Desde la Revista Trasdemar presentamos un ensayo de la autora Estefanía Tamargo González (Avilés, 1991) Actualmente cursa el Doctorado en Literatura Hispanoamericana de la Universidad Complutense de Madrid. Su colaboración ensayística está dedicada a la poesía de Rosa Silverio (Santiago de los Caballeros, República Dominicana, 1978) Periodista y escritora. Reside en Madrid, autora de libros de poesía y narrativa, ha obtenido los galardones Premio Nosside de Poesía de Italia, el Premio Nacional de Poesía Salomé Ureña y el Premio Letras de Ultramar de Poesía. Agradecemos a las dos autoras su colaboración en nuestra sección “Una habitación propia”
Ser mujer y estar triste es una simbiosis socialmente asimilada desde que Hipócrates comenzase a teorizar acerca de la histeria (1) para alumbrar la afamada teoría del útero errante, en la que este órgano se identificaba con un animal que vagaba por el cuerpo femenino y, dependiendo de sus desplazamientos, causaba diferentes sintomatologías en las mujeres, sin tener ellas potestad sobre él. Marta Arquistain repara en la evolución del término y subraya que, en 1772, José Ignacio Bartolache situará el origen del «mal histérico» también en la matriz y, a partir de los estudios de Freud, se alcanza el concepto de histeria tal y como lo conocemos hoy (Arquistain 2-7).
Los síntomas de la histeria son ⸺desde la Antigua Grecia y hasta el psicoanálisis⸺ diversos, pero la tristeza o la melancolía siempre han estado reflejadas como una de sus principales manifestaciones. Dicho lo cual, parece evidente que la feminización de la tristeza tiene sus orígenes en la historia y la cultura grecolatina y se ha sostenido a lo largo del tiempo amparada en el sistema patriarcal.
Ciertas emociones, como las que venimos mencionando, continúan siendo categorizadoras y excluyentes cuando las padecen las mujeres. Si las mujeres tienen una tendencia natural hacia la histeria, la locura o la melancolía ⸺entre otros achaques⸺ ¿serán, entonces, naturalmente excluidas de lo que socialmente se considera normal o alineado con las creencias psicosociales del contexto espaciotemporal en el que están inmersas? (2) Rosa Silverio se posiciona, en la totalidad de su obra, desde los márgenes: mujer, triste, loca, poeta, migrante. En la presente disertación, abordaremos la tristeza o la melancolía en su vertiente íntima y social, haciendo especial hincapié en el feminismo, única herramienta que, junto a la poesía, puede salvar a la escritora de sus dolencias, también personales y sociopolíticas.
La tristeza es una de las principales temáticas en la poesía de Rosa Silverio,
llegando incluso a publicar un poemario titulado Poemas tristes para días de lluvia
(2016), que tiene a dicha emoción como hilo conductor. En la obra de la autora, se
advierte una melancolía honda, permeable y perenne con la que la poeta convive y cuya raíz se encuentra bifurcada. En primera instancia, podemos percibirla como una
condición desvinculada a cualquier otra temática, autónoma y predominante, que se
aprecia como antesala a la locura o como parte de esta. Es el caso del poema “Mi
tristeza”, que desde el título enfatiza el sentido de propiedad, de posesión de la emoción, de asimilación de la misma:
Mi tristeza es mía, única, egoísta,
con nadie quiero compartirla
y a nadie hago responsable de ella.
Es un lagarto que me observa desde el techo.
[…]
Mi tristeza es una ola.
En ocasiones me derriba y me lleva mar adentro.
Yo me dejo ir… ¿Acaso tengo otra salida?
Siempre abro los brazos cuando ella viene a mi encuentro.
No le preceden huracanes, ni desgarres, ni huidas innecesarias.
Hay en mí una predisposición natural,
una voluntaria placidez ante esta forma de estar
que nadie comprende
y que no espera ser comprendida por el mundo (Silverio, Antes de Madrid 61-62).
