Presentamos en la revista Trasdemar un ensayo del autor Sergio Barreto sobre la poética de Manuel González Sosa (1921-2011) exponente de la poesía canaria de posguerra, fundador de los Pliegos poéticos San Borondón y la reconocida Colección de poesía La fuente que mana y corre
Y es que el genuino talento de González Sosa parece encontrarse en la mirada ―en el grado de resolución óptica de la mirada―, una mirada hiperlúcida, atravesada por la perspectiva moral y nutrida gracias a los contrastes que sólo una mente en perpetuo movimiento puede revelar.
SERGIO BARRETO
Definir con una sola palabra la experiencia poética desarrollada por un hombre a lo largo de toda su vida puede parecer un reduccionismo excesivo; aun así, me atrevo a decir que la palabra que resume la obra, y tal vez la vida, de Manuel González Sosa es discreción. El libro que reúne esa obra, A pesar de los vientos (Ed. Salto de Página, 2013), es un ejemplo fiel de esa discreción elevada a rango ascético. Y es que sin ese concepto, separando a González Sosa de esa discreción, sería difícil entender su peculiaridad más honda, porque sólo aplicando a su corpus creativo dicha actitud vital puede vislumbrarse, a nuestro juicio, el motivo por el que prefirió mantenerse al margen de todas las tendencias líricas, convirtiéndose en un poeta de creación silenciosa y de difusión limitada. Esto revaloriza, hoy por hoy, su autenticidad. Pero además, en su momento, esa actitud le permitió a nuestro poeta desarrollar una obra personalísima y de una hondura que sólo puede provenir del verdadero contacto con el hombre, el lenguaje y sus problemas.
Porque en González Sosa no tienen lugar, en efecto, mímesis epigonistas o acomodamientos estéticos. Su poesía emerge de una actitud de rigor y coherencia constantes, de exploración minuciosa de la mirada y con la mirada, de un acto de riesgo del lenguaje para captar o atrapar el sentido de un mundo por el que desfila la belleza, entendiendo la belleza al modo de Keats (a cuya memoria, por cierto, dedica el hermoso poema que cierra este libro), es decir, como verdad que se abre en el límite del decir hasta dejarnos mudos, atrapados en los versos finales de su «Oda a una urna griega», donde un silogismo aparentemente obvio se convierte en sentencia elevadísima.
Lo bello, en Manuel González Sosa, no es lo sublime, sino, tal y como lo consideraba Mircea Eliade, lo sagrado. Debido a esto, poemas como «Manto de Paracas» o «Regreso» plantean entramados conceptuales y fónicos que, al encontrarse a merced del símbolo, adquieren una complejidad inusual en la que experiencia, conocimiento y comunicación se imbrican medularmente, desactivando ese dualismo roñoso que ha carcomido, en los últimos decenios, a la poesía española. La duda en torno a la idea de poesía como conocimiento o como comunicación no tiene lugar en Manuel González Sosa, sencillamente porque carece de relevancia. Lo importante para nuestro autor era escarbar en el idioma del mundo (el otro lenguaje con el que se escribe el poema) para retener su forma entre las manos y perpetuarla en la página. Y esto mediante un discurso poético donde aquello que acontece está más allá de paisajes y descripciones preciosistas, concretamente en los instantes sagrados que forman el tejido de lo real y que necesitan del pensar para ser y del lenguaje para expresar lo que son y, claro está, permanecer. El poema «Hallazgo del chopo», perteneciente a la serie «Entrevisiones» (del cuaderno Paréntesis), expresa bien este particular:
Para uno el chopo era un árbol fabuloso, no real. Un árbol lírico que sólo crecía y medraba en los versos del poema o en sus cercanías. Y esta mañana he visto un chopo. Estremecido, disparado, sagital, junto a unas piedras románicas de Pancorvo. Empapado de lumbre matinal, me pareció, en la instantánea visión de la ventanilla del tren, más bello aún de cómo me lo ofrecieron las lecturas de Azorín, de Antonio Machado, de Unamuno.
Fieles reflejos de este peculiar idealismo son sus sonetos. La exigente estructura métrica, así como el pulso expositivo-reflexivo de los catorce versos, parecen adaptarse al riguroso laboratorio lingüístico que González Sosa desplegaba a la hora de encaminar los versos hacia el poema. Quizá por eso durante toda su trayectoria cultivó con fruición esta modalidad poética y, precisamente por ello mismo, logró entregarnos una forma de soneto peculiar, personal, con respecto a la tradición sonetista practicada en nuestro idioma y que, si en su caso hereda de Unamuno el tono existencial y la cadencia áspera, escapa pronto del sonetismo clásico y efectista, casi vacío, que dominó en España en los años cuarenta y cincuenta del pasado siglo. «Llama en la puna», de Cuaderno americano, es claro ejemplo de esa elevada exigencia:
La costumbre del gueto y la miseria
hincó la mansedad en estos seres
que avanzan por el tiempo y los senderos
como sombras, furtivos y sonámbulos.
Con leves tumbos la ternura agita
alguna vez sus almas: solo entonces
las aguas muertas de los ojos tiemblan.
Pero ningún relámpago sombrío
incuba en las afueras de sus frentes
una brasa o un rescoldo vendimiados
en escondida hoguera de coraje.
Solo esa bestia, inmóvil contra un fondo
de nevados y abismos, procazmente
asume el ademán de los picachos.
