Presentamos en la revista Trasdemar este artículo de actualidad de nuestra colaboradora Nora Navarro (Las Palmas, 1989), periodista y comunicadora cultural, integrante del colectivo Vivas, Asociación Canaria de Mujeres de la Comunicación
Cuando Raymond Carver convoca a sus personajes alrededor de una mesa, una botella de ginebra y una discusión en torno a de qué hablamos cuando hablamos de amor, el sueño ebrio de este relato homónimo cristaliza en el silencio. Como el último trago, como la muerte o como un poema. “¿Qué es lo que cualquiera de nosotros sabe realmente del amor? (…) Es algo que debería hacer que nos avergoncemos cuando hablamos como si supiéramos de qué hablamos cuando hablamos de amor” advierte uno de ellos. Precisamente, los contertulios despejan el asunto conviniendo antes, entre vaso y vaso, en qué no es amor, porque muchas lecturas universales solo son posibles en el interrogante y no admiten sino una trayectoria de aproximaciones.
Así, respecto de la paráfrasis que encabeza esta digresión, la poesía tampoco puede encorsetarse en una sola definición pero, sobre todo, no puede ofrecer respuestas. Su esencia cuestionante, provocadora, rompedora e inconformista, expresión lingüística de una libertad emancipada hasta de las propias palabras, la sitúa en las antípodas de lo elemental y lo complaciente, porque su fuerza evocadora se desenvuelve en el plano de las revelaciones. La poesía muerde precisamente porque es subjetiva, quebranta sus propias normas y, como apuntó el poeta chileno Nicanor Parra, “solo cumple su palabra si cambia el nombre de las cosas”.
Por esta razón, la controversia en torno a los supuestos límites conceptuales fijados en el territorio ilimitado de la poesía podría aclararnos la garganta con un primer sorbo que esclareciera que la poesía no puede ser edificante, porque el lenguaje poético dinamita su propio edificio de palabras para volver a crearse en el vacío. El pasado septiembre, el ingeniero informático y publicista venezolano Rafael Cabaliere fue distinguido con el Premio Espasa de Poesía, dotado con 20.000 euros, cuyo fallo no unánime difundido por la editorial rezaba que “su poesía tiene un tinte juvenil y motivador, fresco y urbano, con cientos de miles de seguidores. Este es su primer poemario”. Cada sistema de galardones encierra su propia lógica de favores y descartes, toda vez que merecen el crédito justo cuando Donald Trump y Vladímir Putin han sido propuestos como candidatos al Nobel de la Paz o Bad Bunny se alzó el pasado julio con el Premio a Mejor Compositor del Año 2020 de la ASCAP, pero cualquier amante de la poesía se dolería de que se premiase en nombre de la inmensa minoría una combinación de frases como esta: “Que al terminar el día / te quedes con lo que hizo / brillar tus ojos / lo que sumó magia a tu vida / con todo aquello / que agrandó tu sonrisa. Y que mañana sea mejor”.
Aunque debe resaltarse que el texto premiado, titulado Alzando vuelo, sale a la venta el próximo 15 de octubre y que, hasta la fecha, las únicas referencias literarias de Cabaliere se alojan en sus redes sociales -donde, en efecto, ríos y ríos de seguidores irrigan este desierto del verso-, el caso Cabaliere ha levantado un enorme revuelo porque representa casi una hipérbole de la poesía 2.0 o parapoesía (nomenclatura heredada de la distinción entre farmacia y parafarmacia) hasta el extremo de especularse con la posibilidad de que se trate de un robot informático que reproduce algoritmos de autoayuda. Esta hipótesis resultaría un experimento fascinante en cuanto a que interna el debate en un laberinto de espejos y minas en torno a algunas cuestiones de nuestra contemporaneidad.
Por una parte, pone de manifiesto que la potente maquinaria comercial del sector editorial, en el vértigo de las arenas movedizas de esta crisis mundial, se rinde definitivamente al juego fácil de estos trampantojos de masas para tratar de salvarse con la falsa medalla de la poesía, justo cuando más urge volver a las trincheras del pensamiento crítico y la palabra. “Toda poesía es hostil al capitalismo / puede volverse seca y dura pero no / porque sea pobre sino / para no contribuir a la riqueza oficial / puede ser su manera de protestar de / volverse flaca ya que hay hambre”, escribió el poeta argentino Juan Gelman, revolucionario convencido de que el neoliberalismo no entiende de metáforas, sino de productos.
