Presentamos en la Revista Trasdemar un ensayo de homenaje a la revista universitaria Calibán, a cargo de nuestro colaborador José Miguel Perera, a quien extendemos nuestro agradecimiento por esta importante donación de materiales y visión retrospectiva sobre una de las experiencias literarias y generacionales más interesantes del cambio de siglo en Canarias
Calibán fue una revista creada, entre finales de 1998 y el año 2002, por un grupo de alumnos de las facultades de Filología Hispánica y de Traducción e Interpretación de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria (ULPGC). De ella y de diversos aspectos relevantes que la rodearon intentaré dar cuenta en este escrito, y para el caso quiero dejar transparente desde el principio que lo que diré se muestra desde mi explícitamente particular perspectiva, la de alguien que estuvo presente con temblor activo en muchos de los acontecimientos descritos e interpretados; la de alguien para quien –tal y como ya he manifestado en más de una ocasión, oralmente y por escrito en el pórtico de mi Literatura canaria con identidad (y más allá) (Ediciones Tamaimos, 2017)– estos años en torno a la revista y a determinadas experiencias con ella entremezcladas fueron un firme basamento de reflexiones, ideas e interrogantes para todas las actuaciones, las cavilaciones y los amagos que han venido a continuación (1)
Orígenes
Lo primero que hay que decir es que Calibán se formó a partir de gente diversa que estudiaba en la universidad grancanaria por aquellos años, sobre todo dentro del contexto del campus de Humanidades, en las inmediaciones de la manifiesta arteria Tomás Morales. Esta heterogeneidad del colectivo iba a ser central en toda la praxis y todos los planteamientos que llevó a cabo, así como en el rico transcurrir diario de nuestros intercambios humanos, dentro y fuera de los muros universitarios. Me refiero, entre otros aspectos, a la procedencia de las personas, pues si (amén de los criados y vividos más allá de la isla) una parte había crecido en la capital o sus alrededores, otro buen conjunto tenía su hogar y sus vivencias familiares en municipios no capitalinos como Arucas, Moya, Telde, Agüimes, San Mateo, Teror o Artenara; y hago mención, asimismo, a la confluencia de seres con inquietudes amplias como la historia, las artes plásticas, el cine, los idiomas, la traducción literaria, la filosofía, la acción social, las religiones, la música, la política, etc. Cierto es que el motor de casi todo era accionado por la literatura, la reflexión sobre ella y la creatividad verbal; de ahí que la organización estructural y económica viniera principalmente del decanato de la facultad de Filología (con Germán Santana Henríquez al frente), ya que de su seno dimanaba el gran grupo; pero conjuntamente estaba la facultad de Traductores e Intérpretes (durante el mandato de Manuel Wood Wood), en la que eran estudiantes una porción considerable de fundadores y de firmas participantes.
De las distintas promociones de Filología que en Calibán transitaron creo que no fallo en el testimonio si digo que la nuestra (aquella que echó a rodar en 1996) fue el núcleo clave de origen, así como –además– la clausura fue acercándose al compás de la finalización de la carrera de los integrantes de esta hornada. En ella figuraban Omar Arencibia Henríquez, Sergio Hernández Peña, María Eugenia Pérez Vega, Maru (aunque en los comienzos de la revista ya se había cambiado a Traducción e Interpretación), Nayra Pérez Hernández, Bruno Pérez Alemán, Yeray Rodríguez Quintana, Orlando Santana Quintana, Helena Tur Planells y este que escribe. Todos teníamos cercana relación desde el turno de mañana durante el primer curso, a excepción de Sergio Hernández, al que conoceríamos con proximidad en segundo, cuando los que nombré –en su mayoría– pasamos al turno de la tarde.
Eugenio Padorno, maestro en múltiples sentidos y reconocido como tal por casi todos nosotros, fue la persona que nos animó –desde las diferentes asignaturas que nos impartió– a que hiciéramos una revista (2). De hecho, recuerdo que uno de esos instantes claves de impulso fue cuando Padorno aprovechó la visita del narrador palmero Anelio Rodríguez Concepción y lo arrimó a una de nuestras clases para que nos hablara de su recordada y admirada La Fábrica, por aquellos años todavía en movimiento. La consecuencia fue que, fruto de las ganas juveniles y de este estímulo de Eugenio, nacería Al margen, una revista previa en la que estuvieron –como organizadores y como colaboradores– no pocos de los agentes que harían real la sustanciosa experiencia de Calibán, una vez fracasado el efímero trayecto de aquella (3). De hecho, en la “Cronología” personal que Padorno incluye en su poesía reunida, Acaso solo una frase incompleta (1965-2015) (2018), los dos acontecimientos finales de 1998 que recoge son precisamente la presentación en noviembre, en Las Palmas, de un libro de Anelio y, en diciembre, lo siguiente: “Los alumnos de las facultades de Filología y de Traducción e Interpretación de la ULPGC publican el primer número de la revista Calibán“.
A las clases de Teoría de la Literatura y de Análisis Literario de Textos se iba a sumar, en el perdurable magisterio de Padorno, la asignatura (optativa por aquel entonces y de libre configuración para otras carreras) Literatura Canaria, encendido nido de pensamientos, debates y conocimientos que la gran mayoría que allí asistía necesitaba para alimentar su jiribilla existencial y su acontecer cotidiano de aquella secuencia de tiempo tan copiosa para esta generación. Al grupo de Filología se unirían otros de disciplinas varias, entre ellos los estudiantes de Traducción e Interpretación Daniel Barreto González y Tenesor Rodríguez Martel.
Los nombres rotulados y otras personas más o menos cercanas por amistad y hambre común, a través de diferentes vías (de promociones filológicas anteriores y posteriores, de otras carreras…), confluyeron para que Calibán echara a andar. La nómina que completa –al través de los años– el cuantioso grupo es la siguiente: Luis A. Amador, Belén de la Fe, Cristina de la Fe, Josué Hernández, Fernando Herrera, Julio Liermann, Antonio Martín Medina, Evelio Oliva, Dávide Páiser, chema de paula, Octavio Pineda, Carmelo Ramírez, Salvador Rodríguez Álamo, Dulce Rodríguez Calero, Alberto Rodríguez Herrera, Orestes Romero, Cristina Santana Déniz, Helenca Santana, Tini Sosa… y quizás hubo algunos otros, en los pasos iniciales, como Juan Oliva o Jesús Quevedo. Si bien no todos escribirían con asiduidad en la revista, sí estuvieron de una u otra manera en la fundación o en la organización de los diferentes números, así como en la gestación de los innumerables actos que eran alentados en torno a la publicación, como iremos alargando a continuación. De análogo modo, hay firmas recurrentes en Calibán que no son citadas aquí porque, aunque eran cuerpos cercanos, no estaban dentro del entramado promotor. Sea como sea, para constatar y ampliar lo que expresamos, ejemplares de la revista están disponibles en algunas de las hemerotecas principales del Archipiélago (en las bibliotecas de las dos universidades, en El Museo Canario…), pues nosotros –conscientes de tanta inconsciencia en la historia de Canarias, y particularmente en la de la literatura– nos encargábamos de hacerlos llegar para que quedara certificación física en el futuro de nuestro engendro, con lo que pueden ser consultados en cualquier momento por quien lo desee.
Organización
Después de definir, a partir de las inquietudes de todas y todos, a grandes rasgos, las ideas principales para hacer carne la revista, fuimos concretando una serie de secciones que representaban cuáles eran nuestros objetivos y deseos para Calibán, que salía a la luz cada dos meses, aproximadamente, con parones durante el verano (se editaron en total once números, del 0 al 10). Una o dos personas iban a ser las responsables de la sección con la que –en principio– más se identificaban, y la idea era conseguir material valioso para cada número. En teoría las firmas serían de alumnado universitario, especialmente de las facultades implicadas; pero durante el proceso de vida no estuvimos cerrados a gente de otras carreras y de otros contextos externos al universitario, siempre y cuando recepcionáramos con interés sus producciones. Ocurrió así incluso con las propias ilustraciones que acompañaban cada número: a veces heterogéneas, misceláneas…, pero otras con protagonista exclusivo como el artista José Otero (que ilustró dos números, el primero, el 0, y el último, el 10), Orlando Auyanet (número 5), A. D. (número 6), Gloria Esther Henríquez Lorenzo (número 7), alumnado de la facultad de Bellas Artes de la Universidad de La Laguna (número 8) y Sonia Li-Chia Chang (número 9). Dos obras de Juan Ismael y una de Manuel Padorno ocuparon tres portadas; y alguna ilustración de Pepe Dámaso habita un modesto especial pergeñado sobre el teatro de Alonso Quesada, con dedicatoria incluida para la revista tras la visita que determinados miembros le hicimos en su casa de La Isleta. Calibán se mostraba materialmente humilde, aunque nada desdeñable estéticamente para los medios de que disponíamos: normalmente se imprimían quinientos ejemplares, en el servicio de reprografía y encuadernación de la propia universidad, en Tafira, tras ser maquetada en todo momento por Carlos Cardoso Guerra. Era totalmente gratuita, y la distribución la hacíamos nosotros mismos.