Y es que la estimulante dificultad, el rigor, la penetración metafísica, al plantearse como elementos que conforman el campo de batalla verbal, conducen al poeta a desmarcarse de garcilasismos y retoricismos, para así acoplar su voz a esa cadencia que González Sosa consideraba absolutamente lograda en un poema como «Noche y muerte», de José María Blanco-White, del cual realizó dos versiones al español. En los textos que componen «Paisajes con sombras» (de Cuaderno americano), la presencia del César Vallejo de raigambre moralista parece planear sobre todo el cuaderno, aunque, en el caso de nuestro autor, esta moral parece más vinculada a la visión del lenguaje como herramienta de búsqueda humanista que a la visión desencantada y sufrida del hombre que nos legó Vallejo. «Ruinas de Chan Chan», el impresionante poema que abre dicho cuaderno, es un ejemplo claro de este compromiso moral con el lenguaje. Veamos un fragmento:
[…] Molida
como todas las tierras por los dientes
del tiempo y la intemperie. Igual que otras
―melada, gris, sedeña, áspera, parda,
blanca de sucia cal de viejos huesos―,
y entreverada como todas ellas
de recónditas sales. Pero ungida
con saliva de Dios por un destino
impar aunque caduco. […]
Continuando con este aspecto de la dimensión moral del lenguaje que preocupó a González Sosa, me gustaría destacar que uno de los creadores que vinieron a mi cabeza mientras leía las cinco partes que componen A pesar de los vientos fue Charles Tomlinson, considerado por muchos como el poeta de la mirada. Algunos textos del autor inglés, como «Santiago de Compostela» o «Xochimilco: palabras», parecen hacer fuerza común con el autor canario, refrendando aquello que dijo Borges sobre el poema continuo, único, escrito desde los albores de la humanidad hasta nuestros días. Y es que el genuino talento de González Sosa parece encontrarse en la mirada ―en el grado de resolución óptica de la mirada―, una mirada hiperlúcida, atravesada por la perspectiva moral y nutrida gracias a los contrastes que sólo una mente en perpetuo movimiento puede revelar.
Otro aspecto que cabría mencionar aquí, y que ratifica esa actitud vital que constituye el eje de su creación, radica en su dominio del poema breve, entendiendo poema breve como pieza lírica no superior a treinta versos. Son precisamente esas aguas las que, a nuestro entender, Manuel González Sosa navega con eficacia, guiado por la brújula de su espíritu lírico y tratando siempre de alumbrar con algo de sentido un mundo extraño. Su inconformismo existencialista (unamuniano) nos zarandea, para decir que la sombra es más densa que lo que la suscita y, por lo tanto, debe ser aprehendida, interpretada y fijada mediante el discurso poético. Buen ejemplo de ello es el poema titulado «César Vallejo»
Puedo buscarte, y te hallaría.
Tú no estás muerto, ni lejano.
Nunca saliste de tu pueblo.
De la vigilia no te fuiste.
Ni de la infancia. En ellas sigues,
niño medroso. El cuerpo envuelto
en un sudario ya podrido,
acurrucado entre los pliegues
tibios del halda de tu madre,
tu pulso huyendo hacia las yemas
de las raíces que aún se asoman
fuera del vientre devastado.
Mientras oscuras voces, pasos
de nadie, sombras, de tus ojos
el sueño espantan. Nunca, nunca
tú soñarás que ya creciste
hasta la altura de tus años
―cima ofrecida a cualquier viento.
Continuamente, con sus filos
de hierro o pétalo, las horas
habrán de herirte, y desde dentro
cada tañido de tu sangre.
Arada a punta de ascua insomne,
no en las pupilas, en dos úlceras,
seguirá en vela tu mirada,
doliente siempre y pavorida.
Tocaré acaso el sobresalto
que me posee, si te encuentro
y como un bálsamo abandono
mi compasión sobre esa llaga.
Poeta, Manuel González Sosa —para decirlo en un rápido recuento—, discreto, voluntariamente al margen de las estéticas imperantes, abierto a lo sagrado y al instante, existencial e idealista a un tiempo, comprometido con el lenguaje, de honda mirada metafísica y maestro del poema breve
Manuel González Sosa (Guía, Gran Canaria, en 1921 – Las Palmas de Gran Canaria, Las Palmas, 25 de octubre de 2011)
Obra poética
Sonetos andariegos, Las Palmas de Gran Canaria, El Museo Canario, 1967 (Prólogo de Pedro Lezcano)
Dos poemas venezolanos, 1975
Homenaje sucesivo/Antonio Machado, 1976
A pesar de los vientos, Madrid, Taller Ediciones JB, 1977
Contraluz italiana, Las Palmas de Gran Canaria, La fuente que mana y corre, 1988
Díptico de los pájaros, Las Palmas de Gran Canaria, 1997
Cuaderno americano, La Laguna, Nueva Gráfica, 1997
Paréntesis, La Laguna, Las Garzas, 2000
Tránsito a tientas, La Laguna, Las Garzas, 2002
Laberinto de espejos (Antología Personal), Sta. Cruz de Tenerife, Viceconsejería de Cultura y Deportes, 1994
Ensayo
Gran Canaria, Lanzarote, Fuerteventura, León, Everest, 1969
Lanzarote en color,ed., León Everest, 1975
Tomás Morales, cartapacio del centenario (con una carta inédita de Ramón Gómez de la Serna), La Laguna, Universidad, 1988
Tomás Morales: suma crítica, La Laguna, Instituto de Estudios Canarios, 1992
El amigo Manso, ojeada al revés del tapiz (Galdós y Canarias o la fidelidad tácita), 2ª ed. rev., Sta. Cruz de Tenerife, Breviloquios, 1993
Domingo Rivero, enfoques laterales, Las Palmas de Gran Canaria, Cabildo, 2000
Segunda Luz, La Laguna, Instituto de Estudios Canarios, 2007