“La insularidad es una experiencia que navega con los escritores desde la antigüedad” Kenia Martín Padilla

La Revista Trasdemar prosigue la estela de las revistas de vanguardia, que a lo largo del siglo XX realizaron encuestas a creadores de la época para favorecer el debate y el diálogo en el panorama literario y cultural
Kenia Martín Padilla (Tenerife, 1986)

Presentamos en la Revista Trasdemar la entrevista con la autora Kenia Martín Padilla (Santa Cruz de Tenerife, 1986) a quien agradecemos su colaboración en nuestra encuesta internacional dedicada a la insularidad

Acercarme a la poesía escrita por mujeres, no solo como lectora, sino también como investigadora, me ha hecho crecer. Comencé con Josefina de la Torre, y he participado en el análisis de la obra de autoras como Ignacia de Lara o Pino Ojeda, y en la difusión de otras muchas, en proyectos como la Constelación de escritoras canarias, que busca la visibilización necesaria para facilitar su inclusión en los currículos escolares

KENIA MARTÍN PADILLA

La isla como espacio de creación

¿Qué representa la insularidad para su génesis como autora? Háblenos de su experiencia creativa en el ámbito de la escritura: ¿cuáles fueron los orígenes de su proceso de producción literaria?

Mi experiencia con la lectura y la escritura comenzó muy pronto. Aún conservo algunos de mis primeros textos, cuando solo era una niña. En algunos, la isla aparece como telón de fondo: el mar se colaba en mis cuentos y dibujos infantiles. Entre todos, me resulta especial un relato sobre una pequeña chalana, que tenía mi padre, en la que salíamos a pescar los fines de semana. También conservo un poema a las Islas Canarias, que obtuvo el premio en un certamen escolar. Porque la realidad inmediata es lo primero que se tiende a dibujar.

Con el tiempo, comencé a retratar mi mundo interior. Me interesaba el tema de la identidad individual, la imagen personal, los afectos. Sin embargo, considero que las escrituras insulares siempre vienen marcadas por un sello particular. Así, de forma consciente o inconsciente, el paisaje se acaba filtrando entre los versos, como en una destiladera antigua. Y el carácter del isleño se deja sentir. Creo que la condición de habitar un espacio periférico, el saberse a la deriva, imprime una huella en nuestro imaginario creativo.

En mi caso, me debato entre las dos versiones de una isla que es a la vez opresión y libertad. Por una parte, podemos pensar que la isla limita, que actúa como una cancela de sal: se precisa descubrir la llave adecuada para poder traspasar el océano. Por otra parte, la isla es un espacio abierto, una encrucijada que conecta América, África y Europa. El mar es en este caso una extensa autopista que ha permitido un fructífero intercambio.


La isla como lugar de influencias

¿Cuál es su relación literaria con la experiencia de la insularidad y las influencias recibidas de la tradición o las tradiciones culturales de su lugar de origen?

La insularidad es una experiencia que navega con los escritores desde la antigüedad. Los griegos, cuyo legado construyó el concepto de occidente, forjaron también una mirada insular: desde el origen mismo de la literatura, en los poemas de Safo de Lesbos o en la lucha de Ulises por regresar a Ítaca, se halla implícito el sentimiento de insularidad. Pero la isla ha tenido siempre esa letanía de lo exótico y lo minúsculo. De lo aislado. Por eso la búsqueda de universalidad compite con la exaltación de lo propio.

Aunque la visión insular es connatural a los escritores de las islas, es cierto que el reconocimiento de referentes marca la diferencia. Durante mi etapa escolar, los contenidos canarios brillaban por su ausencia en las clases de literatura. Yo no recuerdo estudiar autores canarios, del mismo modo que tampoco estudié la obra de ninguna escritora, a excepción de Sor Juana Inés y Santa Teresa. Quizás, en algún momento, leí algún texto de algún autor canario: alguna fábula de Iriarte, alguna mención a Galdós. Pero con toda seguridad, ningún escritor canario se asomó entre mis apuntes. Cuando comencé Filología Hispánica, tampoco solían aparecer en la selección de autores españoles de las asignaturas troncales, consecuencia de una visión centralista. Solo en algunas materias optativas pude por fin descubrir el misterio de la escritura canaria. Y quedé absolutamente impresionada.