Teníamos reuniones y asambleas con relativa frecuencia, al principio realmente movidas. Si mi memoria no falla, nos encontrábamos en la delegación de alumnos, que estaba situada –por lo menos en los comienzos– en el sótano del edificio principal de Humanidades; mas me vienen a la vista reuniones en la Sala de Juntas del mismo recinto y en otro espacio de la delegación de alumnos, en el último piso, donde solían andar los compañeros de Fetei (una revista de gente de Traducción, con otro tono, pero cercana a algunos miembros de Calibán, donde además colaboraron puntualmente, por ejemplo con comentarios sobre películas del ciclo El idiota, del que hablaremos). La dinámica en ellas era, fundamentalmente, tratar qué tenía cada responsable para la sección que coordinaba, así como decidir qué se publicaba, más que nada lo que llegaba, en contadas ocasiones, a través de un buzón anónimo que teníamos con la finalidad de recibir originales.
Del editorial siempre se encargaba una voz diferente y casi siempre individual, aunque en todo instante intentaba aunar en su trazo balbuceos comunes a la filosofía compartida de la agrupación. Por ello, la suma de esos once textos recoge con trazos sinuosos nuestros sellos y nuestras fugas. En cuanto a las secciones, Navegancias era un apartado abierto a cualquier tema que explicitaba en cada ocasión el horizonte ancho de miras interdisciplinar que poseíamos, o que deseábamos poseer, más allá de la Filología y de la Traducción; y Tántalo –uno de los apartados de mayor interés en nuestro contexto insular– formaba propiamente el taller de traducción literaria, materia prácticamente ausente en la facultad de la capital grancanaria que algunos jóvenes como los de nuestra revista intentaban paliar desde este marco. Los textos allí aparecidos (también algunos fueron reflexivos y teóricos), traducidos desde diversos idiomas por el alumnado, no tienen desperdicio. Del inglés: Shakespeare, Wallace Stevens, Kira Besh y Thornton Wilder; del alemán: los hermanos Grimm, Novalis, Georg Trakl y Hilde Domin; del italiano: Giuseppe Ungaretti y Pier Paolo Pasolini; del vasco: Benito Lertxundi; del finés: Kalevala; del francés: Jaime Gil de Biedma, Blaise Cendrars, Paul Claudel, Emmanuel Hocquard, Valéry Larbaud, Ives Bonnefoy y Oscar Milosz; del ruso: Anton Chejov, Maynat Abdulaieva y S. Vysotski.
Deespejos aunaba textos de literatura comparada de diversa índole (interlingüística e intralingüística); y Thamus contenía los de teoría y crítica literarias, otra de las secciones con peso evidente puesto que era una de nuestras mayores cosquillas la del teorizar y deliberar en torno al arte y lo literario, y probablemente también tuviera que ver mucho en esto el propio Padorno. La sección de creación se bautizó Literatura gris (nombre heredado de la anterior Al margen), en la que muy pocos de nosotros –por cierto– difundimos textos propios. Sí lo hicieron algunos nombres que durante estos años, tras el cierre de la publicación, han ido sonando, como el mismo compañero Octavio Pineda o los también poetas Nicolás Fernández y David Pulido, además del narrador Daniel Bautista, entre otros más como Miguel Pérez Alvarado (en Calibán como articulista y no como poeta).
La síntesis súbita llevaba el perfil del género de las crónicas, Ónoma de la Lingüística, De Cronopios de la literatura latinoamericana y Segismundia de la Literatura Canaria, probablemente y en buena medida el centro de irradiación de Calibán por el punto de vista general que se tenía en torno a Canarias y la literatura insular, como se explicará más adelante.
Quizás sea adecuado pensar que en general, activamente en la escritura, y desde un enfoque más o menos convencional de los géneros literarios, la tendencia manifiesta y mayor en nosotros se inclinó siempre hacia la teoría y la crítica literarias. Pero no sería preciso concluir que fuéramos ajenos a la creatividad, con lo que tampoco es arbitrario que muchos seamos hoy poetas o narradores. En este sentido, durante el sintagma de años que Calibán duró Helena Tur (Testimonios) y Daniel Barreto (La Encubierta) publicaron cuadernos narrativos en Para las veladas de Monsieur Teste, dirigida por Cardoso; Antonio Martín Medina las plaquettes líricas Estancias y Tropismos; chema de paula lo hizo con propósito de jazz, accésit del Premio Tomás Morales de 2002; incluso habría que nombrar Quando abbasso le saplle tutto si stropiccia / Cuando bajo las hombreras todo se arruga, de Filippo Gilardi, una curiosa y original autoedición artesanal bilingüe con “Introducción” del compañero Antonio Martín, de la que conservo ejemplar, de este chico italiano que convivió con nosotros durante una temporada y que, incluso, llegó a publicar un artículo en el número 3 y unos poemas en el número 4 de Calibán. Pero además me consta que –como mínimo– Nayra Hernández, Bruno Pérez y Fernando Herrera escribían poesía en esos años. En mi persona, doy a conocer Trenístenla es venida (2003) en una momentánea colección que pensamos Barreto y yo, de nombre y más extraña lengua; y más: los poemas que forman Que nada de esto es silencio (2019), mi último poemario, ya estaban todos escritos desde 1998-1999 (4).
Cultura, acción y participación
Ya expresamos que la diversidad de humanos presentes en Calibán, así como el flujo y reflujo de nuestras permutas y discusiones enriquecedoras, propiciaron una actividad fuertemente amplia y nutritiva, de diferentes matices pero con una reiterada intención directa de querer contribuir e intervenir en la realidad desde –y aunque no solo– el arma principal que teníamos, la palabra (5). Y entre esas acciones habría que contabilizar las presentaciones que pergeñamos, que no fueron muchas.
Más allá de dar a conocernos en diversos foros en los que participábamos, creo que presentaciones, estrictamente, se hicieron dos: la primera dejó en nosotros una marca que jamás podremos olvidar, en el Teatro Guiniguada de la capital grancanaria, por todo lo alto, para presentar los números 0 y 1. El tajo que nunca olvidaremos se produjo al chocar la enorme ilusión que habíamos puesto con que, ya avanzada la noche, y poco antes de la actuación estelar del repentista cubano Orlando Laguardia y de Yeray Rodríguez (era la segunda vez que el hoy reconocido poeta canario se iba a subir a un escenario a improvisar décimas; la primera se había medio improvisado –también con Laguardia– en otro acto solidario previo que hicimos en Telde), los compañeros presentadores –Maru y Tenesor– tuvieron que anunciar de viva voz, y ante el asombro de todas y todos, que teníamos que suspender el acto porque había fallecido el padre de uno de nuestros camaradas, el mismo Yeray Rodríguez.
A propósito de esta presentación, la mañana de ese aciago día habíamos sido entrevistados, con la finalidad de difundir el acontecimiento, en la emisora de radio Onda Isleña, y mientras esperábamos para principiar la entrevista que nos haría Evaristo Quintana se nos ocurrió plantearle a Segundo Almeida, su director, si podíamos hacer un programa cultural en el conocido medio; a lo que nos respondió que no había ningún problema. Y así nació Calibania, el país de Calibán, el programa cultural de la emisora, que se emitía cada tarde (menos los jueves) y que era, hasta cierto punto, una voz más de nuestro grupo. El programa, en el que colaboraríamos bastantes, fue presentado por Tenesor Rodríguez Martel y por Yeray Rodríguez (ambos seguirían una parte de su trayectoria en la radio y la televisión, pero eso ya es otra historia…), y se proponía también como una ventana de comunicación con la amplia comunidad universitaria de Gran Canaria y con la sociedad en general (un artículo en el número 4 de la revista da cuenta con pormenores). Recuerdo que también llegamos a hacer, los de Arucas, alguna exposición sobre la revista en la radio municipal y, en similar modo, tengo una vaga rememoración de alguna participación puntual en Radio Guiniguada, probablemente a través de Tenesor, pues allí colaboraba o había colaborado.
La otra presentación fue en la Universidad de La Laguna, en el campus de Guajara, medio improvisada –también– en un aula ordinaria (hace poco me recordarían que en ella estuvo un joven profesor de entonces, hoy uno de nuestros especialistas en teatro: José Antonio Ramos Arteaga); aunque teníamos contactos previos en aquel contexto a través de Omar Arencibia, que solía desplazarse con frecuencia a La Laguna. Habíamos ido unos días a Tenerife un buen grupo y aprovechamos para dar a conocer la revista. Además, de ese viaje nació la entrevista a Arturo Maccanti, gestada en los altos de la mítica y artística Sala Conca, en La Concepción lagunera, que conocimos por dentro con holgura gracias al propio Arturo y a su dueño, Gonzalo Díaz. Igualmente en ese viaje daríamos a conocer la existencia de Calibán a escritores como Elsa López, Agustín Delgado o Emilio Sánchez Ortiz, presentes en un ciclo organizado en el cabildo tinerfeño, que trajo también a Peri Rossi, a José Hierro (al que, si no recuerdo mal, tuvieron que hospitalizar) o al surrealista portugués Mario Cesariny… Incluso, tuvimos un encuentro sorpresivo, en plena calle Trinidad, con Carlos Pinto Grote, al que nos dirijimos, osados y a bocajarro, y que nos ofreció generosamente una visita a su casa… aunque nuestro recortado tiempo no nos dejó.
