“Una mujer en busca de sí misma” Reseña de la novela “Lluvia horizontal” de Belén Valiente, por Ramiro Rosón

En la Revista Trasdemar difundimos la crítica literaria y el diálogo cultural en las islas
Portada del libro de la autora Belén Valiente

Presentamos en la Revista Trasdemar la reseña del libro “Lluvia horizontal” de la autora Belén Valiente, a cargo de Ramiro Rosón, miembro de nuestro comité fundador. La novela, publicada por la editorial Autografía en 2023, es un diario de autoficción y la primera novela de la autora, fue presentada el pasado otoño en La Poeteca de Canarias, isla de Tenerife. Compartimos la reseña en nuestra sección “El invernadero” de literatura contemporánea de las islas.

Belén Valiente (Las Palmas de Gran Canaria, 1974) es licenciada en Derecho y diplomada en Relaciones Laborales por la Universidad de La Laguna. Ha publicado los poemarios Nudismo (autoedición, 2018) y Las flores no se arrancan (Idea-Aguere, 2021). Sus poemas y relatos han aparecido en diversas antologías y obras colectivas, como Señales mínimas (Ediciones Idea, 2012), Minitextos de amor y lujuria, creada en el marco del proyecto “Somos Solidarios” (Elena Morales y Ediciones Idea, 2013), Inspiraciones nocturnas y Versos desde el corazón (Editorial Diversidad Literaria, 2015), Las 4 estaciones (La Esfera Cultural, 2015) y Volcanes interconexos (Ediciones Idea, 2019). Ha obtenido el segundo premio del concurso de relatos del Ministerio de Medio Ambiente con su texto No ha salido el sol y el primer premio del concurso de microrrelatos del periódico Diario de Avisos con su texto Primer día. Ha sido colaboradora del programa cultural La Esfera, emitido por Radio Unión Tenerife, y ha participado en varios recitales del proyecto Poemus, junto al músico y productor Rubén Díaz, en varios locales de Santa Cruz de Tenerife, así como en la primera edición del festival poético Voces del extremo que se celebró en Canarias, en enero de 2017. Lluvia horizontal (Editorial Autografía, 2023) es su primera novela.

En esta novela se constatan dos tendencias que resultan cada vez más evidentes en la sociedad posmoderna. Por un lado, se advierte el auge de la sororidad vinculada al feminismo, que se traduce en las alianzas y redes de apoyo mutuo creadas por las mujeres y por sus aliados masculinos para asumir los desafíos de la vida cotidiana. Por otro, se pone de manifiesto el crecimiento del esoterismo debido a la crisis de las religiones institucionales, pues en el mundo contemporáneo cada vez más personas prefieren llevar a cabo su búsqueda espiritual en solitario

RAMIRO ROSÓN MESA

El libro que nos ocupa, Lluvia horizontal, es la primera novela de Belén Valiente. Su autora proviene de la poesía y no teme en absoluto reconocerlo, pues se trata de una novela creada con numerosos toques de lirismo, que asoman como flores salvajes en el bosque de la trama narrativa. De hecho, el tránsito desde la poesía hacia la narrativa parece una tendencia cada vez más frecuente en las autoras canarias contemporáneas, con ejemplos como Elsa López, Cecilia Domínguez o María Teresa de Vega, por citar algunas cultivadoras del género poético que han realizado notables incursiones en el cuento y la novela. Debemos congratularnos del auge de esta tendencia, pues la mirada poética aporta a la escritura de historias una fuerte dosis de imaginación y de experimentación con el lenguaje que no se encuentra con demasiada frecuencia en los narradores puros.

 Sobre esta fecunda base, Belén Valiente construye Lluvia horizontal como una novela de autoficción con la apariencia de un diario escrito a saltos, sin regularidad en las fechas, y que abarca un poco más de dos años, entre mayo de 2020 y agosto de 2022. Aunque la acción ocurre durante la pandemia global de la COVID-19, la situación general de crisis sanitaria casi no se nota en el relato, salvo en algunas alusiones indirectas (por ejemplo, cuando se mencionan las mascarillas tiradas en las calles, las restricciones a los viajes o el aislamiento al que se somete la protagonista en su casa mientras padece un simple catarro). Parece como si la autora hubiera querido centrarse en el mundo interno de sus personajes, omitiendo referencias a contagios, hospitales o vacunas, para que la atmósfera de esta novela guarde una cierta normalidad en tiempos de absoluta anomalía.