En los versos citados se animaliza de la tristeza: “es un lagarto”. Está fuera de su
cuerpo, la observa desde el techo, está, por lo tanto, emancipado de ella y la voz poética no tiene autoridad sobre él, como ocurría con el útero animalizado, sobre el que la mujer no tenía potestad. Sin embargo, la tristeza está en ella, de forma natural e improvista: nada ni nadie la propicia. De modo que responde a la subjetividad del yo, tratándose de una descripción de carácter intimista, independiente, a priori, del género. Sin embargo, en el poema “Hay que ponerle nombre a esta tristeza” la autora manifiesta una relación engenerizada entre la emoción y el ser mujer, en tanto que personifica y feminiza, como veremos, a la tristeza:
Hay que ponerle nombre a esta tristeza
hay que ponerle un corazón,
un ojo de gato o de serpiente,
hay que ponerle un vestido
tacones
maquillaje
y sacarla a pasear
emborracharla
y cogérsela en una esquina
o en un motel de mala muerte.
Hay que golpear a esta tristeza,
darle latigazos,
enseñarle quién manda,
amarrarla a un poste eléctrico
o deshojarla en una tarde de septiembre (Silverio, Antes de Madrid, 109)
En las dos estrofas citadas ⸺las primeras del poema⸺, la tristeza se hace mujer porque desde la condición femenina se torna en sujeto vulnerable ante la violencia ⸺en una clara denuncia de la violencia machista⸺. Hay que maquillarla, emborracharla, violarla, golpearla y asesinarla, «enseñarle quién manda»; doblegarla y someterla, como el sistema heteropatriarcal hace con las mujeres, porque solo así, la voz poética podrá ejercer total posesión ⸺en sentido autoritario y despótico⸺ sobre la emoción.
En el poema la tristeza es una emoción y, como tal, circula, en base a la teoría que
despliega Sara Ahmed en La política cultural de las emociones (2015). Si en un primer momento la tristeza, como veíamos, es el padecimiento del yo, atormentada por sufrirla y empeñada en doblegarla, en la tercera estrofa, la emoción se conecta con lo social: el mundo es un lugar hostil y en él solo puede darse la tristeza: «Hay que saber que el mundo / es una telaraña o una sombra ancha / dispuesta a devorarlo todo, / a tragárselo todo de una bocanada / o de un zarpazo» (109). El mundo y la sociedad son bestializados, atemorizantes. En los siguientes versos, la tristeza se materializa, ya no está en ella, ni en lo social: «Hay que entender que las cosas / tienen un lugar geográfico, un nombre / una textura exacta y una forma / y que dentro de esas cosas / está desnuda y en silencio / la tristeza» (110). A medida que el poema avanza, la emoción circula de lo tangible a lo experiencial:
Hay que saber que la tristeza existe
como existe la casa, la tacita de té,
el reloj, el árbol, los recuerdos
o la fotografía de mi abuela
con una blusa llena de pájaros blancos
y una mirada que me hace recordar
a todos los muertos que ha tenido que llorar
mi pobre abuela (110).
La tristeza es un ente más, como la casa, o la tacita de té, pero también emerge de
ese entorno material, de esos objetos que la voz poética recuerda. Esos recuerdos, esas experiencias están embriagadas de tristeza. La relación del yo con sus remembranzas suscita la emoción, pero a su vez, la tristeza que invade al yo se inserta en sus recuerdos en una constante circulación del afecto, que en palabras de Ahmed se torna «pegajoso»: «las emociones se mueven a través del movimiento o circulación de los objetos, que se vuelven “pegajosos” o saturados de afectos, como sitios de tensión personal y social» (Ahmed, La política cultural 35). El poema retrata esa pegajosidad de la emoción: la tristeza circula entre lo personal ⸺el yo, su manera de sentir, de percibir y de relacionarse con la emoción⸺ y lo social ⸺cuando analiza las cuestiones de género o cuando, como veremos más adelante, ejerce una crítica hacia el modo de concebir, desde la colectividad, la enfermedad mental.