Especialmente, me declaré admiradora de los escritores surrealistas y vanguardistas. Y creo que muchos escritores españoles de cabecera, que estudiamos como loros, no son mejores que Pedro García Cabrera, por ejemplo. Y, sin embargo, si no fuera porque aparece en la EBAU, sería prácticamente desconocido entre nuestros jóvenes. También la poesía de Emeterio Gutiérre Albelo o el propio Agustín Espinosa marcaron una profunda huella en mi creación, tal y como muy acertadamente ha identificado la investigadora Paula Fernández Hernández, con su artículo “Lugares espinosianos en la literatura y cine canarios contemporáneos”, publicado en el número 18 de la revista Catharum. En él analiza también la obra de algunos compañeros, con quien tuve el placer de compartir este descubrimiento. Pero en estas primeras obras, ni siquiera había conocido la magnífica herencia que nos dejaron las escritoras canarias. Y eso que, precisamente, la feminidad ha estado siempre presente en mi poesía. Esta revelación, que se está configurando desde hace solo unos pocos años, ha cambiado totalmente mi modo de entender la literatura de las islas, y la literatura en general. En concreto, le ha otorgado un sentido global del que carecía la visión sesgada que se nos enseñaba.

Acercarme a la poesía escrita por mujeres, no solo como lectora, sino también como investigadora, me ha hecho crecer. Comencé con Josefina de la Torre, y he participado en el análisis de la obra de autoras como Ignacia de Lara o Pino Ojeda, y en la difusión de otras muchas, en proyectos como la Constelación de escritoras canarias, que busca la visibilización necesaria para facilitar su inclusión en los currículos escolares. Como docente, en las aulas, me esfuerzo también por mostrar nuestro tesoro. Es mi granito de arena, mi forma de paliar ese vacío con el que me encontré durante mi etapa formativa.


La isla como proyecto cultural

¿De qué modo considera el valor de la isla o del archipiélago en su propia cosmovisión literaria? ¿Qué opina acerca de las semejanzas y los parentescos entre su lugar de origen y otros territorios insulares?

En las islas ha habido escritores magníficos. Muchos han sido, como he comentado, prácticamente desconocidos hasta en su propia tierra. Nuestra primera tarea es, por tanto, recuperar, estudiar y difundir su obra. Sin embargo, hay también, en la actualidad, una gran cantidad de voces emergentes, que vienen pisando fuerte. Contamos en Canarias con autores vivos, maduros y jóvenes, que tienen una excelente calidad. En particular, creo que asistimos a un momento creativo sin precedentes, en el que la literatura ha dejado de estar vinculada a una élite cultural y cuya difusión se ve potenciada por el nacimiento de Internet. El mundo digital y las redes sociales están cambiando nuestro modo de conectar con la literatura. En ese sentido, proyectos como la revista Trasdemar, me parecen fundamentales para vincular autores de este y otros territorios insulares. Pese a que me he interesado por otras literaturas insulares, como la cubana, es para mí una asignatura pendiente. Sin embargo, por medio de la revista conocí, por ejemplo, a la escritora puertorriqueña Marta Jazmín García, cuya muestra poética me pareció exquisita, pues conectó en cierta medida con mi propia concepción de la poesía. Nos queda mucho por conocer, por dialogar y compartir, pero creo que estamos en un momento perfecto para degustar y saborear los beneficios de ese intercambio.


La isla como punto de referencia

En su opinión, ¿el paisaje contribuye a la formación de una estética de la insularidad? ¿Qué aspectos considera más relevantes en la mirada hacia la insularidad desde la literatura o el arte?

Aunque no es el único aspecto definitorio, considero que el paisaje modela al artista. El primer acto de cualquier creador es la contemplación. Y al volcar la mirada al mundo, el paisaje asalta a los ojos. La variabilidad de espacios que tenemos en las islas, que nos ha valido el calificativo de “Afortunadas”, no puede, por tanto, dejar de influir nuestra visión del mundo sensible, que a la vez configura nuestro intelecto, nuestro ideario, nuestro lenguaje y nuestra personalidad. Particularmente, llama la atención que nuestros pintores y escritores han representado imágenes del paisaje de costa y medianía. Ese paisaje que es árido y verde a la vez, con sus cardones y tuneras, tabaibas, dragos y palmeras, que funden en sus fantasías Óscar Domínguez o Juan Ismael, me parece especialmente interesante. Sin embargo, también me atrae el paisaje de montaña, como retrato en el poema “Cumbre”, publicado en la antología bilingüe Tenerife, paisajes de palabras, de la editorial Puntillo. Esa multiplicidad de espacios, de la lava volcánica a la laurisilva, el incombustible brillo del sol, el mar que lame la costa o la “panza de burro”, como evidencia nuestra literatura más actual, es sumamente rica, plástica y heterogénea. Consecuentemente, esa riqueza se proyecta también en nuestras manifestaciones artísticas