Llegados a este punto, debemos recordar que la autoficción podría definirse como un subgénero narrativo que toma prestados elementos de la autobiografía y de la novela, para crear una historia en que el autor se identifica de alguna manera con su protagonista y que a menudo se escribe en primera persona. Sin embargo, la novela se aparta de algunas tendencias clásicas de la autoficción, pues el nombre de la protagonista no coincide con el de su autora –de hecho, se llama Erea, una variante celta del nombre griego Irene–, mientras algunos personajes secundarios inspirados en personas de carne y hueso figuran con sus nombres y apellidos reales –por ejemplo, quien esto escribe, que aparece conversando con la protagonista sobre los inicios de La Poeteca de Canarias y las emergencias sociales del barrio de Salamanca en Santa Cruz de Tenerife–. Se percibe la sensación de que la autora hubiera querido desdibujarse, aboliendo los límites entre la realidad autobiográfica y la ficción novelesca, pues en el fondo sabe que a la narrativa no le importa en absoluto la veracidad de los datos, sino la capacidad de persuasión de la trama y de los personajes, y cualquier semejanza con las anécdotas de la vida cotidiana supone una mera coincidencia.

Con su rica interioridad, llena de pensamientos y emociones contradictorias, Erea representa a muchas mujeres del mundo contemporáneo. Afronta el camino que la lleva a su madurez vital entrando en una época de cambios, en la que se produce una transición desde los viejos mitos del amor romántico y el matrimonio para toda la vida hasta el apogeo del amor líquido, como decía el sociólogo polaco Zygmunt Bauman. A través de este concepto, Bauman intenta explicar cómo en el capitalismo tardío, marcado por la aceleración de la vida cotidiana y el aumento de la precariedad en el trabajo, las relaciones humanas, incluidas las afectivas, se tornan más superficiales y menos duraderas que en épocas anteriores, cuando se caracterizaban por su estabilidad y su permanencia. Todos estos fenómenos emergen claramente en Lluvia horizontal a través de las reflexiones de la protagonista, que mantiene relaciones de corta duración con varios hombres, incluyendo momentos de fuerte pasión y erotismo. Estas relaciones le permiten concebir la esperanza de que alguno de estos hombres se convierta en su pareja definitiva, pero este deseo no llega a materializarse. Por este motivo, a menudo Erea, cuando los otros salen de la escena y se encuentra consigo misma, siente la soledad como una punzada molesta y se pregunta en silencio por qué no logra satisfacer su anhelo de compañía:

Al volver del trabajo, mejor dicho al ir a las cañas, he sentido un vacío terrible. Me he colocado en un asiento que estaba libre casi en el medio de todo el mundo y de repente me quedé muda. La gente me pregunta por qué estoy tan callada y no sé qué contestar. Echo de menos a Pablo, a Javier. Echo de menos a la gente que creo que me quiere. El viento se ha convertido en lluvia y me siento fuera de lugar, en un limbo extraño del que quiero salir urgentemente. Toni se va corriendo para coger el avión a La Palma. Pablo está yendo en guagua hacia el norte, desde Madrid a Burgos para ver a su chica. Y yo, ¿por qué estoy pendiente de gente que no está pendiente de mí?

Dentro de estos amores precarios, la relación de Erea con el personaje llamado Pablo adquiere una importancia decisiva, pues se trata de la que más páginas ocupa en la novela, generando numerosos diálogos y reflexiones. Como la protagonista indica, Pablo mantiene una relación con una chica que vive en Burgos, encontrándose con ella en sus frecuentes viajes a la Península, mientras Erea constituye una relación secundaria, asumiendo el papel de una amiga especial o de una amante cuya existencia desconoce la novia de Pablo. Pero este último ni siquiera limita sus pasiones al marco de un triángulo amoroso, pues, al mismo tiempo que se relaciona con su novia y con su amante, no tiene reparos en disfrutar de un amorío pasajero con una amiga suya que viaja de vacaciones a La Gomera. Toda esta situación le causa grandes conflictos emocionales a la protagonista, pues en el fondo le disgusta convertirse en una suerte de amante oculta (de hecho, la autora define el amor de Pablo y Erea como una no-relación, en la medida en que no encaja en ningún tipo convencional de relación afectiva), pero, al mismo tiempo, Erea se siente querida en cierta forma por ese hombre y no sabe cómo dejarlo.

