“Costa nororiental” Poemas de Yanier H. Palao

Yanier H. Palao (Holguín, Cuba, 1981)

Presentamos en la revista Trasdemar una muestra literaria de nuestro colaborador Yanier H. Palao (Cuba, 1981) Escritor, restaurador y artista plástico. Miembro de la UNEAC. Recibió la beca de creación literaria que otorga el proyecto “Torre de Letras”, que dirige la escritora Reina María Rodríguez, 2016. En el 2018 publicó Óxido por Letras Cubanas. Actualmente reside en Quito

Yo quería integrarme al paisaje. Mirar los páramos secos, distantes, hostigados por el sol; el sol blanquea los troncos raquíticos de los árboles. Un sol que crispa el deseo de caminar. El paisaje me abraza hasta dejarme sin autoridad, pone orden en mí. Soy un hombre solo. Afuera hablan

YANIER H. PALAO

MAESTRO DE OBRA


Nunca vi ese título en nadie
no lo tiene el medico del grupo multidisciplinario
que hizo una reconstrucción craniana.
No lo lleva el obispo que oficia la misa los domingos.
No llegó a ser maestro de obra José María de Mendive.
El hombre que educó al niño Martí.
Tampoco tiene ese título, ni babalaos, ni santeros que ha diarios consultan
para hacer llevadero sus días.
Ni políticos, ni artista alguno es llamado así.
Solo el hombre feo, entrado en edad, negro,
con el hedor de los rones baratos, sin dientes.
El albañil, el destruido porque su esposa se fue del país hace dos años.
En su solapin prendido del borde del cuello de su camiseta de trabajo
se puede leer con todas las letras
Maestro de obra.
Empresa constructora.
El destruido construye.

Sabe la medida exacta
De una buena mezcla.
Cuanto de cemento, cuanto de recebo.
La resistencia de una pared interna
que funciona como columna.
El peso soportable.
Él me explica.
Todo radica en hacer la mezcla apropiada
para levantar el muro
y la función que este va a tener.
Es imprescindible saber la función
de la estructura.


PIE DE AMIGO

Se necesita uno, dijo el carpintero
tan solo es una cuña de madera
que sirve de soporte para reforzar la unión.
Tuve muchos pies entres mis manos.
En mi boca, queriendo penetrarme.
Es curioso. Recuerdo los pies y no los rostros de los amantes.
Aquellos húmedos de uñas super cortadas y muy limpias.
Los gruesos de dedos cortos y redondos tenían un olor tenue
no llega a hacer desagradable.

Los carpinteros por lo general
son hombres mutilados.
La sierra les lleva algún dedo de la mano.
Pero, este carpintero al pedirme
un pie de amigo, me trajo el sabor de mi lengua
entre los pies de los hombres que he podido
engañar con mi entrega.

El carpintero ebanista, refuerza la mesita tocador del siglo XVI.
Hace todo lo posible por que no se vea la reparación.
Como el cirujano plástico, maxilofacial.

Salgo del taller
Veo en los portales a las mujeres
Aplicarse esmaltes en las uñas.
El toqueteo perenne entre ellas
a favor de lucir bien.
Si yo al menos,
hoy pudiera tener
entre mis manos
un pié amigo.


EL VIRUS

No puedo salir.
No son los asaltantes, ni asesinos,
aunque aquí no se mata por placer
se mata para robar.
El virus si mata por placer.
Hace ya sesenta años una revolución mata a un país.
¿Pero, que es un país,
su gente,
los límites geográficos?
A veces creo, la revolución no mata nada
el país existe sin alardes ni premios.
Playas bellas, el mar perfecto.
Y hasta el hambre y la miseria, pues ellos son fotogénicos.
me percato de eso:
cuando vi vender fotos en blanco y negro
de la patria.
Hoy estuve matando cucarachas.
Me sentí bien al aplastar el invertebrado
dejándolo incrustado en la pared
saliendo la sustancia blanquecina.
Ellas no tienen sangre.
El virus está contento, su éxito es rotundo.
Una micro partícula mata.
He visto su imagen.
Creo que si vivo después de todo,
si existe el después, me tatuaré su rostro.
Y pensaré en lo pequeño,
en lo insignificantes.
En la mirada de mi amigo tomando café delante de mí.
En las palabras dichas con desde,
en las palabras no dichas
pero si pensadas
y en mi inútil
e inservible guerra ganada
matando cucarachas.