La isla como vía a la universalidad

¿Cómo le gustaría definir la identidad insular? ¿En qué medida las diversas formas de la movilidad humana, como las migraciones o el turismo, influyen sobre la creación literaria en las islas? Desde su perspectiva, ¿qué lugar ocupan las nociones de cosmopolitismo y universalidad en la cultura insular de cara al futuro?

Es cierto que la identidad insular es difícil de definir. En mi caso, nunca he sido partidaria de una visión exclusivamente regionalista o folclórica, que es la dominante en muchos ámbitos. Porque, aunque considere que es preciso reivindicar el paisaje o el lenguaje como parte de una construcción identitaria, lo cierto es que, en ocasiones, la visión de lo propio se convierte en algo sumamente anecdótico. Y toda la cultura de Canarias no cabe en una folía, un traje de mago y una pella de gofio. Más bien, me gustaría que lo canario tuviera algo más que ver con otro tipo de acervo cultural: el de nuestros escritores, pensadores, investigadores o pintores, que han dedicado su vida a producir materia para el pensamiento.

He huido siempre de las visiones nacionalistas, que se centran en exaltar lo propio como única seña de identidad, porque ¿qué es lo propio? ¿Qué tenemos de guanches, qué de africanos, qué de castellanos? ¿Qué de americanos, de portugueses o de ingleses? Somos una conjunción de pueblos que hemos venido a confluir en un espacio determinado. Seguramente por azar. Así que, de nada vale sentirse más guanche y menos godo, más venezolano o menos africano. Porque en nuestros antepasados se mezcló la sangre de todos. Y en nuestros apellidos hay más portuguesismos que guanchismos.

¿De dónde ha de partir, entonces, nuestra esencia, la esencia de lo canario? Yo creo que en esa visión universalista ha de primar siempre esa idea de mezcolanza, de amasijo de culturas. Consideremos que, como nuestro paisaje, somos diversos y heterogéneos. Que nuestra estirpe, como la de todos los pueblos del mundo, no se basa sino en el mestizaje. Las sociedades migran. Nuestros antepasados, migraron también, de alguna parte, o hacia alguna parte. En consecuencia, dentro de esta búsqueda cosmopolitista, según mi punto de vista, el primer paso ha de ser entender el concepto de diversidad y aceptar que somos ciudadanos del mundo.

Siempre me ha molestado la calima, hasta que descubrí que esa arena del Sahara es imprescindible para fertilizar el Amazonas. Quizás, nosotros, no seamos otra cosa que minúsculos granos de arena en el mundo. Motas de polvo que vuelan de un lado a otro del océano. Y deberíamos centrarnos más en construir que en destruir. Como la calima.


Kenia Martín Padilla nació en Santa Cruz de Tenerife, en 1986. Estudió Filología Hispánica y se doctoró en la Universidad de La Laguna, en el año 2015, especializándose en Gramática y Lexicología del español. Ha publicado artículos científicos de investigación tanto lingüística como literaria, especialmente, sobre autoras canarias, como Ignacia de Lara o Pino Ojeda, entre las que destacan distintos trabajos sobre Josefina de la Torre. Asimismo, realizó la traducción de la obra surrealista Le grand Ordinaire, de André Thirion (2012). Ha publicado los poemarios Aguja de tacón (2009) y La esencia mordida (2010). Asimismo, ha publicado poemas en revistas digitales y colaborado en la antología bilingüe Tenerife, paisajes de palabras (2017) y la antología poética Mujeres 88 (2017). Actualmente trabaja como profesora de Enseñanza Secundaria, impartiendo Lengua Castellana y Literatura.

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