Desde la Revista Trasdemar presentamos la nueva colaboración del Dr. John Sinnigen, profesor emérito de español y de comunicación intercultural de la Universidad de Maryland, Estados Unidos. Autor de reconocida trayectoria por su labor investigadora en torno a la figura de Benito Pérez Galdós, fue galardonado con la distinción “Galdosiano de Honor (2022)” en Las Palmas de Gran Canaria. Es autor de libros de referencia sobre la recepción de Galdós en México, como los títulos “Benito Pérez Galdós en el cine mexicano. Literatura y cine“, “Sexo y política. Lecturas galdosianas” o “Benito Pérez Galdós en la prensa mexicana de su tiempo“. Compartimos en Trasdemar la serie especial de cuentos inspirados en la campaña electoral de Estados Unidos, una colaboración en primicia con el reconocido pseudónimo “De Green Go” en nuestra sección “Telémaco” de literatura contemporánea en español
Me llamo Harry Bolton. Yo apreté el gatillo que acabó con la miserable vida del traidor John Fitzgerald Kennedy el 22 de noviembre de 1963. Al revelar esta hazaña, afirmé lo siguiente:
“Este documento va a ser leído en Fox News el 22 de noviembre de este año, 2023, el sesenta aniversario de mi hazaña. Al ser conocido, Donald Trump va a anunciar el futuro otorgamiento de la Medalla de la Libertad a mi persona cuando triunfe en las elecciones presidenciales en noviembre de 2024. En ese momento descansaré en paz”.[1]
Trump me traicionó. A pesar de lo prometido, no se leyó mi documento en Fox News ni se anunció la concesión de la Medalla Presidencial de Libertad, el más alto honor que puede recibir un civil, a mi tan merecida persona. Resulta que todos los políticos son iguales: prometen, pero no cumplen.
Toda una vida de sacrificios para que me dejen en la estacada. Esto no lo permito. Pinche Trump. Juro que no va a salir electo en los próximos comicios.
¿Por qué Trump me abandonó? Primero pensé que habría un lapsus, que alguno de sus lacayos no le había dado al asunto la importancia que merecía. Me quejé ante mi nieto Robbie, hábil en asuntos cibernéticos.
–Oye, Robbie, tengo un problema con Donald Trump y quiero pedir tu ayuda.
–¿De qué se trata?
–Pues él me prometió que iba a anunciar en noviembre pasado que me otorgaría la Medalla Presidencial de la Libertad, y no hubo tal anuncio. Quiero saber qué pasó.
–¡Qué poca madre, Papi! ¿Cómo te puedo ayudar?
–Pues, tú que eres tan hábil, hackeas algunas cuentas de sus asesores y averiguas la causa.
–Claro.
Se puso a la tarea, hackeó no sé qué cuentas y se enteró de que Trump nunca había pensado cumplir, que me hizo la promesa tan sólo por razones de relaciones públicas y que ni siquiera se acordaba de mí ni de mi gran aportación a la historia. ¡Qué decepción! Había pensado que Trump era diferente, que realmente quería rescatar al país del abismo en el que había caído con la presidencia del mono Obama. ¡Indecente! Puro electoralismo.
Ganar o perder unos votos no tiene tanta importancia. La salvación del país se conseguirá tan solo a través del decidido compromiso de los hombres de pro como este servidor de la patria. Para que eso suceda será preciso eliminar al farsante que llaman el Jesús naranja. Reconozco que esa tarea me incumbe a mí, y solo a mí, lo mismo que el ajusticiamiento de Kennedy.
Tenía que actuar con premura. La campaña ya había comenzado, y los dos contrincantes, Trump y el tambaleante presidente Joseph Biden ya daban mítines, concentraciones irrisorias que ilustraban la decadencia del país. La voz del pueblo tronaba: ¿Cómo se puede admirar una nación, la más potente de la historia del planeta, que presenta a dos ancianos, seniles y amariconados los dos, que no saben lanzar un simple discurso sin meter la pata? Nadie los puede tomar en serio. Con estos dos chochos Estados Unidos se ha convertido en el hazmerreír del planeta. Una vergüenza.
