“Biznietos del turismo” Por José Manuel Marrero Henríquez

El libro “Planeta turista. Poesía reunida” editado por la editorial Amargord en 2014, ofrece la mirada poética de los autores david guijosa, Acerina Cruz y Samir Delgado, integrantes del proyecto interdisciplinar “Leyendo el turismo” que cumple su décimo aniversario como una iniciativa pionera sobre las relaciones de la literatura con el fenómeno del turismo a nivel internacional
Portada del libro “Planeta turista” (Amargord, 2014)

Presentamos en la Revista Trasdemar un ensayo inédito de José Manuel Marrero Henríquez, profesor de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, con motivo del décimo aniversario del proyecto “Leyendo el turismo”, fundado en 2011 por los autores david guijosa, Acerina Cruz y Samir Delgado. Nuestro colaborador es una figura reconocida de la ecocrítica hispánica y europea. Escritor, poeta y ensayista, ha publicado numerosos trabajos sobre la representación paisajística y animal en la literatura y sobre diversos tópicos y autores de las tradiciones literarias de España y Latinoamérica.

En Planeta turista las Islas Canarias son epifonema del mundo, pues el planeta Tierra no es otra cosa que una isla en el universo, un lugar limitado, que se hace cada vez más pequeño, donde los misterios se extinguen y se convierten en espectáculos turísticos elaborados y reelaborados para el consumo de las masas. Y sobre todo ello, en Planeta turista son las Islas Canarias el epifonema del habitante que necesita enraizarse en el lugar en que vive, aunque ese lugar se haya transformado en un espacio extraño constantemente transitado por turistas que llegan y se van.

JOSÉ MANUEL MARRERO HENRÍQUEZ

En la primera definición que el DRAE hace de la palabra paisaje destacan las ideas de delimitación y perspectiva, pues según la Real Academia Española paisaje es la “parte de un territorio que puede ser observada desde un determinado lugar”. El DRAE realiza muy bien su función definitoria y, precisamente por ese motivo, ese lugar acotado y contemplado desde un punto de observación jamás podrá dar cuenta acabada de todo aquello que comprende una palabra tan compleja como paisaje, una palabra de raigambre poética e imposible fijación, inabarcable en todas y cada una de sus resonancias.

El paisaje entraña más sentidos que el de la vista y más ópticas que la de una perspectiva, el paisaje congrega sentimientos, recuerdos, ensoñaciones, olores y sonidos; congrega también una tradición literaria en la que diferentes lugares o diferentes aspectos de un mismo lugar encarnan nociones diversas de identidad, y también contiene secretos urbanísticos, y negocios turbios, y planificaciones municipales ad hoc y luchas ecologistas y destrucciones sin sentido, sobre todo en aquellos parajes en los que el factor turismo interviene. La determinación de un espacio y la elección de un punto desde el cual observar son apenas dos rudimentarios elementos de la miríada que participa en la construcción y en la percepción de un paisaje.

Sofisticada y plurisignificativa, la poesía es el género de la literatura mejor pertrechado para dar cuenta de las resonancias que de manera simultánea vibran en un paisaje. A tales resonancias ofreció Planeta turista en 2014 sus páginas y aquellas resonancias aún hoy palpitan en sus letras. Y no sólo adentro de las tapas del libro Planeta turista; los paisajes de Acerina Cruz, Samir Delgado y David Guijosa palpitan afuera de ellas, en el planeta que reflejan y que las acoge, un planeta que tiene turistas más que habitantes y que viaja sin rumbo claro por el universo, como un flâneur despreocupado y sin objetivos.

Tres imponderables del tiempo son de especial pertinencia en la relectura de Planeta turista: el desarrollo del turismo en los últimos años, la pandemia del Covid19 y la creciente atención que la literatura, la teoría y la crítica literarias y, en general, las disciplinas de Humanidades, vienen prestando a los problemas medioambientales. De esos imponderables se beneficia Planeta turista; en virtud del primero, Planeta turista traza un puente entre los espacios del turismo y la realidad paisajística, social, económica y política de las islas; en virtud del segundo, Planeta turista apunta a la fragilidad de un modelo de desarrollo cuyo sostén es la fabricación y el consumo siempre crecientes de productos turísticos; en virtud del tercero, Planeta turista pone sobre la palestra el poder de la palabra poética para ofrecer nuevos significados ante situaciones imprevistas y reivindica un papel relevante para las artes y las letras ante los retos del antropoceno, la era en que los cambios del clima y los desajustes ecológicos son reconocidos como la consecuencia de la acción del ser humano sobre la Tierra.