En los últimos versos, la tristeza, por lo insoslayable, se patologiza, conduciendo,
incluso, a pensamientos autolíticos. Pero el yo se empodera desde el hastío, se revela
contra ella: busca nombrarla y etiquetarla, con el fin de vencerla. Aunque, finalmente, acontece la resignación:
y que a veces uno se cansa,
se harta de tanta mansedumbre,
de tumbarse en una cama,
de tomarse un frasco de pastillas,
de pensar en sogas, en puentes
o en desahogos sentimentales,
y de repente uno se levanta
y dice coño
y decide cambiar el orden del mundo,
ponerle un nombre a la tristeza,
etiquetarla,
mandarla a la mierda,
y seguir hacia delante
[…]
aunque la tristeza jamás desaparezca (Silverio, Antes de Madrid 111)
La estructura impersonal «hay que» ⸺repetida a lo largo del poema⸺ no responde únicamente al diálogo interior del yo, sino que, por su carácter sintáctico, alude a la falta de concienciación social sobre las enfermedades mentales. «Ponerle un nombre», «etiquetara», «saber que existe» no son sino una crítica velada a las sociedades occidentales que invisibilizan emociones como la tristeza por ser consideradas, a lo largo de la historia, como afectos negativos y, por lo tanto, eludibles. La sanación no puede darse ⸺ni en lo individual ni en lo colectivo⸺ si las emociones no se ponen en el centro, y de ello es consciente nuestra autora.
A menudo, esta tristeza a la que aludimos tiene un origen diferente, es inherente a
las distintas opresiones que sufren las mujeres, es sintomática del sistema patriarcal.
Ejemplo de ello es el poema “Un hombre con un fusil en la mano” en el que Silverio
poetiza, de forma descarnada y lacerante, las violaciones cotidianas que sufren las
mujeres de República Democrática del Congo, tal y como la propia poeta reconoce en una entrevista para el periódico Listín Diario (3) :
Un hombre con un fusil en la mano va por su camino
encuentra una mujer y la penetra
también con el fusil la penetra
no se sabe si saldrá con vida
y si lo hace no será bienvenida en casa.
Un hombre con un fusil en la mano
desciende la colina
se acuerda de su descarga de esperma
de su gran fuerza inimitable
de la advertencia que ha enviado al enemigo.
El hombre
se relame los labios, se sabe satisfecho
se acomoda felizmente la mochila
y sigue su camino.
La tierra, enrojecida, delira esa mañana (Silverio, Mujer de lámpara 62).
El hombre como dueño de la vida y del cuerpo de las mujeres parece evocar el
concepto de «dueñidad» de Rita Segato ⸺que la propia antropóloga vincula a lo que concibe como «mandato de masculinidad» en su libro La guerra contra las mujeres, en el que, al hablar de los feminicidios en Ciudad Juárez, declara: «Ciudad Juárez tiene dueños, y […] esos dueños matan mujeres para demostrar que lo son» (Segato 45). El cuerpo de la mujer es un botín de guerra y su tenencia es la constatación del poder del hombre. Mientras que el hombre «se sabe satisfecho», la tierra enfurecida y avergonzada, «delira esa mañana» y su delirio es perturbación, porque la violencia enferma, como nos recuerda Silverio en su poema “Cuando una voz muere” (4) .