–Oye, Robbie. ¿Me puedes conseguir la agenda preliminar de los mítines que organiza Trump?
–Fácil, Papi. ¿Por qué la quieres?
–Pues, ya que me hizo la faena que tú sabes, pienso vengarme de él, y otra vez necesito tu colaboración. Lo vamos a aniquilar. Luego te explico cómo.
–Vale. ¿Para cuándo quieres la agenda?
–¿Será posible para la semana que entra?
–Yo creo que sí.
Después de tres días recibí un mensaje cifrado en el que el cibernauta me contaba que había muchos mítines, muchísimos, algunos en auditorios cerrados, pero varios al aire libre. Vio que en julio había uno en el recinto de ferias de Butler, Pennsylvania, cerca de su casa. Lo conocía bien.
–Perfecto, querido Robbie. Ahí lo vamos a abatir. ¿Conforme?
–Como tú quieras.
Butler sería un lugar idóneo porque en esa parte del estado de Pennsylvania habitaba una nutrida población blanca que experimentó un dramático deterioro en sus condiciones de vida a partir de los tratados de libre comercio promovidos en los años noventa por otros sinvergonzones, Bill Clinton y la marimacha de su mujer Hillary. Gracias a dichos acuerdos las empresas de la región se habían marchado a otras partes del mundo, México, China, Vietnam, Singapur, donde la mano de obra era más barata. Las empresas se fueron, y los trabajadores se quedaron sin empleo y sin recursos.
Las familias de estos honrados ciudadanos formaban la base de la popularidad de Trump. Cuando él decía que iba a hacer América Grande Otra Vez, ellos soñaban con sus vidas de antes, cuando había dinero.
Además de frustradas y decepcionadas, estas víctimas del desempleo y el empobrecimiento eran grandes cazadores. Muchas armas de todo tipo, todo mundo iba con su fusil. Frustración y armas. Tenían todo lo que yo necesitaba.
Mi hijo Patrick fue uno de los desvalidos. La planta siderúrgica donde trabajó durante años se fue sin dejarle nada, absolutamente nada y tuvo que conseguir un empleo como dependiente en una tienda. Gana poco. Está resentido. Es Trumpista.
Su hijo Robbie, el cibernauta, en cambio, piensa en el futuro y en la honradez. En su niñez mi esposa y yo lo cuidamos cuando Patrick estaba desempleado, y nos queremos mucho. Soy su Papi, y me enseñó a enviar mensajes de texto codificados y manejar el correo electrónico. Lo sigo en Facebook, Twitter (X) e Instagram. Hablamos por WhatsApp y Signal, el más seguro. Es mi gran amor. Su juventud me da aliento. Junto con él ¡vamos a salvar el país! Toda la nación nos va a admirar, con o sin medallas. A su lado siento nuevos bríos.
Aplicamos los cinco sentidos a la tarea. Robbie no era un buen tirador, de plano no le gustaban las armas. Así él no serviría para el tiro en la cabeza que Trump debía recibir. Sugirió que podía hacerlo un amigo suyo que era adicto a los fusiles de asalto que usaba el ejército. Este chico, Thomas Crooks, Tommy, era hijo de un destacado coleccionista de armas. El mayor deseo de su papá era que Tommy fuera un gran francotirador, pero su hijo inicialmente no daba la talla. Falló en la prueba para formar parte del prestigioso equipo de tiro de Bethel High School. Furioso, su padre lo inscribió en el Clairton Sportsmen’s Club, el más importante del estado. Iba ahí todos los días para adiestrarse y mejoró mucho.
Robbie y Tommy se pusieron al habla.
–Oye, Tommy, ¿Sabes que va a haber un gran mitin de Trump en el recinto de ferias de Butler en julio?
–¿Y qué?
–Bueno, pensé que te pudiera interesar. Sé que estás empadronado como Republicano y que tu papá es un gran fan.
–Él sí, pero yo no. Yo iba a la otra Republicana, Nikki Haley. Creo que Trump es un cáncer en el partido.
