“Y no es raro que la realidad nos sorprenda superando el ensueño” 150 aniversario del nacimiento del escritor lanzaroteño Ángel Guerra

En la Revista Trasdemar nos sumamos a la celebración del Día de las Letras Canarias 2024

Desde la Revista Trasdemar nos sumamos hoy a la celebración del 150 aniversario del nacimiento del escritor José Betancort Cabrera (1874-1950), autor conocido como Ángel Guerra, exponente singular de la literatura de su tiempo y autor protagonista del Día de las Letras Canarias en la edición del año 2024.

En nuestra sección “Centenarios & efemérides” iniciamos desde el pasado 21 de febrero una serie de colaboraciones dedicada a la obra literaria de Ángel Guerra y su contexto histórico, las confluencias con su generación y el devenir de su escritura en la cultura de las islas, como novedad en el día de su nacimiento compartimos algunos extractos selectos de su obra, en especial de sus colaboraciones en la sección “Arte y Letras. Desde Madrid” publicadas en la revista El Museo Canario en varios números de 1902, publicación quincenal de la época, bajo la dirección de José Franchy y Roca, donde ofrecemos las referencias del autor sobre el perfil literario de Emilia Pardo Bazán, la poesía de Manuel Machado, el teatro japonés o la pintura de El Greco.



“Doña Emilia Pardo Bazán”

Eran las seis de la tarde cuando yo entraba en el salón. Encontréla departiendo con una dama extranjera, y después de saludarles, sentóme con silencio cortés. Porque no se achacara mi curiosidad ó husmeo impertinente, ni siquiera entretuve los ojos en mirar los tapices que cuelgan de las paredes y los objetos de arte por todos los rincones repartidos. Allí había mucho bueno, pero juro qué no lo vi, ni intentó verlo. Las fórmulas sociales son verdaderas ligaduras para la pasión artística, y el temor á la indiscreción priva de lograr en un momento placeres puros, suaves, emociones gratas, que se desean sin querer y muchas veces se sacian irreflexivamente por un movimiento impulsivo del alma de artista sublevada, y que después en las relaciones de la vida se toman por descortesía, por inmoderado afán de husmeo, vicio, á la verdad, horriblemente antipático.


Aun sin ver, sin sentir entrando por los ojos la belleza a conquistarnos el espíritu, comprendemos que nos hallamos ante objetos dignos de admirar, que nos rodea un ambiente de arte, que nos satura un calor de poesía, que dentro se nos reproduce todo lo exterior por modo maravilloso, casi integro, presentido, imaginado, y no es raro que la realidad nos sorprenda superando el ensueño.


Algo parecido me ocurrió en la casa de doña Emilia Pardo Bazán, la primera vez que en ella estuve reiterándole mis devociones y ofreciéndola mis respetos. Quiero hacer constar que no fui visitante indiscreto. Mi carácter, ya se conoce, no es muy propio al limosneo de amistades. Las que me ofrecen con los brazos abiertos y el corazón abierto también, las recibo. Mi visita a la ilustre escritora justificóla una galante invitación que trajeron rodando los sucesos, y bien sabe Dios que la agradecí por venir de quien vino y la generosidad con que llegó hasta mi casa. Conservo el respeto á los maestros, y este sentimiento, que refrena en mi interior estímulos malsanos de igualitarismo literario, que resulta una hinchada vanidad en los jóvenes escritores de nuestros días, se me convierte 6 veces en temerosa superstición, con instinto de justa anulación ante lo grande; en fervor de devoto que llega hasta los santos, es verdad, pero ante ellos dobla la rodilla, y si les habla, es pidiéndoles inspiración y ayuda con trémulo rezo.


¡Ah!, pero debo consignar, que no pierdo nunca este respeto. No soy como otros que con el trato pierden la fe, dudan, no creen en los milagros que creen las buenas gentes, las de corazón sin odios ni impurezas, y á los genios, sin ver sus obras, nada más que las personas débiles, defectuosas en muchas ocasiones, las tratan como los santos la esponja y el zorro del sacristán.


Mi íntima amistad con Galdós no me ha obligado a perder ni en un ápice mi caldeada admiración al literato. Cuando me ha hablado Menéndez y Pelayo he escuchado sus palabras con unción de creyente.