La autora no es indiferente a las tragedias que circundan a las mujeres, lo que le
produce una angustia y melancolía patentes tanto en este poema como en los restantes de su libro Mujer de lámpara encendida (2016), en los que Silverio parece interrogarse: ¿cómo no estar triste si nos están matando, si nos violan, si nos maltratan, si nos enloquecen? Así lo asevera la poeta en “Hematomas” ⸺incluido en Invención de la locura, 2019⸺, en una interpelación directa a lo social y lo religioso, como ensamblajes de un sistema que margina, crea otredades y enloquece, sobre todo, a las mujeres: «Has sido tú quien me ha cosificado / para ti mi sangre de luna es algo malo / me has puesto cadenas / me has convertido en una máquina reproductora» (Silverio, Invención 29). Pero la voz poética trasciende a la norma en cuanto, no sin las contradicciones que llevará consigo, se hace libre en la locura: «por años he aceptado el cilicio / le he orado a todas vuestras vírgenes / mientras me desgarraba / y me hacía fuerte / y me volvía loca / una loca libre y pura / con todos mis hematomas / con mis llagas y mis resurrecciones» (29).
En otros poemas, como en “Hematomas” encontraremos esta suerte de empoderamiento o resiliencia. La poeta se asume, como hemos visto, en su recorrido, en su deconstrucción, pero con sus hematomas, como marcas inherentes a su experiencia, con las que tendrá que proseguir y que le impulsan a las diferentes resurrecciones. Ocurre así en el poema XIII de Invención a la locura: «Empiezo a descubrirme / a leerme en mis carencias / empiezo a empezarme / a recorrerme / a aceptar toda mi locura» (47).
La sororidad se erige como un elemento clave de esta aceptación. Una sororidad
que, a menudo, la autora ejerce con sus ancestras literarias, también mujeres, también melancólicas, también locas ⸺Virginia Woolf, Anne Sexton, Sylvia Plath, Alejandra Pizarnik, entre otras⸺, a las que acompaña en sus suicidios: «Vuelvo a meter la cabeza en el horno, Sylvia / vuelvo a cometer el mismo error de entonces / Es el delirio / Es el inicio de la caída» (52). De esta manera, Silverio crea un «refugio feminista», en términos de Sara Ahmed, quien asegura: «necesitamos construir estos refugios para permitir estas supervivencias» (Ahmed, Vivir 240). Por ello, el feminismo, el diálogo con las poetas que la preceden en sus temáticas recurrentes, es salvador: es un espacio de sororidad y sanación. Sin embargo, en el poema “XXIV”, la voz poética se reconoce en su incapacidad de resiliencia: «el vacío es infinito / la realidad puede con mis alas / no soy resiliente» (Silverio, Invención 58).
El vigente imperativo de resiliencia exhorta al individuo, al trabajo autónomo, lo
responsabiliza de su capacidad o incapacidad de sanación, envuelto en el discurso de la Psicología Positiva que ha acarreado numerosas críticas por su forma de excluir, de otretizar, de continuar marginalizando a quienes no logran «resistir y re-hacerse ante las desgracias» (Carretero en Martínez y Medina 3).
En “Más loca que una cabra”, se alude nuevamente al intento fallido de la
resiliencia. El poema inicia con la asimilación del estado mental del yo poético: «Vivo entre cuatro paredes blancas / abrazada a mi camisa de fuerza / perdida en la
inexplicables cavidades de mi mente / asida al Prozac, al Trileptal, al Seroquel»
(Silverio, Invención 15). La propuesta estética desinhibida y sin dilaciones que utiliza Silverio para abordar la enfermedad 5 recuerda a las proposiciones que, ya en 1926, ⸺aunque en la actualidad continúen siendo imperativas, precisamente por su escasa incursión en la literatura contemporánea⸺ Virginia Woolf defendía en su ensayo Estar enfermo:
Esas grandes batallas que el cuerpo, con el pensamiento como esclavo, libra en la soledad del dormitorio contra el asalto de la fiebre o la invasión de la melancolía no se tienen en cuenta. La causa no hay que buscarla lejos. Para enfrentarse a aquellas hace falta el valor de un domador de leones; una filosofía sólida; un sentido común cuyas raíces lleguen a las entrañas de la tierra. […] No es solo un lenguaje nuevo lo que necesitamos, más primitivo, más sensual, más obsceno, sino una nueva jerarquía de las pasiones […] que el insomnio tenga el papel del villano, y el héroe sea un líquido blanco de sabor dulce: ese poderoso príncipe con ojos de polilla y pies emplumados, uno de cuyos nombres es el Cloral (34).
