Presentamos en la revista Trasdemar una selección poética de Manuel Adrián López (Morón, Cuba 1969) Poeta y narrador. Su obra ha sido publicada en varias revistas literarias y antologías de España, Estados Unidos, México y Latinoamérica. Columnista en la revista ViceVersa, forma parte del consejo editorial de Nueva York Poetry Review.
Es domingo y uno debe barrer los pisos de madera
lustrarlos
aunque es imposible de borrar la evidencia.
Aquí han vivido asesinos.
Dentro de estas cuatro paredes
salpicadas por la angustia
han masacrado sueños.
Es evidente del derrumbe que ha existido.
Apuntalados han permanecido.
Esta casa es una carnicería de barrio
las moscas se amontonan
sobre los muslos rollizos
sobre los pies deformes
entre las grietas que ha ido creando
la decepción.
(El abismo en los dedos, inédito)
No tuvo pasado.
No ha tenido historia.
No trajo consigo un recuerdo.
No viajó como lo hacen ahora… con equipaje.
No logró sacar ningún tipo de memorabilia
para luego venderla en Ebay.
En el camaronero no cabían las maletas.
La furia del océano no permitía traer ni un verso.
La ropa fue tirada a la basura al desembarcar
sus manchas de orina y vómito tampoco sobrevivieron
a la tía pulcra y su lejía.
Hay una fosa común en su interior.
Los barbudos le robaron sus primeros diez años.
El Norte se ha encargado de la tortura restante.
¿Qué se hace con lo que ahora somos?
(El abismo en los dedos, inédito)
Escenas de películas
Busqué ansioso en escenas de películas
que nadie entendía
un desenlace para estos tiempos.
Tenía suficiente material para la banda sonora
pero solo conseguí el silencio
y cientos de papeles repletos
con instrucciones para un suicidio.
Me aturdían mis pensamientos
que depositaba en un pozo
para luego revolverlos
con un cucharón de madera.
Los actores siempre encuentran el camino
se marchan a algún pueblo
se esconden en el verdor del bosque
y aparentan tomar el café
mirando los venados a través de la ventana.
(El hombre incompleto, Dos Orillas, 2017)
La única mujer que ha sido sentenciada a muerte
en Georgia tiene antojos.
No está embarazada
ni tan siquiera padece de una enfermedad mortal.
Eso sí…
le pueden salir orzuelos gigantescos
a los involucrados en ejecutarla
si no la complacen.
Pide una suculenta cena de comida chatarra
para aliviar sus muelas inconformes
y mantener su peso desproporcionado.
En realidad
le gustaría masticar despacio
los restos del marido que mandó a matar
mezclados con el oportunista
que ahora la denuncia
y pone a salvo su pellejo.
Nunca ha sido una mujer dichosa.
No ha sido una belleza sureña.
Su final será con bombos y platillos
como deber ser para una Georgia Peach.
La única mujer que ha sido sentenciada a muerte
en Georgia se despide
y canta entre bocados de papas fritas:
Georgia, Georgia
The whole day through (the whole day through)
Just an old sweet song
Keeps Georgia on my mind (Georgia o on my mind)
(El arte de perder/The Art of Losing, Eriginal Books, 2017)
Niños apáticos
No éramos niños refugiados de la antigua Rusia.
Esto no sucedió en Suecia.
Nuestro mal era caribeño.
Sufríamos una enfermedad tropical
y lo único que recordábamos de los rusos
era su peste a grajo
y la carne enlatada que apareció
una temporada en la isla.
Éramos niños apáticos
hijos de padres gusanos.
Nos alimentábamos por las manos de la abuela.
Por las sondas corrían frijoles negros
a veces duro frio de mango
mermelada de guayaba
y dulce de leche.
No escuchábamos los discursos de seis o más horas.
no lo necesitábamos
inculcaban nuestros padres.
Éramos niños apáticos.
Huíamos de los tentáculos
de un pulpo verde olivo
y en cualquier momento
podía llegar la hora señalada.
Vestidos de miedo
esperábamos
pensando:
¿y si nos regresan?
Quisiera haber olvidado la travesía
el amargo del vomito
ese fuerte olor a orina
que luego me dejó queriendo sentirlo
en todo mi cuerpo
la primera vez que me bañe con otro hombre.