Y de la Universidad de La Laguna aterrizó, a finales del año 2000, en el contexto del ciclo Minimúsicas, por las gestiones de Omar Arencibia con el alumno de Bellas Artes Horst Pedro Gohlke, la atractiva exposición Parámetros, una muestra colectiva de artistas plásticos jóvenes relacionados con la facultad mentada (el propio Horst Pedro Gohlke, Tahíche Díaz, Rafael Monzón, Aythamy Armas, Dácil Bueno, Lidia Vega…) y que circuló por otros puntos de Gran Canaria. De ella, como anoté, surgieron las ilustraciones que acompañaron el número 8, donde además su primer artículo versaba sobre los detalles que la rodearon, entre otros que fue inaugurada el Día de las Humanidades en una inesperada sala de exposiciones de nuestro campus, el aula 30, situada por allá de la biblioteca, rumbo a los aparcamientos (6).
Recuerdo aquel Día del Libro en un acto que se organizó en el Club Prensa Canaria, hoy Club La Provincia, del que hay más de una foto en el periódico, donde acercamos la publicación, leímos un manifiesto (al que volveremos) y donde posteriormente hubo un debate de editores a los que, desde el público, cuestionamos incisivamente algunas ideas sobre la situación del libro y los autores canarios. Recuerdo algún recital en asociaciones de vecinos como la del Lomo Apolinario, o en la Casa Museo Pérez Galdós (con la posterior invitación al grupo participante, por todo lo alto, en el restaurante Amaiur), o en Telde, y varios en el propio recinto de Humanidades (de hecho, para uno de ellos se creó una música muy pegadiza que sería la sintonía del propio programa Calibania). Casi siempre estos recitales se proyectaban con la finalidad de dar a conocer la literatura y de recabar dinero para alguna causa, como fue la del desastroso huracán Mitch de finales de 1998.
Recuerdo, además, otros actos en el propio campus, como la sección de cine El idiota en la Sala de Grados, que coordinaba Orestes Romero, en la que se proyectaron diversos ciclos como el dedicado a C. T. Dreyer, Pasolini o a la familia Panero, con Leopoldo allí presente (7), y en el que se estrenó una modesta película, Indiferencia o la negación de la tiranía, hecha por el propio Orestes (se proyectaría después en festivales de cine en la Península), sobre Panero en Las Palmas, en el que también salía su hermano Michi durante una visita que hizo a esta capital (8). Recuerdo, en fin, alguna otra celebración en la que representamos, en el patio, un simbólico fragmento de la Comedia del recibimiento al obispo Rueda, de Cairasco de Figueroa, que fue el detonante para que poco después, desde el propio seno de Calibán, y de la mano principal de chema de paula (fundador del efímero grupo tuac: teatro universitario alejandro cioranescu), se formalizara una representación de esta meridiana obra, de gran calidad y con muchos de nosotros implicados en uno u otro aspecto, en el Paraninfo de la universidad grancanaria (9).
La obra (a la que precedió un recitado de Orlando Santana del poema “Las tentaciones de San Antonio”, del mismo Cairasco) fue representada en el marco de la tercera edición de los Encuentros de música y poesía recitada, coordinados por el mismo Santana, que en alguna de sus tres convocatorias (2000, 2001 y 2002) estuvo acompañado en la coordinación por Maru Pérez y Fernando Herrera. Las ubicaciones y los escenarios fueron subiendo de categoría: el primer año nos cedieron el aula 25 y el patio de Humanidades, el segundo los salones de actos de Humanidades y de Magisterio, y el tercero –como decíamos– el Paraninfo de la sede rectoral. Las diversas iniciativas fueron financiadas por todos los decanatos de Humanidades, y la última por el Vicerrectorado de Cultura, lo que da indicios de la compleja organización de estos nutritivos actos en los que se ponía en acción una considerable cantidad de factores y personas. Por ello, tal vez sean estos encuentros los más claros ejemplos de la dificultad que entrañaba la planificación de las tantas cosas que hicimos, acciones que se convirtieron en los primeros pasos de algunos para la práctica de la gestión cultural.
Las convocatorias de estos encuentros simbólicos de tolerancia y respeto a la pluralidad cultural se tornaron realmente copiosas y sustanciosas, y en ellas se escuchaban músicas, lenguas y culturas de muchas partes del mundo, de muchos tiempos de la historia, como gratos ejercicios de disfrute y conocimiento directo de la diversidad y las diferencias humanas. Allí, entre tantísimas actuaciones imposibles de detallar, se cantó a Visotsky (cantautor ruso que cuestionó la sociedad comunista y no tuvo un buen final) y se recitó a Pushkin, y lo hizo gente cercana de Traducción como Paco el Ruso; a Lezama Lima (“El pabellón del vacío”, último poema de su Fragmentos a su imán, con la presencia física de un tokonoma de madera); al poeta turco Ilhan Berk, noche en la que un exiliado kurdo tocó el saz entre poema y poema; se recitó a los clásicos de la dinastía Tang, el Siglo de Oro de la poesía china, y un músico de una orquesta importante, exiliado en Madrid, tocó el yangqin en el salón de actos; Martín Medina recitó “Todesfuge” de Paul Celan y Nayra Pérez a Juan Gelman; o “One Train May Hide Another” (“Un tren puede ocultar a otro”), de Kenneth Koch, el poeta norteamericano de la generación de los cincuenta…
Importante fue también la asistencia a cursos y seminarios, dentro y fuera de la facultad, como aquel titulado Literatura y frontera en el Guiniguada, con Iris M. Zavala, Margarita Mateo Palmer o Ana Nuño… que nos dejaron repletos de Bajtín y de Lacan; pero más que nada los organizados por la Facultad de Filología de la ULPGC y Mapfre Guanarteme de Arucas, coordinados por los aludidos Germán Santana y Eugenio Padorno; un interesante y rico foro en la ciudad norteña donde aprendíamos e interveníamos activamente desde el público, y en el que, a la vez, varios de nosotros dimos algunas de nuestras primeras conferencias, concretamente en el encuentro dedicado al poeta fundador Bartolomé Cairasco de Figueroa (10). Al respecto, hay que decir que tiempo atrás habíamos acordado algunos con Padorno ir a El Museo Canario a copiar a mano, para luego pasarlas a ordenador –con la finalidad última de publicarlas en edición actual–, cuando no existían portátiles, las cuatro partes en dos tomos de la edición del Templo militante, su obra principal. Creo no mentir si digo que fui el más constante en ello, y sobre todo lo pongo sobre la mesa para explicitar que comencé a frecuentar la hemeroteca de El Museo Canario con esta intención primera, pero siempre acababa pidiendo otras cosas de mi interés, antiguas o inencontrables. Así fui aumentando poquito a poco mis conocimientos de ciertas obras e historias ocultas de la Literatura Canaria; y así echó a andar mi gusto por y compromiso con la investigación histórica, hasta el día de hoy…(11)
Filosofía
Es evidente que el nombre que elegimos, Calibán, no asomaba en absoluto inocente. El conocido personaje –deforme, salvaje, dominado– de La Tempestad de Shakespeare fue y es símbolo para determinados planteamientos culturales y antropológicos cuestionadores, particularmente vinculados al pensamiento nacido desde los márgenes sociohistóricos occidentales; por lo que nosotros entendíamos, en consecuencia, que Canarias como realidad sociocultural y literaria valorada periféricamente en la historia de España, de Europa… había que concebirla en ese mismo cauce interpretativo, con tintes reivindicativos de justicia. Hay que entender que nuestros planteamientos, más o menos implícitos o explícitos, y aunque abrazados en todo momento a las cuestiones literarias, estaban totalmente relacionados con el asunto de la identidad del Archipiélago y las particularidades de su literatura, plataforma lingüística que creíamos privilegiada para la reflexión de estos menesteres que poníamos sobre la mesa de nuestras controversias. “Amalgama de Caníbal y vinculado al Caribe, Calibán representa el carácter periférico y marginado de Occidente. Sin una identidad concreta, sin un reino, o mejor, sin un hogar propio, perdidos ya en ingenuidades ante una conquista. Desde su ISLA, situada en cada corazón que la comparta, ve vacío el hueco donde ponía su fe, desterrado a un rincón, a un peñasco, apartado de los dueños momentáneos de todo lo que fuera suyo”, rezaba abanderadamente un fragmento del editorial del número 0.