En Planeta turista las Islas Canarias, epifonema del turismo desde que se inician los viajes de salud y descanso a finales del siglo XIX, y de manera especial desde el vuelo chárter fletado por Kanarie Resor en 1957 desde Suecia, muestran las cicatrices, recientes unas, viejas otras, que la industria del ocio ha dejado sobre su suelo, en barrancos, acantilados, costas y montes, en extensísimas áreas que se han modificado para que los urbanitas metropolitanos descansen consumiendo cerveza, comida, visitas programadas, inmersiones, surf, sol y playa, todo, lo tangible y lo intangible, una y otra vez y con el mismo ritmo acelerado con el que se confeccionan las piezas de una máquina en una cadena de producción fabril. También en Planeta turista las Islas Canarias son epifonema del mundo, pues el planeta Tierra no es otra cosa que una isla en el universo, un lugar limitado, que se hace cada vez más pequeño, donde los misterios se extinguen y se convierten en espectáculos turísticos elaborados y reelaborados para el consumo de las masas. Y sobre todo ello, en Planeta turista son las Islas Canarias el epifonema del habitante que necesita enraizarse en el lugar en que vive, aunque ese lugar se haya transformado en un espacio extraño constantemente transitado por turistas que llegan y se van.

En Planeta turista la presencia de tales epifonemas se da en las múltiples posibilidades significativas que en tanto libro de poesía atesora en su interior y en las relaciones con que tales posibilidades se enriquecen cuando se las saca al exterior y se las mide con uno de los fenómenos sociológicos y mercantiles que mejor encarnan la vida del siglo XXI. Planeta turista, con la posibilidad de leerse, ya como sustantivo adjetivado, ya como dos sustantivos yuxtapuestos sin coma entre ambos, ya como una suerte de sustantivo compuesto de dos sustantivos, dice del texto y de las relaciones internas que entre sus palabras se dan y dice de un mundo que se ha transformado en una inmensa urbanización para turistas. La palabra se relaciona con la palabra tanto como con la realidad ultradomesticada de un planeta confeccionado para consumidores turistas en un Planeta turista que ofrece al lector la degustación del paisaje turístico hecho palabra y la posibilidad de reflexionar sobre la condición histórica de su desarrollo industrial.

Los poemas de Planeta turista poco tienen que ver con las estampas regionalistas de buganvillas floridas y montes nevados, ni con las del tipismo más costumbrista del pueblo canario; sus paisajes adquieren relieve en el telón de fondo de una manufactura que arremete con agresividad contra el territorio y que impone sobre él un simulacro que acaba por suplantar al territorio y que en la suplantación misma fundamenta su propia razón de ser. David Guijosa reconoce que con el turismo “perdimos el contacto con la tierra del origen” y adquirimos una suerte de “Paraíso prestado”, Acerina Cruz lo corrobora en sus recuerdos fabricados con “factor 50 / para pieles sensibles” a la orilla de una playa en la que sexo, alcohol y drogas se consumen en un lugar cosificado y llamado por todos Touristneyland, “sweet home Maspalomas / a un simple click de la muerte”, y Samir Delgado verifica el hecho de que el mapa ha cubierto el territorio y lo ha suplantado con su simulacro, pues “la imitación del prototipo estándar”, afirma Delgado, “ya superó en vida al modelo original”.

Hay en Acerina Cruz, Samir Delgado y David Guijosa una fuerte voluntad y la necesidad sentimental de salvaguardar para el paisaje del turismo algunos caracteres positivos, pues al fin y al cabo los tres son biznietos de ese planeta turista que inspira sus poemas. En Delgado ese deseo se manifiesta en la búsqueda de concomitancias entre el arte con mayúsculas y los vulgares elementos decorativos de las instalaciones turísticas, allí donde “El secador de pelo en el cajón del tocador / es una reliquia pop de Andy Warhol // las cortinas estampadas con vistas al mar / parecen un cuadro del romanticismo alemán // y la cama de matrimonio en el apartamento / reproduce el glamour de una alcoba isabelina”. En Guijosa adquiere valor de biografía el hedonismo que las zonas turísticas ofrecen y la babel de relaciones que en ellas se desmorona con el dramatismo atenuado de la frivolidad: “quiero bailar en horizontal contigo esta noche, / deja tu zimmer nummer en mi mano, / será sol – / o love”. En Cruz los espacios del placer están caracterizados por el consumo de drogas y alcohol y sexo, son ese lugar edénico que da de comer y que ha sido pagado “[…] en el s. XXI [por] miles de europeos / [que] al año se compran esta aventura, / juegan a ser los héroes clásicos… // y nosotros vivimos de eso”.

