“Hacia el paisaje interiorizado” (Homenaje a Reynaldo Pérez Só) Por Roberto Cabrera

En la Revista Trasdemar difundimos el puente literario entre Canarias y Venezuela
El poeta Reynaldo Pérez Só (Fotografía: Francisco Delgado-Bravo)

Presentamos en la Revista Trasdemar el ensayo de nuestro colaborador Roberto Cabrera (Santa Cruz de Tenerife, 1954) en homenaje al poeta venezolano, de ascendencia canaria, Reynaldo Pérez Só (Caracas, 18 de noviembre de 1945-Valencia, Carabobo, 30 de julio de 2023), destacado editor y traductor, fundador de la revista “Poesía”, editada por la Universidad de Carabobo y escritor galardonado con el Premio Nacional de Literatura 2019-2020 en Venezuela. En el ensayo extraído del libro “Reflejos” (El Vigía editora, 2008) Roberto Cabrera evoca la estancia del poeta en las Islas Canarias y realiza una visión panorámica sobre el devenir de la poesía venezolana

invisible es la fuerza de la ínsula

fuera de los mapas

de cualquier continente

“Islas” de Reynaldo Pérez Só

LA POESÍA VENEZOLANA (1909-1990)

Hacia el paisaje interiorizado

El cómo y cuándo se puede hablar de poesía venezolana específica, incluso de modernidad, parecen ser cuestiones de muy espinosa concreción. Es lo que relata Reynaldo Pérez Só cuando comienza su charla en el salón del Ateneo.


Fue Andrés Bello en sus poemas Zona tórrida y Alocución a la Poesía, el que explícitamente recomendaba para una nueva expresión poética, la recreación de la flora y la fauna venezolanas, olvidando desafortunadamente otros rasgos sumamente importantes y hasta vitales. Las dos vías que a partir de aquí persiguen el alejamiento de los modelos españoles, fueron: de un lado, una tendencia romántica, surrealista, y otra que apuesta por lo telúrico, lo folklórico y por el criollismo como elementos
esenciales.


La primera ruptura importante, aunque con prevalencia del mimetismo apuntado, ocurre sobre 1909 de la mano de Salustio González, y ya en 1918 irrumpen otros poetas entre los que destaca Ramos Sucre, seguido de Andrés Eloy Blanco o Paz Castillo, tocado este último por una poesía de corte metafísico. Caso aparte lo constituye Enriqueta Arvelo Larriva, quien inaugura con tal acierto la decisiva participación de la mujer en la poesía venezolana. Alrededor de 1920, con Antonio y la influencia de Ramos Sucre, vuelven a manifestarse aquellas alternancias entre una poesía que se quiere específica y otra cuya modernidad la encuentra siguiendo en numerosas ocasiones las pautas del afrancesamiento surgido como reacción a España.


Entre 1935 y 1940 aparece en escena el grupo de poetas que trabaja en torno a la revista VIERNES: Otto D’Sola, Pablo Rojas Guardia, entre otros, quienes abrirán nuevas vías de reflexión y cuyos nombres se suman a los de Juan Liscano, Ana Enriqueta Terán y a la novedosa figura de María Calcaño, autora de dos o tres libros, pero que con unos versos de fuertes tintes eróticos rompe con otras propuestas y prepara el terreno a una poética que se reconoce netamente en el paisaje interiorizado, en el modo de ser y los rasgos psicológicos del venezolano.


Juan Sánchez Peláez, Silva Estrada, J. R. Muñoz, Juan Calzadilla, pero sobre todo Ramón Palomares, a partir de 1950 expresan a las claras, con elementos rítmicos y de la oralidad, un escribir como se habla, una necesaria naturalidad que continúa siendo punto de referencia para las poéticas contemporáneas de Venezuela.


En los 60 se desandan los senderos del surrealismo y la violencia. El poeta se compromete con lo social decididamente y aparece una poesía en muchos casos fundida al desgarramiento revolucionario y a la mítica guerrillera venezolana. El chino Valera Mora, Teófilo Tortolero, José Banseta, Ludovico Silva, eran la larga epístola de la que apenas quedan unos nombres…
Con el final de la década se alumbrará una nueva ruptura: 1970. La búsqueda de un lenguaje propio y un cierto recogimiento interior son características señalables, junto a la confirmación de la intervención conclusiva de la mujer en la reencontrada tradición, y que los poetas más interesantes provengan del interior del país.