No en vano, éramos continuadores, en buena medida, de la línea teórica e interpretativa que desde hacía años estaba llevando a cabo el propio Eugenio Padorno, que en general para nosotros siempre fue incentivo no solo en sus clases y con sus libros, sino en sus conferencias y charlas durante el periodo analizado, amén de las conversas con él en determinadas coyunturas. De hecho, la sección de la revista que acogía los textos sobre Literatura Canaria se nominó, como se dijo, Segismundia, término inspirado en uno de los asertos de la deliberación padorniana sobre la poesía insular como discurso apenas tenido en cuenta más allá de sus límites, “un soliloquio que evoca al de Segismundo, el rehén de un injusto dictamen de las estrellas” (se puede leer, por ejemplo, en “Apéndice: de una trastierra teórica”, de su libro Paseo antes de la tormenta).
Es conveniente subrayar en este punto que, aunque valorábamos sobremanera sus ideas, nunca tuvimos una disposición gregaria y sumisa en torno al que muchos todavía consideramos maestro. Por ejemplo: a medida que avanza el tiempo algunos no acabábamos de congeniar con determinados principios hermenéuticos de perfil heideggeriano y gadameriano. Nada de esto entraba en contradicción con uno de los pilares férreos de los pensamientos que defendíamos con argumentos más o menos fundamentados: la actitud crítica y antidevocional, per se, ante la propia realidad pasada o presente. Por ello, a mi modo de ver, a pesar de los prejuicios y los sambenitos que pudieron aplicar en su momento al grupo y a sus propuestas diversas, y a pesar de que no tuviéramos un sistema cosmovisional cerrado, el mismo concepto de identidad canaria que manejábamos nunca ancló en una definición estática ni esencialista, pues en todo minuto (y con mucha más claridad a medida que avanzaba la experiencia) fueron banderas el diálogo intercultural y el punto de vista cuestionador; y por supuesto el respeto por la diferencia y por los otros, mayormente si –como el personaje Calibán– perfilaban la desgracia, el sufrimiento y la injusticia. Canarias era la perspectiva que teníamos desde donde conocer, interpretar y crear discurso para nosotros mismos y, al unísono, para el mundo entero por analogía e intercambio (12).
De todo ello, y de otros aspectos que hemos comentado y que deslizaremos a continuación, entiendo que es reflejo el manifiesto que presentamos en el Club Prensa –decíamos– como grupo literario de pensamiento el Día del Libro del año 2001, en el que el punto 2 recogía: “Concebimos el espacio cultural canario (atlántico e hispánico) desde el diálogo creativo con todas las zonas culturales”; y el 3: “La identidad canaria no es una esencia; es recuerdo y proyecto en la historia: la cultura canaria es una familia en el tiempo”. (Incluimos como apéndice este manifiesto, de nombre Palabra y vida desde Canarias, por la relevancia y el peso que detenta –desde mi punto de vista– en nuestra historia literaria reciente, y con el que personalmente me sigo identificando prácticamente en su totalidad. De ahí que lo haya rescatado y difundido, para darlo a conocer, en dos ocasiones anteriores a la que aquí nos convoca).
En coherencia con esto previo iban las citas que en varios números aportamos, como reflexiones de algunos previamente meditadas (espejos de lo que se movía tras el escenario escrito), en la propia sección canaria o como conformación de editoriales. Son expresivas al respecto las siguientes: el rescate de un artículo sobre la creación de la Biblioteca Isleña de la revista La Aurora, de 1847, en el número 6; el fragmento del editorial de la Revista de Canarias, que data de la segunda mitad del mismo siglo, en el número 5; nada más y nada menos que el fundamental “Canarias y sus muertos” de Juan Manuel Trujillo, en el último número 10; y elocuentemente palabras de un pensador como Leopoldo Zea, tan importante para la voz latinoamericana como enunciador de una filosofía mexicana, de un pensamiento desde los márgenes de Occidente y vinculado en buena medida al pensamiento y a la teología de la liberación (13). Fijémonos que, por un lado, se palpa la necesaria lectura de la tradición insular como conocimiento de nuestro propio pasado (de ahí los rescates de textos como los anteriores, o los de José Plácido Sansón, Francisco María Pinto y Graciliano Afonso, todos del XIX; o de otros más cercanos como el Manifiesto de El Hierro, en el número 1); y, por otro, un deseo de aprender y de intercambiar con coordenadas socioculturales humanas similares a la nuestra, concretamente en este caso la caribeña, la latinoamericana general, aunque no solo…
En elemental síntesis, la idea extensible de fondo para nosotros, en este diálogo y trasvase activos de lectura y reflexión, era la formación y creación de una teoría sobre la literatura canaria continuadora del pensamiento padorniano de la tradición interna (con nimios y movibles matices), en la que la propia dinámica histórica de la literatura insular –que había que rescatar, reformular y difundir– se convertía en la justa protagonista de su destino interpretativo, en contraste directo con respecto al modo en que se había enfocado tradicionalmente la lectura de esta literatura, siempre bajo los patrones simplificadores de la historia literaria peninsular. Todo ello sin perder nunca de vista, como decíamos, los puentes y los lazos con las tradiciones hermanas, especialmente las hispánicas.
De similar modo, y por la cercanía que tenía nuestro enfoque literario con el pensamiento teórico (aunque esto pudiera ser la punta de lanza futura de solo algunos miembros del grupo –entre los que me cuento, tal y como se puede leer en varios textos de mi Literatura canaria con identidad (y más allá)–, cuando nos acercábamos al final de la vida de Calibán), queríamos fundar un pensamiento y una filosofía de la cultura nacida desde Canarias, lo que venía a ser traducido en una forma de concebir la existencia general, personal y colectiva, a partir de la profundización en nuestra historia y nuestras circunstancias, de nuestros complejos y virtudes, así como de la mayor o menor conciencia que a lo largo de los siglos se había tenido de todo esto. O sea, un pensamiento canario o desde Canarias en sintonía –eso sí– con algunas filosofías críticas de la propia Europa y del mal llamado Tercer Mundo.
A pesar de que esto último no fuera ya algo definitorio de todos, no deja de ser blanco que sí derivaba en un planteamiento presente –y que había surgido– en parte del tiempo vivido en esta atmósfera, y así se asoma en más de un texto de las páginas de Calibán. Además, hay que tener en cuenta que varios de sus miembros comenzamos a transitar y a publicar en diferentes contextos y medios, entre otros en el Cartel de las Letras y las Artes en su época final (histórico suplemento literario grancanario del también extinto vespertino Diario de Las Palmas, dirigido a finales del siglo XX por Sergio Domínguez Jaén), y en Cultura del periódico La Provincia, con Javier Durán como responsable pero con Mariano de Santa Ana como intermediario; con lo que hay que traducir que las corrientes de difusión y transmisión de los miembros de la revista –a los que se les seguía identificando como calibanes– se ampliaban.
En cualquier caso, no hay que perder de vista que el empleo del nombre simbólico Calibán había sido previamente utilizado en el ámbito canario, desde los años ochenta, por Ángel Sánchez en alguna de sus obras (no en su novela, que fue publicada posteriormente). Por ello traducimos que, para el caso, no es exclusividad nuestra esta relación nítida –a través de tan significativo emblema nominal propio– de coordenadas marginales con Canarias. Lo que sí creemos es que tal filiación toma mayor cuerpo y conciencia, hasta determinado circunscrito nivel, en la reflexión literaria e identitaria de Eugenio Padorno, y a partir de ahí (con Manuel Alemán mediante, como diremos) lanza en nosotros una serie de juicios y proyecciones que, aunque no tomarán cuerpo regular desarrollado metódicamente, son antecedentes cercanos e inmediatos –desde mi limitado y humilde punto de vista– de un viento de ideas que ha acabado por descifrarse durante los últimos años, desde otras voces, en la propuesta de un pensamiento decolonial o poscolonial planteado en Canarias a partir de disciplinas como la antropología.
Crítica
En general, el grupo fue tomando poco a poco un mayor compromiso crítico con todas las dianas que, en el ojo de sus intereses y molestias, le rodeaban. Coherente se tornaba pues éramos personas con abundantes herviduras, y las escuetas pero significativas intrahistorias de compañeras y compañeros venían marcadas, familiar y socialmente, por experiencias como, por ejemplo, la militancia política en partidos de izquierda radical o del espectro del nacionalismo; o por el activismo social dentro de grupos cristianos con tintes claramente desestabilizadores de los sistemas establecidos y biencolocados de nuestra sociedad.
Con estos gestos incisivos poníamos en tela de juicio el propio sistema educativo general, y el universitario en concreto, desde hacía tiempo aliado gruesamente de la economía y no tanto del saber humanista, tal y como hoy sigue en marcha y sin freno. Los propios programas docentes y estructurales de las carreras que estudiábamos eran muestra de ello. De ahí nuestros arrimos a las propuestas contra la LOU y contra el difundido por aquellos tiempos Informe Bricall. En las conversaciones diarias, y con relativa frecuencia en las páginas de Calibán, por una u otra vía o firma, éramos críticos con aquello que –valgan todas las contradicciones que se quieran– pretendía justificar y defender el sistema capitalista y neoliberal en general, base que se fue agudizando a lo largo del recortado pero intenso periodo que danzamos de manos. Significativo resulta a todas luces, desde este lado descifrado, el final del editorial del último número, que se sabía ya remate del recorrido: “me queda poca vida, / mantengo aún estas señas si quieren denunciarme: / me declaro insumiso, mi nombre es calibán, vivo en humanidades”.