–¿Y no te gustaría extirpar ese cáncer?
–Claro, pero ¿cómo?
–Con un tiro en la cabeza.
–¿Un tiro en la cabeza? Interesante. Explica más.
–Tú y yo hemos ido numerosas veces a ferias y circos en el recinto de Butler. Recuerdo que está rodeado por unos almacenes. Estudiaremos el terreno, buscaremos un lugar elevado, por ejemplo, el techo de uno de esos edificios. El día del evento te subes a un techo con tu AR-15 preferido. Yo estaré abajo y cuando te dé la señal, disparas.
–No seas ingenuo. Van a tener esos techos controlados.
–Son varios, y no se darán a basto. Yo sé que la policía de Bethel va a estar involucrada en la seguridad del evento, y no son tan competentes, que digamos. Yo me ocupo de elegir un techo libre. Después de dar en el blanco, yo te espero abajo y nos escapamos en medio de la confusión. ¡Vas a ser famoso! ¡Muy famoso! ¿Cómo lo ves?
–Bien, excelente. Así le demuestro a mi padre que soy un gran tirador, que todas estas prácticas en el Clairton Club han merecido la pena.
–Te portarás como el buen hijo que eres.
Robbie hackeó las transmisiones de la policía local y supo que ellos, y no el Servicio Secreto federal, iban a estar encargados de los almacenes. Una buena noticia porque así podríamos saber cuál sería la azotea libre. Todo iba viento en popa.
Hasta que recibí la llamada de Ernest Jones, ¿Lo recuerdan? Era mi contacto en la CIA. Jones, jubilado ya, tenía buenos recuerdos de mi eficiencia y discreción. Me confió que estaban metidos en la campaña de Trump y que tenían entre manos un tema extremadamente delicado que tal vez fuera atractivo para mí.
–¿De qué va, Ernie?
–Bueno, es tan arriesgado que la Agencia no puede hacerlo. Por tanto, nos lo han pasado a un grupo de agentes retirados. Sabemos que Trump va adelante en todas las encuestas, pero queremos darle otro empujón. La idea es simular un intento de asesinato. Él saldrá ileso y subirá a la categoría de héroe nacional. ¿Qué te parece?
Tragué saliva. ¡Cabrones! Me resistía a admitir su plan porque teníamos el nuestro tan bien diseñado. En cambio, mi experiencia en el caso Kennedy me había demostrado la eficiencia de la CIA en tales asuntos y su gran poder.
–Me tienta. Soy un admirador de la Agencia, pero dudo que lo que propones sea posible.
Me explicó los detalles. Resultó que habían pensado igual que Robbie y yo: mismo día, mismo lugar. Con la excepción que el tirador no iba a dar en el mismo blanco, Trump, sino en otros inocentes. Me entró una inmensa cólera: ¡inocentes muertos! ¡Trump vivo! No podía ser.
No obstante, reconocí que tendríamos que descartar el diseño de nuestro atentado. La CIA suponía un obstáculo insuperable. Habría que acceder.
–Mira, Ernie, aunque lo veo complicado, creo que puede funcionar.
Para disimular le pedí dos semanas para planear todo. Cumpliríamos con los designios de Jones, así yo ganaría más credibilidad, y mataríamos a Trump en otra ocasión, que tiempo había hasta las elecciones.
Le expliqué a Robbie las nuevas condiciones.
–Mala onda, Papi– me replicó. –Tommy ya está entusiasmado con el proyecto y su destacado papel en él. ¿Cómo lo convenzo?
–Le dices que en primer lugar no hay de otra. Ya que la CIA está involucrada, estamos todos expuestos, y no podemos liquidar al Jesús naranja esta vez. Ellos van a estar atentos a lo que ocurre en Butler e impedirán que actuemos según habíamos pensado. Tommy no pierde su protagonismo. Él va a disparar, solo que no va a dar en el blanco original. Se lo diré a mi contacto para que la CIA cubra a Tommy. A ti ni siquiera te menciono. Luego esperamos otra oportunidad. Ya me hablaste de un mitin en Carolina del Norte que parecía propicio. ¿Verdad?
