Presentamos en la revista Trasdemar nuestra entrevista con Cecilia Domínguez Luis, poeta y novelista, Premio Canarias de Literatura en 2015 y Miembro de la Academia Canaria de la Lengua
En cuanto a lo de la identidad canaria pienso que toda identidad radica en su lenguaje, y la Canaria lo tiene, aunque con alguna intromisiones no deseadas, y no precisamente de las poéticas caribeñas o latinoamericanas, que son sumamente enriquecedoras y, además, están salvando el español, reivindicando sus diferente modalidades. Realmente los admiro y los leo con gran interés.
CECILIA DOMÍNGUEZ LUIS
Nace en La Orotava, a finales de los años 40, en el norte de la isla de Tenerife donde por aquellos años todavía existía un aislamiento respecto a la capital tinerfeña ¿Cuáles son los recuerdos de la infancia que marcaron su vocación literaria? Son conocidas sus primeras incursiones creativas en edad escolar y la experiencia vivida durante su niñez de la visita a la isla de la escritora cubana Dulce María Loynaz
Creo que soy una gran deudora de la literatura oral. Los cuentos de la abuela(esta vez literalmente, pues era ella la que nos contaba cuentos y nos recitabas romances y poemas a mi hermano y a mí) despertaron mi curiosidad y mi imaginación, de tal manera que, mi incursión en la escritura fue virtual, en el sentido de que, cuando aún no sabia escribir, inventé un nuevo final para Caperucita y, de ahí, empecé a imaginar historias ý poemas, de tal manera que, cuando aprendí a garabatear algo en un papel, las escribía.
También me marcó el que un cura, cuando tenía nueve años, me llevó al colegio donde estudiaba, la poesía completa de Rosalía de Castro, para que me la leyera. Porque según él- no me pregunten cómo lo adivinó- yo iba a ser escritora. Ese mismo año, mi padre me trajo de un viaje a Sevilla el libro Vida, amores y rimas de Bécquer – que aún conservo- que se convirtió en mi primer amor poético y al que plagiaba como una posesa.
Siempre he pensado que, cuando una empieza a escribir, el plagio enseña mucho. Ya, en mi adolescencia, tuve la suerte de conocer al profesor Alfonso Trujillo que me descubrió a los clásicos, y a partir de ahí todo vino rodado.
En 1977 publica su primer libro de poemas, “Porque somos de barro” y a principios de los 80 obtiene sendos premios literarios, como el “Matías Real” convocado por el periódico La Tarde y el Premio Pedro García Cabrera, ¿Cuáles considera que son las señas de identidad de su escritura poética en el tránsito hacia el nuevo siglo? ¿Qué vínculos de parentesco existieron entre su actividad creativa y generaciones culturales de la época como la de “Nuestro Arte”? ¿En aquellos años cómo se percibía la herencia de la vanguardia con la presencia de exponentes de la Revista Gaceta de Arte en Santa Cruz de Tenerife?
En mi literatura, sobre todo en mi poesía, siempre parto de mi condición insular y, desde ella intento proyectarme al mundo. Quizá sea esta una influencia de Gaceta de Arte, a cuyos componentes tuve el privilegio de conocer. Está claro que la vanguardia ejerció influencia en los que empezábamos a escribir. En aquellos momentos empezábamos a reconocer y a valorar figuras como Pedro García Cabrera, Emeterio Gutiérrez Albelo, Agustín Espinosa, etc. De hecho, cunado gané el premio García Cabrera, el periodista Ernesto Salcedo escribió un artículo sobre el libro que tituló “El surrealismo total de Cecilia Domínguez”. Sin embargo, yo no veo en el libro ese surrealismo. Tal vez alguna imagen lo sea, pero los poemas tienen un tono elegíaco que nada tiene que ver con este movimiento.
Por otra parte, mi trabajo poético ha variado en el sentido de que ya me planteo proyectos, no estoy “a lo que surge”, sino que, tras un periodo de reflexión sobre una realidad que me preocupa, suelo elaborar preguntas que busquen respuestas a esas preocupaciones y que, por supuesto, no consigo.
Además de su dedicación poética, cultiva la narrativa con la publicación de una amplia nómina de títulos de novelas que inicia en 1994 con el libro “Futuro imperfecto” y las más recientes entregas de libros como la serie “Mientras maduran las naranjas” o “Tú serás el río” ¿Qué lugar ocupa la prosa en el quehacer cotidiano de su tiempo de escritura? Háblenos de su testimonio personal sobre el vínculo de amistad con autores de la generación fetasiana como Rafael Arozarena o Isaac de Vega ¿Qué influjo reconoce en su obra de las lecturas de otros autores de la literatura canaria?
La narrativa surge cuando me doy cuenta de que tenía cosas que contar y no lo podía hacer a través de la poesía. Empecé con los cuentos, porque no me atrevía con una novela. Me parecía que no iba a ser capaz. Recuerdo que Isaac de Vega me decía: «Chiquita, cuando vayas a escribir narrativa, olvídate de que eres poeta”, y eso me dio que pensar, sobre todo cuando Mararía, la obra de Rafael Arozarena, tiene mucho contenido poético (un fallito, según Isaac). En cuanto a mis referentes literarios, hay que tener en cuenta de que cuando yo empecé a escribir, la Literatura Canaria era totalmente desconocida. En mi Bachillerato se estudiaba una literatura que consistía en aprenderte de memoria, Vida, obra y estilo de cada autor, sin leer un solo libro suyo, así que lo del estilo era un misterio que nos aprendíamos de memoria para aprobar. Además, los únicos canarios que se nombraban era Pérez Galdós, Tomás Morales e Iriarte, y muy de pasada. Y de mujeres, Rosalía de Castro, Carolina Coronado, Emilia Pardo Bazán, Cecilia Böll de Faber y para de contar.