Silverio busca, en el poema que nos ocupa, ese rehacerse en su quehacer literario,
en su feminismo y en su proyecto personal:
huyendo de todos los demonios del pasado
intentando crear una estética desde el caos
rehaciendo con mis manos la poesía
resucitando cada día en la palabra
Yo soy Yo fui Yo seré
Yo intento descifrar la cosmogonía del mundo
desenmascarar al dios inventado por el hombre
crear una nueva teoría de mí misma
desentenderme, desmadejarme (Silverio, Invención 15)
Ese desentenderse y desmadejarse es ineludible para re-hacerse, sin embargo, es
conocedora de las complicaciones cuando asume la contradicción: «pero mi voz es agua y se dirige río abajo / […] / Mi voz solo habita en la locura / y en la locura estoy yo y está la nada» (15). Se sitúa en la locura ⸺de por sí silenciadora, desde la sociedad que invisibiliza, más aún en el caso de las mujeres⸺ y es en el único lugar en el que la voz le pertenece.
La locura es liberación en la palabra, aunque, en tantas otras ocasiones, se perciba como un encierro. En los últimos versos, el yo se empodera ⸺sin resiliencia (o con ella en tensión) con sus contrariedades, con la confirmación del abismo y hasta la culpa:
Yo en primera persona del singular
Yo la evasión, la rueda, el estallido
yo este encierro voluntario
yo seis metros bajo tierra
yo pegada al suelo con cemento de viejo zapatero
rota y desmembrada
descosida
enferma
paranoica
borderline
más loca que una cabra (16).
Rosa Silverio se erige, así, como una de las voces imprescindibles de los nuevos
paradigmas de la literatura hispanoamericana y feminista, poniendo a la mujer y sus
opresiones en el centro, a la enfermedad en el centro, a las emociones en el centro.
1 Etimológicamente, la palabra histeria proviene del griego ύστέρα, traducido como útero.
2 A este respecto, la propia Rosa Silverio comenta, a través de diferentes entrevistas en redes sociales,
cómo, desde los círculos literarios dominicanos, intentaron desprestigiarla aludiendo a la locura cuando
comenzaba a despuntar en el oficio literario. Vid. Guzmán, Ibeth: “Mujer, poesía y educación. Con Rosa Silverio”. Diálogo Académico Online [Publicación de Facebook]. 4 agosto 2021.
https://www.facebook.com/ibeth.guzman.5/videos/872808910310369
3 Medrano, Néstor. “Rosa Silverio: creo que la mujer debe tomar el lugar que le corresponde, reclamarlo,
reivindicarlo”. Listín Diario, 2015. [06/08/2021] https://listindiario.com/la-
republica/2015/10/10/391505/rosa-silverio-creo-que-la-mujer-debe-tomar-el-lugar-que-le-corresponde-
reclamarlo-reivindicarlo
4 El poema referido ⸺incluido en Mujer de lámpara encendida (2016)⸺ también tematiza la violencia de género: «Una bayeta, el detergente, el agua oscura del fregadero / la suciedad que se limpia, el secreto que
se oculta / la violencia que enferma» (Silverio, Mujer 15).