De hecho, echado a correr el tiempo, comenzamos a organizar unas tertulias durante las tardes de los sábados en el Café Mozart, local acogedor de León y Castillo (en las inmediaciones de la plaza de la Feria), ya inexistente, que regentaba una amable señora mayor austriaca –si no recuerdo mal– y su hijo, y desde las que se acercarían a los aires de nuestro grupo algunas personas que fueron nombradas al principio, pues no eran estudiantes en las disciplinas de Humanidades; así como, por contra, una gran parte del núcleo fundador no se sumaría –por una u otra causa– a esta iniciativa del fin de semana.
Lo anterior sería un mero apunte si no explicitara que allí decidimos empezar a hacer propuestas para materializar lecturas conjuntas discutidas y comentadas, que aterrizarían directa o indirectamente en la revista. Entre todo lo que se compartió y debatió destacaron dos libros con un valor incalculable para varios: Yo y tú, del filósofo judío del diálogo Martin Buber, y La sociedad del espectáculo, del situacionista francés Guy Debord. De estos intercambios surgió un texto común, en el significativo número 8 de la revista, que se titula “La miseria del neoliberalismo (en torno a Guy Debord y otras reflexiones añadidas)”, y que aúna muchas nociones e inclinaciones que calaron hondo en nosotros, diría que incluso en tantos de los que no asistían, de tal modo que propiciaron otros derroteros sucesivos. Entre estos, y como profundización de lo expresado al inicio de este apartado, la agudización crítica contra el sistema económico-político imperante y nuestra adscripción –por lo menos un gran número de calibanes–, tácita o explícita, a los movimientos antiglobalización emergentes por aquellos años (14).
Después de cerrado el Café Mozart, no sé exactamente de qué modo llegamos algunos a estar en las reuniones fundacionales del Ateneo Popular Jiribilla, situado en el capitalino paseo de San Antonio, frente al castillo de Mata, un local que compartía sede con el PCPC, aunque sin tener ninguna relación con este partido político. La cosa fue que en aquel contexto diverso, en el que estaba muy viva la discusión social y política, especialmente de izquierdas, algunos (como en la tertulias, éramos solo unos cuantos de Calibán) quisimos proponer dos actividades para el programa semanal de aquel interesante foro de discusión y aprendizaje, abierto a toda la ciudadanía: unos debates sociopolíticos, filosóficos… en la tarde-noche de los viernes, y –en la línea de lo hecho en el Mozart– unas lecturas conjuntas y discutidas los domingos por la mañana, a eso de las 9:00 horas.
Si nos detenemos en la actividad primera, tan solo quisiera dejar constancia de que allí, en aquel contexto extrauniversitario, éramos conocidos no solo como los calibanes, sino asimismo como gente próxima al ámbito religioso, y concretamente al sello cristiano; lo que no era casual, evidentemente. Sin embargo, esto último hay que descifrarlo solo en relación a algunos de los que asistíamos, no al amplio espectro humano de la revista y de lo que se generó en torno a ella.
Si entramos en las lecturas de los domingos, como se comprenderá por el horario y la propuesta en sí, no vislumbro que pasaran nunca de cinco o seis personas las asistentes, y a veces llegamos a estar solo tres. Es de justo rigor reconocer, en este ámbito de aprendizaje e intercambio, la importancia que tenía el compañero Daniel Barreto, pues ciertamente muchas de estas lecturas (del Mozart incluso) eran sugeridas por él, y además sus conocimientos dentro del ámbito filosófico nos ayudaban tantísimo para exprimir todo lo que teníamos entre manos.
Aparte de las “Tesis sobre el concepto de historia”, de Walter Benjamin, hubo dos libros fundamentales que leímos por completo y que trabajamos concienzudamente: uno fue (nada más y nada menos) la Fenomenología del espíritu, de Hegel, con el ánimo de lograr descifrar y comprender, de primera mano, la obra central de este clave filósofo occidental; y el otro Psicología del hombre canario, de Manuel Alemán, un descubrimiento iluminador y vertebral para nosotros en aquellos momentos, pues en él se trataban con profundidad y detenimiento, amén de mucho tino, tantísimos aspectos sobre los que llevábamos reflexionando desde hacía tiempo. Lo leímos, releímos, cuestionamos y discutimos; y terminamos un día con la visita al ateneo de Toñi, la sobrina de Alemán, que incluso nos llevó a la casa de su tío para enseñarnos su hábitat familiar de los últimos años…
Creo que en este último motivo del conocimiento y de la lectura de Alemán, y en todo lo que en torno a él y a su libro principal hablábamos –además de por otros factores y tantas lecturas que no vienen al caso–, estriba en relativa medida mi afirmación anterior que lanzaba puentes hipotéticos entre determinadas ideas que se mueven en el presente insular y la proyección que algunos estábamos intentando al formular un pensamiento crítico desde Canarias (15). Incluso más allá de que dichas propuestas surgieran solo a partir de unos pocos, y de que la asistencia a los actos del ateneo fuera minoritaria por parte de los integrantes de la revista, me parece que no me equivoco si afirmo que los ecos de estas lecturas, y precisamente más la de Manuel Alemán (varios leyeron Psicología del hombre canario por vez primera en aquellos meses), llegaban a los miembros que seguíamos haciendo todavía, aunque algo renqueantes, Calibán.
Esta nube crítica descrita la ejercíamos en el ámbito principal que nos movía: el de la literatura. Ahí tomamos la actitud, poco a poco agudizada, de cierta beligerancia a la hora de señalar los puntos que considerábamos errores o deficiencias y que observábamos en las maneras tradicionales de interpretar la literatura canaria, como ya se rotuló. En esta vertiente fue sonado el aludido número 8, en su sección Segismundia, donde se publican los textos “La crisis de la crítica literaria canaria”, de Bruno Pérez, y “(Lectura de Historia crítica. Literatura canaria)”, de Daniel Barreto y de este que escribe, que directamente polemizan con muchas ideas de algunos historiadores y críticos del momento, casi todos profesores universitarios, a propósito de sus enfoques de varios textos, libros y motivos (16). A estos dos escritos anteriores se sumaba, sin relación directa, “Dialogando en Las Canteras con Jorge Rodríguez Padrón (en compañía de Eugenio Padorno)”, una entrevista que le hicimos muchos a Rodríguez Padrón y en la que estaba presente Padorno, tras una comida compartida, y donde el valorado crítico residente en Madrid argumentaba y matizaba sus ideas, igualmente cuestionadoras de muchos aspectos de la literatura y de Canarias, y que tanto valorábamos; aunque no siempre eran coincidentes con las nuestras.
Si realmente queremos entender bien todo lo anterior, no se puede desenfocar que para nosotros se tornaba diáfano que la discusión y el debate eran formas privilegiadas y vivas de crear cultura, nuevas ideas, singulares discursos enriquecedores. Claro que, como es de esperar, el debate público debía tener cierta salsa, pero en ningún momento aquello nacía como signo de prepotencia ni de querer tener la verdad del lado nuestro; aunque lo pareciera o fuera traducido con esas maneras (17). Argumentábamos con las herramientas y los pensamientos que teníamos, y en los que creíamos. Como algún compañero me ha dicho alguna vez, éramos hijos de Calibán, seres que deseaban hacer –desde su posición lateral en los bordes y las orillas– otra forma de hacer crítica, otro lenguaje que modificara o se opusiera con evidencia también al historicismo y al estructuralismo que interpretábamos transitaba en muchos de los profesores que teníamos, así como en sus propios textos, que seguíamos algunos con detenimiento. Pudiera ser interpretado como acto negativamente propio de jóvenes, tal vez, con ciertos tonos punzantes, pero no exentos de razones y premisas lanzadas desde nuestra particular perspectiva juiciosa (18).
Personalmente, y con apenas matices que tienen que ver más bien con la salsa que decía, y no con el núcleo de la cuestión, veinte años después sigo creyendo –e intento ejercerlo cuando la necesidad lo tercia– en ese ademán de no perder nunca la actitud crítica ante lo que rodea la interpretación de la literatura, la cultura y la vida toda, y concretamente ante lo que se mueve en el contexto literario, canario o no, pues de ello, si con honestidad se aplica, solo pueden nacer aspectos positivos de anchura de almas y visiones que –aunque no se detecte a priori– ayudan y enriquecen nuestro ambiente cultural, intelectual y pretendidamente humanístico. Habremos de preguntarnos cada cual –digo yo– por qué esto tantas veces molesta, si fuera el caso, antes y ahora…
Recapitulación, valoración y huellas
Probablemente no sea muy adecuado que un miembro del colectivo haga una evaluación de este, pasadas dos décadas. Sin embargo, intentaré expresar unos mínimos aspectos que pueden tenerse en cuenta a la hora de calibrar la importancia de este periodo, para nosotros personalmente y para el ámbito en el que ejercimos; siempre –como se inscribió al comienzo– desde mi explícita perspectiva personal de implicado que pudiera dar, por contra a lo expresado líneas atrás, una vibración ausente en los discursos de la pretendida objetividad del academicismo.