–Correcto, Papi. Supongo que Tommy va a tener que aceptar este nuevo arreglo, aunque no le va a gustar.
El sábado, trece de julio, prendí la televisión un poco antes de las seis de la tarde. Vi cómo Trump ascendió al podio y dio inicio a su arenga. El público estaba cautivo, entusiasmado.
Despotricaba:
–Sufrimos una invasión en la frontera sur. Millones de maleantes cruzan la línea diariamente con el beneplácito de Joe Biden, el peor presidente de la historia de EE. UU. Son bandas de criminales, asesinos, violadores, locos, pacientes mentales. Se reproducen como conejos y van a destruir esta gran nación. Envenenan nuestra sangre. Ya saben ustedes que cuando yo era presidente comencé la construcción de una gran muralla para parar la plaga. Gracias a ella el número de mojados cayó drásticamente. Nunca han entrado tan pocos. Biden detuvo la construcción del muro y comenzó una política de fronteras abiertas, una invitación a la inmigración ilegal. Mi primer día, el veintiuno de enero de dos mil veinticinco, voy a cambiar todo eso. Vamos a acabar con la invasión y deportaremos todos los ilegales, sí, vamos a deportar a cada uno, aunque sean veinte millones, y militarizaremos la frontera para que no regresen. Nunca. Vamos a hacer una limpieza general de estas alimañas. Así se hará de nuevo Grande América.
De repente se escucharon varios disparos. Fue la señal. Trump giró, tocó su oreja y de la cápsula que tenía implantada brotó un chorro de sangre que le cubrió la cara.
Cayó abatido. En seguida se levantó. Los agentes del Servicio Secreto acudieron para cubrirlo, pero le dieron tiempo para levantar el puño derecho y gritar a sus devotos. –¡Luchemos!—Todo perfecto para la foto, una foto que se volvió viral al instante.
Misión cumplida. Sonreí. Me puse a diseñar el siguiente paso.
Pero . . .
Al levantarse Trump, se escuchó el estampido de otro disparo. Miré estupefacto. Alguien había liquidado al pobre Tommy. Me engañaron otra vez los hijos de la chingada. Mataron a Tommy para que no hablara, igual que en el caso de Kennedy y Oswald. Los muy cabrones.
Estoy triste, apesadumbrado. Lo sentía por Tommy y por las otras víctimas que no sabían qué pasaba. Trump salió como un héroe con el famoso vendaje blanco sobre la rasguñada oreja. ¡Nada más que un arañazo! Qué bobo estuve, pero qué bobo.
Le envié un mensaje a Robbie por Signal. Me mandó a la chingada. Me imaginaba su malestar.
Dos semanas después Biden se retiró de la contienda. Un chocho menos. Esas dos semanas supusieron un temblor que sacudió el mundillo político. El Servicio Secreto no dio pie con bola y la directora tuvo que dimitir. Había toda clase de teorías sobre lo sucedido, que si fue Biden, que si un autogolpe. No hallaron el móvil de Thomas Crooks. Retumbaban los ecos de Kennedy-Oswald.
Yo sí sé lo que pasó. Mi nieto también. Nos tapamos la boca.
Por fin Robbie aceptó mis escusas. Vio cómo la CIA nos había hecho una trastada. Se puso furioso. Ya éramos dos las víctimas de su traición. Más convencido que nunca de la necesidad de quitar al Jesús naranja de en medio, dijo que tenía un amigo mexicano que podría suplantar al fallecido Tommy.
–Mira, Papi, los mexicanos han probado que son eficaces para los asesinatos políticos. Si alguien lo duda, que se lo pregunte a los hijos de Luis Donaldo Colosio asesinado en Tijuana en plena campaña electoral hace veinte años. Seguiremos su ejemplo. Esta vez no fallaremos.
–Vale—le respondí. –Luego me muero en paz. Tuyo será el futuro.
Fin
[1] Véase “Yo apreté el gatillo”. Trasdemar. Junio 2023.