La irrupción de ellos coincidirá con la aparición de la revista POESÍA, y son: Laura Graceo, Mariana Fernández Palacios, Alejandro Oliveros, Russoto y Reynaldo Pérez Só, quienes reúnen lo que la geografía encontró disperso.En los 80, aunque la búsqueda de ese lenguaje continúe, hay más un seguimiento del patrón de la poesía cubana, aunque sin el compromiso político. Hay primero un planteamiento teórico que antepone el cómo debe hacerse al hecho poético. En Caracas surgirán los grupos Guayre y Tráfico, con Rafael o Rojas Guardia (hijos) a la cabeza. Mientras que en el interior prospera el grupo Valencia: Pedro Velásquez, Cintya Desantis, Carlos Ochoa, Adhely Rivero, etcétera.


Por tanto, se puede considerar como grupo de resistencia (opuesto a ese surrealismo de importación, brotes de huero neorromanticismo, criollismo y oficialidad) al que arranca en Palomares, Calcaño, Terán o Arvelo Larriva, y quienes a veces con el silencio como vía y otras con la búsqueda consciente de la poesía venezolana, americana, consiguen que la discusión continúe con la especificidad y contemporaneidad en una línea de continuidad aislada, y el neorromanticismo y los epígonos de la copia de modelos por la otra.
Los aplausos llenan la sala, sin embargo creo que pasaron los años y nunca se publicó el grueso de aquella conferencia de la que al parecer sólo yo pude rescatar estas líneas y homenajear así la impagable labor de la revista POESÍA de la Universidad de Valencia en la República Venezolana.

SOBRE LA GENTE AMADA

Vamos dando unas vueltas por la ciudad. En unos segundos empatamos la conversación que quedó hibernada algo más de una década. A veces nos sentamos en los mismos lugares, sin que ello sea un pretexto para la nostalgia. Él, nos pregunta por eventos y nombres pretéritos. Bermejo, nuestra pasión fetasiana de hace diez años… Van transcurriendo los inolvidables días. Las noches se alargan. Los poetas que uno conoce van saliendo de sus escondrijos.


Ya se habla en un tono más alto y confiado. Se emburuja la madrugada con la hoja de periódico y el sueño, el papel de estraza y la poesía con recuerdos que se disparan a un porvenir ingenuo en la rueda de los frutos de sartén.


Entran en liza nombres como Héctor Gil, Luis Briceño, ex guerrilleros presos en la Cárcel Nacional de Maracaibo. El apellido Santos, derivación del hebraico Sem Tob. La bella contractura de la palabra Venezuela. Nuestra espalda e interesado olvido ante la incierta situación de aquel país.

De su primer libro de poemas, Para morirnos de otro sueño, editado en la ciudad de Caracas por la editorial Arte de Monteávila Editores, son estos versos: «Los que soñamos / sentimos el sueño más hermoso / nos morimos temprano / porque no somos sueños / ni pájaros / y el aire nos pesa / sin embargo con todo / volvemos cada noche / para morirnos de otro sueño / no debemos miramos si nos sentimos abajo / en el fondo / allá hundidos donde los caballos / son de yeso / las viejas casas derrumbadas / la muerte no debe / ser ese caballo blanco / que nos sigue».

Audaz, penetrante y terrible la brevedad de estos textos. De ellos —reza en la cubierta— se desprende el conocimiento interior que anonada.
«Broto sobre la tierra y / temo / el viento y la lluvia / pasa / no perdura / mi alma / ella vuela como un perfume / ligero». Reynaldo saca sus libros, sus revistas, sus separatas, sus armas secretas. Nosotros hacemos las guardadas preguntas. ¿La novela venezolana? Es necesaria la prosa contenida que evita discursos. Se ha dicho en ocasiones de la novela venezolana: verborrea y gracias. Creo que hay algunas normas que valen igual para poesía, poética, prosa. Una de ellas es no derramarse.

