser objetivos prioritarios.
Imágenes fugaces
Soy la que yace en la cama siete,
la que, entre sueños, atisba a esa milagrosa figura
que me llama y me sonríe envuelta en sábanas de nieve.
He visto un túnel de nubes a punto de aspirar mi aura,
un diluvio de animales expulsados del cielo
que se resisten a la gravedad para amarse evanescentes.
Hay un muro delante de mí, una nave que aterriza en mis rodillas,
un cirujano que me observa fumando en pipa
y que ausculta los pensamientos que se debaten en mi cabeza.
Veo cómo se me acerca esa brumosa mujer
para llevarme en sus garras esmaltadas.
Y tú me mirabas, padre, aguardándome,
desde el nido mismo de la arpía.
Silvia Rodríguez (Las Palmas de Gran Canaria, 1970). Es traductora e intérprete por la Universidad de Granada y ha publicado los libros de poesía Rojo Caramelo, El ojo de Londres, Casa Banana, Shatabdi Express y Bloc de notas en Canarias; Departamento en Quito en Madrid; Ciudad Calima y Padresueño en Granada; Las princesas no tienen nombre en Sevilla; Marabulla en Navarra (Premio Internacional de Poesía María del Villar 2018; segunda edición en Nectarina Editorial-Colección Libellus, 2021, Islas Canarias; tercera edición en la colección “Rosa de los vientos” en la editorial PALABRAVA, Santa Fe, República Argentina). Está incluida en antologías como 23 Pandoras: Poesía alternativa española. Ha intervenido en Festivales Internacionales de Poesía: Génova, La Habana, Poetas en Mayo en Vitoria-Gasteiz o en el Programa Literario de Otoño de Ginebra. Ha editado poemas en revistas como La porte des poetes, Ficciones, Turia, Piedra del molino, Mundo Hispánico, Telegráfica, 21 versos, Uj Forras, OPUS, Fraktal, Trasdemar o La salamandra ebria. Poemas suyos han sido traducidos al italiano, al húngaro y al eslovaco. Su libro Provincia del dolor acaba de publicarse en la Biblioteca Básica Canaria.
Silvia es sin duda, la persona que te atraviesa el alma con sus poesías, y te fusiona en ella, y te sientes igual que ella. Su energía es etérea, lo sabemos los que la queremos