Cruz, Guijosa y Delgado se exhiben como jóvenes que disfrutan en el paisaje turista, pero no por ello olvidan el recuerdo paradójico de un paisaje primigenio que ya no existe y que es más bien un desiderátum ligado sentimentalmente a un lenguaje en extinción, familiar y entrañable. Los tres poetas reconocen las realidades incómodas tras ese simulacro que denominan Touristneyland. De hecho, en Touristneyland el conocimiento de idiomas y las relaciones internacionales no son índice de cultura sino síntoma de desarraigo, la diversión resulta una especie de velo que oculta la relación del turismo de masas con los procesos de conquista y colonización ultramarinos, el complejo hotelero de jardines estándar es la consecuencia de planes generales de ordenación urbana corruptos, y los vistosos bufetes del todo incluido funcionan como tapadera de “jornadas laborales infinitas [que] crecen en casa”. En Planeta turista las masas invaden “países que han sido dominados por / tu ojo, tu cámara, tu cartera” y mientras las corruptelas se despliegan en las ordenanzas municipales la relevancia de los trabajadores de la hostelería, el chef, la limpiadora, el freganchín, queda minimizada en versos de Cruz que resaltan lo artificioso del paisaje-pastiche de hotel: “El filete en la sartén suena igual / que una ráfaga de pedos de los dioses. / Los platos y los vasos chocan / en la orquesta diaria del freganchín. // Agua hirviendo en do menor. / Un cocinero baila sin lluvia…”.

En la mejor estela de Francisco González Díaz y en la mejor de Manuel Padorno, entre el compromiso ecologista del periodista de estilo afinado y el poeta que se adentra en la mística de la naturaleza atlántica se sitúan los poemas de Planeta turista. Porque en Acerina Cruz, Samir Delgado y David Guijosa la poesía encuentra razones biográficas de ser y dos grandes motivos, ambos imbricados, el de la realidad turista que se expande por un mundo plenamente domesticado y el del lenguaje con voluntad de arte, lo cual no hace sino corroborar la relevancia que las construcciones poéticas tienen no sólo dentro de la institución de la literatura sino también en la realidad que está ahí afuera y que la inspira.

Acaso la sensibilidad para la poesía no sea también sensibilidad para con el planeta Tierra, pero la posibilidad de que lo sea basta al ejercicio de una en beneficio de la otra. La educación es un intangible que favorece algo tan tangible como el bien común. El figurado Planeta turista de David Guijosa, Samir Delgado y Acerina Cruz ayudará a la supervivencia del otro planeta, el que está en peligro constante de extinción y que en las Islas Canarias sobrevive a un turismo de masas que puede ser su verdugo. Y si el destino final del paisaje perdido fuera el fracaso, ojalá sea la poesía de Planeta turista, y no la postal, el lugar último donde el paisaje se conserve.


José Manuel Marrero Henríquez es una figura reconocida de la ecocrítica hispánica y europea. Escritor, poeta y ensayista, ha publicado numerosos trabajos sobre la representación paisajística y animal en la literatura y sobre diversos tópicos y autores de las tradiciones literarias de España y Latinoamérica. Profesor de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, su “poética de la respiración”, una teoría general de la ecocrítica en constante elaboración, está presente en sus publicaciones académicas y literarias, desde los estudios de Hispanic Ecocriticism (Berlin, New York: Peter Lang, 2019) hasta la edición bilingüe de poesía Landscapes with Donkey / Paisajes con burro (Vermont: Green Writers Press, 2018). Interesado por la colaboración con artistas de otros ámbitos disciplinarios, José Manuel Marrero Henríquez ha conseguido que sus poemas inspiren la fotografía de Carma Casulá, el video de Roberto Forns-Broggi, la pintura de Jesús de la Rosa o el diseño de Sergio Hernández que pueden encontrarse en la página web www.landscapeswithdonkey.com y que su poética de la respiración esté presente en los videoclips que pueden verse en YouTube bajo el título de Landscapes with Donkey y que han surgido de la generosa complicidad de músicos como Alicia Alemán, Morgan Hernández y The Roadside Bandits Project. 

Deja un comentario