
Presentamos en la Revista Trasdemar la serie de colaboraciones especiales en homenaje a Andrés Sánchez Robayna (1952-2025), el escritor Anelio Rodríguez Concepción desde la isla de La Palma comparte el texto “La sonrisa de Andrés“, dedicado al profesor de la Universidad de La Laguna que dirigió la Revista “Syntaxis“. La serie de homenaje está ilustrada con la fotografía de la serie dedicada a Andrés Sánchez Robayna, en el Festival Hispanoamericano de Escritores de La Palma, cortesía de Daniel Mordzinski
Todo fluía para dotar de vida al significado de las palabras, nada más y nada menos, una gozada que abre compuertas al caudal irresistible de lo que nos arrastra hacia la plenitud
ANELIO RODRÍGUEZ CONCEPCIÓN
Andrés Sánchez Robayna, sensible y erudito a carta cabal, sabía compartir todo lo que llevaba consigo. Se dice fácil, a que sí, pero conviene advertir que entre las figuras de su nivel no abunda esta inclinación al desprendimiento, menos aun cuando se transita con pertinente rigor por los ámbitos que él frecuentaba sin deberle nada a nadie, como uno de los grandes. Porque sin duda lo era, vaya que si lo era. Quienes tuvimos la fortuna de ser sus alumnos en la Universidad de La Laguna podemos dejar testimonio de que a todas horas ofrecía a manos llenas lo mejor del poeta y del ensayista: doble tesoro que desbordaba la experiencia docente hasta los límites de un deseo de superación honesta, por fuerza más allá del entorno del aula. Nos trataba con respeto, no como a chicos impresionables —lo que debíamos de parecer mientras atendíamos abriendo mucho los ojos desde los pupitres—, sino como a auténticos rastreadores del misterio que coletea en el juego del conocimiento. Por eso en clase, cosa no muy habitual en aquellos tiempos, los versos se leían en voz alta, a conciencia, cadenciosamente, con la certidumbre de que venían desde el centro de una verdad profunda, por cierto no siempre escurridiza. Versos para dar y tomar. Un festín. Se paladeaban como onzas de chocolate negro; se volteaban, se interiorizaban y luego salían con la resonancia que mejor iba al caso, bien lejos del efectismo teatral. No sólo me refiero al cuidado de la prosodia, sino a la búsqueda de la gracia rítmica, pura música, y del discurrir del mundo sobre la luminosidad de las vocales abiertas, el aguzamiento de las cerradas, la majestuosa vibración de algunas consonantes, la delicadeza de otras. En suma, todo fluía para dotar de vida al significado de las palabras, nada más y nada menos, una gozada que abre compuertas al caudal irresistible de lo que nos arrastra hacia la plenitud. Una tarde, antes de doblar la última esquina de los pasillos de la Facultad de Filología, me acerqué al maestro para confesarle que había estado leyendo a solas en voz alta sus poemas de Tinta y de La roca, y que por fin, y por suerte, siquiera durante unos instantes de ensueño, creía haber atisbado el fulgor hipnótico de la poesía. “Una revelación”, me dijo sonriente, deteniéndose en seco y bajando algo la cabeza, lo justo para observarme por encima de la montura de las gafas a la espera de un cabeceo afirmativo. Hoy, sacudido por la sensación de orfandad tras su prematura muerte, de entre los muchos recuerdos que conservo de Andrés me quedo con aquel cruce de miradas risueñas durante un par de segundos, primer gesto de reconocimiento entre hermanos de sangre.

Anelio Rodríguez Concepción (Santa Cruz de La Palma, 1963) es escritor. Doctor en Filología Hispánica por la Universidad de La Laguna, hizo su tesis doctoral (Vida y obra de Ramón Feria) bajo la dirección de Andrés Sánchez Robayna