De este modo, Pablo se configura como un híbrido entre el mito de don Juan y la figura de Giacomo Casanova, los dos grandes arquetipos del hombre mujeriego. Como don Juan, trata a su amante con cierta dosis de menosprecio, hablándole a menudo con expresiones sarcásticas o humillantes, y, como Casanova, domina con maestría el tira y afloja de la seducción, comportándose de manera tierna y afectuosa cuando le conviene. Y, al caerse en esa telaraña de erotismo, Erea no deja de plantearse numerosas cuestiones. ¿Acaso debería echarle en cara a Pablo su actitud liberal con las mujeres, si al fin y al cabo se trata de un hedonista y no lo disimula? ¿Acaso debería sentirse culpable por amar a varios hombres, si en realidad pretendía convertirse en una mujer sexualmente liberada? Las contradicciones afloran a cada paso y la protagonista descubre que, en ese baile de emociones confusas, ella misma se encuentra buscando su identidad. Erea solo tiene claro que desea amar y ser amada, como tantas mujeres en el mundo, pero no sabe qué tipo de relación se ajusta más a sus necesidades afectivas. Ante la angustia de las contradicciones, quizá lo más adecuado consiste en aprender a moverse con flexibilidad, acomodándonos a las diversas coyunturas y situaciones que se nos presentan. Así lo reconoce la protagonista: Soy un bambú y estoy en la tierra, me zarandean el viento y la lluvia pero mi esencia sigue intacta.

Este desfile de amores líquidos pone de relieve las inseguridades afectivas de la protagonista. Erea se pregunta de forma continua cómo la perciben los hombres a quienes ama. La experiencia de una relación anterior con un hombre llamado Pedro, que a menudo la sometía a comentarios humillantes y otras faltas de respeto, la ha marcado con el signo de la desconfianza. Teme que sus amantes la defrauden, pero también teme defraudar las expectativas ajenas, y en ese vaivén de emociones paradójicas a veces fantasea con dejar de lado sus amores para replegarse en la calma apática de una vida solitaria. Mientras conversa con una de sus amigas íntimas acerca de Pablo, confiesa sus propias inseguridades: Si me dice que estoy buena, pienso que solo me quiere por mi cuerpo. Si me dice que soy dulce, pienso que es mentira. Y tengo unas ganas gigantes de armar una escena, de cortar la amistad o la relación o lo que esto sea. A la vista de sus fracasos de pareja, incluso llega a cuestionarse si a los demás les merece la pena amar a una persona como ella misma, que carga con un sórdido pasado a sus espaldas. Como dice Erea, la gente me mira con una mezcla de sorpresa y miedo y me dan ganas de llorar.

De igual modo, en esta novela se constatan dos tendencias que resultan cada vez más evidentes en la sociedad posmoderna. Por un lado, se advierte el auge de la sororidad vinculada al feminismo, que se traduce en las alianzas y redes de apoyo mutuo creadas por las mujeres y por sus aliados masculinos para asumir los desafíos de la vida cotidiana. Por otro, se pone de manifiesto el crecimiento del esoterismo debido a la crisis de las religiones institucionales, pues en el mundo contemporáneo cada vez más personas prefieren llevar a cabo su búsqueda espiritual en solitario, buceando en diversas corrientes y tradiciones, y se produce un retorno de los brujos (y especialmente de las brujas) en detrimento de los sacerdotes y otras figuras de autoridad similares. Las amigas más cercanas de la protagonista, como Aroa y Natalia, ejercen de confidentes y la ayudan a superar sus momentos de crisis, mientras Leonardo, uno de sus mejores amigos, actúa como una especie de consejero que le ofrece la perspectiva de la madurez y la experiencia. Pero también Erea busca en la lectura del tarot y el estudio de la astrología fuentes de luz que iluminen el oscuro laberinto de sus emociones. Cuando sus manos barajan las cartas del tarot, los arcanos mayores y menores dibujan una coreografía esotérica en la que destaca La Muerte, cuya figura de esqueleto no alude a la defunción como tal, sino a las transformaciones de gran alcance que las personas pueden sufrir en el curso de sus vidas. Y sus indagaciones astrológicas resaltan el simbolismo de la casa número doce del zodiaco, cuya configuración en el horóscopo nos permite descifrar quiénes somos realmente y qué queremos para nosotros mismos.