Como dije antes, tuve la suerte de poder leer a los clásicos con 14 años y, en mi casa había una buena biblioteca (la que escapó de la quema) aunque la mayoría era obra narrativa. De todas maneras, durante la dictadura, pude conseguir obras de poetas prohibidos como Luis Cernuda, Lorca, Miguel Hernández, León Felipe, Blas de Otero, Machado (al completo), que devoraba con pasión.
Por eso, mis referentes son precisamente ellos, porque entiendo que referentes son aquellos que conoces en el momento en que has decidido ser escritora. De ellos te nutres. Luego vendrían los canarios: Pedro García Cabrera, los Fetasianos, Pilar Lojendio, Luis Feria, Arturo Maccanti, Pino Betancor. De ellos, más que influencia, recibí aprendizaje, que no es poco.
En su formación académica destaca una sensibilidad especial hacia la disciplina histórica y los estudios de Filología Hispánica. Ha formado parte de instituciones culturales de prestigio como el Ateneo de La Laguna o el Instituto de Estudios Canarios, y usted es Miembro Honorario de la Academia Canaria de la Lengua. ¿Qué opina sobre la identidad del habla canaria y la cercanía de la literatura insular con manifestaciones poéticas caribeñas o latinoamericanas? ¿Y el papel de la condición femenina en la historia de las literaturas nacionales? ¿Las autoras canarias están reconocidas actualmente, qué opina de las jóvenes escritoras de hoy en día?
Una pequeña corrección, no soy miembro honorario, sino de número, es decir, de las que trabajamos (ja, ja), y ahora ejerzo de Secretaria. En cuanto a lo de la identidad canaria pienso que toda identidad radica en su lenguaje, y la Canaria lo tiene, aunque con alguna intromisiones no deseadas, y no precisamente de las poéticas caribeñas o latinoamericanas, que son sumamente enriquecedoras y, además, están salvando el español, reivindicando sus diferente modalidades. Realmente los admiro y los leo con gran interés.
En cuanto al panorama de la mujer en la literatura, tanto en Canarias como en todas partes, aún tiene que soportar que se dude de su autoría, que se sospeche de que tuvo ayuda- por supuesto de un hombre- que se ponga en cuestión la conveniencia de haberlo hecho de este o aquel modo y que, encima, cuando quieren reconocer su buen oficio, la “piropean” diciéndole que escribe como un hombre. Como si solo el hombre tuviese las claves de la buena escritura. Ahí queda eso. Y así, todo un sinfín de “peros” de los que habla Joanna Russ, en su excelente libro de ensayos Como acabar con la escritura de las mujeres.
Muy acertadamente la escritora Marta Sanz afirma: «Hemos llegado a un punto triste en el que parece que nos tenemos que justificar por todo.»
Si esto lo aplicamos a la literatura, no estamos, precisamente, ante un panorama halagüeño, ya que la mujer sigue pasando desapercibida en una gran cantidad de antologías. En cuanto a las nuevas voces, últimamente se pueden encontrar escritoras muy jóvenes e interesantes, como Aida González Rossi o Andrea Abreu, entre otras. Creo que es un panorama muy prometedor
Y finalmente una doble cuestión referida al mundo del libro y las revistas literarias. Ha participado durante su trayectoria cultural en varias revistas reconocidas como Fetasa, los Cuadernos del Ateneo o la publicación literaria de la Academia Canaria de la Lengua ¿Cree que todavía en tiempos de Internet es posible seguir apostando por las revistas como lugar de encuentro y convivencia en el panorama literario? En 2015 recibe el Premio Canarias de Literatura, otorgado por el Gobierno de Canarias ¿Cuál es su parecer sobre el estado actual de la literatura de las islas? Y para concluir ¿Qué consideraciones puede hacer sobre el mundo editorial y el devenir del libro canario con vistas al futuro?
Muchas preguntas en una. Vayamos por partes. En cuanto a las revistas creo que son muy importantes, tanto en papel como en formato digital, pues siguen cumpliendo las funciones que toda revista, ya no solo literaria sino cultural debe cumplir. Una prueba de ello es la cantidad de revistas digitales – unas con mayor éxito y permanencia que otras– que están surgiendo gracias a iniciativas, sobre todo de jóvenes. Y esto es muy esperanzador. En cuanto a la Revista de la Academia, que antes se dedicaba solo a literatura, ha pasado a ser una revista cultural, donde habrá artículos no solo de literatura o de lengua, sino también de artes plásticas, teatro, cine, etc. Y una parte muy importante, llamada Aula literaria, dedicada a la lectura en los más jóvenes.
En cuanto al estado de la Literatura Canaria, creo que goza de buena salud, sobre todo en la cantidad de publicaciones. Otra cosa es la calidad de las mismas, que la hay, pero no en todo lo que se publica. Hay mucha literatura hecha con lo que yo llamo “material de derribo”, sin lecturas detrás. Como si escribir fuera una ciencia infusa; y la crítica no existe y en eso entono yo el mea culpa. Reconozco que la única crítica que hago es el silencio, es decir, solo reseño aquellos libros que me parecen interesantes, o al menos, que se notan lecturas y un trabajo detrás.