Presentamos en la Revista Trasdemar una muestra literaria del autor José Alberto Conderana. Doctor en Historia del Arte y Profesor de Ciencias Sociales y de Arte y Pensamiento en la Universidad Pontificia de Salamanca. Algunos de sus textos literarios y de sus poemas visuales aparecieron en los fanzines de auto edición A Mano y Sign’zine
EL MÉTODO
-¿Que si hay un método para escribir un cuento?
Petra respondió a Noa de inmediato, sin aminorar el paso y sin buscar la mirada de perpetuo asombro de su compañera.
-No, por supuesto que no. Cada historia genera respuestas concretas y solventa dificultades irrepetibles. Eso es lo que a mí me parece el método. Hay tantos métodos como narraciones.
Noa y Arcadia flanqueaban a la curtida e impetuosa Petra. Iban calle abajo, en busca de la estación.
Petra percibió un principio de desasosiego en Noa. Y en tono menos vehemente, volvió sobre el asunto.
-Sobre esto, tienen mucho que decir Maga y Julia Verita. Si escribes para la gente de Alter, como hace Verita, seguramente necesitarás un esquema directriz de polos y de líneas, así creo que lo describe ella, un esquema estable, reutilizable. Pero si escribes desde y para los azares del mundo, como hace Maga, lo más probable es que cualquier método sea como un yugo que hace bajar la cabeza. El arte, se dice a menudo, es libertad sin método.
LA ESTACIÓN
Los trenes de los andenes 3 y 5 entraron en la estación casi al mismo tiempo, masivos, livianos, estilizados, acompañados de una sinfonía en sordina de estridencias y de frenadas rechinantes. Verita y Petra iban en dirección Sur y salían del andén 3. Arcadia y Noa iban hacia el Norte y salían del número 5. Se despidieron afectuosamente y se separaron sin demorarse.
En los vagones había pocos viajeros. Verita se acomodó junto a una ventana, sin ánimo de conversar con Petra, y hojeó una de las misceláneas literarias colocadas en la malla de la parte trasera de los asientos. Se detuvo en un imprevisto ‘Atlas’, un texto de Heine. Y leyó, en la traducción de Saúl Botero-R.
¡Yo, infeliz Atlas! Un mundo,
todo el mundo de los dolores debo soportar.
Soporto lo insoportable, y se rompe
el corazón dentro de mí.
¡Tú, orgulloso corazón, tú lo has querido!
Quisiste ser feliz, para siempre feliz,
o para siempre desgraciado, corazón orgulloso,
¡y ahora eres desgraciado!
Los versos formaban parte de El canto del cisne, un sombrío ciclo de Schubert. El texto de Heine pareció a Verita propio de alguien vencido por el sentimiento de la derrota y de la desesperanza. Lejos de la ironía que caracteriza anteriores composiciones del deshacedor del romanticismo.
Fue pasando páginas sin descubrir materiales que la invitaran a detenerse. Encontró trabajos experimentales y otros de difícil clasificación, como ‘Unos cuantos’.
El corredor de entrante aún necesitó otra manera fuera, y sus inmensas fotografías coloridas así lo ofrecen. Ellos tercian a nadie, mientras desechando sentimientos igualmente de piernas-cortas, arremeten aún. Ellos continúan su enfoque en los árbitros, tan a menudo plagados comiendo los desórdenes, y en los espectadores valientes, puestos durante una noche de sobreconsumo en serie. Todos ellos construyen una casa, de marcos de madera y rayas de espada, cautelosamente. Los perros negros sostienen los marcos fuera del suelo, como si el tiempo suburbano todavía cayera.
Una mención vislumbrada de manera totalmente imprevista del entrañable río Burelón, de fama estrictamente local, hizo que volviese a una página anterior, en busca de título y de autoría. Poco le decían las iniciales A.C.C., que fulgían a modo de rúbrica, pero el título, ‘Lo que escapa de la cartografía’, no le disgustó, y se dispuso a leer, un algo adormilada.
En M. siempre es de noche –como en el palacio de El imperio de las luces-.