COSTA NORORIENTAL

Yo quería integrarme al paisaje. Mirar los páramos secos, distantes, hostigados por el sol; el sol blanquea los troncos raquíticos de los árboles. Un sol que crispa el deseo de caminar. El paisaje me abraza hasta dejarme sin autoridad, pone orden en mí. Soy un hombre solo. Afuera hablan. Detrás de la puerta estoy con los que antes estuvieron en estos colchones, con los que no quisieron acompañarme.


A estos cuartos viene la gente a suicidarse. Es un bello lugar para morir. Desde lo alto se ve el mar, el litoral nororiental.

Yo adentrándome entre árboles sin follaje al mediodía. El resplandor cortaba las sombras de las ramas largas y delgadas. Solo algunos arbustos mostraban un fruto circular, negro, no comestible.

Miraba la mano que siembras Justicia, planta ornamental de hojas largas en forma de cintas, amarillas con manchas verdes (como Orula). La mano pone las yemas de esas plantas en un pomo de vidrio y lo coloca encima de la mesa de comedor. Así vemos a diario cómo crecen las raíces mientras nos alimentábamos, mientras moríamos. Cuando las raíces han crecido lo suficiente se siembran esas plantas alrededor de la casa; dicen que eso puede ayudar.


EL CRECIMIENTO DEL DESESPERO

Fuimos mirándonos poco a poco hasta hablarnos y no poder más e irme a su casa. Hice el viaje pensando en él. Al llegar estaba allí, en el café, su silla frente a la calle. La precariedad siempre relacionada al placer. Avanzábamos por entre el fango, al sur. Los quince minutos sin hablarnos, las lágrimas mancharon nuestras camisas, humedeciéndolas, haciendo visible lo que nunca dijimos.

La puerta hecha de pedazos de cartones y tolas. Dentro, en el cuarto, un manto tejido muy sucio, dividiendo el pequeño espacio. En el techo cruces marcando por donde se cuela el agua. Detrás del manto, una cama montada sobre cuatro ladrillos. Unos cubos, algunos pomos, botellas de ron vacías, platos plásticos con restos de comida. El barrio antiguamente fue un polígono para prácticas militares. Las familias han levantado sus casas aprovechando las paredes de mampostería. Otra vez lo que no fue construido para vivienda se convierte en hogar. La zona es llana y muy baja. Al caminar parece que te hundes, siempre hay fango.


Yanier H. Palao (Holguín, Cuba, 1981) Escritor, restaurador y artista de la plástica, miembro de la UNEAC.


Obras publicadas: Sombras del solo, Ediciones Holguín, 2005 (Poesía). Peces en bolsas de nylon, Ediciones Ávila, 2009 (Poesía). Premio “Poesía de Primavera” de la A.H.S en Ciego de Ávila, 2008. Música de fondo, Ediciones La Luz, 2010 (Poesía). A la intemperie, Ediciones Holguín, 2011 (Poesía). “Premio de la Ciudad”, Holguín, 2010, y “Premio Puerta de Papel”, del Instituto Cubano del Libro, 2013. Vaciados, Ediciones Aldabón, 2011 (Poesía). “Premio Cauce”, UNEAC Pinar del Río, 2010. Esteros, Editorial Abril, 2013 (Poesía). “Premio Calendario” en Poesía, 2012. Es coautor, junto a Luis Yuseff, de la selección La Isla en versos: cien jóvenes poetas cubanos. Ediciones La Luz, 2010. Recibió la beca de creación literaria que otorga el proyecto “Torre de Letras”, que dirige la escritora Reyna María Rodríguez, 2016. En el 2018 publicó por Letras Cubanas Óxido. Por diez años estuvo laborando en la restauración del centro histórico de la Habana. Producto de ese trabajo sus manos envejecieron prematuramente. Quiso ser arqueólogo, geólogo, todo lo escondido, lo enterrado le fascina. Sus artículos de opinión aparecen con frecuencia en; El museo de la disidencia. El árbol invertido. Alas tensas.

Un comentario

  1. Alfredo Bernardo Rojas Hernandez
    Alfredo Bernardo Rojas Hernandez

    Poesia nitida , transparente y clara , del pueblo , para todos , universal !

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