Según la valoración de algunos, sea de manera oral o por escrito, las personas que hicieron y constituyeron la revista y el grupo Calibán forman parte de una confluencia excepcional en el marco canario de las Humanidades universitarias, y concretamente en el de la joven ULPGC. Así lo han escrito aquí y allá los propios Padorno (19) y Rodríguez Padrón (20), y lo han manifestado –oralmente al menos– un número considerable de profesores de Filología, como Alicia Llarena, y otros agentes cercanos (Pedro Lezcano fue uno de los que explicitó públicamente en La Provincia –por aquellos años de su famoso discurso en el Paraninfo de la ULPGC, y tras haber recibido visita de algunos de nosotros– que un análisis de la sociedad actual como el que habíamos hecho, a propósito de Debord, le parecía muy lúcido y acertado).
Manifiesto es que, a partir de aquellos estertores finales, en torno a los años 2002-2003, haya que mirar a cada uno en sus trayectorias individuales, a pesar de que varios hayamos compartido proyectos en diversos instantes sucesivos. No obstante, sería excesivamente simplista concluir que los elementos nucleares de ese agudo lustro de formación se difuminaran de un día para otro. De hecho, podría pensarse sin lugar a dudas que existe un enfoque de la literatura canaria en gran parte compartido (en las tesis, los libros y los trabajos realizados sucesivamente) que tiene mucho que mirar –con los matices oportunos– a los presupuestos básicos del magisterio de Eugenio Padorno (en este punto habría que sumar, al menos, buena parte de los escritos de dos personas de generaciones mayores a las que nos sentíamos cercanos: Antonio Becerra Bolaños y Oswaldo Guerra Sánchez). Incluso este aspecto que subrayo grupalmente se ha ido difuminando año a año, como es normal, y en la actualidad somos menos los que seguimos trabajando, a propósito de Canarias, en una senda teórica e investigativa análoga (que no igual, por supuesto…) a la que esbozamos más arriba.
Una explicación paralela del devenir de los calibanes podría obtenerse en el factor cuestionador y crítico, aunque en este creemos que la herencia sigue más viva en diversidad de siluetas, que dependen del ámbito en el que cada cual sigue ejerciendo sus acciones. Por tanto, el ademán ético abanderado del posicionamiento junto a los marginados, excluidos, desfavorecidos… y –dicho así, en síntesis– contra los discursos hegemónicos de poder desde la literatura, la cultura y el pensamiento (o sea, la interiorización de la simbología del personaje Calibán), podríamos afirmar que continúa respirando en las actividades sociales, culturales, literarias, escriturarias e intelectuales a las que nos hemos dedicado, y nos dedicamos, por ahora. Y en esta misma línea, puede que sea en la labor educativa donde la gran mayoría esté aplicando pacientemente lo que expresamos, además de enseñar e infundir una perspectiva diferente en todo lo relacionado con Canarias y su literatura.
Sin que lo siguiente sea un motivo determinante ni definitivo de nada, quizás se torne significativo conocer que entre los miembros de Calibán surgieron –que yo sepa– nueve tesis doctorales, que enumeramos a continuación y que también de algún modo son muestrario diagonal de aquellas nuestras propuestas y de aquellos deseos; aparte de connotar algún destello de los trazos rodados a continuación durante estas dos décadas, y de los que igualmente apuntamos algunos detalles.
– Yeray Rodríguez: Saulo Torón, el orillado: una propuesta de relectura de su vida y su obra. Además de ser profesor de la facultad que nos vio nacer y morir (donde imparte materias como la hoy obligatoria Literatura Canaria y donde dirige numerosos trabajos de esta rama), es de sobra conocido su ejercicio creativo constante como poeta oral de décimas en escenarios de todo el mundo hispánico, así como la gran labor investigativa, educativa y difusora en el ámbito de la literatura oral y la creatividad verbal. Todo ello desde múltiples plataformas como las de escuelas municipales e insulares, los festivales internacionales organizados, la asociación Ochosílabas y hasta sus activas redes sociales, nunca ajenas a las injusticias rodeantes. Académico de número de la Academia Canaria de la Lengua.
– Helena Tur: Signos y sendas: un recorrido hacia lo sublime: ontología del terror. Ensayista, con algún trabajo sobre el mar en la literatura modernista canaria (tesina) y con otros en torno a la teoría literaria y la estética, ha ejercido la docencia en el contexto balear y escribe creación narrativa (algunas de sus narraciones son novelas históricas ambientadas en Canarias). Lleva unos años en un Seminario de Metafísica con Juan Luis Vermal (traductor de Heidegger y Nietzsche) y ha trabajado a filósofos que pasaron por Ibiza (Camus y Cioran).
– Luis Alexis Amador: La derivación nominal en español: nombres de agente, instrumento, lugar y acción. Además de seguir con algunos trabajos de investigación lingüística, se dedica a la docencia en Secundaria desde hace tiempo.
– Nayra Pérez: Identidad y literatura africana contemporánea: narrativa hispanoafricana de Guinea Ecuatorial en el periodo 1980-1990. Aparte de poeta (algo secreta) y de seguir investigando sobre su tema de tesis y otros relacionados, emparentados con la identidad y los discursos desde el margen, siempre desde una perspectiva vinculada por similitud con las circunstancias insulares, hace unos cuantos años que ejerce la docencia en la Universidad de Las Américas de Quito (Ecuador).
– Bruno Pérez: Hacia la cristalización de un signo cultural canario: Miguel de Unamuno (relato de una palinodia). Amén de sus publicaciones sobre Unamuno en Canarias, Tomás Morales y el modernismo insular, lleva muchos años en la docencia de Secundaria promoviendo proyectos de Literatura Canaria, con especial empeño en el universo del teatro. En los últimos años se ha dedicado a la fotografía.
– Daniel Barreto: Religión y política en Franz Rosenzweig. Traductor y docente de alemán en Secundaria y de Filosofía en el Instituto Superior de Teología de las Islas Canarias (ISTIC). Pertenece, igualmente, al Grupo de Trabajo del Proyecto de Investigación Sufrimiento social y condición de víctima en el CSIC (Madrid) y a la Sociedad de Estudios de Teoría Crítica.
– Octavio Pineda: La poesía migratoria, una caracterización a partir de las obras de Jorge Boccanera, Fabio Morábito y Eduardo Chirinos. Es poeta y trabaja en el ámbito de la cultura y del patrimonio insular.
– Josué Hernández: Todo dentro de todo: cine y memoria en Roberto Bolaño. Narrador y dedicación a la investigación de la literatura latinoamericana y su relación con el cine.
– José Miguel Perera: Vida y obra primeras de Sebastián Padrón Acosta (1900-1936). Poeta, crítico literario, investigador de Literatura Canaria y profesor de Secundaria, en este último ámbito siempre vinculado a proyectos de contenidos canarios. Coordinador de la revista de cultura canaria www.bienmesabe.org, creada en 2004. Académico colaborador de la Academia Canaria de la Lengua.
Una vez enumerados los que han hecho tesis doctorales, habría que decir que Sergio Hernández trabaja desde los años de Calibán en el sector editorial, concretamente en el diseño y maquetación de libros, revistas y otras publicaciones. Orlando Santana, después de un periodo en el mundo del periodismo cultural, es narrador oral y gestor cultural. Tenesor Rodríguez trabaja desde hace tiempo de intérprete en Bruselas y en Viena, a lo que se suma que es uno de los miembros generadores de la Fundación Canaria Tamaimos. Fernando Herrera es poeta, se dedicó a la crítica cultural periodística en Las Palmas y, tras volver a su país, continuó trabajando en prensa y fue asesor del cineasta y político Fernando Pino Solanas en el parlamento argentino. Orestes Romero se instaló en París para dedicarse al cine y ha gestado iniciativas como Antonietta, anunciada como la primera ópera rock canaria. Belén de la Fe, Dulce Rodríguez y Cristina Santana son docentes de Secundaria, al igual que Antonio Martín (también poeta) y Dávide Páiser (también músico). Omar Arencibia es docente de Secundaria y Bachillerato en Adultos.