En A. se encuentran minas de carbón forradas de pan de oro.
En L. C., flanco noroeste, hay una ladera con tres tumbas vetonas, cada año más cercanas del borde del río Burelón.
Bajo el lecho del río Gritos se han descubierto una guadaña, una peluca, un par de ojos de vidrio, unos guantes.
En los arrabales de V. –en realidad todo el lugar es un desarticulado y roto arrabal- se muestran tres esferas. Una, del tamaño de una cabeza humana. Otra, del tamaño de una naranja. La tercera, del tamaño de una cabeza de mirlo. La luz embute unas en otras. La noche las disgrega y arroja en tierra, como si fuesen escombro.
Hay quienes piensan que los hechos son falsos, y los nombres de los lugares –todavía abreviados- exactos. Y quienes piensan que los hechos son exactos, y los nombres de los lugares –aunque secretos- falsos. No se contempla, por ahora, una carta de autenticidad indiscriminada.
Por inercia, Verita se puso a leer los versos impresos en la página siguiente, colocados bajo el título de ‘Ciudades vacías’. Su respiración se hacía honda y pausada y una agradable sensación de ingravidez invadía todo su cuerpo. Sus ojos saltaban de una línea a otra e iban dejando atrás rápidamente inútiles peldaños en un momento en que todo su ser sentía cómo el mundo iba despareciendo por efecto de la somnolencia. Pero aún acertó a transitar por algunas expresiones.
Falaces lámparas,
Gris vigilia crepuscular,
Gris hilera de salidas falsas.
Ciegos y sórdidos recintos grises,
Construcciones anegadas,
Grandio iiiiimaaaectivaa
Dio una primera cabezada, pero salió del vórtice como si hubiera rebotado, pese a estar ya enganchada solo confusamente al tropel de las palabras, que todavía pudo seguir transportándola un poco más por otra de las estrofas.
En los anillos exteriores,
Excéntricas e ilógicas,
Villas curvilíneas
Vacantes.
Islas de luz rumorosa
Impolutas y sin huella alguna,
Vestigio de uun faastoooooo
‘Vestigio de un fasto’ fue lo último que sus ojos abiertos leyeron antes de caer en un sueño profundo.
Soñó que llegaba el invierno y que entraba en un túnel cubierto de ásperos enramados vegetales; soñó que la vegetación saturaba el interior del túnel hasta volverlo compacto como un tronco; soñó que al llegar la primavera despertaba dentro de un túnel completamente hueco, girado 90 grados, vertical como un fuste o un pasadizo abierto en altura hacia una selva aérea. Y mientras la vegetación de la selva crecía en todas direcciones, velozmente, como a cámara rápida, casi silbando al hendir el aire las nerviosas madejas de los tallos excitados en su progresión múltiple, en los claros que había aquí y allá, después de un tiempo de ausencia y de olvido, Verita se reunía de nuevo con Arcadia y con Noa, se reconciliaba con Petra, y todas en el sueño daban rostro a la primavera y adquirían alguno de los rasgos de la lejana y rememorada Maga, definitivamente instalada en el Sur.
MERIDIÓN
El mediodía, inmóvil, despuebla las calles.
Como espejos cubiertos de almagre
Resplandecen los tejados de tierra.
La luz, enrojecida y pertinaz,
Y el eco, solemne y sombrío,
Segregan un relieve rojinegro.
En medio de las tumbas abiertas,
La triangular habitación del tiempo,
Lugar de una espera acribillada.
Mediodía carcomido, vieja osamenta
Semiahogada por la arena,
Luminosa hora, engreída, arrebolada,
Sobre un desierto de espinas, aún en pie.
José Alberto Conderana es Doctor en Historia del Arte y Profesor de Ciencias Sociales y de Arte y Pensamiento en la UPSA. En los últimos años ha publicado diferentes trabajos sobre estética, arte y comunicación. Sus líneas de investigación son el arte contemporáneo, la epistemología del arte y los fundamentos de la emoción estética. Algunos de sus textos literarios y de sus poemas visuales aparecieron en los fanzines de auto edición A Mano y Sign’zine.