Otro rasgo definitorio de Lluvia horizontal consiste en las abundantes referencias a los sueños, que ocupan buena parte de la narración, hasta el punto de que la autora incluye un recurso formal en el texto para distinguir el sueño de la vigilia, estrechando los márgenes del texto cuando relata vivencias del mundo onírico. Los sueños de Erea casi siempre ocurren en espacios habitados o de tránsito (pasillos, escaleras, habitaciones, calles o plazas), donde la soñadora a menudo sufre desorientación o pérdida, simbolizando una situación en la que busca el propósito de su vida y no consigue encontrarlo. En estos espacios irrumpen los personajes de su vida actual o de su pasado, como ciertos amigos, conocidos o compañeros de escuela, y también algunos desconocidos imaginarios. Con todos ellos Erea se enfrenta a circunstancias desagradables o incómodas, pues su inconsciente lidia con sus numerosos conflictos emocionales mientras ella duerme, generando intensas pesadillas y difíciles despertares.

Por último, Lluvia horizontal destaca por la enorme presencia de Santa Cruz de Tenerife en sus páginas, pues esta ciudad no solo sirve de escenario para la mayoría de la trama, sino que deviene casi un personaje más de la obra, como Vetusta en La Regenta o Macondo en Cien años de soledad. Quienes habitan la capital tinerfeña reconocerán fácilmente muchos de sus lugares en esta novela: barrios, plazas, calles e incluso bares y comercios aparecen descritos de manera minuciosa, con la mirada atenta de quien los conoce y recorre en su vida cotidiana. Desde un enfoque realista, la descripción del espacio urbano muestra una ciudad en que la ostentación brilla cerca de la miseria: los bares pijos de la calle de Los Sueños, llenos de personas sonrientes, se encuentran a poca distancia del mendigo que pasa las horas sentado en la acera de la calle Horacio Nelson, con una pierna hinchada por alguna enfermedad infecciosa. Y en las andanzas cotidianas de Erea se respira la atmósfera de esta capital de provincia demasiado mediocre, donde casi nunca suceden grandes acontecimientos: los personajes de esta novela socializan a las puertas de los supermercados, en las marquesinas de guaguas o en las cafeterías donde se consume el desayuno, con una circularidad fatigosa, pues día tras día las mismas estampas se repiten sin novedad alguna. La presencia de Santa Cruz de Tenerife solo se interrumpe con algunos desplazamientos de la protagonista, cuando toma la decisión de viajar en soledad a Oporto y cuando pasa unos días con varias amigas en una casa rural de Garafía, al norte de La Palma. Ambos paréntesis nos descubren a una viajera que siente gran curiosidad por el mundo que la rodea.

En suma, Lluvia horizontal relata la historia de una mujer que busca amor y autoconocimiento en una época brumosa y compleja, cuando las certidumbres del pasado se rompen y la imagen del futuro no termina de perfilarse nítidamente. Muchos lectores podrían identificarse con las vivencias de esta historia relatada en primera persona, pues, aunque fija su interés en los temas del amor y el sexo, descarta los clichés de la narrativa sentimental de moda para presentarse como una novela fieramente humana, llena de emociones y preguntas universales. Entre el sueño y la vigilia, entre la razón y el esoterismo, entre el mito del amor romántico y los nuevos tipos de relaciones afectivas, merece la pena acercarse a las páginas de este libro, desplegadas como ventanas de papel a donde Erea se asoma en busca de sí misma.

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