Con seguridad se me han quedado atrás algunos pormenores que mi recortado punto de mira subjetivo no haya vivido o no pueda precisar; quizás han sido excesivos los detalles… Sea como sea, mi testimonio de esta experiencia defiende que particularizar en tantos motivos es un método más o menos adecuado para dar a conocer, con movida precisión y sin pretensión de mitificar, lo complejo, prieto y enriquecedor que fue este periodo de crecimiento, para mí y probablemente para la mayoría de mis compañeros. En este punto, y como es normal, cada cual pondrá más o menos énfasis en las secuelas que la experiencia de Calibán dejó en su existencia. Pienso, sinceramente, que nuestra hoy particular y modesta trayectoria como escritores, intelectuales, profesores y gente de la cultura sería acusadamente diferente de no haber existido Calibán; en mí, sin duda, totalmente otra. A partir de esta línea, que cada lector juzgue, sopese y valore, pasado el tiempo, lo que crea conveniente en torno a aquellos jóvenes que fuimos y que ejercimos como tales (¡y menos mal!) llenos de entusiasmo, ideas y enormes ganas de contribuir a cambiar el mundo (literario y no literario) que nos rodeaba.
Apéndice
PALABRA Y VIDA DESDE CANARIAS
(manifiesto de los jóvenes universitarios de la revista Calibán)
1. Creemos en una cultura canaria, indispensable para poder entender realmente qué somos. Una de sus manifestaciones es la literatura. La existencia de una literatura canaria es una realidad indudable. La validez del sintagma literatura canaria ha sido cuestionada durante siglos. Nuestra posición ha de ser entendida en el cauce de esta discusión secular.
2. Concebimos el espacio cultural canario (atlántico e hispánico) desde el diálogo creativo con todas las zonas culturales. Frente a las propuestas que puedan desintegrar esta máxima, oponemos la interdependencia cultural de Canarias. Canarias es la perspectiva desde la que miramos al mundo, desde la que somos.
3. La identidad canaria no es una esencia; es recuerdo y proyecto en la historia: la cultura canaria es una familia en el tiempo.
4. La tradición literaria de las Islas ha de ser afrontada desde una lectura crítica, ajena a toda reverencia gratuita. Una mínima madurez literaria y cultural será imposible sin una conciencia de esta tradición. De Cairasco a García Cabrera. De Viera y Clavijo a Alonso Quesada. Por esto, la necesidad de exhumar los textos insoslayables (no publicados o no reeditados) de nuestros autores y de elaborarse incesantemente la teoría de la literatura canaria.
5. El conocimiento del pasado insular esclarecerá el espacio verdadero donde se ilumina toda identidad: el Encuentro con el otro. Adentrarnos en nuestra tradición significa afrontar uno de los problemas fundamentales del ser humano: su identidad.
6. Abolir las diferencias es matar al hombre y la cultura, amenazados hoy por la estandarización dominante. Desde Canarias, nos pronunciamos por una desglobalización: proteger a la persona y su libertad creadora desde nuestra coordenada histórica concreta.
7. Desvincular la literatura de su servidumbre al mercado es salvarla. Hoy, la literatura reinante, otra pieza más del capitalismo inhumano, se agota en lo efímero y banal. No nos interesa en absoluto porque no aspira a transformar la vida.
8. La universidad de nuestros días ha sustituido el debate creador por un saber fósil, apto para una empobrecedora especialización. Ante esta situación, declaramos nuestra inconformidad con su sistema actual, que ha renunciado a salvaguardar el conocimiento sobre las cuestiones fundamentales de la cultura. En ellas nos va la vida.
Invitamos a todos a reflexionar y trabajar a partir de estas ideas.
Las Palmas de Gran Canaria. 23 de abril de 2001.
NOTAS
- El proceso de redacción de este ensayo ha sido enormemente enriquecedor para mí. No solo por hacer vehicular mi cuerpomente a través de los procesos de un tiempo tan preñado de personas y diálogos, sino porque –a pesar de haber sido yo quien haya movido la pluma redactora–, metodológicamente, he optado por recurrir a la gran mayoría de los compañeros de experiencia para que aportaran correcciones y sugerencias –a mi primer esbozo– que creyeran significativas desde sus tactos singulares. El intercambio me ha parecido fundamental, iluminador y muy emocionante, y el resultado es, ostensiblemente, un documento en el que reverberan aún más múltiples voces otras que andan esbozando, como horizonte y deseo, una silueta de memoria colectiva.
- Aparte de Eugenio Padorno, para un número considerable de compañeros –siempre en relación con el contexto circunstancial del que testificamos– serían personas determinantes, a lo largo de este tiempo, el crítico y ensayista Jorge Rodríguez Padrón (con el que, personalmente, intercambiaba amplias y encendidas cartas), el poeta Manuel Padorno (con él llegamos a proyectar un libro biográfico a partir de entrevistas, de las que hice y transcribí una primera y larga sesión en Punta Brava; mas todo quedó truncado por su inesperada muerte en 2002); y, en cierto sentido, hacia el final del proyecto, el también poeta Juan Jiménez.
- Creo que data de esta primera época de Al margen, sospecho que en torno a mayo de 1998, en los previos a Calibán, la organización por parte de algunos de nosotros de un debate sobre cultura e identidad canarias en el Salón de Grados. Allí estaban, entre otros, Alfonso O’Shanahan, Francisco Navarro Artiles, Luis León Barreto o Marino Alduán (como viceconsejero de Educación del gobierno regional), y en este contexto surgiría la posibilidad de retomar el proyecto de la frustrada Academia Canaria de la Lengua, coyuntura a la que habría de sumarse además –entre otras varias cuestiones– una mención al mismo asunto de Manuel Padorno en la entrevista que le realizamos en el número 1 de Calibán, escasos meses después. Lo significativo es que, al compás de estas acciones que habíamos animado, se organizó una reunión en la facultad, a la que fuimos invitados (y allí estuvimos unos cuantos), que sería uno de los gérmenes –ya propiamente en serio– de la inminente realidad que iba a ser la Academia Canaria de la Lengua.
- [1] Concretamente, debatíamos con asiduidad sobre la literatura de aquellos tiempos, y específicamente sobre la poesía, más que nada en español, y en particular sobre la que se hacía en Canarias (para mí, en estos menesteres, las conversas con Martín Medina fueron imprescindibles). En visión panorámica, tal y como escribimos (al menos yo) directa o indirectamente en varios artículos, en la revista y en la prensa, tantos no compartíamos los principios escriturales de la mayoría de los poetas que conformaron las antologías Paradiso (1994) y Última generación del milenio (1998), que –aunque mayores que nosotros– sonaban públicamente durante nuestro periodo de acción.
- Gran parte de nuestra comunidad pasaba mucho tiempo intercambiando ideas, acercando lecturas, impresiones, dudas, pensamientos nuevos… La cafetería de Humanidades, durante varios años tristemente clausurada, fue una localización privilegiada para estos diálogos múltiples y energéticos, y también lo fue la zona cercana a la puerta de la biblioteca, bajo los flamboyanes, al ladito del espacio conocido como el de la Peña del Árbol. No sé cómo lo valoran los demás, pero en mi caso es sustancial y enormemente importante ese transcurso sinuoso en el contexto de la universidad, sobre todo fuera de las aulas, y que agradezco anchamente a mis compañeros. Tuve el privilegio de compartir muchísimos tiempos y profundos aprendizajes con Daniel Barreto (con quien igualmente canjeé sucesivas y provechosas cartas durante su estancia como lector en Linz, ciudad austriaca a la que me desplacé para visitarlo); muchísimos instantes trascendentes, en diversos espacios, con Yeray Rodríguez, y tantos con Sergio Hernández (junto a ambos eran frecuentes las nocturnas horas de estudio y charlas en la zona del Materno Infantil); muchísimos con Bruno Pérez (incluidos los viajes en guagua o en coche hacia Arucas); con Nayra Pérez, Orlando Santana y Antonio Martín tantos en pasillos y cafetería; con Tenesor Rodríguez en su casa de Tafira en la nebulosa hospitalaria del humo de las pipas; con Omar Arencibia en su azotea marina de Bañaderos; con Helena Tur y su gato Dan en el piso de Las Rehoyas; con Belén, Dulce, Chema, Dávide, Fernando, Carmelo… en unos y otros lugares…
- Nuestro interés interdisciplinar era diáfano, y concretamente por los discursos de las artes plásticas que se estaban generando en nuestro alrededor. Otra tintineante prueba de ello es una reseña crítica que hicimos (número 4) de la exposición del CAAM Con[di]vergencias (Aproximación a la reciente escena artística en Canarias), comisariada por Antonio Zaya.
- Era la época en que Leopoldo María Panero convivía casi a diario con nosotros, los estudiantes, en la cafetería de Humanidades. De hecho, en el número 0 de Calibán fue publicada una entrevista que le hicieron Evelio Oliva y Salvador Rodríguez. En este apartado me gustaría dejar constancia de que muchos de los jóvenes que son y han sido alumnos míos en Secundaria, algunos hoy amigos, me conocen como el Barbitas, y se debe a una expresión que suelo utilizar en tono jocoso durante las jornadas escolares: “¡Hombre, Barbitas!”. La frase tiene su origen –por ello cuento la anécdota– en Leopoldo, que me la lanzaba cada vez que me veía llegar a la cafetería del campus. De hecho, al poco de salir la segunda edición de su libro Teoría del miedo, me regaló un ejemplar, que conservo, con dedicatoria casi ilegible a José Miguel (a[lias]. Barbitas).