El problema no estriba solo en que esta regurgitación verbal es el envés del lenguaje poético, apenas un dietario sentimentaloide y, en otros casos, un canto simplista a la superación personal, sino que este tipo de discursos triviales revestidos de forma poemática encierra un inconveniente peor: que es mentira. “Cuando quieres realmente una cosa, todo el universo conspira para ayudarte a conseguirla”, expuso el brasileño Paulo Coelho, referente mundial en el campo de la autoayuda, pero en un contexto marcado por una crisis sanitaria y económica feroz, el imperativo de la búsqueda de la felicidad, el bienestar y el crecimiento a tiempo completo también resulta profundamente antipoético. Y aunque esta corriente melosa concita un público masivo que crece a golpe de likes, el poeta Francisco Brines acuñó al respecto esta afortunada sentencia: “La poesía no tiene público, sino lectores”. En cambio, Elvira Sastre, una de las voces más virales y aclamadas de este boom digital, declaraba que “desde el primer libro tengo claro que el público merece un respeto mayúsculo. Espero no defraudar al público”.
Muchos años atrás, que parecen siglos, cuando los corazones de Instagram o Twitter no permeaban en el canon poético, la referencia fundamental respiraba en las páginas de las revistas literarias, que ojalá resistan este temporal aunque reinventen su formato, como aquella joya que dirigiera la poeta polaca Wislawa Szymborska, antes de conquistar el Nobel en 1996, en el semanario Zycie literackie (Vida literaria). Su sección, constituida como un “consultorio de escritores”, elaboraba toda una teoría literaria a partir de los consejos y apuntes que la poeta desgranaba, con una finísima ironía, inteligencia y sentido del humor, a escritores amateurs que remitían sus originales de forma anónima, y que la editorial Nórdica Libros ha compilado en el libro Correo literario o cómo llegar a ser (o no llegar a ser) escritor. En sus respuestas recordaba que “no se debe sucumbir en exceso a las emociones y que de los sentimientos más nobles podían nacer poemas malos”, y que “la falta de talento literario no es ninguna deshonra. Es algo que les sucede a muchas personas inteligentes, ilustradas, nobles y extraordinariamente dotadas en otros campos”.
Con todo, quizás la poesía se asemeje más a los personajes derrotados de Carver, a sus descensos al abismo y su reescritura creativa de preguntas y fracasos, pues en ese lento cincelado de la forma inexistente, que es donde la poesía se mira en la vida y la embellece, resuena el antiheroísmo sublime de Beckett: “Fracasa otra vez, fracasa mejor”. Y esta investigación, experimentación y diálogo con la creación solo acontece, como manifestara el poeta francés Paul Valéry, quien atesora algunas de las interpretaciones más hermosas de lo poético, “en el bosque encantado del lenguaje, donde los poetas van expresamente a perderse, a embriagarse de extravío, buscando las encrucijadas de significado, los ecos imprevistos, los encuentros extraños, no temen ni los rodeos, ni las sorpresas, ni las tinieblas”. El mismo Valéry cuenta que el pintor Edgar Degas se propuso experimentar con el verso y le confesó a su amigo Mallarmé: “Este oficio es infernal: no consigo hacer lo que quiero, y sin embargo estoy lleno de ideas”, a lo que Mallarmé le respondió: “no es con las ideas, mi querido Degas, con lo que se hacen los versos, sino con las palabras”.
En definitiva, no existe una respuesta a de qué hablamos cuando hablamos de amor o de poesía sin volver al silencio, pero cuando hablamos de poesía hablamos de amor: a la palabra, a la vida, a la posibilidad de volar más allá. Y esa es la que salva.
Nora Navarro (Las Palmas de Gran Canaria, 1989) es periodista y comunicadora cultural. Doble licenciatura en Periodismo y Comunicación Audiovisual por la Universidad Carlos III de Madrid y posgrado en Literatura Comparada y Literatura Digital por la Universitat de Barcelona. Actualmente cursa el Máster en Gestión Cultural por la Universitat Oberta de Catalunya. Desde abril de 2013 trabaja como redactora en la sección Gente&Culturas del periódico La Provincia/Diario de Las Palmas y en el suplemento Cultura, donde publica artículos e investigaciones sobre literatura, poesía y la visibilización de las mujeres en las letras. Colaboradora en las revistas de arte de Latinoamérica ArtNexus y el suplemento Papel Literario (del diario El Nacional de Venezuela), así como en el portal web Mujeres Mirando a Mujeres (MMM). Entre septiembre de 2019 y febrero de 2020 fue cordinadora y conductora del ciclo + que musas en la Casa-Museo León y Castillo de Telde por la visibilidad de las mujeres canarias en la cultura. Además, es integrante del colectivo Vivas. Asociación Canaria de Mujeres de la Comunicación.