Y hemos seguido siendo niños apáticos
aparentemente despiertos
sin realmente pertenecer
de un lado
o del otro.
(Síndrome de resignación, inédito)
Resignarme
¿Cuántas veces debo resignarme?
O acaso esto es un perenne estado
una vida entera de rodillas
un síndrome incurable.
No creo haberme recuperado
del salto en el estómago.
Mariposas acuchilladas sucumbiendo
en mi interior.
Nunca superé la ansiedad
de sentir un informante
a mis espaldas.
No he logrado olvidar
a la anciana sin nombre
suspendida por extraños
sobre las olas furiosas.
La ubico repetidamente
en todo lo que escribo.
Me resigno a no pertenecer.
Nadie nos salvó
de los hambrientos tiburones
de los sanguinarios consumistas
aparentando ser héroes
mientras enriquecían a la par
de burgueses
a los que deben criticar
para seguir empañándole
la vista
a los que nos prohíben
manjares.
Las vacas son nuestras hermanas
corren por la sabana
temblando de miedo
con las mismas mariposas nuestras
acuchilladas
en estómagos anémicos.
Resignarnos.
Pudrirnos en espera
a sabiendas
que no superaremos
el pánico:
¡Queremos costillas!
¡Queremos comernos unos a los otros!
(Síndrome de resignación, inédito)
Me han preguntado por los desamparados de la ciudad
No he leído noticias sobre el paradero de los desamparados.
No puedo contestar.
Así de egocentrista somos.
No sé dónde los han ubicado.
¿Será al este o al oeste
de la metrópolis agonizante?
No tienen la luz que tengo en este palomar
ni las nubes que prohíben exigir respuestas.
Tienen más:
La brisa absoluta les pertenece.
No tienen la ansiedad que viaja conmigo.
Son dueños de amaneceres con y sin vistas
diseñadas a su antojo.
El sol y la luna los resguardan en sus bolsillos
y han sobrevivido casi todo.
Soy tan vil como cualquiera de esos
pidiendo
que mueran los más viejos.
Soy tan cruel como los que asesinan a gatos
para luego venderlos por libra.
Arrepentido estoy de creerme el ombligo del mundo.
¡No tengo idea de lo que han hecho con los desamparados de mi ciudad!
(Síndrome de resignación, inédito)
Aprender a contar la comida y otros menesteres
Aprendo a contar las rebanadas de pan
tocan a dos por día.
Mastica lento la ensalada mustia.
Macarronis disfrazados
un día con perejil y ajo
otro
revueltos con gandules
y siempre con un velo de mozzarella.
Nada de quemar la comida en estos tiempos.
No te atrevas a botar ni un frijol.
Escurre la última gota de tomate de la batidora.
La corteza del pan ponla a un lado
tuéstala
acompáñala con la sopa.
¡Ah la sopa!
No cuentes a nadie que has derramado
la crema de apio y zanahoria hirviente
sobre tu mano derecha.
¡Serás castigado!
(Síndrome de resignación, inédito)
Manuel Adrián López nació en Morón, Cuba (1969). Poeta y narrador. Su obra ha sido publicada en varias revistas literarias y antologías de España, Estados Unidos, México y Latinoamérica. Tiene publicado los libros: Yo, el arquero aquel (Editorial Velámenes, 2011), Room at the Top (Eriginal Books, 2013), Los poetas nunca pecan demasiado (Editorial Betania, 2013. Medalla de Oro en los Florida Book Awards 2013), El barro se subleva (Ediciones Baquiana, 2014), Temporada para suicidios (Eriginal Books, 2015), Muestrario de un vidente (Proyecto Editorial La Chifurnia, 2016), Fragmentos de un deceso/El revés en el espejo, libro en conjunto con el poeta ecuatoriano David Sánchez Santillán para la colección Dos Alas (El Ángel Editor, 2017), El arte de perder/The Art of Losing (Eriginal Books, 2017), El hombre incompleto (Dos Orillas, 2017) y Los días de Ellwood (Nueva York Poetry Press, 2018). Escribe una columna mensual para la revista ViceVersa y es parte del consejo editorial de Nueva York Poetry Review.
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