- A propósito de cine, creo que dentro del ciclo Literatura y erotismo, Fernando Herrera programó la proyección de Trash, de Paul Morrisey, y de Saló, del mismo Pasolini, ambas en el salón de actos de Magisterio. Fue una gran provocación, pues ambas películas transmitían una mirada sumamente crítica del erotismo naif, hegemónico, y sobre todo de su concepción de la corporalidad. A raíz de la proyección de Saló, hubo una denuncia en el decanato con el argumento de que “estaban proyectando pornografía”…
- Como apoyo a esta iniciativa, Rodríguez Padrón publicó el mismo 8 de mayo de 2002 “Comedia y recibimiento”, una de sus Afirmaciones en el suplemento Pleamar del Canarias7. El espectáculo se representaría además, con posterioridad, en el Teatro Hespérides de la ciudad de Guía, si no me equivoco a través de Julián Melián Aguiar, alumno de Historia que compartiría con nosotros algunos especiales instantes, como la asignatura de Literatura Canaria y su participación en un seminario sobre Cairasco de Figueroa, del que algo diremos ahora. Por otro lado, guardo todavía en mis roperos la vestimenta de Doramas que se encargó para este menester. La razón es la siguiente: durante mi primer año de trabajo en la docencia, en el IES Guía, preparé con el alumnado la representación de la Escena segunda (donde intervienen Guía, Gáldar y Doramas), y por ello se la pedí a chema de paula para utilizarla. Por último, añado que en 2017 me convertí en uno de los editores de esta obra.
- De ese seminario surge el crucial volumen que recoge las intervenciones, entre ellas las nuestras: Bartolomé Cairasco de Figueroa y los albores de la literatura canaria, edición a cargo de Eugenio Padorno y Germán Santana Henríquez, Excmo. Ayuntamiento de Arucas, la Fundación Mapfre Guanarteme de Arucas y el Servicio de Publicaciones de la ULPGC, 2003.
- En el marco de El Museo Canario tuvimos la oportunidad de conocer a Antonio Henríquez Jiménez y el trabajo que realizaba a diario, un investigador con un rigor filológico al estilo clásico que nos ayudó en nuestros trabajos y del que algunos aprendimos no pocas cosas. Además, después de esta cercanía, solía aparecer en los actos donde participábamos, ya hacia finales de la vida de la revista.
- “Para empezar, sé bien que la preocupación por mi identidad insular obedece a la necesidad de encontrarme con el Otro en el exterior; es un ansia atlántica de comunicación lo que me impele a buscarme y recorrer los interminables caminos de mi interior. Quiero compartir los frutos de la búsqueda con quien venga a mi encuentro” (extracto del editorial del número 1); “Aquí, siendo para todos (…). Para que el hombre (todos los hombres) recobre otra vez la confianza en sí” (extracto del editorial del número 2).
- Sobre Zea di una charla, dentro del ciclo Filosofía latinoamericana organizado en el Ateneo Popular Jiribilla, del que se hablará, la tarde del mismo 11 de septiembre de 2001, el famoso 11S.
- Resultan reveladores, en este punto y sentido en los que estamos, dos ofrecimientos del penúltimo número de la publicación, el 9: la entrevista realizada por Helena Tur Planells a Antonio Méndez Rubio, figura crítica significativa de las últimas décadas en el medio ensayístico y poético en español, en aquel momento de manos con el colectivo disidente Alicia Bajo Cero; y el mismo editorial: una foto de una calle de la ciudad de Las Palmas con la provocativa pintada Consumo, luego existo.
- Por ejemplo, la teología y la filosofía de la liberación, tan centrales en Alemán Álamo, se tornaron muy trascendentes para algunos como el que escribe. En este cauce hay que enfatizar las lecturas y las influencias de Enrique Dussel (sobre el que se había publicado un artículo en el número 6 de Calibán, en el año 2000), tan importante para el giro decolonial, de tal forma que incluso nuestro ímpetu animó a otras personas cercanas y mayores a que lo leyeran. A propósito, y aunque éramos todavía unos adolescentes, apunto que Dussel había intervenido años antes en la ULPGC y que había sido traído por el Aula Manuel Alemán, espacio en el que poco tiempo después ejercería como uno de sus coordinadores el compañero Daniel Barreto. Y añado más al hilo de este asunto: en 2003, casi en la difuminación del grupo Calibán, Tenesor Rodríguez, el mismo Barreto y yo dimos charlas sobre Manuel Alemán en un ciclo en el Club Prensa organizado por el Instituto Psicosocial que lleva su nombre, y además no valoro fuera de lugar expresar que mi intervención versó directamente sobre la presencia de la filosofía y la teología de la liberación tanto en Alemán como en el ámbito cristiano grancanario de los 70 y 80, donde figuraban otros miembros destacados, en esta línea, de la diócesis de Canarias como Felipe Bermúdez o Juan Barreto.
- Este tipo de textos afilados se extendió al siguiente número, el 9, esta vez por parte de chema de paula en “(Dis)curso de la literatura canaria”.
- Hablamos de la época de los acontecimientos de las Torres Gemelas y, a propósito de estas posiciones críticas, los calibanes comenzamos a ser llamados, entre la broma y la vera, y no siempre con buenas intenciones, los talibanes…
- Una de las polémicas generadas, en el marco del suplemento Cultura de La Provincia, fue la de Andrés Sánchez Robayna y nuestro compañero Daniel Barreto. Aunque él era la persona que firmaba, estábamos totalmente identificados con la argumentación que utilizaba en “Descalificación e ideología” (9 de agosto de 2001) para rebatir las ideas del profesor lagunero en un texto que había titulado “La Selva de Doramas y algunos alrededores” (2 de agosto de 2001). De hecho, Bruno Pérez seguiría ahondando en las marcas discutidas en este debate, también en Segismundia, dentro del último número (10) de Calibán, con su artículo “Algunos alrededores y la Selva de Doramas”.
- Por ejemplo en Palabras en el Istmo. Conversaciones con Eugenio Padorno (2009), entrevistas hechas por Belén González y nuestro compañero Bruno Pérez: “Resultan incuestionables los frutos de la investigación (…) de la promoción que animó la revista Calibán (…). Daniel Barreto, Fernando Herrera, Antonio Martín Medina, José Miguel Perera, Bruno Pérez, Nayra Pérez Hernández, José Yeray Rodríguez, Tenesor Rodríguez, Helena Tur y otros han dado pruebas de su temprano despertar a la investigación y al ensayo con muy llamativos logros (…)”.
- “Afirmación sexta” (suplemento Pleamar del Canarias7, 5 de diciembre de 2001) fue un artículo significativo al respecto de Jorge Rodríguez Padrón, en el que decía muchísimas cosas de calado sobre nosotros en general y de algunos en particular, entre otras: “Hace muy poco, sin embargo, he detectado voces y actitudes nuevas, y una nueva escritura que las avala (…). Mi encuentro con esta gente me ha reconfortado, y reconciliado también con cuanto de ahora en adelante pueda esperar”. Pongo la atención en un detalle que hoy me es muy significativo: la inclusión de Miguel Pérez Alvarado en la nómina de personas que enumera Rodríguez Padrón, quien –como lancé– colaboró más de una vez en Calibán y olía, desde Madrid y a través de chema de paula, lo que aquí estábamos meneando.
José Miguel Perera (Arucas, 1978) es Doctor en Filología Hispánica por la ULPGC.
Poeta, investigador, crítico literario y profesor de Enseñanza Secundaria de Lengua y
Literatura desde hace cerca de 20 años. Actualmente imparte clases en el IES Doramas
de Moya (Gran Canaria). Colabora en diversos medios y revistas. Es coordinador de la
revista electrónica BienMeSabe.org (www.bienmesabe.org), en marcha desde el año 2004.
Ha publicado los siguientes cuadernos de poesía: Trenístenla es venida (2003),
Espíritu de campanario (2016), La boca de las alucinaciones (2018) y Que nada de
esto es silencio (2019). Literatura canaria con identidad (y más allá) (2017) es un
volumen de crítica cultural y literaria. Edita, junto a Oswaldo Guerra Sánchez y Miguel
Pérez Alvarado, 10+-3. Poetas das Ilhas Canárias / 10+-3. Poetas de las Islas
Canarias (2018). Ha preparado algunas ediciones de obras literarias, entre las que está
la conocida Comedia del recibimiento (al obispo Rueda) del poeta fundacional insular
Bartolomé Cairasco de Figueroa. Además, coordina la Biblioteca Sebastián Padrón
Acosta, uno de los primeros intelectuales insulares dedicados a la historia y la crítica
literarias, sobre el que realizó su tesis doctoral. En el ámbito educativo, ha publicado
dos cuadernos didácticos para la enseñanza de la Lengua y la Literatura en Secundaria:
Monagas somos todos. Enseñanza del español de Canarias desde la obra de Pancho
Guerra y Canarias desde su literatura, ambos de 2010. Ha participado en varios
proyectos educativos, especialmente vinculados a los llamados Contenidos Canarios.