Texto-cascarón, poesía-concha, respiración de adjetivos, lenguaje florido: las trampas cazabobos de la poesía (…) Nada de hueso, pero sí tanto de plastilina: los epígonos del Siglo de Oro, nuestros románticos, los tardíos modernistas, los cultores del surrealismo latinoamericano, etc. de los buscadores del mármol de Carrara en las esculturas centroeuropeas.


Pérez Só contestaba a Pedro Téllez en la revista La Tuna de Oro: «Este libro, “Ars poética. Fragmentos de un Taller” pienso que responde a un camino entre poesía y prosa. Los aforismos son de tradición muy judía. Encontré aquí la agudeza y concentración de la poesía y la libertad de la prosa. Me llamó la atención las explicaciones que de los poemas hacen San Juan de la Cruz, Fray Luis de León; una gran cantidad de aforismos de Gracián e incluso Leopardi o los Sutras budistas en diferentes tradiciones. Tras el poema hay silencio o vacío: terra incógnita. El ruido es el alimento de la prosa. Es la diferencia del poema y el no poema».


La poesía universal carece de sitio, tiempo por lo tanto no tiene sustancia, lengua. Está escrita por un poeta sin sitio, ni tiempo, ni cultura, ni sustancia, ni lengua. Universal a priori. Pasa el tiempo y sorprende ese afán que se continúa en el empleo del verso corto. El texto corto, el poema corto existían en una serie de tradiciones: kabilias, bereberes, africanas, precolombinas. Hay tradición castellana y en Portugal cuartetas en poemas de cuatro versos y siete sílabas. Así que el verso corto no es producto exclusivo de la modernidad, aunque en el siglo XX el lector reclame lo esencial frente a lo meramente anecdótico. Quizá tengo que ver esa eliminación de adjetivos que reclama la contemporaneidad. Ni en Japón, ni en África, ni en la poesía indígena existía ese gusto rococó, más bien pienso en una poesía del sustantivo. El adjetivo aleja la experiencia, tiende a lo abstracto y al adorno.

La obra narrativa de Reynaldo Pérez Só, poeta venezolano de padres canarios, palmeros de Tenagua (Benahoare), permanece inédita. En Venezuela se le reconoce como el introductor de la poesía brasilera en parte de Latinoamérica. El 23 de agosto de 1986 se terminó de imprimir el que hasta la próxima salida de «Benamú» son poemas del recogimiento sensual y la exaltación amorosa, pero esa es mi apreciación personal… es su último libro de poemas, Matadero.

Los días, las horas, se han esfumado. Quedamos expectantes, con las revistas, los libros, los momentos vividos. El dolor ladrón del tiempo, da el pistoletazo de salida y el poeta surca los aires del Atlántico de vuelta.


Roberto Cabrera (Santa Cruz de Tenerife, 1954). Estudió Filosofía y Ciencias de la Educación en la Universidad de La Laguna. Su inquietud literaria quedó reflejada en la creación de suplementos literarios y revistas poéticas, como la Revista Semanal de las Artes, que apareció en el diario La Tarde, a finales de la década de 1970, y que propuso la reivindicación de los escritores fetasianos; o Nuevos Caminos, en la que se recuperó la poesía social de la posguerra en Canarias. Más tarde, colaboró en revistas como Liminar, Lúnula, Disenso, El Taller, Fetasa o Cuadernos del Ateneo, y contribuyó a la fundación de Menstrua Alba, Taramela, Teresa en el Balneario, El buey de las estrellas, Aquel viejo noray y El Vigía. Ha dirigido la revista Acorde y las ediciones de la revista El Vigía, y ha preparado la antología Poesía Canaria ante el fin de siglo (Valencia, Venezuela). Músico de jazz y compositor, se ha interesado también por el folklore de Canarias, el norte de África y Cuba. Ha publicado las novelas Ídolos de bruma (1979), La nube especular (1989), La yerba negra (1995) y Los lunares del césped (1999, reeditado en 2010); los relatos Suicidio en Desolación Road (1980), Amor, mora, roma (1986), Viaje a Hero (1988) y XXV relatos (2007); los poemarios Desangre libelular (1981) y Pie de rumbas (2006); y los ensayos Reflejos (2008) o Drumbass canario: ritmos canarios de música contemporánea (2011), entre otros.

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