La otra tarde, oía también a la Pardo Bazán, una de mis contadas devociones literarias, con ardor de catecúmeno, con la atención con que el discípulo desde el duro banco, con anhelos de saber, oye la oración del maestro que desde lo alto de la cátedra, con sencillez de frase, sin vanidades oratorias, poeta á ratos, filósofo á veces, deja caer la fecunda semilla que ya ha de fructificar. Porque los espíritus superiores, como es el de la Pardo Bazán, en medio de los rasgos de la charla familiar, en sus labios pintoresca y á la vez profunda, no solo gallardean de nativo ingenio en los donaires de un comento, sino que se lanzan, quieras que nó, sin afectación y hasta sin intencionalidad, a derramar ideas en juicios ligeros que van saliendo en el afable discurrir del diálogo, de ese diálogo que parece vacío, conversación insustancial de las almas que se interrogan y se contestan, pero que tratan de sondearse mutuamente hasta lo más recóndito de su interior para sorprender los pensamientos más íntimos, secretos para todos, allí acurrucados, en escucha, de espía.

(El Museo Canario, Año VII, número 148, página 86)


Machado es poeta con carácter de innovador en nuestra métrica. En sus versos hay alma, y por tanto intensidad y poesía. Quien no mira más allá de la medida y de la letra, los que no saben ver más que con los ojos y los que no quieren sentir más que el romántico delirio de las pasiones, y no pueden saturarse en un ambiente de éxtasis, de vagos estados de alma, de fugas á lo ideal, esos no pueden leer Alma, porque no sabrán encontrar ni apreciar lo que hay en ella.
La esclavitud del endecasílabo me es insoportable en nuestros copleros al uso; me es preferible la libertad y la anarquía de los que no tienen reglas, médula, ni recortan los versos con tijera, sino que por el contrario se enamoran de los ritmos extraños, de las cadencias originales, y en el fondo solo encarnan ideas, visiones, todo un espíritu.
Son revolucionarios, destrozan, pero hay que perdonarlos porque aman un ideal y porque son artistas.

(El Museo Canario, Año VII, número 147, página 135)


Quiero confesarlo con toda lealtad. Nunca pude sospechar que el teatro japonés pudiera ser tan perfecto. Dentro de su extrema sencillez, con una rapidez extraña en el curso de la acción, ¡qué intensidad dramática, qué estremecimientos de vida! Sólo el teatro griego es capaz de llegar, dentro de sus deficiencias y simplificación escénica, á esa poderosa corriente de dinamismo y poesía del arte japonés. Las escenas son breves, los diálogos cortados, los parlamentos convertidos á la expresión del gesto, pero ¡qué poderosa emoción llevan al público!


¡Kesa es un Otelo reformado, seccionado. Kosan es una Dama de las camelias, con distinta orientación. Ni Novelli, ni Zacconi en Otelo me llevan al escalofrío trágico con la muerte de Desdémona como la Sada Yaco (…)

(El Museo Canario, Año VII, número 152, página 222)


Ya es sabido que en las figuras del Greco, conjunto de cuerpos exangües, caras amarillentas, actitudes abandonadas, gestos recios, la vida parece que se les sale por los ojos. Estos son todos; son los que hablan, los que escudriñan, casi inmóviles, pero con viveza interior y luz de dentro.


Así, foscos, serios, altivos, caballerescos son todos los tipos retratados, y de ningún otro modo podía darlos el natural sacando los hombres el artista de la parda y reseca tierra de Castilla. Al verlos dan ganas de descubrirse en señal de acatamiento, rendir la rodilla para calzarles las espuelas, temerosos del enojo pronto, mal velado por las cejas rudas y por la mirada altanera. Y aquellas manos pálidas, nada más que nervios, nos atemorizarían si no fuesen tan bellas, porque, al parecer, van á desenvainar la tizona. Exangües son también los personajes retratados por Velázquez, pero ¡qué diferencia de caracteres!


En los hidalgos del Greco se ven pocas carnes, pero mucho espíritu, son hombres atezados, fuertes por el temple, mientras que los príncipes sin sangre y las infantas cloróticas de Velázquez representan con toda verdad el desastre de una raza.

(El Museo Canario, Año VII, número 153, página 260)


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