5 La poeta retrata, del mismo modo, la cotidianidad de un ingreso psiquiátrico, visibilizando y
problematizando los impedimentos que enfrentan los pacientes de salud mental, evidenciando, al mismo
tiempo, la manera abyecta en que la sociedad rehúsa a estos enfermos y sus padecimientos. Ejemplo de
ello son los versos que siguen: «El paciente de la habitación número 6 es mi amigo / no habla español /
(aquí nadie habla inglés, ni siquiera las enfermeras) / Anda por los pasillos aislado en su gran campana /
sin que nadie lo entienda / […] / Me ha contado que dentro de él hay un animal / que si no lo atan ataca
siempre por las noches / Me ha pedido que no me acerque demasiado / dice que al animal le gustan
mucho mis orejas / Así que cuando me acerco a contarle algo / me cubro las orejas con las manos / y
provoco la risa de los demás enfermos» (Silverio, Invención 70).
BIBLIOGRAFÍA
AHMED, Sara. La política cultural de las emociones. México D. F.: Universidad
Nacional Autónoma de México, 2015.
⸺. Vivir una vida feminista. Barcelona: Edicions Bellaterra, 2018.
ARQUISTAIN CARRERAS, Marta. “Histéricas e históricas: la mujer loca en la literatura del
siglo XX”. (Trabajo de Fin de Grado). Universidad Pompeu Fabra: 2019.
[22/08/21]
https://repositori.upf.edu/bitstream/handle/10230/43734/Araquistain_19.pdf?sequ
ence=1&isAllowed=y
GUZMÁN, Ibeth. “Mujer, poesía y educación. Con Rosa Silverio”. Diálogo Académico
Online [Publicación de Facebook]. 4 agosto 2021. [04/ 08/21]
https://www.facebook.com/ibeth.guzman.5/videos/872808910310369
MARTÍNEZ GUZMÁN, Antar y MEDINA CÁRDENAS, Omar. “Resiliencia y cultura terapéutica
en tiempos neoliberales: una exploración de discursos de autoayuda”. Quaderns
de Psicología 23 (2021): 3.
MEDRANO, Néstor. “Rosa Silverio: creo que la mujer debe tomar el lugar que le
corresponde, reclamarlo, reivindicarlo”. Listín Diario, 2015. [06/08/2021]
https://listindiario.com/la-republica/2015/10/10/391505/rosa-silverio-creo-que-la-
mujer-debe-tomar-el-lugar-que-le-corresponde-reclamarlo-reivindicarlo
SEGATO, Rita. La guerra contra las mujeres. Madrid: Traficantes de sueños, 2016.
SILVERIO, Rosa. Antes de Madrid. Oviedo: Ars Poética, 2019.
⸺. Invención de la locura. Madrid: Huerga y Fierro Editores, 2019.
⸺. Mujer de lámpara encendida. Madrid: Huerga y Fierro Editores, 2016.
⸺. Poemas tristes para días de lluvia. Madrid: Solenodonte Editorial, 2016.
WOOLF, Virgina y STEPHEN, Julia. Estar enfermo / Notas desde las habitaciones de los
enfermos. Barcelona: Alba Editorial, 2019.
Estefanía Tamargo González (Avilés, 1991). Actualmente cursa el Doctorado
en Literatura Hispanoamericana de la Universidad Complutense de Madrid. Su tesis
lleva por título “Relatos de la malquerencia: desencanto y desafecto en el cuento
dominicano de los años noventa a la contemporaneidad”. Realizó el Máster en
Literatura Hispanoamericana en la misma institución (2017), con un TFM que sirvió de
antesala a sus estudios doctorales. Es graduada en Lengua Española y sus Literaturas
por la Universidad de Oviedo (2015), con el TFG “Ana Lydia Vega: aproximación a su
visión del Caribe”. Ha publicado el artículo “‘Si miras a tu alrededor todomundo está
roto’: capitalismo y (des)afectos en la cuentística de Juan Dicent”, en el libro Y por
mirarlo todo, nada veía. Redes, transferencias y escrituras globales en la literatura
hispanoamericana (2021). Asimismo, ha participado en diversos congresos
internacionales. La mayor parte de sus investigaciones se centran en el cuento caribeño,
siendo el feminismo, la intersección entre género, raza y clase y la dimensión emocional
en la literatura sus principales líneas temáticas.